miércoles, 17 de octubre de 2012
VUELO DE LA AIR FRANCE (EL ENCUENTRO).
A las 10:25 despegaba el vuelo AF 1149 de Air France con destino al aeropuerto Charles de Gaulle de París. La ciudad de Barcelona se le quedaba atrás después de un ajetreado día con su editor. Las cosas no le estaban saliendo como él esperaba, aunque a decir verdad, en el horizonte parecía que estaba clareando, por lo que, si no le fallaba su intuición, en un par de semanas podía recibir el primer pago de su ópera prima.
Aunque eran muchas las cosas que ocupaban su cabeza, todas giraban entorno a la misma; a esa por la que había estado luchando durante tanto tiempo; esa misma que le había hecho caer una y otra vez en el desasosiego cada vez que pensaba que no se haría realidad.
Las dos horas, desde que despegaron de El Prat, hasta que la bella azafata les indicase a los pasajeros que se pusiesen los cinturones, se le hicieron eternas. Y aunque intentó reconducir sus pensamientos hacia uno y mil temas, todos desembocaban donde mismo. Y no que le desagradara, todo lo contrario, pero necesitaba volver a la claridad de pensamientos e ideas que siempre le habían caracterizado y que ya estaba echando de menos.
Eran las doce y cuarenta y cinco cuando ya se encontraba en la terminal, a la espera que anunciasen la llamada para los pasajeros del AF 2118 con destino a Frankfurt; su vuelo tenía previsto la salida a las quince y treinta minutos. Fue por ello, por lo que, sin atreverse a abandonar la zona, vagabundeó un poco entre la muchedumbre.
Harto ya de dar vueltas, se sentó en el hueco que encontró en uno de los bancos de espera, entre una fornida mujer senegalesa y un señor de marcados rasgos arios. Mientras que la mujer portaba un pequeño hatillo de colores chillones, en el que tenía sentado a una simpática niña que apenas tenía dos años, el señor iba ataviado con un elegante traje gris marengo, hecho a medida, portando una cartera que llevaba liada en su mano derecha, como asegurándose de que no le fuese sustraída, y hablando por el celular en alemán con la mano izquierda.
Observando el reloj digital que tenía a escasos veinte metros, pensó que los números se habían aliados contra él, tardando una eternidad en alternarse; era una confabulación: el tiempo se había detenido. No llegaba el momento en que por la megafonía de la terminal 2D, que era en la que se encontraba, se anunciase su vuelo- ¿Lo habrán cancelado? –se preguntaba-. Pero no, eso no. Las condiciones meteorológicas eran las más idóneas para el vuelo. Eso no podía ser. ¡Pero qué coño!, si todavía no es la hora para que anuncien mi vuelo. ¿Lo harán en castellano, o sólo lo harán en francés, inglés y alemán? Como lo hagan así me veo aquí tirado como una colilla –se reía y movía la cabeza, negándose que eso iba a suceder-.
Acababan de anunciar un nuevo vuelo, levantándose de inmediato la mujer de color, siendo la niña, la que ya a su corta edad, se había percatado del estado de ansiedad y desasosiego que estaba viviendo su vecino de asiento, obsequiándole con una sonrisa al tiempo que se acercaba a espaldas de su madre hacia la puerta de embarque.
Inmediatamente el asiento dejado libre por la mujer senegalesa, fue ocupado por otra que ya hacía algún tiempo merodeaba por los alrededores del banco, y que era la antítesis de la madre de la sonriente y dulce niña negrita. Alta, muy alta, rubia, estilo impresionante, elegantísima con un traje pantalón en tonos claros; de piel blanca, pero como decía su amiga, fría, insípida y transparente. Seguro que es alemana, pensó él.
Muy pronto ella se le dirigió en inglés, viéndose obligado a gesticular y darle entender que no entendía absolutamente nada.
- Debería de haberle hablado en su idioma, perdone –le contestó ella en un castellano claro, pero como enlatado-.
- ¿Por qué sabe que soy español? –le respondió él. Con su típica sonrisa socarrona y seductora, la cual le había abandonado hacía ya algún tiempo-.
- Por dos razones, por el periódico que lleva entre sus manos, y porque los dos cogimos el vuelo en Barcelona
¡Hija puta!, pensó él; qué sabe la rubiancona ésta; seguro que es alemana.
- Pues no me había dado cuenta, perdone. En condiciones normales, es usted de las mujeres que no me pasaría inadvertida. Permítame decirle que es usted muy guapa y elegante.
- Muchas gracias –sonrosándose, pero sintiéndose muy halagada-. Me llamo Claudia.
- Yo, Bond, James Bond –dedicándole otra sonrisa; pero ésta más seductora aun que la anterior-.
Ella, no acostumbrada a este tipo de bromas, pero encantada de haberla recibido, rió como hacía tiempo no lo hacía, girándose hacia él, mostrando su perfecta dentadura, sus ojos azul grisáceos y sus incipientes patas de gallo, con la intención de conocerlo mejor y dejarse conocer.
- Perdone, era una broma. Me llamo Pedro. Intentaba romper el hielo; no sé si lo he conseguido. Insisto en decir lo que ya le dije, es usted bellísima.
Claudia era ingeniera química. Nacida en Coblenza hace cuarenta y cinco años y divorciada desde hacía más de diez, trabajaba desde entonces en una empresa en la ciudad de Ludwigshafen. Con anterioridad, e inmediatamente finalizar sus estudios de ingeniería, decidió salir de Alemania para ir a trabajar a España, concretamente en el Polo Químico de Huelva. Dos fueron los años que estuvo en el sur de España, periodo suficiente para dominar casi a la perfección el castellano, aunque desde entonces, y salvo esporádicos viajes por razones de trabajo a la península ibérica, no había vuelto a practicar. A pesar de lo casi veinte años desde su estancia en España, todavía añoraba aquellos largos paseos por las arenosas playas del litoral onubense y el carácter abierto y cálido de los habitantes de la zona. Aunque años tras años se había prometido volver, nunca encontró ocasión ni tiempo para hacerlo. Y fue ese carácter abierto de la gente del sur de España, y porque no decirlo también, el aspecto tan saludable y varonil de su compañero de vuelo, lo que le hizo mostrar más interés del acostumbrado por aquel hombre. Su corpulencia, su tez morena y su cara de pícaro, ya le habían llamado la atención en el aeropuerto de El Prat, y ya en París, y sin que él lo advirtiese, encontró la ocasión oportuna para entablar conversación con él.
- ¿Y a dónde viaja usted? ¿Vuelve a su país?
- Sí, espero el vuelo de Frankfurt ¿Y usted?
- Yo también, que casualidad; yo también vuelo a Frankfurt. Y me alegro por mí, porque ya sé que cuando usted se levante para ir a la puerta de embarque, yo le seguiré, ya que le voy a ser sincero, como lo anuncien en francés o en alemán, no entiendo absolutamente nada, y seguro que me quedaba en tierra. Así que me pegaré a usted como una lapa.
- ¿Cómo una lapa? –dijo ella riéndose nuevamente- . ¿Qué es una lapa?
- Pegarse como una lapa es hacer todo lo que usted haga: si usted se levanta, yo me levanto; si usted se sienta, yo me siento; si usted va a tomarse un refrigerio, yo me tomo un refrigerio; si usted va a los aseos, yo…… le acompaño hasta la puerta y espero a que salga para seguirla. Y así siempre, ¿me comprende?
Ella volvió a reírse y a sentirse como no recordaba desde hacía ya mucho tiempo. Fría y calculadora en todos sus actos, percibía que aquel caballero español la había desarmado por completo. Pero lejos de sentirse molesta y a la defensiva, sino todo lo contrario, se sentía dichosa y algo incrédula por tan feliz encuentro, se dejó llevar por el momento. Sólo lamentó que este encuentro se hubiera producido en estas circunstancias; hubiera preferido habérselo encontrado en un bar de copas.
- Perdone –dijo nuevamente riéndose-, pero tengo que ir a los aseos; si quiere me acompaña hasta la puerta, pero yo le aseguro que voy a volver.
- Ok, le espero aquí, pero con una condición; bueno, mejor con dos: que regrese usted hasta aquí, y que cuando vuelva que nos tuteemos, ¿no cree?
- Ok, trato hecho. Ahora vuelvo.
Dejándole su maletín de trabajo, Claudia se dirigió hacia los servicios, algo nerviosa y sabiendo que los ojos de su amigo la estaban persiguiendo. Entró y se fue directamente hacia el espejo; pulsó el grifo, y tras llenarse el hueco hecho con las palmas de sus manos, se refrescó la cara en dos o tres ocasiones. Tras secarse con un par de toallitas, se miró al espejo y vio lo que ya hacía mucho tiempo no veía en su rostro. Al observar sus ojos henchidos de luminosidad y su semblante denotando confort extremo, se preguntó en repetidas ocasiones: no me lo puedo creer, ¿qué me ha hecho este hombre? Es un bestia, ist ein Tier.
Tras acicalarse con las pinturetas que portaba en el interior de su bolso personal, salió de los aseos, pero algo más nerviosa que cuando entró.
Por su parte, él, Pedro, más tranquilo que antes de tan fortuito encuentro con la teutona, y deseando que volviera lo antes posible, había vuelto a pensar en el motivo de su viaje. No se lo creía. Todavía no sabía lo que se iba a encontrar a su llegada al aeropuerto alemán. No sabía si se iba a ver abandonado y solo, o por el contrario, como esperaba que sucediese, iban a hacerse realidad sus sueños. Por lo pronto, los dígitos en el reloj habían vuelto a su desfile tradicional. Ya era algo.
El caminar elegante de Claudia acercándose hacia donde él se encontraba, no pasó inadvertido para muchos de los que se encontraban en la terminal, y mucho menos para Pedro, que nada más verla, pensó en una posible alternativa a su hipotética situación de abandono y soledad en el aeropuerto de Frankfurt. Pero la rechazó de inmediato.
- Pensé que se había ido; perdón, que te habias ido.
- Pues no te creas, por un momento me pasó por la cabeza el salir de aquí en un coche alquilado. Si no lo he hecho ha sido porque me dejaste al cuidado de tu equipaje. Se lo iba a dejar al tipo éste de mi izquierda, que según creo, también es alemán. Pero me dije, qué va a pensar la señora ésta de los españoles.
- Señorita. Perdona, soy señorita. ¿Y tú, estás casado?
- No, divorciado. Pero si te soy sincero, tengo algo en mente.
- Perdona, pero te pediría que me hablases un poco más lento; hay algunas expresiones que no capto
- Jajajaja, haré lo posible por vocalizar mejor. Pero te voy a decir una cosa, si hubiese hablado en mi andaluz castizo, seguro que entonces no hubieras entendido absolutamente nada; y eso que tú estuviste en Andalucía.
Poco menos de una hora estuvieron hablando muy animosamente antes que por la megafonía se anunciase el vuelo AF 2118 con destino a Frankfurt. Para tranquilidad de Pedro, también fue anunciado en castellano. No obstante, Claudia, con el primer anuncio, en francés, ya se lo había comunicado muy a pesar suyo, ya que si por ella hubiese sido, hubiera estado departiendo en aquella terminal toda una eternidad. Todavía ella estaba sorprendida por las sensaciones tan extraordinarias que aquel hombre le estaba aportando. Nunca, nunca en su vida, su flema y su frialdad hacia con los hombres, le habían dejado de controlar la situación; ni siquiera cuando contrajo matrimonio; de hecho, cuando vio peligrar ese control del que tan orgullosa se sentía, hizo que su abogado le entregase los papeles del divorcio a su marido al poco de cumplir un año de casada. Pero en esta ocasión todo estaba siendo diferente. Ella era la primera sorprendida.
- ¿Qué asiento llevas?
- El 12 V
- ¡No¡ - exclamó Claudia sin poder controlarse-; el destino ha querido que vayamos sentados juntos en el vuelo.
- Muy bien, así se nos hace más corto el viaje.
- Y si no te importa, te voy a pedir un favor antes que embarquemos al avión.
- Pide; si está en mi mano te será concedido el favor.
- Me da que sé yo, pero con todos los vuelos que llevo, todavía paso miedo cuando despegamos. ¿Te importa si me cojo de tu brazo en ese momento?
- No te preocupes, te abrazaré fuertemente para que sientas que la fuerza de mis brazos te salvarán de cualquier contratiempo que se nos presente. Descuida que yo seré tu salvador si eso sucediese.
- Déjate de bromas, pero es verdad que siento pánico a la hora del despegue. No ves, al aterrizar no; será porque ya siento que me encuentro en mi destino.
- Pues que sepas que el aterrizaje es más peligroso que el despegue.
- No me metas más miedo en el cuerpo, jajajajaja.
Ya embarcados, comprobaron que el avión comenzaba su despegue a las quince treinta, hora prevista. Claudia, con las facciones de su cara un poco alteradas, se agarró fuertemente del brazo de Pedro, respondiéndole él con un abrazo y oprimiéndola delicadamente contra su pecho. Ella de inmediato dejó de sentir miedo, habiéndose quedado en esa posición durante todo el trayecto si hubiese podido elegir, pero ya una vez el avión cogió altura, él, no viendo normal lo que estaba sucediendo, intentó que la situación volviese a la normalidad.
- ¿Te encuentras ya mejor? –le dijo, haciendo que se incorporara-.
Claudia se incorporó con toda la parsimonia propia de no querer hacerlo, y, sin mediar palabra alguna, se le quedó mirando fijamente a los ojos. Lo vio bellísimo, deseando en aquel momento que la besase apasionadamente. Él, que leyó en sus ojos lo que ella deseaba, evitó que sucediese echando un poco de hielo al momento.
- Por cierto, no te he preguntado, ¿vives en Frankfurt?
- No, vivo y trabajo en Ludwigshafen, a unos ochenta o noventa kilómetros de Frankfurt, aunque cada vez que puedo me escapo a Coblenza a visitar a mis padres; yo soy de allí, de Coblenza.
- No te lo vas a creer, pero yo también me dirijo a Ludwigshafen. No sé dónde está, ni cómo es, ni nada de nada, pero voy allí.
- Si quieres nos vamos juntos en taxi.
- Pues no te puedo decir nada, porque igual me están esperando para recogerme.
- ¿Un amigo?
- No, una amiga.
Ella titubeó un poco en decir lo que pensó al instante, pero al final lo dijo.
- ¡Qué suerte!
- En verdad que sí, que si ha podido venir, tengo suerte, porque si no estaría totalmente perdido, sin saber a dónde ir.
- No, me refiero, a que la suerte la tiene tu amiga con poder recogerte.
- A ver si viene, a ver si viene –dijo algo nervioso Pedro, queriendo desviar el tema.
Por fin tomaron tierra, siendo trasladados en un autobús hasta la terminal para la recogida de equipajes. Claudia, sabedora de que a su acompañante lo pudiesen estar esperando, sacó de su maletín de trabajo una tarjeta personal, entregándosela a Pedro por si le hiciera falta algo durante su estancia en Ludwigshafen. Se resistía a dejar de luchar por esta oportunidad que le había concedido el destino; sabía que nunca más tendría otra igual.
- Pues si te parece bien, me llamas y quedamos un día para comer o para tomar unas copas.
- Lo veo bien. Además te lo debo; me has tranquilizado bastante en el aeropuerto de París. Hasta que llegaste, lo estaba pasando fatal; no sé cuántas cosas se me pasaron por la cabeza. Hasta pensé en regresar a Barcelona, jajajajajjaa.
- Qué exagerado eres.
Ya con sus maletas, siguieron al reguero de pasajeros que salían, con semblantes muy distintos. Él, ilusionado con ver la cara que tanto tiempo llevaba esperando ver; ella, temerosa que alguien lo estuviese esperando.
Nada más salir, él vio la cara que esperaba ver. Su semblante cambió por completo, llenándosele su cara de alegría, y con una sonrisa que era el resumen de lo que estaba sintiendo. Ella, Claudia, al ver que la sonrisa de su amigo le iluminaba la cara, notó como el cielo se abría y volcaba un manantial de agua fría sobre su cabeza. Lucharé por él, se dijo.
Dejando su maleta un par de metros atrás, salió al encuentro de la mujer que se veía que llenaba su vida. Sin pensarlo, los dos posaron las manos sobre la cara del otro, y tras unos segundos sin articular palabra pero diciéndose muchas cosas con sus miradas, se besaron apasionadamente. Nuevamente volvieron a mirarse, como si no se creyesen que aquello estaba sucediendo, para fundirse en un caluroso abrazo.
- Mira gitana, te presento a una amiga de vuelo. Salimos junto desde Barcelona, y da la coincidencia que también se dirige a Ludwigshafen. He pensado que podíamos acercarla hasta allí.
Las dos mujeres se saludaron siguiendo los deseos de Pedro, aunque sin que se viese ni una pizca de sinceridad por ambas partes. Claudia había observado con algo de envidia la cara de felicidad de la mujer que le acababan de presentar cuando recibió a Pedro, aunque también observó como ella la miraba con cara de inquisidora.
- Por mi no hay ningún inconveniente ¿A dónde te diriges? –se dirigió a Claudia con cara de pocas amigas-.
- Concretamente voy a Nietzchestrabe.
- Ok, allí te dejamos. Aunque tendremos que dar un gran rodeo, pero no hay problemas. Aber ich sagen einer sache, nicht gehen zum Aufschalten zwischen uns beiden; ich musste mich dazu zwingen kommen der wo ich heute, und nicht komme der erlauben welch niemand mich stehle.
Las dos mujeres entrecruzaron sus miradas inquisidoras, siendo Claudia la más dañada.
- Aunque me vais a perdonar, mejor tomo un taxi; quiero hacer unos recados antes de llegar a casa. Gracias por tu ofrecimiento, señora –le dijo en un tono en señal de reto-. Y a ti, Pedro, gracias por haberme dado un viaje tan agradable; no lo olvidaré nunca. Y ya sabes, si necesitas algo, haz uso de mi tarjeta, estaré encantada con pagarte con la misma moneda que me has pagado tú.
Sin pensárselo dos veces, le zampó un beso en cada mejilla a su compañero de viaje, al tiempo que con su mano izquierda le oprimía la cintura, lanzándole un claro mensaje. A su retadora ni la miró, pero mandándole en un tono muy despectivo un auf wiedersehen eifersüchtig, mientras se alejaba de la pareja.
- Déjame que te mire –dando dos pasos atrás y recreándose en ella-. Estás bellísima; me parece mentira que estemos juntos.
- A quien le parece mentira es a mí –le contestó ella, todavía nerviosa por el encontronazo con la bella ingeniera. Lo besó nuevamente y lo cogió por la cintura hasta llegar a su vehículo-.
Durante todo el trayecto hasta el hotel hablaron de trivialidades, aunque lo que más predominaron fueron las miradas y los apretones de manos cargados de deseo mutuo.
Una vez en la habitación del hotel, y como dos posesos, se desnudaron el uno al otro, e hicieron realidad lo que en mil y una ocasión habían deseado hacer y que se tuvieron que conformar con la fuerza de sus mentes.
El porqué II LA ESTANCIA DE TELESFORO DE TRUEBA Y COSSÍO EN BORNOS. (2ª parte)
Viniendo de la 1ª parte, publicada en el día de ayer en este blog, reitero lo siguiente:
“He de decir que todas las aseveraciones que se han hecho hasta ahora y las que vendrán a continuación, están basadas en cartas escritas de puño y letra por Doña Claudina de Trueba y Cossío, hermana de Telesforo. Mi intención era haberlas reproducido y mostrarlas en este blog tal cual, pero los responsables archiveros (no digo de dónde) me prohibieron tajantemente el reproducirlas, e incluso de dar pistas sobre su paradero exacto”.
2ª PARTE
Como ya apunté con anterioridad, el sr. Telesforo era un gran jugador de cartas, habiendo amasado una gran fortuna con los naipes. No había juego que se le resistiese. En compañía de dos amigos, Evaristo de Santoña y Julián Tresdedos, acudía allí donde hubiese una timba. Estuvieron en Bilbao, Vitoria, Barcelona, Sabiñánigo, Tordesillas o Salamanca, por mencionar algunas plazas donde dejaron bien latente de su arte con los naipes. Ya fuera el “tute”, la “brisca”, el “mus” e incluso el “pócker”, los tres montañeses acababan siempre desplumando a sus contrincantes. Fueron muchas las fincas y caseríos que lograron en las mesas de juego, amén de “grandes cantidades contantes y sonantes de maravedís” (sic).
Tal era la fama que gozaba el sr. Telesforo en el mundillo de los naipes, que un insigne personaje de la corte del monarca Fernando VII y que años más tarde tuvo un papel primordial en la política desamortizadora en el reinado de Isabel II (regencia de Mª Cristina), emplazara al sr. Cossío, en compañía de sus dos adláteres, en los sótanos del Palacio de Aranjuez, para “timbear al pócker y al bridge” (sic). El resultado no podía ser otro: Telesforo ganó en esa tarde-noche, los “títulos de propiedad de una extensión de 34.000 acres en la Toscana italiana” (sic), perdidos, claro está, por el insigne funcionario real. No obstante, el sr. Cossío condonó la deuda a tan ilustre personaje y que a la postre protagonizaría uno de los hechos más importantes y vanguardista de la historia de ESPAÑA.
Abandonada la Corte, Telesforo viajó hasta Ávila, y es aquí, cuando, tras desplumar a varios señores de la zona, llegó a sus oídos la existencia de unos juegos de cartas que él desconocía.
Fue un grupo de segadores castellanos, que el año anterior habían estado por Andalucía, los que comentaron a los montañeses de la existencia de unos juegos de cartas por la zona y entre los que destacaba el “rentoy”, la “malilla” y los “quirrios”, y concretamente era un pueblo llamado Bornos, donde mejor se jugaba a los mencionados juegos.
Y aquí tenemos la única causa, el único motivo por el que Telesforo de Trueba y Cossío recaló en la maravillosa villa de Bornos
Así fue, procedente de Sevilla y pasando por Montellano y Villamartín (a la vuelta se fueron por Espera, cruce de las Cabezas y Torres Alocá), llegaron a Bornos a finales del mes de diciembre de 1.82…., hospedándose, según creo, en una casa en los alrededores de la Plaza Orellana: “al oeste cercano del Castillo Palacio” (sic).
El recibimiento en el pueblo de Bornos fue de lo más cordial, propio de nuestra gente. Muy pronto se integraron entre los bornichos y se hicieron conocidos. Al tener presencia y gran poder económico, se hicieron habituales en las reuniones de los personajes más dignificantes del pueblo. Y comenzaron sus partidas a los “quirrios”, a la “malilla” y al “rentoy”. Día tras día sus partidas se contaban por derrotas. Y así semana tras semana, no conocían la victoria. Sus pérdidas eran ínfimas, ya que los bornichos sólo se jugaban la “convidá”.
Pero Telesforo no jugaba ya por dinero; lo hacía por orgullo, soberbia y querer demostrar que era el mejor. Cada día que pasaba, su humor se hacía más de perro, ya que una derrota sucedía a la otra.
Pero aunque le molestaban las derrotas, lo que más daño le hacía era la sorna y el cachondeo de los bornichos (las tascas se llenaban de paisanos y comentaban entre ellos: “ a ver cuando llega el montañés, que tengo el gañote seco”). Al final de cada partida, los bornichos de turno le decían: “gracias don Telesforo, ¿a qué hora quedamos mañana?”.
Y este fue uno de los tres motivos por los que el señor Cossío le tuvo aversión a Bornos y a los bornichos, jurando vengarse de todos.
La 2ª causa de enfurecimiento se la dio una “bella damisela de ojos verdes oscuros” (sic). De nombre Rosario y de apellido, en relación con los astados (no se puede decir porque hoy en día corren por nuestras calles algunos/as de ellos/as), era hija de un campesino propietario de tierras de secano y varias huertas repletas de damascos. Juanín, que así le conocían en el pueblo, era hombre de pocas palabras. Al enterarse que el montañés rondaba a su hija y que ésta lo rechazaba una y otra vez (estaba enamorada de un bornicho de la calle Veracruz y que por entonces se encontraba alistado con las tropas del General Prieto), juró verse las caras con el Telesforo de los cojones (otra vez perdón).
Cierto día de principios de febrero, y cuando Telesforo, en compañía de Julián Tresdedos, estaba a punto de ganar la primera de las malillas, se presentó en la taberna el amigo Juanín, con chimbiri en mano. Poniendo el gran tenedor en el cuello del montañés, le dijo: “si tu ere capá, tacerca ma a mi niña, que tensarto como un já de avena.¿Tajenterao?. Telesforo palideció con el chimbiri en el cuello y acertó a decir: “ lo juro por mi honor no acercarme más a su hija, lo juro”. “Ya te lo he avisao; como tacerque a mi niña, tensarto como un cigarrón”, le contestó Juanín saliendo de la taberna.
La “malilla” no se terminó y Telesforo salió de la taberna, en compañía de sus dos amigos, con el rabo entre las piernas y entre las risas y comentarios de los pazantes asistentes.
Su estancia en Bornos le hizo ver que ya no era el mejor jugador de cartas, ni que era el que más éxito tenía con las mujeres.
Pero si ambas cosas hicieron jurar a Telesforo de que se vengaría de los bornichos, lo peor para él, y lo que más le sacó de sus casillas, quedaba todavía por llegar, la tercera de las causas.
En el mes de febrero se celebraban, como de todos los pazantes es sabido, las fiestas del Carnaval.
Los distintos copleros componían letrillas de los hechos más importantes acaecidos durante el año. ¿Y cuál era el hecho más importante acaecido en Bornos durante el año? Sin lugar a dudas, la estancia en el pueblo de Don Telesforo de Trueba y Cossío.
Varias fueron las coplas cantadas por las murgas sobre el montañés, pero la que más se canturreó en el pueblo fue una, cuyo estribillo decía:
“Telesforo, Telesforo
Corre, corre que te pilla el Toro”(sic).
No hay constancia en las cartas de Doña Claudina, sobre el autor de dicha letra; lo único que se sabe de él es que era un joven zapatero con varias hijas, una de las cuales se llamaba Elisa.
Y ahí queda eso
Domingo.
28 de septiembre de 2008
Etiquetas: Domingo.
10 comentarios:
Juan Luis dijo...
Me quedo "pasmao". No pongo en duda tus investigaciones, pero, lo dicho, me quedo "pasmao". El propio Telesforo dice que vivía en la calle San Jerónimo, porque aunque no llegara a nombrarla, sí dice, al relatar un terrible hecho acaecido en la calle Ancha, que tal calle era perpendicular a la calle en la que él vivía.
Me encantaría poder "beber" en esas misteriosas fuentes de que hablas.
Así, Domingo, a ver si hablamos de ello.
30 septiembre, 2008 13:13
CARO dijo...
yo soy otro pasmao" pero el doble de pasmao que Juan Luis. Ya sabemos la razon de tanto odio, pero Domingo sigue investigando a ver si averiguas a quien dejo preña el tiparraco este, que seguro que era el tatarabuelo del tio del puente de la Pepa.
Y a ver si dice algo de alguna partida al dómino por la alcantarilla.
Gran trabajo de investigacion, pero ten cuidado y no te acuestes tan tarde.
30 septiembre, 2008 14:21
Anónimo dijo...
mu interesante, si zeño. Pero no ma acaban de cuadrar mucho las situaciones. ¿será verdá que to el rezentimiento que tenía el telesforo de los... erá por un azunto de faldas?
30 septiembre, 2008 14:53
Anónimo dijo...
Teh quihí Omingo!.Bien me has dao coba.
Alvaro
30 septiembre, 2008 16:45
Er físico dijo...
No pongo en duda nada de lo que escribe, pero joer! los pelos de punta que se me han puesto. No sé cómo ni dónde ha podido tener acceso a estas fuentes, pero me parece maravilloso todo esto que está contando.
Supongo que en el texto se habla del chiclanero Mendizábal, cosa que me parece curiosa, pero lo que más me impresiona es la alusión (a mi entender) a Pepito el de Elisa. Los vellos de punta de verdad.
30 septiembre, 2008 16:47
Anónimo dijo...
no veas lo bien que me a caio leer to esto blanco gracias
30 septiembre, 2008 17:44
Miguel Angel Aguaera dijo...
Joe con mi primo Domingo. Eso es investigación, el motivo de la aversión a Bornos por el fantasma del Telesforo, en referencia al tema de cartas, no sabía el susodicho con quien se las jugaba, algún Aguera seguro que bebió a su costa.
30 septiembre, 2008 18:10
Anónimo dijo...
Jajajajaja, muy bueno. Perdió en Bornos a "Los Quirrios" y de ahí viene todo el rencor. ¡Ya sabemos la causa!
A. Benítez.
30 septiembre, 2008 18:30
Anónimo dijo...
viva el espíritu carnavalesco to el año
30 septiembre, 2008 22:21
Anónimo dijo...
dE LO MEJORCITO QUE SE HA PUBLICADO EN EL BLOG
30 septiembre, 2011 13:25
martes, 16 de octubre de 2012
El porqué. LA ESTANCIA DE TELESFORO DE TRUEBA Y COSSÍO EN BORNOS (1ª parte).
Va por delante la felicitación al sr. D. Manuel Martel Gilabert por la publicación de las cartas bornichas del sr. D. Telesforo de Trueba y Cossío.
He de decir que al tiempo de ir leyendo una a una estas dichosas cuatro cartitas (sé que quedan algunas más), iba naciendo en mí una repulsa, cada vez mayor, sobre éste ínclito montañés. No ya por, estar o no estar de acuerdo con su ideología afrancesada y liberal, cosa ésta que veo de una lógica aplastante y máxime si nos retrotraemos y nos situamos en su época, sino por la imagen, nada real, a mi entender, que nos intenta hacer ver en sus cartas sobre la sociedad bornicha de la época.
No era normal.
Tenía que haber un porqué de ese cúmulo de improperios sobre nuestros antepasados. Una persona culta, letrada y de mentalidad abierta como la de Telesforo, no podía en tan corto periodo de tiempo emitir un juicio tan rocambolesco y destructivo como lo hizo de nuestro pueblo.
Y es aquí donde comienza mi trabajo de investigación. Me puse la meta de descubrir el porqué de la actitud del señor Trueba y Cossío.
Busqué y busqué por los archivos municipales y catedralicios cántabros y tuve la suerte de encontrar su árbol genealógico familiar desde 1697 hasta 1923, fecha donde perdí la pista. Pero la fecha que nos interesaba estaba controlada.
De familia aristocrática, propietaria de grandes extensiones de tierras, varios navíos y negocios en América, es el mayor de cuatro hermanos, Claudina, que a la postre nos dio la solución del por qué de la actitud del “insigne “ escritor romántico, Carolo, que murió a los doce años al caer de un árbol, y Clara, importante acuarelista.
La niñez y adolescencia de Telesforo (Joaqui, para su familia) fue un andar entre algodones. Sus padres lo educaron para ser un grande de España: mejores colegios, mejores profesores, mejores compañías.
Pero el carácter díscolo y egocéntrico del Telesforo de los cojones (perdón) hacían que todas las enseñanzas recibidas no sirviesen más que para crear un personaje malcriado, pendenciero, juerguista y mujeriego, donde el centro del mundo era él: nadie era mejor que él en el uso del florete, nadie jugaba a las cartas mejor que él, nadie tenía más éxistos con las mujeres que él. De esta forma y con “la bolsa repleta de maravedís” (sic), nada ni nadie le hacían frente en la región.
He de decir que todas las aseveraciones que se han hecho hasta ahora y las que vendrán a continuación, están basadas en cartas escritas de puño y letra por Doña Claudina de Trueba y Cossío, hermana de Telesforo. Mi intención era haberlas reproducido y mostrarlas en este blog tal cual, pero los responsables archiveros (no digo de dónde) me prohibieron tajantemente el reproducirlas, e incluso de dar pistas sobre su paradero exacto.
Y éste es el final de la 1ª parte de este trabajo, no continuando en estos momentos porque podría resultar cansado y tedioso para los pazantes bornichos.
Continuará
Domingo
R 29 de septiembre de 2008
Etiquetas: Domingo.
2 comentarios:
Juan Luis dijo...
Muy bien, Domingo. Muchas gracias por tu investigación. Poco a poco vamos sabiendo más y más sobre Telesforo. Fue todo un personaje, no nos debe caber la menor duda. Se pasó, sí; exageró, sí, obvió, también. Pero lo que vio, lo vio, y algunas cosas ponen los pelos de punta. Y lo que es peor, dejó herencia.
29 septiembre, 2008 13:35
CARO dijo...
A veces uno ve lo que quiere ver y aun no sabiendo demasiado sobre el personaje, es evidente que manipula la realidad como quiere, pues visto desde fuera y sabiendo que existia pobreza en Bornos, tambien debian existir otras cosas, por algo vino el a parar aqui, muchos otros vendrian antes tambien y por eso se corrio la voz de la bonanza de nuestras aguas y clima, y solo personajes de cierto poder adquisitivo se podian ir a tomar las aguas una temporada, existian casas para alquilar con un minimo de condiciones, pues como dice Domingo el tipo vivia como queria y no creo que se hospedara en un pocilga.
Yo cuando entro en mi casa tengo dos opciones, una miro debajo de los muebles pesados y veo polvo o me tomo una cervecita escuchando la Mala, este montañes buscaba la miseria y encima puede que la exajerara.
Domingo buen trabajo y por cierto cuando coño se acaba la Pepa?
Un saludo
29 septiembre, 2008 14:30
sábado, 5 de mayo de 2012
LA SALA DE LOS SENTIDOS.
Y entró en aquella sala, sin compañía alguna que le distrajese, que le privase de ser el único en recibir de sopetón un alud de sensaciones jamás en su vida experimentadas.
Sin hacer nada para que ocurriese, la puerta se cerró tras de sí, entrando en un estado de semiinconsciencia que le fue de lo más gratificante. Sólo pudo, en un primer momento, recordar que había leído, en letras de color de bronce, un rótulo que decía “sala de los sentidos”. Y se dejó llevar.
Su vista, sus ojos se iluminaron y se hinchieron de vida, rememorando y evocando las imágenes más bellas y placenteras de su ya dilatada existencia. Tendido en la pequeña pendiente provocada por la ladera de la montaña, y cubierto por el manto de azul oscuro con motas blancas y relucientes, observaba cómo la luna, que se negaba a desaparecer entre las estribaciones montañosas en lontananza, se contemplaba orgullosa, altiva y a veces embaucadora, en el espejo líquido del lago. En aquella noche dominada por la luna, no existía el negro; lo que sí existía era un sinfín de tonalidades azuladas que ni el mejor de los pintores hubiese imaginado combinar en su lienzo.
Y en esa paz, en ese deleite provocado por la visión idílica, su oído, sus oídos, en el silencio de la madrugada, se atiborraron de insospechadas composiciones. Nunca hasta este momento se había deleitado con una sintonía tan dulce y relajante, no consiguiendo poder aislar, poder independizar, poder catalogar ni a uno solo de los sonidos que conformaban aquella composición llena de vida. Esa mezcla del arribar manso de las pequeñas olas hasta la orilla empedrada, del revoloteo nocturno de la lechuza buscando presa para satisfacer los buches de sus crías, de los sonidos de éstas demandando condumio, o del chapoteo juguetón de las carpas por alcanzar una luciérnaga despistada, hacían que la noche azulada se convirtiera en armonía.
Todo era paz en aquella sala. Incluso la brisa, la misma que provocaba el llegar de las olas a la orilla, ayudaba a que la noche azulada fuese más placentera. Y su olfato, ese olfato lastrado por los innumerables cigarrillos fumado a lo largo de su existencia, conseguía ahora percibir la amalgama de olores que portaba la brisa de madrugada. Una mezcolanza de olores que ni el mejor de los perfumistas hubiese imaginado. Era la leve brisa la que se encargaba de confeccionar el más envolvente de los cócteles aromáticos. Esa combinación de tomillo, romero e hinojo desgajado, con pequeños retazos de claveles, rosas y dama de noche, envueltos todos ellos, los olores, con el más cautivador de los almizcles que suponía el olor resinoso de los pinos, hacía que el todavía semiinconsciente visitante se sintiese el más volátil de los humanos.
Y en ese momento de sensaciones extremas y placenteras provocadas en su vista, en su oído y en su olfato, aún en la ladera de la montaña, su tacto, sus manos se deslizaron por los promontorios y recovecos del más voluptuoso de los cuerpos. No le hacía falta luz ni acomodar su vista a la luminosidad que ofrecía la luna; el deambular de sus manos hacía que su cerebro captase a la perfección la sinuosidad de las curvas exuberantes, elevándolo a la cúspide del placer.
Pero fue el gusto, el sentido del gusto, el que le catapultó al mayor de los placeres. La contienda que mantuvieron sus labios con los encarnados y carnosos labios de su sensual pareja, condimentada con la visita de intermitentes ráfagas con sabor a eucalipto, le hicieron deleitarse como si del más suculento de los manjares se tratase.
Domingo
LA FAMILIA CASTIGLIONE.
Carlos, el primogénito de una rica familia de comerciantes sevillanos establecidos en Cádiz tras el traslado de la Casa de Contratación, no había digerido que su padre le relegase, y le sustituyese al frente de los negocios que la familia mantenía con América, por Casto Umpiérrez, esposo de su hermana Cristina. El ser amante de la lectura (lector empedernido) y de la pintura, según el avaro de su padre, Umberto Castiglione, le impedían centrarse en los mil y un vericuetos del negocio familiar. Fue por ello, y por ser tan pusilánime, por lo que su padre, de ascendencia veneciana, lo situó al frente de un pequeño comercio de especies y salazones de pescado para el que no era necesario poseer ningún tipo de especialización, y más, teniendo un avispado ayudante que, como decía el veneciano, “saltaba en la palma de la mano”.
El empedernido lector, Carlos, pasaba horas y horas devorando libros, sin importarle lo más mínimo que se vendiesen dos, tres o veinte cuarterones de especies; para eso estaba Jacinto, su ayudante, además de para sisarle cuanto le viniera en gana, sabiendo que su señor nunca lo advertiría. Ni cuando venía su mujer, Catalina, a quejarse de los pavoneos y ostentaciones con los que su queridísima cuñada la agasajaba en multitud de ocasiones, la atendía como debiera, ni importarle en lo más mínimo que en no pocas ocasiones, fuese su suegro, un alto funcionario real, el que costease los vestidos de su mujer, con los que en las fiestas cortesanas de las que eran muy asiduos, disimularan en cierta medida su decrepitud económica.
Tras ocho años de matrimonio, todavía no habían conseguido tener ningún hijo, debido principalmente al poco interés que mostraba el varón en que el sueño de su suegro se hiciese realidad, pasando semanas y semanas sin que se le despertase la libido, y todo ello a pesar que Catalina se podía catalogar como mujer de sangre ardiente, como bien pudieron constatarlo durante su soltería, un abultado ramillete de jóvenes funcionarios reales.
Pero el destino se alió con el achantado Carlos. Circunstancias que nunca se aclararon en el seno de la familia, hicieron que su padre y su cuñado embarcasen en el mismo galeón rumbo al nuevo continente, parece ser, para ejecutar el mayor de los negocios llevados hasta ahora por la familia Castiglione. El galeón partió del puerto de Cádiz con rumbo a la costa africana, donde cargaría sus bodegas de esclavos de color con rumbo al puerto de Nueva Orleans. Una vez desembarcados los esclavos, cargaría sus bodegas de algodón con rumbo al puerto de Boston, donde una vez desembarcadas las balas de algodón, las bodegas se cargarían de té con rumbo a Lisboa, para volver a continuación al puerto de Cádiz cargado de especies orientales. El largo periplo fue todo un éxito para la familia Castiglione, si no fuera porque en Lisboa, concretamente en el barrio de La Alfama, y tras una fuerte discusión con unos pescadores portugueses, encontró la muerte Casto Umpiérrez, después de que le asestaran más de quince puñaladas en el pecho.
Pero la desgracia no quedó ahí. Nada más embarcar rumbo a Cádiz, Umberto Castiglione, comenzó a padecer unas fuertes fiebres que llegaron incluso a hacerle perder el conocimiento. Nunca más pudo pisar tierras españolas. Cinco días después de abandonar el puerto de Lisboa, la nave “Vencedora”, que así se llamaba el galeón de la familia Castiglione, atracaba en el puerto de Cádiz, donde el maestre Umberto, nombre por el que se le conocía en toda la ciudad, era desembarcado con los pies por delante. Fue así como el señorito Carlos de Castiglione se convertía en el único propietario del negocio familiar.
Fueron muy pocos los meses que tuvieron que pasar para que Carlos, sabiéndose reunir de los mejores comerciantes y marineros, y poniendo al frente de ellos al avispado Jacinto, hiciera realidad sus sueños, que no eran otros que dedicar todo su tiempo a recopilar el mayor número posible de libros escritos en lengua castellana, sin olvidar la adquisición de una cantidad ingente de obras pictóricas.
Rodeado de librerías de caoba, todas atestadas de libros, y de cuadros de los mejores pintores europeos de los siglos XVII y XVIII, el rico comerciante pasaba la mayor parte del día en su despacho de más de cien metros cuadrados.
Mientras tanto, su esposa, Catalina, después de doce años de matrimonio, daba a luz a un hermoso niños de cuatro kilos de peso al nacer, con la piel blanca y los ojos azules, color éste que coincidía con el que tenía en sus ojos el lugarteniente del señorito Carlos, el mismísimo Jacinto. Efectivamente, la abandonada Catalina, desde poco tiempo después del fallecimiento de su suegro, se aficionó a realizar continuas visitas a los aposentos de Jacinto, encontrando entre sus paredes lo que su marido nunca le supo dar en todo su matrimonio.
A Umberto, que así le llamaron al nacer, por su abuelo, le siguieron tres hermanos más, todos ellos varones, y todos ellos con los ojos azules.
Tanta fue la dependencia y necesidad que Catalina tenía del lugarteniente de su marido, que viendo que éste, su marido, cada día se encerraba más en sus quehaceres culturales, decidió proponerle a Jacinto que se instalase en su casa, cediéndole toda la planta alta.
Dicho y hecho. Jacinto se trasladó a vivir a casa de su jefe, recibiendo en su dormitorio, ubicado en la misma torre mirador, casi todas la noches, la visita de la deseosa Catalina, quien, lejos de esconderse y disimular delante de su marido, hubo alguna que otra ocasión en la que llegó a consumar el acto sexual en la habitación contigua a la que se encontraba el abnegado lector.
Fueron pasando los años y todo seguía igual en la lujosa casa de los Castiglione: el cabeza de familia leyendo, los amantes compartiendo cama y rincones, y los niños creciendo fuertes y sanos.
El pequeño Umberto se convirtió en todo un hombretón, y a sus dieciocho años, no solo había sabido adquirir la viveza y pericia en el mundo de los negocios de su padre biológico, sino que también había heredado de su padre, el que le dio el apellido, su pasión por la lectura y la pintura. De la que no heredó nada, ni lo persiguió nunca, fue de su madre, a la que consideraba una vulgar meretriz. Así, desde que a sus doce años la sorprendió en las cuadras de la casa, con las faldas arremangadas, en posición indecorosa, fornicando con su amante, dejó de dirigirle la palabra, hecho éste que no afectó en lo más mínimo a la promiscua Catalina, que lejos de reprimir su fogosidad, y en los dos últimos años antes del fatal desenlace, probó de los favores carnales de algún que otro jovenzuelo barbilampiño, que para más desgracia de su hijo, eran amigos suyos de pandilla.
Él, Umberto, sin pensar en sus hermanos, y harto ya de los comportamientos de su madre, los cuales habían trascendido por la ciudad, y el mismo día que cumplía los diecinueve, cuando volvía de su clase diaria de florete, hizo realidad los pensamientos que desde hacía ya mucho tiempo estaba maquinando. Tras encontrarse nuevamente en las cuadras de la casa a su madre con Jacinto, y con un solo golpe de brazo, los atravesó a los dos por el cuello cuando se encontraban en plena cúpula griega.
Ni la justicia ni la ciudad pidieron explicaciones, ya que por el bien de todos, vieron necesario lo sucedido. Tampoco el empedernido lector las pidió.
Domingo
martes, 17 de abril de 2012
LA TOSTADA DE PAN DE MOLDE
Os voy a contar una historia verídica como la vida misma, aunque algunes de vosotres (mujeres y hombres), pensareis que ésta no es más que otra de las historias o historietas que acostumbro inventarme. Es verídica, de verdad que es verídica.
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Por influjo de mi hermano, quiero recordar, desde muy niño corrió por mis venas (futbolísticamente hablando), el color verde y blanco; o lo que es lo mismo, desde muy pequeño fui bético hasta la médula, gustos éstos que, a mis ….y tantos, se han ido acrecentando considerablemente, hecho éste que no ha supuesto ningún obstáculo para que en mi agenda de amigues, haya algunes que prefieran e idolatren al otro equipo de la ciudad del Guadalquivir.
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Pues bien, fui echándome años a las espaldas, y llegó un día en el que, al igual que hizo mi hermano conmigo, quise inculcar a mi hijo (nada más lejos del rollo ese del pin parental), entre otras muchas cosas, el que sus gustos balompédicos cohabitaran con los que se dan a comienzo de la avenida de Las Palmeras; es decir, que fuese bético como yo. Y lo conseguí. Hoy, en los más de veinte años de vida que tiene, casi treinta, puedo decir que lo he visto llorar en más de una ocasión, como yo lo hice también, cuando el equipo de nuestros amores sufría un descenso a segunda división. Pero ahí está, sufriendo, curtiéndose y endureciéndose ante las mil y una adversidades balompédicas, y saliendo victorioso como Ave Fénix.
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Todavía hoy, después de tantos años, me enseña orgulloso y con la carne de gallina, el álbum de equipos de fútbol de primera división, que logró rellenar al completo. Bueno, al completo no; de los veinte equipos, consiguió completar diecinueve, habiendo uno al que le faltaban todos los jugadores. Pero que conste que yo no quise influir en el hecho de que cuando le salía un jugador de ese equipo en los sobrecitos de estampas de futbolistas, abriese a continuación la ventana para arrojarlo a la calle. Yo le decía cada vez que hacía eso, “Andrés, no se tiran los papeles a la calle; para eso están las papeleras”. Cosas de niños. Bético que me salió.
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Pero el colmo de los colmos, fue el hecho que protagonizó esta mañana a la hora del desayuno.
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- Andrés –le dije-, ¿cuántas tostadas de pan de molde quieres?
- Tres, papá –me contestó-, y si no es mucha molestia, le untas la mantequilla con omega tres (tiene c......... que a los casi treinta le tenga que preparar su papá el desayuno; manda c........).
Como buen padre (de los de hoy, porque enseguida me iba a traer mi padre el desayuno a la mesa), le llevé las tres rebanadas de pan de molde con su mantequilla untada, diciéndome lo siguiente:
.
- Muchas gracias papá, y ahora te voy a enseñar como se comen las tostadas de pan de molde.
Lo observé atentamente, y tras dos grandes bocados y otros dos no tan grandes, quedé totalmente absorto con el resultado obtenido.
Tan sorprendido y orgulloso me quedé, que ya a solas, me puse a practicar lo que vi anteriormente en él, plasmando para la posteridad paso tras paso. El resultado fue el siguiente:
Para mis amigos (entre otros muchos) Cemanué, Perico, Manolo Ochoa, Manuel (de Coria del Río) y Juan Luis Vega.
Domingo
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Por influjo de mi hermano, quiero recordar, desde muy niño corrió por mis venas (futbolísticamente hablando), el color verde y blanco; o lo que es lo mismo, desde muy pequeño fui bético hasta la médula, gustos éstos que, a mis ….y tantos, se han ido acrecentando considerablemente, hecho éste que no ha supuesto ningún obstáculo para que en mi agenda de amigues, haya algunes que prefieran e idolatren al otro equipo de la ciudad del Guadalquivir.
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Pues bien, fui echándome años a las espaldas, y llegó un día en el que, al igual que hizo mi hermano conmigo, quise inculcar a mi hijo (nada más lejos del rollo ese del pin parental), entre otras muchas cosas, el que sus gustos balompédicos cohabitaran con los que se dan a comienzo de la avenida de Las Palmeras; es decir, que fuese bético como yo. Y lo conseguí. Hoy, en los más de veinte años de vida que tiene, casi treinta, puedo decir que lo he visto llorar en más de una ocasión, como yo lo hice también, cuando el equipo de nuestros amores sufría un descenso a segunda división. Pero ahí está, sufriendo, curtiéndose y endureciéndose ante las mil y una adversidades balompédicas, y saliendo victorioso como Ave Fénix.
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Todavía hoy, después de tantos años, me enseña orgulloso y con la carne de gallina, el álbum de equipos de fútbol de primera división, que logró rellenar al completo. Bueno, al completo no; de los veinte equipos, consiguió completar diecinueve, habiendo uno al que le faltaban todos los jugadores. Pero que conste que yo no quise influir en el hecho de que cuando le salía un jugador de ese equipo en los sobrecitos de estampas de futbolistas, abriese a continuación la ventana para arrojarlo a la calle. Yo le decía cada vez que hacía eso, “Andrés, no se tiran los papeles a la calle; para eso están las papeleras”. Cosas de niños. Bético que me salió.
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Pero el colmo de los colmos, fue el hecho que protagonizó esta mañana a la hora del desayuno.
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- Andrés –le dije-, ¿cuántas tostadas de pan de molde quieres?
- Tres, papá –me contestó-, y si no es mucha molestia, le untas la mantequilla con omega tres (tiene c......... que a los casi treinta le tenga que preparar su papá el desayuno; manda c........).
Como buen padre (de los de hoy, porque enseguida me iba a traer mi padre el desayuno a la mesa), le llevé las tres rebanadas de pan de molde con su mantequilla untada, diciéndome lo siguiente:
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- Muchas gracias papá, y ahora te voy a enseñar como se comen las tostadas de pan de molde.
Lo observé atentamente, y tras dos grandes bocados y otros dos no tan grandes, quedé totalmente absorto con el resultado obtenido.
Tan sorprendido y orgulloso me quedé, que ya a solas, me puse a practicar lo que vi anteriormente en él, plasmando para la posteridad paso tras paso. El resultado fue el siguiente:
Para mis amigos (entre otros muchos) Cemanué, Perico, Manolo Ochoa, Manuel (de Coria del Río) y Juan Luis Vega.
Domingo
miércoles, 11 de abril de 2012
LA HISTORIA SE REPITE.
Por fin, después de casi 200 años de arduas y difíciles investigaciones, va a ver la luz, la verdadera causa, el único por qué, del fracaso del Trienio Constitucional en España, o lo que es lo mismo, el motivo por el que no triunfaron en España las ideas liberales y aperturistas a principios del siglo XIX, concretamente entre los años 1820 y 1823, tras el pronunciamiento de Riego en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan.
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De todos y todas es sabido, que el por entonces teniente coronel Riego, además de cuidarse de su delicada salud en las aguas termales de la localidad gaditana de Bornos, fue en este pequeño, coqueto e incomprendido pueblo, donde preparó el levantamiento militar, recibiendo las consignas y mandatos de los liberales y masones españoles, que desde Cádiz, concretamente desde la casa de los hermanos Istúriz (actual Casino Gaditano, en la plaza de San Antonio), decidieron quién, cuándo y cómo se produciría la asonada militar contra la política absolutista del rey Fernando.
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Ni que decir tiene que el militar Riego fue una marioneta en manos de los políticos liberales del momento, y lo mismo que pensaron en él para que se pusiese al frente de las tropas rebeldes, podían haber pensado en Urdaneta, en Prim, en Zumalacárregui o en Perico de los Palotes. Pero no, los políticos liberales corrieron el riesgo de que fuese Riego el conejillo de india para encabezar el movimiento contra el absolutismo: si triunfaba, le darían un “carguito” en el que se sintiese importante, y si no lo hacía, lo abandonarían a su suerte (como así ocurrió).
-
Pero, ¿por qué corrieron el riesgo de nombrar a Riego?
Hasta hoy se desconocía la existencia de una figura que fue el verdadero motivo de la elección arriesgada (lo de arriesgada por lo de su frágil y delicada salud) del teniente coronel Riego. Esa figura a la que me refiero, y que con su descubrimiento se ha conseguido completar y explicar el por qué de este puzzle, no es ni más ni menos que su prima, la conocida por entonces, tanto en los círculos políticos y económicos de la España del XIX como también en el resto de potencias europeas de la época, como la prima de Riego.
Indagando sobre la hasta ahora enigmática figura, se ha sabido que la altanera y caprichosa prima de Riego, coqueteó con todos los sectores influyentes de la sociedad de la época. Coqueteó con los políticos liberales más influyentes del momento. Lo hizo también con los funcionarios más relevantes del rey Fernando, e incluso con los altos cargos de la curia cardenalicia española de la época, y ni que decir tiene que lo hizo también con los grandes banqueros de la época. Todos, sin excepción alguna, trataban de flirtear con la tan mencionada prima de Riego, intentando sin excepción, y aunque resulte soez decirlo, que se bajase al pil…, consiguiéndolo en muy pocas ocasiones.
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¿Y por qué la caprichosa prima no obedecía a la voluntad de políticos (de uno y otro bando), obispos y banqueros? Pues muy sencillo, porque ella, al verse tan deseada por todos los jerifaltes nacionales, puso su “caché” más alto, comenzando entonces su coqueteo con los manipuladores de las grandes potencias europeas. Y es más, hay constancia que incluso llegó a tener algún que otro devaneo (y me refiero a la prima de Riego) con adinerados e influyentes vecinos de la por entonces floreciente nación de Estados Unidos, además de con algún que otro magnate de ojos rasgados.
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Pero tanto quiso tensar de la cuerda la consentida, veleidosa y versátil prima de Riego, que hartos (tanto nacionales como europeos) ya de sus continuos devaneos, decidieron acabar de raíz con la situación que se vivía en España. Fue por eso por lo que, sin tener en cuenta la repercusiones negativas que pudiesen acarrear a todo el pueblo español, acabaron con Riego, con el espíritu de Riego, y claro está, con la prima de Riego. Tomada la decisión, las grandes potencias europeas ordenaron al duque de Angulema que al mando de los Cien Mil hijos de San Luís, y sin riesgo alguno, acabase de cuajo con todo lo que oliese a prima de Riego.
Domingo
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De todos y todas es sabido, que el por entonces teniente coronel Riego, además de cuidarse de su delicada salud en las aguas termales de la localidad gaditana de Bornos, fue en este pequeño, coqueto e incomprendido pueblo, donde preparó el levantamiento militar, recibiendo las consignas y mandatos de los liberales y masones españoles, que desde Cádiz, concretamente desde la casa de los hermanos Istúriz (actual Casino Gaditano, en la plaza de San Antonio), decidieron quién, cuándo y cómo se produciría la asonada militar contra la política absolutista del rey Fernando.
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Ni que decir tiene que el militar Riego fue una marioneta en manos de los políticos liberales del momento, y lo mismo que pensaron en él para que se pusiese al frente de las tropas rebeldes, podían haber pensado en Urdaneta, en Prim, en Zumalacárregui o en Perico de los Palotes. Pero no, los políticos liberales corrieron el riesgo de que fuese Riego el conejillo de india para encabezar el movimiento contra el absolutismo: si triunfaba, le darían un “carguito” en el que se sintiese importante, y si no lo hacía, lo abandonarían a su suerte (como así ocurrió).
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Pero, ¿por qué corrieron el riesgo de nombrar a Riego?
Hasta hoy se desconocía la existencia de una figura que fue el verdadero motivo de la elección arriesgada (lo de arriesgada por lo de su frágil y delicada salud) del teniente coronel Riego. Esa figura a la que me refiero, y que con su descubrimiento se ha conseguido completar y explicar el por qué de este puzzle, no es ni más ni menos que su prima, la conocida por entonces, tanto en los círculos políticos y económicos de la España del XIX como también en el resto de potencias europeas de la época, como la prima de Riego.
Indagando sobre la hasta ahora enigmática figura, se ha sabido que la altanera y caprichosa prima de Riego, coqueteó con todos los sectores influyentes de la sociedad de la época. Coqueteó con los políticos liberales más influyentes del momento. Lo hizo también con los funcionarios más relevantes del rey Fernando, e incluso con los altos cargos de la curia cardenalicia española de la época, y ni que decir tiene que lo hizo también con los grandes banqueros de la época. Todos, sin excepción alguna, trataban de flirtear con la tan mencionada prima de Riego, intentando sin excepción, y aunque resulte soez decirlo, que se bajase al pil…, consiguiéndolo en muy pocas ocasiones.
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¿Y por qué la caprichosa prima no obedecía a la voluntad de políticos (de uno y otro bando), obispos y banqueros? Pues muy sencillo, porque ella, al verse tan deseada por todos los jerifaltes nacionales, puso su “caché” más alto, comenzando entonces su coqueteo con los manipuladores de las grandes potencias europeas. Y es más, hay constancia que incluso llegó a tener algún que otro devaneo (y me refiero a la prima de Riego) con adinerados e influyentes vecinos de la por entonces floreciente nación de Estados Unidos, además de con algún que otro magnate de ojos rasgados.
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Pero tanto quiso tensar de la cuerda la consentida, veleidosa y versátil prima de Riego, que hartos (tanto nacionales como europeos) ya de sus continuos devaneos, decidieron acabar de raíz con la situación que se vivía en España. Fue por eso por lo que, sin tener en cuenta la repercusiones negativas que pudiesen acarrear a todo el pueblo español, acabaron con Riego, con el espíritu de Riego, y claro está, con la prima de Riego. Tomada la decisión, las grandes potencias europeas ordenaron al duque de Angulema que al mando de los Cien Mil hijos de San Luís, y sin riesgo alguno, acabase de cuajo con todo lo que oliese a prima de Riego.
Domingo
sábado, 31 de marzo de 2012
LA CARPETA VERDE
No os cuento nada nuevo si os digo que me encanta leer, aunque a decir verdad, me gusta mucho más sentarme delante de mi libreta y, con mi Pilot azul, pintarrajearla con letras y palabras que me hagan encontrar momentos de paz.
Y digo esto, hablando de mi gusto por la lectura, porque precisamente ayer, a la salida de mi visita al Oratorio de San Felipe Neri, tras esperar paciente e impertérrito la larga cola de un numeroso grupo de alumnos y alumnas de un colegio de Barbate, me encontré una carpeta de color verde, con una pegatina que hacía alusión a la huelga general del pasado día veintinueve. Tras preguntar a todos los que merodeaban por allí, incluidos bedeles y limpiadoras (Pepis de Cádiz), si dicha carpeta era suya, encontrando un repetido “no” por respuesta, decidí entregarla al primer policía local que me encontrase camino de la parada del autobús.
Paso tras paso camino del autobús, deleitándome con los balcones y fachadas de las calles gaditanas, y sin encontrarme con ningún agente de la autoridad, fue creciendo en mi interior cierto interés por el contenido de la extraviada carpeta verde, estando tentado en alguna que otra ocasión en, después de quitarle los dos elásticos a rayas azul y blanco, abrirla de par en par, y ver de una puñetera (perdón) vez el contenido de la dichosa carpetita. ¿Qué podrá haber en su interior?, me preguntaba una y otra vez.
Mi curiosidad iba en aumento, y más que curiosidad, sentía que se estaba adueñando de mí un sentimiento de intriga, o como dicen en mi pueblo, “el pazanteo no me dejaba vivir”.
Fue a la entrada de la plaza Mina cuando ya no pude resistirme más, y tras sentarme en uno de los bancos que salpican el perímetro de la mencionada plaza, de cara a la librería Manuel de Falla, en la que observaba muy orgulloso un ejemplar de mi primer libro “Tierra de deslealtades”, hice airear el interior de la carpeta tras liberarla de sus ataduras azul y blanca.
Y cuál fue mi sorpresa cuando en su interior me encontré un pequeño taco de folios en blanco que cubrían un sobre de medio tamaño, también blanco, pero que a diferencia de los folios, se encontraba escrito con letra muy pequeña tanto por delante como por detrás. No pude resistirme y, tras encender un cigarro, me enfrasqué con la lectura del contenido del tan bien custodiado sobre.
Tengo que decir que en un principio tuve la intención de desistir en mi lectura, pero, pensando en su autor y en el momento, o los momentos, tan delicados y engorrosos que le llevaron a escribir lo que poco a poco a mí me estaba cautivando, decidí devorar todo su contenido.
El contenido del sobre decía lo siguiente:
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“Después de que mi vida hubiera sido un continuo ir de aquí para allá, encontrándome en todos los fregados posibles, y rayando a veces, cuando no sobrepasando, la vida de crápula, tras encontrar la que creía, y creo, la mujer con la que deseaba pasar el resto de mi vida, todo ello después de algo más de dos años de relación, me vuelvo a encontrar nuevamente en la encrucijada, o mejor dicho, con la empanada mental que siempre ha sido mi compañera de viaje.
Mi chica, perseverando como la que más, aunque sin resultar en ningún momento empalagosa, todo hay que decirlo, porque si así lo hubiese sido os aseguro que no hubiera llegado a este momento, persiguió en todo momento el presentarme a sus padres, técnicos asesores de la Junta de Andalucía.
Tengo que admitir que esa idea suya de abrir mi círculo de amistades, no me cautivó ni me sedujo nunca lo más mínimo, aunque también he de reconocer que a nuestros treinta y tantos largos, era una posibilidad que entraba dentro de la normalidad. Aun así, le fui dando larga, sin demostrarle en ningún momento mi negativa, buscando e inventando acontecimientos varios que me impidieran su tan anhelado encuentro.
Pero va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, y aprovechando la celebración de las bodas de oro de sus padres (ufff, cincuenta años juntos), y no encontrando ya ninguna vía de escape, accedí a sus pretensiones de que nos diese a conocer; y no solo a sus padres, sino también a todo su enjambre familiar.
El evento a celebrar, además de festejar las bodas de oro del matrimonio, serviría para presentar al novio de la niña (única hija). Ufff, qué grande me suena la palabra “novio”.
He de reconocer que las dos semanas que transcurrieron entre el sábado (ya de madrugada, después de fumarnos un cigarro) en el que accedí a su petición y el sábado en el que se celebró el acontecimiento familiar, se me hicieron eternas, ocurriéndoseme durante ese tiempo, mil y un achaque para justificar mi ausencia sin ser tachado de “malage”. Pero no, no lo hice, y principalmente no lo hice porque ella, mi chica, no se lo merece. Ella es un sol.
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El evento se celebró, después de pasar por el altar, siendo mi chica la madrina, en el chalet que tiene el matrimonio a unos kilómetros de la ciudad donde residimos.
Yo, aunque no accedí a emperejilarme con corbata o palomita, como quizás hubiese merecido la ocasión, me compré un equipito, todo de primeras marcas, con el que pensé que no desentonaría. Y no lo hice, os lo aseguro. Además, como no sabía que regalarles, opté por llevar un par de botellas de vino, concretamente un Matarromera reserva del 96, siendo desde el preciso momento en el que el padre de mi chica me vio aparecer con ellas, el centro de las atenciones del septuagésimo señor. He de reconocer, aunque en la celebración no llegué en ningún momento a reconocerlo, que sabía de los finos y sibaritas gustos del caballero, dando en la tecla al traer un Ribera del Duero.
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Aunque durante la estancia en la iglesia me pude escapar de las presentaciones, principalmente por encontrarse mi chica en el altar junto a sus padres, una vez en el chalet, todo fueron apretones de manos y besos en las mejillas. Te presento a mi tía Conchi y a su marido Fausto; mi tío Jacinto y su esposa Esperanza; mi prima Julia y su marido Juanjo. Así unos tras otros de sus familiares. Yo pensé que el capítulo de las presentaciones nunca terminaría, planeando en más de una ocasión el salir por piernas, abandonando aquel aluvión de saludos hipócritas y sonrisas forzadas. Y fue entonces cuando le tocó el turno a ella. El animal más salvaje nunca contemplado por mis ojos se encontraba a menos de un metro de mí, acercándose a mi cara para estamparm un par de besos.
- Mira, cariño –dijo mi chica-, te presento a la más “guay” de mis tías; mi tía Lupe.
- Encantado, señora; es un placer el conocerla. Entiendo que es usted la tía más joven de todas –osé agasajarla de esa manera-.
No me lo podía creer; tenía delante de mis ojos al estilo hecho persona, a la sensualidad personificada, a la belleza hecha carne; tenía delante de mis ojos a la mujer perfecta. Ojos grandes rasgados, pómulos pronunciados, labios carnosos, boca grande y perfecta que encerraba una dentadura que ni esculpida por el mismísimo Miguel Angel Buonarotti, sonrisa seductora, cuello estilizado, senos impresionantes que se hacían más llamativos al lucir un atrevido escote, cintura y caderas según los cánones establecidos para obtener la máxima puntuación en cualquier concurso de belleza femenina. ¿Y las piernas? Mejor me callo. Solo decir que, a mí, que me falta un solo centímetro para alcanzar el uno ochenta, me subía casi cinco dedos, si bien es verdad que su altura se veía reforzada por un pronunciado tacón.
- Pues te equivocas en todo, guapo. Primero decirte que si no te importa, no me ustees, ya que haces que me sienta mayor de lo que soy; con mis cuarenta y cinco ya tengo bastante. Segundo, no soy señora, soy señorita; estuve casada durante catorce años, pero bendito sea el momento que decidí rencontrarme con la libertad. Y tercero, no soy la menor de las tías de tu chica, todo lo contrario; de las tías maternas, soy la mayor.
- Pues bien hemos empezado –dije yo todo acalorado, mientras que los ojos de la tía de mi chica lograban hacer dos muecas en los míos-.
- Me vais a perdonar, pero voy a echarle un cable a mis padres; los veo atareados. Ahora vengo cariño –me dijo, dándome un piquito-.
Nunca debió dejarnos solos. Tras invitarme a alejarnos un poco del griterío de los niños, comenzó a hablarme de su vida, del calvario de su matrimonio, de lo sola que se encontraba en aquella casa de tres plantas, y de la situación económica tan desahogada en la que la había dejado su ex. Todo lo hablaba ella. Yo, por mi parte, solo alcanzaba a pensar que lo que estaba viviendo no podía ser cierto. Solo eso.
- Igual te estoy dando la tabarra. Perdona si es así.
- Para nada, para nada Lupe; todo lo contrario; eres muy agradable.
- Comprendo que no te sientas cómodo y relajado en este momento, pero, si lo deseas, te invito a tomar café un día en mi casa, y así nos conocemos mejor.
- Me encantaría.
- Pues toma –sacando de su bolso, a juego con su top, una tarjeta-, aquí tienes mi dirección y mi teléfono. Cuando quieras me llamas y hablamos más relajados, pero mejor que no le comentes nada a mi sobrina, ¿Ok?
- Ok –le dije todo nervioso, quedándome petrificado mientras la observaba como se alejaba de mí, exhibiendo su modelado trasero, súper entallado en una minúscula falda sin marca alguna que delatara la existencia de braguitas.
¿Por qué a mí? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué en el momento en el que pensaba que mi vida estaba estabilizada tiene que aparecer en mi vida esta mujer, haciendo renacer mi yo más depravado?
Está claro que no cambiaré nunca, porque lo que tengo claro es que pase lo que pase, haré todo posible para que la tía de mi chica, se sienta dichosa con mi visita”,
Anónimo
.
Y éste fue el relato que encontré escrito en el sobre blanco, en el interior de la carpeta verde. Os digo que no llegué a entregarla a ningún policía local, pero lo que sí he hecho, es imaginarme, no por nada, sino por saber como pudiera ser, a la tía Lupe de la chica del autor del relato que habéis leído.
Domingo
.
Y digo esto, hablando de mi gusto por la lectura, porque precisamente ayer, a la salida de mi visita al Oratorio de San Felipe Neri, tras esperar paciente e impertérrito la larga cola de un numeroso grupo de alumnos y alumnas de un colegio de Barbate, me encontré una carpeta de color verde, con una pegatina que hacía alusión a la huelga general del pasado día veintinueve. Tras preguntar a todos los que merodeaban por allí, incluidos bedeles y limpiadoras (Pepis de Cádiz), si dicha carpeta era suya, encontrando un repetido “no” por respuesta, decidí entregarla al primer policía local que me encontrase camino de la parada del autobús.
Paso tras paso camino del autobús, deleitándome con los balcones y fachadas de las calles gaditanas, y sin encontrarme con ningún agente de la autoridad, fue creciendo en mi interior cierto interés por el contenido de la extraviada carpeta verde, estando tentado en alguna que otra ocasión en, después de quitarle los dos elásticos a rayas azul y blanco, abrirla de par en par, y ver de una puñetera (perdón) vez el contenido de la dichosa carpetita. ¿Qué podrá haber en su interior?, me preguntaba una y otra vez.
Mi curiosidad iba en aumento, y más que curiosidad, sentía que se estaba adueñando de mí un sentimiento de intriga, o como dicen en mi pueblo, “el pazanteo no me dejaba vivir”.
Fue a la entrada de la plaza Mina cuando ya no pude resistirme más, y tras sentarme en uno de los bancos que salpican el perímetro de la mencionada plaza, de cara a la librería Manuel de Falla, en la que observaba muy orgulloso un ejemplar de mi primer libro “Tierra de deslealtades”, hice airear el interior de la carpeta tras liberarla de sus ataduras azul y blanca.
Y cuál fue mi sorpresa cuando en su interior me encontré un pequeño taco de folios en blanco que cubrían un sobre de medio tamaño, también blanco, pero que a diferencia de los folios, se encontraba escrito con letra muy pequeña tanto por delante como por detrás. No pude resistirme y, tras encender un cigarro, me enfrasqué con la lectura del contenido del tan bien custodiado sobre.
Tengo que decir que en un principio tuve la intención de desistir en mi lectura, pero, pensando en su autor y en el momento, o los momentos, tan delicados y engorrosos que le llevaron a escribir lo que poco a poco a mí me estaba cautivando, decidí devorar todo su contenido.
El contenido del sobre decía lo siguiente:
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“Después de que mi vida hubiera sido un continuo ir de aquí para allá, encontrándome en todos los fregados posibles, y rayando a veces, cuando no sobrepasando, la vida de crápula, tras encontrar la que creía, y creo, la mujer con la que deseaba pasar el resto de mi vida, todo ello después de algo más de dos años de relación, me vuelvo a encontrar nuevamente en la encrucijada, o mejor dicho, con la empanada mental que siempre ha sido mi compañera de viaje.
Mi chica, perseverando como la que más, aunque sin resultar en ningún momento empalagosa, todo hay que decirlo, porque si así lo hubiese sido os aseguro que no hubiera llegado a este momento, persiguió en todo momento el presentarme a sus padres, técnicos asesores de la Junta de Andalucía.
Tengo que admitir que esa idea suya de abrir mi círculo de amistades, no me cautivó ni me sedujo nunca lo más mínimo, aunque también he de reconocer que a nuestros treinta y tantos largos, era una posibilidad que entraba dentro de la normalidad. Aun así, le fui dando larga, sin demostrarle en ningún momento mi negativa, buscando e inventando acontecimientos varios que me impidieran su tan anhelado encuentro.
Pero va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, y aprovechando la celebración de las bodas de oro de sus padres (ufff, cincuenta años juntos), y no encontrando ya ninguna vía de escape, accedí a sus pretensiones de que nos diese a conocer; y no solo a sus padres, sino también a todo su enjambre familiar.
El evento a celebrar, además de festejar las bodas de oro del matrimonio, serviría para presentar al novio de la niña (única hija). Ufff, qué grande me suena la palabra “novio”.
He de reconocer que las dos semanas que transcurrieron entre el sábado (ya de madrugada, después de fumarnos un cigarro) en el que accedí a su petición y el sábado en el que se celebró el acontecimiento familiar, se me hicieron eternas, ocurriéndoseme durante ese tiempo, mil y un achaque para justificar mi ausencia sin ser tachado de “malage”. Pero no, no lo hice, y principalmente no lo hice porque ella, mi chica, no se lo merece. Ella es un sol.
.
El evento se celebró, después de pasar por el altar, siendo mi chica la madrina, en el chalet que tiene el matrimonio a unos kilómetros de la ciudad donde residimos.
Yo, aunque no accedí a emperejilarme con corbata o palomita, como quizás hubiese merecido la ocasión, me compré un equipito, todo de primeras marcas, con el que pensé que no desentonaría. Y no lo hice, os lo aseguro. Además, como no sabía que regalarles, opté por llevar un par de botellas de vino, concretamente un Matarromera reserva del 96, siendo desde el preciso momento en el que el padre de mi chica me vio aparecer con ellas, el centro de las atenciones del septuagésimo señor. He de reconocer, aunque en la celebración no llegué en ningún momento a reconocerlo, que sabía de los finos y sibaritas gustos del caballero, dando en la tecla al traer un Ribera del Duero.
.
Aunque durante la estancia en la iglesia me pude escapar de las presentaciones, principalmente por encontrarse mi chica en el altar junto a sus padres, una vez en el chalet, todo fueron apretones de manos y besos en las mejillas. Te presento a mi tía Conchi y a su marido Fausto; mi tío Jacinto y su esposa Esperanza; mi prima Julia y su marido Juanjo. Así unos tras otros de sus familiares. Yo pensé que el capítulo de las presentaciones nunca terminaría, planeando en más de una ocasión el salir por piernas, abandonando aquel aluvión de saludos hipócritas y sonrisas forzadas. Y fue entonces cuando le tocó el turno a ella. El animal más salvaje nunca contemplado por mis ojos se encontraba a menos de un metro de mí, acercándose a mi cara para estamparm un par de besos.
- Mira, cariño –dijo mi chica-, te presento a la más “guay” de mis tías; mi tía Lupe.
- Encantado, señora; es un placer el conocerla. Entiendo que es usted la tía más joven de todas –osé agasajarla de esa manera-.
No me lo podía creer; tenía delante de mis ojos al estilo hecho persona, a la sensualidad personificada, a la belleza hecha carne; tenía delante de mis ojos a la mujer perfecta. Ojos grandes rasgados, pómulos pronunciados, labios carnosos, boca grande y perfecta que encerraba una dentadura que ni esculpida por el mismísimo Miguel Angel Buonarotti, sonrisa seductora, cuello estilizado, senos impresionantes que se hacían más llamativos al lucir un atrevido escote, cintura y caderas según los cánones establecidos para obtener la máxima puntuación en cualquier concurso de belleza femenina. ¿Y las piernas? Mejor me callo. Solo decir que, a mí, que me falta un solo centímetro para alcanzar el uno ochenta, me subía casi cinco dedos, si bien es verdad que su altura se veía reforzada por un pronunciado tacón.
- Pues te equivocas en todo, guapo. Primero decirte que si no te importa, no me ustees, ya que haces que me sienta mayor de lo que soy; con mis cuarenta y cinco ya tengo bastante. Segundo, no soy señora, soy señorita; estuve casada durante catorce años, pero bendito sea el momento que decidí rencontrarme con la libertad. Y tercero, no soy la menor de las tías de tu chica, todo lo contrario; de las tías maternas, soy la mayor.
- Pues bien hemos empezado –dije yo todo acalorado, mientras que los ojos de la tía de mi chica lograban hacer dos muecas en los míos-.
- Me vais a perdonar, pero voy a echarle un cable a mis padres; los veo atareados. Ahora vengo cariño –me dijo, dándome un piquito-.
Nunca debió dejarnos solos. Tras invitarme a alejarnos un poco del griterío de los niños, comenzó a hablarme de su vida, del calvario de su matrimonio, de lo sola que se encontraba en aquella casa de tres plantas, y de la situación económica tan desahogada en la que la había dejado su ex. Todo lo hablaba ella. Yo, por mi parte, solo alcanzaba a pensar que lo que estaba viviendo no podía ser cierto. Solo eso.
- Igual te estoy dando la tabarra. Perdona si es así.
- Para nada, para nada Lupe; todo lo contrario; eres muy agradable.
- Comprendo que no te sientas cómodo y relajado en este momento, pero, si lo deseas, te invito a tomar café un día en mi casa, y así nos conocemos mejor.
- Me encantaría.
- Pues toma –sacando de su bolso, a juego con su top, una tarjeta-, aquí tienes mi dirección y mi teléfono. Cuando quieras me llamas y hablamos más relajados, pero mejor que no le comentes nada a mi sobrina, ¿Ok?
- Ok –le dije todo nervioso, quedándome petrificado mientras la observaba como se alejaba de mí, exhibiendo su modelado trasero, súper entallado en una minúscula falda sin marca alguna que delatara la existencia de braguitas.
¿Por qué a mí? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué en el momento en el que pensaba que mi vida estaba estabilizada tiene que aparecer en mi vida esta mujer, haciendo renacer mi yo más depravado?
Está claro que no cambiaré nunca, porque lo que tengo claro es que pase lo que pase, haré todo posible para que la tía de mi chica, se sienta dichosa con mi visita”,
Anónimo
.
Y éste fue el relato que encontré escrito en el sobre blanco, en el interior de la carpeta verde. Os digo que no llegué a entregarla a ningún policía local, pero lo que sí he hecho, es imaginarme, no por nada, sino por saber como pudiera ser, a la tía Lupe de la chica del autor del relato que habéis leído.
Domingo
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miércoles, 21 de marzo de 2012
VIVA LA PEPA
Son muchas las voces que se han levantado en Cádiz, protestando, y algunas con toda la razón del mundo, de que en la multitud de eventos y fastos que se han celebrado este pasado fin de semana en la Tacita de Plata con lo del bicentenario de la Pepa, no se ha contado como debiera haberse contado, con el pueblo. Efectivamente, yo particularmente le doy la razón a esas voces, ya que in situ, he comprobado que, a pesar que las calles gaditanas respiraban un aire “festivoconstitucional”, con una participación ciudadana que ha sobrepasado todas las expectativas, en aquellos actos que más entroncados han estado con el hecho en sí del bicentenario, se le ha dado la espalda al pueblo.
Bien por aforo, bien por seguridad, en esos actos a los que me refiero, todos los invitados han sido a dedo, y si no tenías tal “carguito” o eras amigo del que conformaba las listas, te veías apeado de asistir en directo.
No obstante, y aquí tengo que romper una lanza por el ayuntamiento de Cádiz, en el acto supremo de todos los actos que se han celebrado, y todo ello, tras una larga lucha dialéctica con el gobierno autonómico primero, y el central después, se ha contado con uno de los pilares más importantes de la sociedad gaditana, y sin el cual, ninguno de esos actos de “pitiminí” se hubieran podido celebrar.
Sí señoras y señores, contra viento y marea, y como bien se refleja en la fotografía que acompaño a este artículo, el ayuntamiento gaditano le dio su sitio a quien se lo merece.
Juzguen ustedes después de ver la fotografía que acompaño a este artículo, si llevo razón o no la llevo.
VIVA EL AYUNTAMIENTO GADITANO
Domingo
Bien por aforo, bien por seguridad, en esos actos a los que me refiero, todos los invitados han sido a dedo, y si no tenías tal “carguito” o eras amigo del que conformaba las listas, te veías apeado de asistir en directo.
No obstante, y aquí tengo que romper una lanza por el ayuntamiento de Cádiz, en el acto supremo de todos los actos que se han celebrado, y todo ello, tras una larga lucha dialéctica con el gobierno autonómico primero, y el central después, se ha contado con uno de los pilares más importantes de la sociedad gaditana, y sin el cual, ninguno de esos actos de “pitiminí” se hubieran podido celebrar.
Sí señoras y señores, contra viento y marea, y como bien se refleja en la fotografía que acompaño a este artículo, el ayuntamiento gaditano le dio su sitio a quien se lo merece.
Juzguen ustedes después de ver la fotografía que acompaño a este artículo, si llevo razón o no la llevo.
VIVA EL AYUNTAMIENTO GADITANO
Domingo
martes, 20 de marzo de 2012
BORNOS EN LA HISTORIA X.
Y seguimos con el siglo XIX, mi querido y añorado siglo XIX. Y de nuevo sale a la palestra, la figura que por aquel tiempo, fue al mismo tiempo tan idolatrado como repudiado, tan aclamado como rechazado, tan deseado como odiado. Estaba claro que los idólatras, aclamadores y deseosos, o los repudiadotes, los que le rechazaban y los que le odiaban, eran partidarios de las viejas y manidas costumbres los primeros, y amantes de nuevas ideas y cambios en la sociedad los segundos.
Como la mayoría de vosotros habréis adivinado, me estoy refiriendo a la figura del monarca Fernando VII. Ese mismo. El responsable directo de que perdiésemos, y no por la vía del entendimiento, la mayor parte de nuestras provincias de ultramar; el responsable de que en la mayor parte del siglo XIX, nuestra España tuviese que padecer enfrentamientos fraticidas y alguna que otra asonada militar; el responsable de que los pasos fronterizos de los Pirineos, se cerrasen a las nuevas ideas de libertad que campaban por gran parte de Europa, y que al fin y a la postre lo único que aportaran a los países que le dieron asilo, fue prosperidad para esas naciones y libertad y algo más de bienestar a sus habitantes.
Pero no, aquí, el Borbón se empestilló en echar candados y en asegurarse de que su política de oscurantismo tuviese continuidad, perpetuando la corona en su hija Isabel, tras derogar la Ley Sálica con su Pragmática Sanción. Y eso que tuvo la oportunidad. No ya aceptando como sucesor al antiliberal de su hermano Carlos María Isidro, sino que la dinastía Borbónica recayese en su hijo, bastardo, pero hijo suyo al fin y al cabo, y que, junto a su hermana Juana, fue fruto de largas y continuadas noches de apasionado y desenfrenado amor con una bella morena, miembro del servicio de su casa real.
Nada de lo último escrito y lo que viene a continuación, lo encontraréis dentro de los manuales de historia de España, ya que historiadores de los anteriores regímenes habidos en nuestro solar patrio, se encargaron muy bien de que fuesen destruidas cualquier prueba documental que probasen los hechos que realmente acaecieron.
Y otra vez el pueblo de Bornos pudo haber jugado un papel importantísimo en la historia de España. Y os cuento.
Durante la estancia del rey Fernando en el Puerto de Santa María y en la provincia de Cádiz, su majestad el Borbón, se prendó perdidamente de una bella señorita, morena, de grandes ojos del color de la coca-cola, de una sonrisa seductora, de un cuerpo que ni tallado por el mismísimo Miguel Ángel, y de un gracejo especial que le hacía diferente al resto de las mujeres conocidas anteriormente por el monarca.
Y vosotros diréis, ¿qué tiene que ver todo esto con Bornos? Efectivamente, esa mujer de ojos “acocacolados”, era de la villa de Bornos.
Su padre, un zapatero bornicho de ideas liberales y afrancesadas, entró al servicio de un general napoleónico cuando la ocupación francesa a principios del siglo, siguiéndole durante el sitio de la ciudad de Cádiz. Ya por entonces, a sus catorce años, Isabel, que así se llamaba la futura amante del rey Fernando, llamaba la atención de todos los oficiales franceses, siendo más de uno los que la anduvieron rondando, teniendo que decir que ninguno de ellos logró lo que perseguía.
Tras la retirada del ejército napoleónico, el señor zapatero y su familia se asentaron en el Puerto de Santa María, aunque como buen bornicho tenía en mente volver a sus raíces.
Pues bien, estando en el Puerto, fue cuando, tras un duro “casting”, la bella Isabel entró a formar parte del servicio real. Muy pronto, nada más que la vio el monarca, se convirtió en su favorita, no habiendo noche, salvo que el señor monarca tuviese que cumplir con otros menesteres, entre los que se encontraban sus obligaciones con la reina, que no la pasasen juntos en el lecho adintelado de su majestad el rey.
Frutos de esas noches apasionadas, nacieron dos criaturas, Fernando (por su padre, el rey) y Juana.
Ni que decir tiene que la bella Isabel fue la responsable, mientras que duraron sus relaciones, de muchas de las decisiones políticas del monarca, coincidiendo la mayoría de ellas con resoluciones reales de marcado corte aperturista. Estaba claro que el señor zapatero supo transmitir a su hija sus ideas frescas y antiabsolutistas. Por poner un ejemplo, y barriendo para casa, la villa de Bornos fue incluida en el listado en el que se convocaban plazas de médico para balnearios (por Decreto de 1816), y todo ello aprovechando nuestras aguas sulfurosas y medicinales. Esta provisión de un médico, era tan solo una ínfima parte del proyecto que para Bornos estaba aprobado, y que consistía en la construcción de un majestuoso balneario que fuese la envidia de todos los existentes en España.
El proyecto no se llevó a cabo por dos motivos: por el pronunciamiento de Riego, que hizo que durante tres años se paralizasen todas las decisiones reales, y por las pesquisas que llevaron a cabo tras la caída del gobierno constitucional, los partidarios del rey, persiguiendo a todo lo que oliese a liberal, y de las que el zapatero bornicho fue declarado culpable de tomar parte activamente en la preparación del golpe de Riego. Aunque no fue ejecutado, gracias a las influencias que su hija ejercía en el monarca, las relaciones amorosas entre el rey Fernando e Isabel no volvieron a ser las que fueron, enfriándose y llegando incluso a desaparecer.
Aun así, en sus últimos años de vida, y todo por la pasión que sentía por la bornicha, y en su honor, se atrevió a bautizar a su hija, futura reina de España, con el nombre de Isabel.
Domingo
Como la mayoría de vosotros habréis adivinado, me estoy refiriendo a la figura del monarca Fernando VII. Ese mismo. El responsable directo de que perdiésemos, y no por la vía del entendimiento, la mayor parte de nuestras provincias de ultramar; el responsable de que en la mayor parte del siglo XIX, nuestra España tuviese que padecer enfrentamientos fraticidas y alguna que otra asonada militar; el responsable de que los pasos fronterizos de los Pirineos, se cerrasen a las nuevas ideas de libertad que campaban por gran parte de Europa, y que al fin y a la postre lo único que aportaran a los países que le dieron asilo, fue prosperidad para esas naciones y libertad y algo más de bienestar a sus habitantes.
Pero no, aquí, el Borbón se empestilló en echar candados y en asegurarse de que su política de oscurantismo tuviese continuidad, perpetuando la corona en su hija Isabel, tras derogar la Ley Sálica con su Pragmática Sanción. Y eso que tuvo la oportunidad. No ya aceptando como sucesor al antiliberal de su hermano Carlos María Isidro, sino que la dinastía Borbónica recayese en su hijo, bastardo, pero hijo suyo al fin y al cabo, y que, junto a su hermana Juana, fue fruto de largas y continuadas noches de apasionado y desenfrenado amor con una bella morena, miembro del servicio de su casa real.
Nada de lo último escrito y lo que viene a continuación, lo encontraréis dentro de los manuales de historia de España, ya que historiadores de los anteriores regímenes habidos en nuestro solar patrio, se encargaron muy bien de que fuesen destruidas cualquier prueba documental que probasen los hechos que realmente acaecieron.
Y otra vez el pueblo de Bornos pudo haber jugado un papel importantísimo en la historia de España. Y os cuento.
Durante la estancia del rey Fernando en el Puerto de Santa María y en la provincia de Cádiz, su majestad el Borbón, se prendó perdidamente de una bella señorita, morena, de grandes ojos del color de la coca-cola, de una sonrisa seductora, de un cuerpo que ni tallado por el mismísimo Miguel Ángel, y de un gracejo especial que le hacía diferente al resto de las mujeres conocidas anteriormente por el monarca.
Y vosotros diréis, ¿qué tiene que ver todo esto con Bornos? Efectivamente, esa mujer de ojos “acocacolados”, era de la villa de Bornos.
Su padre, un zapatero bornicho de ideas liberales y afrancesadas, entró al servicio de un general napoleónico cuando la ocupación francesa a principios del siglo, siguiéndole durante el sitio de la ciudad de Cádiz. Ya por entonces, a sus catorce años, Isabel, que así se llamaba la futura amante del rey Fernando, llamaba la atención de todos los oficiales franceses, siendo más de uno los que la anduvieron rondando, teniendo que decir que ninguno de ellos logró lo que perseguía.
Tras la retirada del ejército napoleónico, el señor zapatero y su familia se asentaron en el Puerto de Santa María, aunque como buen bornicho tenía en mente volver a sus raíces.
Pues bien, estando en el Puerto, fue cuando, tras un duro “casting”, la bella Isabel entró a formar parte del servicio real. Muy pronto, nada más que la vio el monarca, se convirtió en su favorita, no habiendo noche, salvo que el señor monarca tuviese que cumplir con otros menesteres, entre los que se encontraban sus obligaciones con la reina, que no la pasasen juntos en el lecho adintelado de su majestad el rey.
Frutos de esas noches apasionadas, nacieron dos criaturas, Fernando (por su padre, el rey) y Juana.
Ni que decir tiene que la bella Isabel fue la responsable, mientras que duraron sus relaciones, de muchas de las decisiones políticas del monarca, coincidiendo la mayoría de ellas con resoluciones reales de marcado corte aperturista. Estaba claro que el señor zapatero supo transmitir a su hija sus ideas frescas y antiabsolutistas. Por poner un ejemplo, y barriendo para casa, la villa de Bornos fue incluida en el listado en el que se convocaban plazas de médico para balnearios (por Decreto de 1816), y todo ello aprovechando nuestras aguas sulfurosas y medicinales. Esta provisión de un médico, era tan solo una ínfima parte del proyecto que para Bornos estaba aprobado, y que consistía en la construcción de un majestuoso balneario que fuese la envidia de todos los existentes en España.
El proyecto no se llevó a cabo por dos motivos: por el pronunciamiento de Riego, que hizo que durante tres años se paralizasen todas las decisiones reales, y por las pesquisas que llevaron a cabo tras la caída del gobierno constitucional, los partidarios del rey, persiguiendo a todo lo que oliese a liberal, y de las que el zapatero bornicho fue declarado culpable de tomar parte activamente en la preparación del golpe de Riego. Aunque no fue ejecutado, gracias a las influencias que su hija ejercía en el monarca, las relaciones amorosas entre el rey Fernando e Isabel no volvieron a ser las que fueron, enfriándose y llegando incluso a desaparecer.
Aun así, en sus últimos años de vida, y todo por la pasión que sentía por la bornicha, y en su honor, se atrevió a bautizar a su hija, futura reina de España, con el nombre de Isabel.
Domingo
lunes, 12 de marzo de 2012
DARWIN Y LA EVOLUCIÓN HUMANA
Subido en la máquina del tiempo, me veo transportado al año 2810, o al 2746, o incluso más cercano a nuestros tiempos todavía, al 2489.
Y hago este viaje en el tiempo después de haber oído una canción del grupo mexicano Maná, concretamente la canción titulada “labios compartidos” (quien no la conozca, que lo haga, por favor). En ella, el machote latino, se resiste a perder la posesión de la mujer que ama; se opone a compartir el cuerpo que tanto desea; se niega a repartir sus mejores momentos con otros; e incluso, admitiendo su debilidad ante su amada, rehúye de toda idea que huela a distribución de la propiedad.
Os imagináis los que pensarán los habitantes de 2810, o los del 2746, o incluso más cercano a nuestros tiempos todavía, los del 2489, cuando lean la mencionada canción de Maná. Se reirán de nosotros, nos injuriarán, nos ridiculizarán al comentar nuestros actuales comportamientos.
En una sociedad, la del 2810 ( ……….), donde el amor será libre, donde la igualdad de todos/as será incuestionable, donde no existirá la palabra “justicia”, ya que la persona y sus comportamientos serán de por sí “justos”, donde la palabra posesión no existirá; donde no existirán familias, ni padres, ni madres, ni hijas ni hijos, ni Rajoys ni Zapateros. Donde ya no existirán los apellidos, ni los nombres. Donde, conseguido ya todo por el ser humano, nadie nos tendrá que decir lo que tenemos que hacer, campando a nuestras anchas sin hacer mal a nadie. Donde se nos conocerán por un número, por un conjunto de letras o por un símbolo. Donde, tendrán conversaciones como ésta:
- 42567: Qué ridículos eran hace ocho siglos.
- 42832: más que ridículos, yo diría que eran atrasados mentales.
- 42567: En que cabeza cabe que los pechos de 45871 iban a ser tan solo para mí; o que el pene de 42111 no iba a ser disfrutado por mi rajita.
- 47772: jajajajaja; mirad lo que dice este verso: “yo no puedo compartir tus labios”; jajajajaja. Será gilipollas un tío.
- 42832: está claro que el ser humano es pura evolución.
- 47772: de acuerdo en lo referente a evolución del ser humano, pero no creo yo que el que escribió esta canción estuviera en la misma cadena genética que nosotros. Mira, mira lo que dice aquí: “Te amo con toda mi fe sin medida...”
- 42567: está claro que hay gente pa tó.
Por todo eso, por lo que estamos consiguiendo hoy, en 2012, y como vamos por tan buen camino, tengo ganas ya que llegue el 2810, o el 2746, o incluso más cercano a nuestros tiempos todavía, el 2489.
Domingo
Y hago este viaje en el tiempo después de haber oído una canción del grupo mexicano Maná, concretamente la canción titulada “labios compartidos” (quien no la conozca, que lo haga, por favor). En ella, el machote latino, se resiste a perder la posesión de la mujer que ama; se opone a compartir el cuerpo que tanto desea; se niega a repartir sus mejores momentos con otros; e incluso, admitiendo su debilidad ante su amada, rehúye de toda idea que huela a distribución de la propiedad.
Os imagináis los que pensarán los habitantes de 2810, o los del 2746, o incluso más cercano a nuestros tiempos todavía, los del 2489, cuando lean la mencionada canción de Maná. Se reirán de nosotros, nos injuriarán, nos ridiculizarán al comentar nuestros actuales comportamientos.
En una sociedad, la del 2810 ( ……….), donde el amor será libre, donde la igualdad de todos/as será incuestionable, donde no existirá la palabra “justicia”, ya que la persona y sus comportamientos serán de por sí “justos”, donde la palabra posesión no existirá; donde no existirán familias, ni padres, ni madres, ni hijas ni hijos, ni Rajoys ni Zapateros. Donde ya no existirán los apellidos, ni los nombres. Donde, conseguido ya todo por el ser humano, nadie nos tendrá que decir lo que tenemos que hacer, campando a nuestras anchas sin hacer mal a nadie. Donde se nos conocerán por un número, por un conjunto de letras o por un símbolo. Donde, tendrán conversaciones como ésta:
- 42567: Qué ridículos eran hace ocho siglos.
- 42832: más que ridículos, yo diría que eran atrasados mentales.
- 42567: En que cabeza cabe que los pechos de 45871 iban a ser tan solo para mí; o que el pene de 42111 no iba a ser disfrutado por mi rajita.
- 47772: jajajajaja; mirad lo que dice este verso: “yo no puedo compartir tus labios”; jajajajaja. Será gilipollas un tío.
- 42832: está claro que el ser humano es pura evolución.
- 47772: de acuerdo en lo referente a evolución del ser humano, pero no creo yo que el que escribió esta canción estuviera en la misma cadena genética que nosotros. Mira, mira lo que dice aquí: “Te amo con toda mi fe sin medida...”
- 42567: está claro que hay gente pa tó.
Por todo eso, por lo que estamos consiguiendo hoy, en 2012, y como vamos por tan buen camino, tengo ganas ya que llegue el 2810, o el 2746, o incluso más cercano a nuestros tiempos todavía, el 2489.
Domingo
sábado, 10 de marzo de 2012
BORNOS EN LA HISTORIA (IX).
Hay siglo XIX, siglo XIX; mi querido y añorado siglo XIX. Hasta entonces, y desde la toma del reino de Granada a manos de los Reyes Católicos, todo habían sido guerras, alianzas, entradas a raudales de dinero, gastos por encima de las posibilidades y vasallaje camuflado.
Pero el siglo XIX amaneció con los nuevos aires nacidos de la revolución francesa. Aires de libertad, de igualdad, de romper con esa realidad impuesta por las clases poderosas, incluida la iglesia. Aires de enseñanza, de cultura, de saber, de poder participar en el presente y futuro de nuestro pueblo.
Y tuvieron la suerte en la ciudad de Cádiz (a mi modesto entender, por ubicación geográfica y no porque Cádiz fuese manantial de libertades), de construir la estación donde pararía el primer tren de las libertades en la historia de España, y todo ello mientras en muchos pueblos de la provincia se combatía al invasor francés. Mencionar localidades como Algodonales, Grazalema, Alcalá de los Gazules o Bornos, donde los lugareños soportaron como pudieron con su sangre, la incapacidad gabacha por conseguir la plaza de Cádiz. Por eso, y perdonarme que haga un inciso, me chirrían todos los fastos, celebraciones y halagos que se está llevando la ciudad de Cádiz con lo del bicentenario, ciudad ésta en la que con toda seguridad no se hubiera podido aprobar nuestro primer texto constitucional a no ser que en la campiña y en la sierra gaditana no se hubiera estado instigando a las tropas francesas; pero así es la vida.
Y volviendo al tren de las libertades, aquél que por primera vez pasó por Cádiz, y que tras atiborrarse de ilusiones con las ventanas abiertas para el paso de nuevos aires, fuese desalojado por el que para mí ha sido el peor monarca que hemos tenido, y me refiero a Fernando VII, observamos que gozamos en la provincia de una nueva oportunidad. Ese mismo tren, el de las libertades, el que pocos años antes tuvo que irse sin pasajeros, vuelve a parar nuevamente en la provincia, construyendo en esta ocasión dos estaciones: una en Cádiz, en la casa de los hermanos Isturiz (actualmente ocupada por el Casino Gaditano, y en el que realicé una de las presentaciones de mi primer libro), y la otra en nuestro pueblo, en nuestro pueblo de Bornos.
Seguramente, mientras en esa casa de los Isturiz, sita en la plaza de San Antonio de Cádiz, los masones y liberales, entre los que se encontraban Mendizábal y Alcalá Galiano entre otros, preparaban el golpe militar que intentaría que el tren de las libertades enlazase con el cordón umbilical europeo, en Bornos, el maquinista de dicho tren, el entonces teniente Coronel Riego, estaría deleitándose con nuestras aguas, con nuestros olores, con nuestras panorámicas. Me imagino al ilustre ferroviario paseando por los jardines de nuestro castillo palacio en aquellos días de diciembre, o subiendo a la piedra rodadera y desde allí, deleitarse con el serpenteo del Guadalete y con la silueta de la sierra gaditana asemejándose a la de una mujer tendida; me lo imagino paseando por aquellas huertas y quedándose extasiado con las explicaciones que nuestros ancestros le darían sobre el fruto de los damascos, árboles que por entonces el eminente ferroviario sólo disfrutaría en sus primera flores. Incluso me imagino el mar de dudas que pasaría por su cabeza, cuando los ya mencionados Mendizábal y Alcalá Galiano, le comunicaron que era el momento propicio para la algarada militar y para que el tan anhelado tren comenzase a hacer chu chu chu. Seguramente, las primeras palabras de Riego fuesen las siguientes: “por favor, señores, dejadme un ratito más aquí”.
Domingo
Pero el siglo XIX amaneció con los nuevos aires nacidos de la revolución francesa. Aires de libertad, de igualdad, de romper con esa realidad impuesta por las clases poderosas, incluida la iglesia. Aires de enseñanza, de cultura, de saber, de poder participar en el presente y futuro de nuestro pueblo.
Y tuvieron la suerte en la ciudad de Cádiz (a mi modesto entender, por ubicación geográfica y no porque Cádiz fuese manantial de libertades), de construir la estación donde pararía el primer tren de las libertades en la historia de España, y todo ello mientras en muchos pueblos de la provincia se combatía al invasor francés. Mencionar localidades como Algodonales, Grazalema, Alcalá de los Gazules o Bornos, donde los lugareños soportaron como pudieron con su sangre, la incapacidad gabacha por conseguir la plaza de Cádiz. Por eso, y perdonarme que haga un inciso, me chirrían todos los fastos, celebraciones y halagos que se está llevando la ciudad de Cádiz con lo del bicentenario, ciudad ésta en la que con toda seguridad no se hubiera podido aprobar nuestro primer texto constitucional a no ser que en la campiña y en la sierra gaditana no se hubiera estado instigando a las tropas francesas; pero así es la vida.
Y volviendo al tren de las libertades, aquél que por primera vez pasó por Cádiz, y que tras atiborrarse de ilusiones con las ventanas abiertas para el paso de nuevos aires, fuese desalojado por el que para mí ha sido el peor monarca que hemos tenido, y me refiero a Fernando VII, observamos que gozamos en la provincia de una nueva oportunidad. Ese mismo tren, el de las libertades, el que pocos años antes tuvo que irse sin pasajeros, vuelve a parar nuevamente en la provincia, construyendo en esta ocasión dos estaciones: una en Cádiz, en la casa de los hermanos Isturiz (actualmente ocupada por el Casino Gaditano, y en el que realicé una de las presentaciones de mi primer libro), y la otra en nuestro pueblo, en nuestro pueblo de Bornos.
Seguramente, mientras en esa casa de los Isturiz, sita en la plaza de San Antonio de Cádiz, los masones y liberales, entre los que se encontraban Mendizábal y Alcalá Galiano entre otros, preparaban el golpe militar que intentaría que el tren de las libertades enlazase con el cordón umbilical europeo, en Bornos, el maquinista de dicho tren, el entonces teniente Coronel Riego, estaría deleitándose con nuestras aguas, con nuestros olores, con nuestras panorámicas. Me imagino al ilustre ferroviario paseando por los jardines de nuestro castillo palacio en aquellos días de diciembre, o subiendo a la piedra rodadera y desde allí, deleitarse con el serpenteo del Guadalete y con la silueta de la sierra gaditana asemejándose a la de una mujer tendida; me lo imagino paseando por aquellas huertas y quedándose extasiado con las explicaciones que nuestros ancestros le darían sobre el fruto de los damascos, árboles que por entonces el eminente ferroviario sólo disfrutaría en sus primera flores. Incluso me imagino el mar de dudas que pasaría por su cabeza, cuando los ya mencionados Mendizábal y Alcalá Galiano, le comunicaron que era el momento propicio para la algarada militar y para que el tan anhelado tren comenzase a hacer chu chu chu. Seguramente, las primeras palabras de Riego fuesen las siguientes: “por favor, señores, dejadme un ratito más aquí”.
Domingo
NATIONAL GEOGRAPHIC
Me llamó el pasado sábado un amigo para pasarnos por el centro de Cádiz, concretamente por los callejones y el Barrio de la Viña, con el fin de asistir al Carnaval Chiquito o de los Jartibles, como popularmente se conoce. La verdad era que no tenía ganas y ya estaba harto de kevincosnear, que es lo que he hecho en el carnaval de este año con mi hija de trece.
Así que decidí quedarme en casa viendo un programa de la National Geographic (todavía se queda bien, diciendo que uno ve esos tipos de programas) en el que un león herido del Serenguety era atacado por una jauría de hienas.
Después de recostarme en mi butacón, abrí, al igual que mi señora, una bolsa de pipas G, y comencé a deleitarme con ellas. Nervioso. El joio león cojo me tenía nervioso. Las sonrientes hienas no paraban de darle por c… al rey de la selva. Vaya rey. Y cada vez había más hienas. Y los buitres pululaban, festejando lo que se le venía encima. Y el león cada vez más cojo. ¡Vaya Rey!. Y que nadie le ayudaba. Coño (perdón), decía yo, que le ayuden los cámaras y que le curen esa pata. Y nada. Las hienas dando por culo….; un bocaito por aquí, un bocaito por allá; “bocaito, bocaito, bocaito, hay bocaito” (Bienvenido).
Toma, me dijo mi mujer, el escudo del Sevilla, refiriéndose a la pegatina que le había salido en la bolsa de pipas.
Como buen bético que soy, le contesté:
- Coño (perdón), te podía haber salido otro. Ya me diste la noche. Seguro que se cargan al león, ya verás.
Inmediatamente, más nervioso aun , con el fin de salvar la noche, comencé a rebuscar en mi bolsa de pipas G, a ver si me salía la pegatina del Betis.
No me lo podía creer lo que veían mis ojos: dentro de la bolsa de pipas había una pegatina de bornichos por el mundo. Increíble.
Y como por ensalmo, al mismo tiempo que se me iluminaba la cara al ver la pegatina bornicha, observé de soslayo como el león, tras un potente rugido, que hizo que se sobresaltase mi mujer, asió entre sus dientes a una de las hienas, la más grande, la que más por c… estaba dando, y comenzó a girar sobre sus patas traseras como si de una reolina se tratase sin soltar a la herida hiena, que ya no reías, hasta que la soltó sobre un grupo de cuatro hembras hambrientas. El impacto fue tal que tres de ellas veían como se le fracturaban sus patas delanteras y, la cuarta, quedaba inconsciente al impactar la cabeza de su compañera arrojada, contra la suya.
A mi me faltaban ojos. No sabía si mirar mi mano derecha, donde lucía esplendorosa la pegatina de bornichos por el mundo, o ver como el renacido Rey volvía al ataque y lograba que las ya no sonrientes hienas huyeran en desbandada.
Venció el león, y la noche, pese a la dichosa pegatina del equipo de fútbol que le salió a mi mujer en la bolsa de pipas, fue completa.
Así que decidí quedarme en casa viendo un programa de la National Geographic (todavía se queda bien, diciendo que uno ve esos tipos de programas) en el que un león herido del Serenguety era atacado por una jauría de hienas.
Después de recostarme en mi butacón, abrí, al igual que mi señora, una bolsa de pipas G, y comencé a deleitarme con ellas. Nervioso. El joio león cojo me tenía nervioso. Las sonrientes hienas no paraban de darle por c… al rey de la selva. Vaya rey. Y cada vez había más hienas. Y los buitres pululaban, festejando lo que se le venía encima. Y el león cada vez más cojo. ¡Vaya Rey!. Y que nadie le ayudaba. Coño (perdón), decía yo, que le ayuden los cámaras y que le curen esa pata. Y nada. Las hienas dando por culo….; un bocaito por aquí, un bocaito por allá; “bocaito, bocaito, bocaito, hay bocaito” (Bienvenido).
Toma, me dijo mi mujer, el escudo del Sevilla, refiriéndose a la pegatina que le había salido en la bolsa de pipas.
Como buen bético que soy, le contesté:
- Coño (perdón), te podía haber salido otro. Ya me diste la noche. Seguro que se cargan al león, ya verás.
Inmediatamente, más nervioso aun , con el fin de salvar la noche, comencé a rebuscar en mi bolsa de pipas G, a ver si me salía la pegatina del Betis.
No me lo podía creer lo que veían mis ojos: dentro de la bolsa de pipas había una pegatina de bornichos por el mundo. Increíble.
Y como por ensalmo, al mismo tiempo que se me iluminaba la cara al ver la pegatina bornicha, observé de soslayo como el león, tras un potente rugido, que hizo que se sobresaltase mi mujer, asió entre sus dientes a una de las hienas, la más grande, la que más por c… estaba dando, y comenzó a girar sobre sus patas traseras como si de una reolina se tratase sin soltar a la herida hiena, que ya no reías, hasta que la soltó sobre un grupo de cuatro hembras hambrientas. El impacto fue tal que tres de ellas veían como se le fracturaban sus patas delanteras y, la cuarta, quedaba inconsciente al impactar la cabeza de su compañera arrojada, contra la suya.
A mi me faltaban ojos. No sabía si mirar mi mano derecha, donde lucía esplendorosa la pegatina de bornichos por el mundo, o ver como el renacido Rey volvía al ataque y lograba que las ya no sonrientes hienas huyeran en desbandada.
Venció el león, y la noche, pese a la dichosa pegatina del equipo de fútbol que le salió a mi mujer en la bolsa de pipas, fue completa.
miércoles, 7 de marzo de 2012
MUJERES VALIENTES.
Tras leer la prensa esta mañana, entre ERES, financiaciones autonómicas, ajustes presupuestarios y la final de la copa del Rey de fútbol, me llamó la atención la noticia que aparecía en la revista norteamericana “Newsweek”, en la que se anunciaba la lista de mujeres más valientes del mundo.
Sí señoras y señores, las más valientes del mundo (¡más todavía!, me dije yo). Y entre todas estas heroínas, intrépidas y valerosas mujeres, no se encontraban Agustina de Aragón, la Dama de Elche o la Lola se va pa los puertos; ni siquiera la Belén Esteban se encontraba en el mencionado listado de mujeres valerosas y valientes (más todavía; uffff).
Entre ese cúmulo de chispa, arrojo, intrepidez, bravura, y un sinfín de calificativos, nos encontramos a tres grandes mujeres (bueno, una de ellas no llega a la media, aunque reconcentrada) que con su buen hacer, han merecido por méritos propios su catalogación como “VALIENTES DE ESPAÑA”. Y estas tres mujeres son Edurne Pasabán (la montañista), Pilar Manjón (la presidenta de la Asociación 11-M) y Soraya Sáenz de Santamaría (una chica que de un tiempo acá, no deja de salir a diario en los informativos).
Tras leer la noticia, no hice sino alegrarme. Y alegrarme porque, ¿saben ustedes las repercusiones que puede tener este anuncio, no sólo en nuestra maltrecha economía, sino en la economía mundial? ¿Pensáis que tras esta noticia, los especuladores van a atreverse con nuestra economía? ¿Sabéis que tras este comunicado, nuestra bolsa no volverá a tener un descenso tan brusco como el que tuvo ayer martes?
Y así será. Tres mujeres valientes, intrépidas y valerosas, sacarán a España del pozo en el que estamos hundidos.
Y yo me pregunto, ¿Por qué la revista “Newsweek” no publicaría esta lista hace tres o cuatro años, antes de la crisis, cuando, y me consta, estas tres mujeres ya habían demostrado de sobra su valentía.
Domingo
Sí señoras y señores, las más valientes del mundo (¡más todavía!, me dije yo). Y entre todas estas heroínas, intrépidas y valerosas mujeres, no se encontraban Agustina de Aragón, la Dama de Elche o la Lola se va pa los puertos; ni siquiera la Belén Esteban se encontraba en el mencionado listado de mujeres valerosas y valientes (más todavía; uffff).
Entre ese cúmulo de chispa, arrojo, intrepidez, bravura, y un sinfín de calificativos, nos encontramos a tres grandes mujeres (bueno, una de ellas no llega a la media, aunque reconcentrada) que con su buen hacer, han merecido por méritos propios su catalogación como “VALIENTES DE ESPAÑA”. Y estas tres mujeres son Edurne Pasabán (la montañista), Pilar Manjón (la presidenta de la Asociación 11-M) y Soraya Sáenz de Santamaría (una chica que de un tiempo acá, no deja de salir a diario en los informativos).
Tras leer la noticia, no hice sino alegrarme. Y alegrarme porque, ¿saben ustedes las repercusiones que puede tener este anuncio, no sólo en nuestra maltrecha economía, sino en la economía mundial? ¿Pensáis que tras esta noticia, los especuladores van a atreverse con nuestra economía? ¿Sabéis que tras este comunicado, nuestra bolsa no volverá a tener un descenso tan brusco como el que tuvo ayer martes?
Y así será. Tres mujeres valientes, intrépidas y valerosas, sacarán a España del pozo en el que estamos hundidos.
Y yo me pregunto, ¿Por qué la revista “Newsweek” no publicaría esta lista hace tres o cuatro años, antes de la crisis, cuando, y me consta, estas tres mujeres ya habían demostrado de sobra su valentía.
Domingo
sábado, 3 de marzo de 2012
BORNOS EN LA HISTORIA (VIII)
La segunda entrada de “Bornos en la Historia” (9-11-2011) nos hablaba de la diáspora de un grupo de familia de la civilización conocida como del “Bujerilius”, por distintos puntos de la geografía europea y española. La mayor parte de este grupo de emigrantes, como ya contamos, se asentó en la zona conocida como la Sancelonense (de Sant Celoni), echando raíces en la zona.
Unos veinte siglos más tardes, allá a principios del siglo XVII, durante el reinado de Felipe IV (1621-1665), nuestra España, a pesar de su gran poder territorial, estaba inmersa en un sinfín de problemas bélicos, tanto internos como externos.
Uno de los frentes que el monarca tenía abierto, y en especial sus validos, el Duque de Lerma (responsable de la expulsión de los moriscos) y el Conde Duque de Olivares, era con la Generalidad catalana. Los catalanes no estaban por la labor de pagar impuestos para sufragar las campañas bélicas del monarca. Y en este clima de desacuerdo hacia el poder central, surgió el problema del bandolerismo.
Es por entonces cuando surge la figura de Joan Salas i Ferrer, bandolero conocido con el nombre de Serrallonga. Nacido en Viladrau, organizó una partida de bandoleros que actuó principalmente por la Sierra de las Guillerías, aunque parece ser que su triángulo de actuaciones contra el poder nobiliario se expandía entre las localidades de Viladrau, Sant Hilari Sacalm y Sant Celoni. Junto a sus compañeros de partida Tallaferro, Petit Comí, Xafarroques o El Fadri de Sau, entre otros, actuó como un Robin Hood, robando a los ricos para ayudar a los más necesitados.
No hay constancia escrita, aunque sí nos han llegados noticias que han pasado de padres a hijos, de que descendientes de aquellas familias que veinte siglos antes habían emigrado desde el “Bujerilius” , formaron parte de la famosa partida de Serrallonga. Y es más, hay constancia que parientes de esos emigrantes bujerilianos, viajaron desde la villa gaditana de Bornnes, con su espíritu emprendedor y de búsqueda de aventuras característico de los habitantes de esa villa, a formar parte de la mencionada partida de bandoleros.
También se cree que fue uno de esos tardo emigrantes, el que acabó con la vida de Xafarroques, lugarteniente de Serrallonga, quien, hecho preso, delató a su jefe y a todos los integrantes de la partida.
Dedicado a los bornichos que un día tuvieron que abandonar nuestra tierra, porque allá donde están, siguen formando parte de la historia de Bornos.
Domingo
Unos veinte siglos más tardes, allá a principios del siglo XVII, durante el reinado de Felipe IV (1621-1665), nuestra España, a pesar de su gran poder territorial, estaba inmersa en un sinfín de problemas bélicos, tanto internos como externos.
Uno de los frentes que el monarca tenía abierto, y en especial sus validos, el Duque de Lerma (responsable de la expulsión de los moriscos) y el Conde Duque de Olivares, era con la Generalidad catalana. Los catalanes no estaban por la labor de pagar impuestos para sufragar las campañas bélicas del monarca. Y en este clima de desacuerdo hacia el poder central, surgió el problema del bandolerismo.
Es por entonces cuando surge la figura de Joan Salas i Ferrer, bandolero conocido con el nombre de Serrallonga. Nacido en Viladrau, organizó una partida de bandoleros que actuó principalmente por la Sierra de las Guillerías, aunque parece ser que su triángulo de actuaciones contra el poder nobiliario se expandía entre las localidades de Viladrau, Sant Hilari Sacalm y Sant Celoni. Junto a sus compañeros de partida Tallaferro, Petit Comí, Xafarroques o El Fadri de Sau, entre otros, actuó como un Robin Hood, robando a los ricos para ayudar a los más necesitados.
No hay constancia escrita, aunque sí nos han llegados noticias que han pasado de padres a hijos, de que descendientes de aquellas familias que veinte siglos antes habían emigrado desde el “Bujerilius” , formaron parte de la famosa partida de Serrallonga. Y es más, hay constancia que parientes de esos emigrantes bujerilianos, viajaron desde la villa gaditana de Bornnes, con su espíritu emprendedor y de búsqueda de aventuras característico de los habitantes de esa villa, a formar parte de la mencionada partida de bandoleros.
También se cree que fue uno de esos tardo emigrantes, el que acabó con la vida de Xafarroques, lugarteniente de Serrallonga, quien, hecho preso, delató a su jefe y a todos los integrantes de la partida.
Dedicado a los bornichos que un día tuvieron que abandonar nuestra tierra, porque allá donde están, siguen formando parte de la historia de Bornos.
Domingo
lunes, 27 de febrero de 2012
INFLUJO VERSUS COINCIDENCIA.
Me encontraba esta tarde esperando el paso de la cabalgata de carnaval en la cafetería de un conocido hotel de la capital gaditana, en la que he coincidido años atrás con algunos bornichos, cuando llamó mi atención, en el descanso del partido de fútbol que jugaban el Sporting de Gijón y el Atlético de Madrid, el resumen de la Copa del Rey de baloncesto. Y me llamó la atención porque, después de muchos años, diecinueve, según el diario Marca, el Real Madrid se proclamaba campeón después de pasar por encima del Barcelona Regal.
Después de varios años de no levantar la Copa, el Real Madrid se proclamaba campeón.
Esta victoria, unida a la gran campaña que está haciendo el equipo de fútbol del Real Madrid, llevando diez puntos de ventaja a su máximo rival, el F.C. Barcelona, hicieron hacerme unas preguntas. ¿Qué está pasando en España? ¿Qué ha ocurrido en las dos máximas competiciones españolas (fútbol y baloncesto), para que de pronto, como por arte de birlibirloque, las sonrisas y jolgorios cambien de acera? ¿Es normal que de buenas a primeras, los que hasta hace pocas fechas tenían que conformarse con ser segundos, pasen como por ensalmo a convertirse en indiscutibles líderes?
Algo ha tenido que suceder –me dije- para que esto ocurra así. ¿Los entrenadores?, ¿los jugadores?, ¿los equipos directivos?, ¿los árbitros?
Puede. Puede que todos tengan su parte de culpa en este cambio de rumbo.
¿O quizás –pensé también-, haya fuerzas ajenas al deporte que sean las verdaderas motivadoras de esta metamorfosis?
Y fue entonces, buscando esas causas ajenas, cuando caí, y no sé por qué, en la influencia que pudiera acarrear el último cambio de gobierno.
¿Tendrá algo que ver el hecho de que el señor Zapatero fuese un reconocido culé, todo lo contrario que el señor Rajoy, declarado un entusiasta merengón? ¿Podríamos estar en los comienzos de una era en la que, a semejanza de aquélla otra (que mejor no recordar para algunos) el color blanco era el predominante en la consecución de títulos, siendo tildado de favores gubernamentales? ¿Estaremos entrando en una etapa en la que la alternancia deportiva coincida con la alternancia política?
Ufff, esperemos que no; pero yo, a los hechos me remito. Vosotros opinaréis.
Domingo
Después de varios años de no levantar la Copa, el Real Madrid se proclamaba campeón.
Esta victoria, unida a la gran campaña que está haciendo el equipo de fútbol del Real Madrid, llevando diez puntos de ventaja a su máximo rival, el F.C. Barcelona, hicieron hacerme unas preguntas. ¿Qué está pasando en España? ¿Qué ha ocurrido en las dos máximas competiciones españolas (fútbol y baloncesto), para que de pronto, como por arte de birlibirloque, las sonrisas y jolgorios cambien de acera? ¿Es normal que de buenas a primeras, los que hasta hace pocas fechas tenían que conformarse con ser segundos, pasen como por ensalmo a convertirse en indiscutibles líderes?
Algo ha tenido que suceder –me dije- para que esto ocurra así. ¿Los entrenadores?, ¿los jugadores?, ¿los equipos directivos?, ¿los árbitros?
Puede. Puede que todos tengan su parte de culpa en este cambio de rumbo.
¿O quizás –pensé también-, haya fuerzas ajenas al deporte que sean las verdaderas motivadoras de esta metamorfosis?
Y fue entonces, buscando esas causas ajenas, cuando caí, y no sé por qué, en la influencia que pudiera acarrear el último cambio de gobierno.
¿Tendrá algo que ver el hecho de que el señor Zapatero fuese un reconocido culé, todo lo contrario que el señor Rajoy, declarado un entusiasta merengón? ¿Podríamos estar en los comienzos de una era en la que, a semejanza de aquélla otra (que mejor no recordar para algunos) el color blanco era el predominante en la consecución de títulos, siendo tildado de favores gubernamentales? ¿Estaremos entrando en una etapa en la que la alternancia deportiva coincida con la alternancia política?
Ufff, esperemos que no; pero yo, a los hechos me remito. Vosotros opinaréis.
Domingo
BORNOS EN LA HISTORIA (VII).
Pasado ya el carnaval, aunque por estos lares todavía queda lo que llaman el carnaval chiquito o el de los “jartibles”, se nos echa encima la campaña electoral para nuestra Comunidad Autónoma, campaña electoral ésta que dicho sea de paso, y debido a la grave crisis que nos asola, y según fuentes casi oficiales que me han llegado a los oídos, van a sufragar de sus propios bolsillos los mismos candidatos. Todo un detalle por su parte.
Pero no, siguiendo con mi línea, no voy a hablar de política. Voy a cumplir con la promesa que hice en su día, de seguir con la “Otra historia de Bornos”, y cuyos primeros capítulos ya publicamos en este blog durante la pre-campaña electoral de las pasadas elecciones generales, y de las que, por abrumadora mayoría, salió victorioso el PP (más de lo mismo: como dice el dicho, “los mismos perros con distinto collar”, por mucho que se enfaden unos y otros).
Dicho esto, seguiremos con la 7ª entrega de “Bornos en la historia”, queriendo recordar que la anterior entrega discurría a finales del sigo XV y principios del XVI, concretamente con el hecho del descubrimiento de América y con la figura del monarca Carlos I, nuestro primer rey de la dinastía de los Austria o de los Habsburgo.
La expansión española tras el descubrimiento de América, abrió, por primera vez en nuestra historia, las puertas de una emigración masiva allende los mares. Hasta ahora, y como ya dejamos escrito en nuestras anteriores entregas, nuestros ancestros se habían ceñidos a hacer alguna que otra incursión por distintos puntos de nuestra península o por algún punto en concreto de países vecinos.
Fue así como, a partir de la segunda expedición española a tierras descubiertas, las naves se llenaron de tripulantes de los más recónditos rincones de la geografía española, siendo extremeños y andaluces los más asiduos en buscar nuevos horizontes (lo de la pobreza de estas dos regiones españolas no son realidades de la España actual, sino que viene de muy atrás en el tiempo).
No hay dato alguno que pruebe que entre los miembros de las tripulaciones de las distintas expediciones al nuevo mundo, se encontrase algún bornicho, y eso es extraño, ya que de todos es sabido, que allá donde haya algo novedoso para después poderlo contar, allá habrá un bornicho.
Pero si en los primeros viajes a tierras americanas no nos consta que hubiese ningún paisano, no se puede decir lo mismo de la expedición organizada por Fernando de Magallanes, que con el fin de buscar un camino alternativo al utilizado por los portugueses para llegar a las Indias Orientales (bordeando el continente africano hasta llegar al océano Índico), en busca de las tan preciadas especias, acabó por ser la primera expedición que consiguió dar la vuelta al mundo.
Pues bien, tras conseguir don Fernando de Magallanes, con la ayuda del obispo de Burgos, el consentimiento real (Carlos I) de llevar a cabo esta expedición, comenzó el alistamiento de la dotación de las cinco naves (Trinidad, Concepción, San Antonio, Victoria y Santiago) que el 20 de septiembre de 1519 partirían desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda en búsqueda de las islas de las Especias por el camino de occidente. La tripulación, en un número de 234 repartidos entre las cinco naves, era mayoritariamente de origen portugués o vasco, aunque bien es verdad que también fue considerable el número de marineros procedentes de las provincias de Sevilla y Cádiz.
Ni que decir tiene que la tradición marinera en el pueblo de Bornos, y más por aquellos años de principios del siglo XVI, era por decirlo de alguna manera, totalmente nula. Pero no toda la tripulación debería de ser marinera. Había un puesto en cada una de las naves, y así lo entendía el comandante Magallanes, que tenía una importancia mayúscula. Este puesto era el de cocinero.
Con el fin de reclutar a cinco cocineros, uno por embarcación, se llevaron a cabo en las provincias de Sevilla y Cádiz un sinfín de pruebas (lo que hoy llamamos castings), resultando elegidos dos cocineros sevillanos, un vasco, uno de la ciudad de Cádiz y un quinto de la localidad de Bornos. Concretamente, y así no lo relata el cronista de la expedición, el veneciano Antonio Pigafetta, el cocinero bornicho fue elegido gracias a los tres platos que preparó. He de decir que las pruebas de la elección de cocineros consistían en la preparación de tres diferentes platos, destinados el primero para la tripulación, el segundo para cartógrafos y personal sanitario, y el tercero para los oficiales del barco. Según nos relata Pigafetta, el cocinero bornicho, al que le conocían como Bo, preparó una sopa fresca para la tripulación, un abajao para los cartógrafos y personal sanitario, y una suculenta berza para los oficiales. Tras degustar tan ricos manjares, no hubo discusión alguna en su elección, y así nos vemos al cocinero bornicho, embarcado en la nave Victoria, partiendo del puerto de Sevilla para, tras recalar en Sanlúcar, partir con rumbo a lo desconocido.
Mil y una calamidades pasaron los tripulantes de la expedición: conspiraciones, rebeliones a bordo, deserciones, hambrunas, escorbuto, abordajes, y un sinfín de muertes.
Tras conseguir bordear todo el continente americano y pasar al océano Pacífico por el que llamaron estrecho de Todos los Santos (actualmente estrecho de Magallanes), consiguieron llegar a las islas Molucas, comprobando que habían conseguido su objetivo: llegar al Extremo Oriente. A continuación, se adentran en el archipiélago filipino y comienzan a tener contactos con los indígenas de la zona (en uno de ellos muere Fernando de Magallanes).
Con el fin de almacenar todo el material y provisiones que iban consiguiendo, buscaron una isla algo alejada de las innumerables tribus de la zona que, alentados por los portugueses, no cesaban de atacar a los miembros de la expedición española. Y es entonces cuando el cocinero bornicho, divisó en lontananza, una gran isla (mayor que el resto; de hecho es la cuarta mayor isla de todo el planeta, después de Australia, Groenlandia y Nueva Guinea), desembarcando en ella y quedándose como único representante de la expedición española, mientras que el resto de la misma se dedicaba a navegar por las innumerables islas buscando especias.
Nunca más se supo del cocinero de Bornos, ya que la nave Victoria (la única que quedaba por entonces de las cinco que salieron de Sanlúcar de Barrameda), al mando de Juan Sebastián Elcano, partió para España, llegando en septiembre de 1522 al mismo puerto del que partieron tres años antes, después de haber dado la primera vuelta al mundo.
Lo único que se sabe, y así lo dejó plasmado en sus escritos el cronista Pigafetta, es que el cocinero de Bornos, Bo, quedó abandonado en la isla que se conoce actualmente como Borneo (Indonesia). El origen del nombre de esa isla nunca se supo, pero, ¿podría deberse su nombre en honor de nuestro cocinero? Quizás algún día se sepa.
Domingo
Pero no, siguiendo con mi línea, no voy a hablar de política. Voy a cumplir con la promesa que hice en su día, de seguir con la “Otra historia de Bornos”, y cuyos primeros capítulos ya publicamos en este blog durante la pre-campaña electoral de las pasadas elecciones generales, y de las que, por abrumadora mayoría, salió victorioso el PP (más de lo mismo: como dice el dicho, “los mismos perros con distinto collar”, por mucho que se enfaden unos y otros).
Dicho esto, seguiremos con la 7ª entrega de “Bornos en la historia”, queriendo recordar que la anterior entrega discurría a finales del sigo XV y principios del XVI, concretamente con el hecho del descubrimiento de América y con la figura del monarca Carlos I, nuestro primer rey de la dinastía de los Austria o de los Habsburgo.
La expansión española tras el descubrimiento de América, abrió, por primera vez en nuestra historia, las puertas de una emigración masiva allende los mares. Hasta ahora, y como ya dejamos escrito en nuestras anteriores entregas, nuestros ancestros se habían ceñidos a hacer alguna que otra incursión por distintos puntos de nuestra península o por algún punto en concreto de países vecinos.
Fue así como, a partir de la segunda expedición española a tierras descubiertas, las naves se llenaron de tripulantes de los más recónditos rincones de la geografía española, siendo extremeños y andaluces los más asiduos en buscar nuevos horizontes (lo de la pobreza de estas dos regiones españolas no son realidades de la España actual, sino que viene de muy atrás en el tiempo).
No hay dato alguno que pruebe que entre los miembros de las tripulaciones de las distintas expediciones al nuevo mundo, se encontrase algún bornicho, y eso es extraño, ya que de todos es sabido, que allá donde haya algo novedoso para después poderlo contar, allá habrá un bornicho.
Pero si en los primeros viajes a tierras americanas no nos consta que hubiese ningún paisano, no se puede decir lo mismo de la expedición organizada por Fernando de Magallanes, que con el fin de buscar un camino alternativo al utilizado por los portugueses para llegar a las Indias Orientales (bordeando el continente africano hasta llegar al océano Índico), en busca de las tan preciadas especias, acabó por ser la primera expedición que consiguió dar la vuelta al mundo.
Pues bien, tras conseguir don Fernando de Magallanes, con la ayuda del obispo de Burgos, el consentimiento real (Carlos I) de llevar a cabo esta expedición, comenzó el alistamiento de la dotación de las cinco naves (Trinidad, Concepción, San Antonio, Victoria y Santiago) que el 20 de septiembre de 1519 partirían desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda en búsqueda de las islas de las Especias por el camino de occidente. La tripulación, en un número de 234 repartidos entre las cinco naves, era mayoritariamente de origen portugués o vasco, aunque bien es verdad que también fue considerable el número de marineros procedentes de las provincias de Sevilla y Cádiz.
Ni que decir tiene que la tradición marinera en el pueblo de Bornos, y más por aquellos años de principios del siglo XVI, era por decirlo de alguna manera, totalmente nula. Pero no toda la tripulación debería de ser marinera. Había un puesto en cada una de las naves, y así lo entendía el comandante Magallanes, que tenía una importancia mayúscula. Este puesto era el de cocinero.
Con el fin de reclutar a cinco cocineros, uno por embarcación, se llevaron a cabo en las provincias de Sevilla y Cádiz un sinfín de pruebas (lo que hoy llamamos castings), resultando elegidos dos cocineros sevillanos, un vasco, uno de la ciudad de Cádiz y un quinto de la localidad de Bornos. Concretamente, y así no lo relata el cronista de la expedición, el veneciano Antonio Pigafetta, el cocinero bornicho fue elegido gracias a los tres platos que preparó. He de decir que las pruebas de la elección de cocineros consistían en la preparación de tres diferentes platos, destinados el primero para la tripulación, el segundo para cartógrafos y personal sanitario, y el tercero para los oficiales del barco. Según nos relata Pigafetta, el cocinero bornicho, al que le conocían como Bo, preparó una sopa fresca para la tripulación, un abajao para los cartógrafos y personal sanitario, y una suculenta berza para los oficiales. Tras degustar tan ricos manjares, no hubo discusión alguna en su elección, y así nos vemos al cocinero bornicho, embarcado en la nave Victoria, partiendo del puerto de Sevilla para, tras recalar en Sanlúcar, partir con rumbo a lo desconocido.
Mil y una calamidades pasaron los tripulantes de la expedición: conspiraciones, rebeliones a bordo, deserciones, hambrunas, escorbuto, abordajes, y un sinfín de muertes.
Tras conseguir bordear todo el continente americano y pasar al océano Pacífico por el que llamaron estrecho de Todos los Santos (actualmente estrecho de Magallanes), consiguieron llegar a las islas Molucas, comprobando que habían conseguido su objetivo: llegar al Extremo Oriente. A continuación, se adentran en el archipiélago filipino y comienzan a tener contactos con los indígenas de la zona (en uno de ellos muere Fernando de Magallanes).
Con el fin de almacenar todo el material y provisiones que iban consiguiendo, buscaron una isla algo alejada de las innumerables tribus de la zona que, alentados por los portugueses, no cesaban de atacar a los miembros de la expedición española. Y es entonces cuando el cocinero bornicho, divisó en lontananza, una gran isla (mayor que el resto; de hecho es la cuarta mayor isla de todo el planeta, después de Australia, Groenlandia y Nueva Guinea), desembarcando en ella y quedándose como único representante de la expedición española, mientras que el resto de la misma se dedicaba a navegar por las innumerables islas buscando especias.
Nunca más se supo del cocinero de Bornos, ya que la nave Victoria (la única que quedaba por entonces de las cinco que salieron de Sanlúcar de Barrameda), al mando de Juan Sebastián Elcano, partió para España, llegando en septiembre de 1522 al mismo puerto del que partieron tres años antes, después de haber dado la primera vuelta al mundo.
Lo único que se sabe, y así lo dejó plasmado en sus escritos el cronista Pigafetta, es que el cocinero de Bornos, Bo, quedó abandonado en la isla que se conoce actualmente como Borneo (Indonesia). El origen del nombre de esa isla nunca se supo, pero, ¿podría deberse su nombre en honor de nuestro cocinero? Quizás algún día se sepa.
Domingo
miércoles, 18 de enero de 2012
EL TORRECILLA
Me cuenta un amigo de allende los Pirineos, concretamente de la ciudad de Ginebra, en Suiza, que cierto día, con ocasión de unas mini vacaciones en tierras españolas, concretamente en la provincia de Málaga, y harto ya de playas y de mega construcciones turísticas, contactó con un grupo de senderistas de la zona costera, concretamente de la localidad de San Pedro de Alcántara, con el solo propósito de conocer in situ la serranía de Ronda, que dicho sea de paso, era la que se le asemejaba un poco a su tierra natal.
Entre comentarios, risas y alguna que otra cerveza, le propusieron a este amigo mío, que se uniera a la ruta que pensaban hacer, que por una razón u otra nunca habían hecho, y que no era otra que el ascenso al alto del Torrecilla, de aproximadamente unos 2000 metros (exactamente 1919). Como se dice por estas tierras, mi amigo el suizo “vio el cielo abierto”; le encantó la idea de abandonar la zona de playa y de bullicio turístico “costasolense” (y eso que discurrían los primeros días de febrero) y adentrarse en esa orografía que le era más familiar.
.
Dicho y hecho. Dos días después de haberse comprometido con el grupo senderista, y uno antes de su vuelo desde Málaga hasta el Geneva Cointrin International Airport, partían por la carretera de Ronda, hasta llegar a la zona de los Quejigales, lugar éste donde dejaron los dos vehículos que llevaban. Eran las ocho y media de la mañana. Quedaban unos dieciséis kilómetros de ascensión.
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Preparados los ocho senderistas para comenzar su jornada, a la espera que llegase el guía lugareño, de apodo “Tenzing Norgay”, que sería el que los conduciría a la cima. O por lo menos eso era lo que pretendían.
Nada más llegar el tal Tenzing, con cara de pocos amigos, se dirigió al jefe del grupo, de nombre Edmundo Hilario Junior, y le dijo textualmente: “hoy no es el día más apropiado para subir; la morita está colando”.
- ¿Cómo?, ¿qué dices, hombre? ¿Qué es eso de que la “morita está colando”? –le contestó Edmundo-.
- ¿Ves que la cima del pico está cubierta de una boina de nubes, como si fuera un sombrero?, pues eso es que “la morita está colando”; y cuando eso ocurre, tenemos temporal. Además, con el frío que hace, no me extraña que nieve allí arriba. Hoy no es el día para subir.
- Pero Tenzing, si la única nube que hay es la que cubre la cima; el día está buenísimo.
- Lo que yo te diga, Edmundo; hoy no es el día.
La cara de mi amigo el suizo (según me comentó él mismo) era un poema, no pudiéndose reprimir el entablar conversación con el tal Tenzing.
- Perdone usted que me entremeta, señor, pero me da risa lo que está diciendo. He subido casi todas las cimas de los Alpes, y en casi todas, desde el campamento base, he observado como “la morita estaba colando”, que a decir verdad, no sé que carajo (perdón) significa eso.
- Pues mire usted, señor –le contestó Tenzing-, usted habrá subido a las principales cimas de los Alpes, pero esta zona no la conoce usted; y si yo digo que la morita está colando, es que es así; y yo no me comprometo a subir en estas condiciones.
Tras alguna que otra palabra más alta que otra, miradas desafiantes y algunas que otras expresiones que no ayudaban al entendimiento, el jefe del grupo, Edmundo Hilario, decidió que volvían a San Pedro.
Pero cuál fue la sorpresa cuando mi amigo el suizo, no creyéndose lo que estaba sucediendo, decidió subir el Torrecilla.
- Haced lo que queráis –dijo-, pero yo subo; con morita o sin morita, yo subo.
Y así fue. Sin esperar respuesta alguna, y mucho menos del guía, comenzó la ascensión, desoyendo los consejos a voces de los miembros del grupo, los cuales se fueron apagando al tiempo que él se perdía entre pinos piñoneros y rosales silvestres.
Muy pronto, mi amigo, el suizo, sólo oía sus pasos, su resuello al respirar (a causa de los dos paquetes de Marlboro que se fumaba todos los días) y algún que otro trinar de los pequeños pajarillos que revoloteaban entre copa y copa de los árboles.
.
Paso tras paso, y en las inmediaciones de la ascensión, rodeados de pinsapos, mi amigo, el suizo, comenzó a acordarse de Tenzing el guía. Una espesa niebla y un frío intenso se cerró sobre él, no pudiendo ver más allá de cinco o seis metros. De pronto, y sin esperarlo, se vio corriendo sin saber a dónde, delante de una manada de cabras montesas, que huyendo seguramente del brusco cambio climatológico, irían buscando un refugio sin siquiera advertir que un humano (mi amigo, el suizo) les precedía. Tras cambiar su rumbo las cabras, mi amigo quedó paralizado sin saber si había subido, bajado o desplazado a un lado o a otro del sendero que llevaba. Se vio perdido y abatido, por lo que, sin pensárselo dos veces comenzó un descenso sin saber a dónde iba, y mucho menos sin saber si estaba deshaciendo el camino que había hecho.
.
Como ya predijo Tenzing, comenzaron a caer los primeros copos de nieve; primero tenuemente, para, en pocos minutos, comenzar a caer unos copos que eran más comunes de la zona del Mont Blanc que de estas latitudes.
.
Mi amigo siguió andando; sin saber a dónde, pero andando. Así hasta que, sin darse cuenta alguna, se vio como volteaba por los suelos tras pisar en falso, rodando por un pequeño terraplén cubierto por zarzas y rosales, hasta que pudo detener su cuerpo en las gélidas aguas de un pequeño arroyo. Nuevamente volvió a acordarse de Tenzing.
Todo mojado, aterido de frío y con la rodilla derecha dislocada tras golpearse fuertemente en su caída por el terraplén, mi amigo el suizo se sintió por primera vez perdido en aquella montaña, y todo ello por desoír los consejos de un lugareño, del sherpa de Torrox.
Por fin, tras varias horas de búsqueda, al filo de la medianoche, fue el mismo Tenzing, en compañía de Edmundo, el que encontró a mi amigo suizo, totalmente inmovilizado, en posición fetal y apoyando su espalda en un quejigo.
Domingo
Entre comentarios, risas y alguna que otra cerveza, le propusieron a este amigo mío, que se uniera a la ruta que pensaban hacer, que por una razón u otra nunca habían hecho, y que no era otra que el ascenso al alto del Torrecilla, de aproximadamente unos 2000 metros (exactamente 1919). Como se dice por estas tierras, mi amigo el suizo “vio el cielo abierto”; le encantó la idea de abandonar la zona de playa y de bullicio turístico “costasolense” (y eso que discurrían los primeros días de febrero) y adentrarse en esa orografía que le era más familiar.
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Dicho y hecho. Dos días después de haberse comprometido con el grupo senderista, y uno antes de su vuelo desde Málaga hasta el Geneva Cointrin International Airport, partían por la carretera de Ronda, hasta llegar a la zona de los Quejigales, lugar éste donde dejaron los dos vehículos que llevaban. Eran las ocho y media de la mañana. Quedaban unos dieciséis kilómetros de ascensión.
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Preparados los ocho senderistas para comenzar su jornada, a la espera que llegase el guía lugareño, de apodo “Tenzing Norgay”, que sería el que los conduciría a la cima. O por lo menos eso era lo que pretendían.
Nada más llegar el tal Tenzing, con cara de pocos amigos, se dirigió al jefe del grupo, de nombre Edmundo Hilario Junior, y le dijo textualmente: “hoy no es el día más apropiado para subir; la morita está colando”.
- ¿Cómo?, ¿qué dices, hombre? ¿Qué es eso de que la “morita está colando”? –le contestó Edmundo-.
- ¿Ves que la cima del pico está cubierta de una boina de nubes, como si fuera un sombrero?, pues eso es que “la morita está colando”; y cuando eso ocurre, tenemos temporal. Además, con el frío que hace, no me extraña que nieve allí arriba. Hoy no es el día para subir.
- Pero Tenzing, si la única nube que hay es la que cubre la cima; el día está buenísimo.
- Lo que yo te diga, Edmundo; hoy no es el día.
La cara de mi amigo el suizo (según me comentó él mismo) era un poema, no pudiéndose reprimir el entablar conversación con el tal Tenzing.
- Perdone usted que me entremeta, señor, pero me da risa lo que está diciendo. He subido casi todas las cimas de los Alpes, y en casi todas, desde el campamento base, he observado como “la morita estaba colando”, que a decir verdad, no sé que carajo (perdón) significa eso.
- Pues mire usted, señor –le contestó Tenzing-, usted habrá subido a las principales cimas de los Alpes, pero esta zona no la conoce usted; y si yo digo que la morita está colando, es que es así; y yo no me comprometo a subir en estas condiciones.
Tras alguna que otra palabra más alta que otra, miradas desafiantes y algunas que otras expresiones que no ayudaban al entendimiento, el jefe del grupo, Edmundo Hilario, decidió que volvían a San Pedro.
Pero cuál fue la sorpresa cuando mi amigo el suizo, no creyéndose lo que estaba sucediendo, decidió subir el Torrecilla.
- Haced lo que queráis –dijo-, pero yo subo; con morita o sin morita, yo subo.
Y así fue. Sin esperar respuesta alguna, y mucho menos del guía, comenzó la ascensión, desoyendo los consejos a voces de los miembros del grupo, los cuales se fueron apagando al tiempo que él se perdía entre pinos piñoneros y rosales silvestres.
Muy pronto, mi amigo, el suizo, sólo oía sus pasos, su resuello al respirar (a causa de los dos paquetes de Marlboro que se fumaba todos los días) y algún que otro trinar de los pequeños pajarillos que revoloteaban entre copa y copa de los árboles.
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Paso tras paso, y en las inmediaciones de la ascensión, rodeados de pinsapos, mi amigo, el suizo, comenzó a acordarse de Tenzing el guía. Una espesa niebla y un frío intenso se cerró sobre él, no pudiendo ver más allá de cinco o seis metros. De pronto, y sin esperarlo, se vio corriendo sin saber a dónde, delante de una manada de cabras montesas, que huyendo seguramente del brusco cambio climatológico, irían buscando un refugio sin siquiera advertir que un humano (mi amigo, el suizo) les precedía. Tras cambiar su rumbo las cabras, mi amigo quedó paralizado sin saber si había subido, bajado o desplazado a un lado o a otro del sendero que llevaba. Se vio perdido y abatido, por lo que, sin pensárselo dos veces comenzó un descenso sin saber a dónde iba, y mucho menos sin saber si estaba deshaciendo el camino que había hecho.
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Como ya predijo Tenzing, comenzaron a caer los primeros copos de nieve; primero tenuemente, para, en pocos minutos, comenzar a caer unos copos que eran más comunes de la zona del Mont Blanc que de estas latitudes.
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Mi amigo siguió andando; sin saber a dónde, pero andando. Así hasta que, sin darse cuenta alguna, se vio como volteaba por los suelos tras pisar en falso, rodando por un pequeño terraplén cubierto por zarzas y rosales, hasta que pudo detener su cuerpo en las gélidas aguas de un pequeño arroyo. Nuevamente volvió a acordarse de Tenzing.
Todo mojado, aterido de frío y con la rodilla derecha dislocada tras golpearse fuertemente en su caída por el terraplén, mi amigo el suizo se sintió por primera vez perdido en aquella montaña, y todo ello por desoír los consejos de un lugareño, del sherpa de Torrox.
Por fin, tras varias horas de búsqueda, al filo de la medianoche, fue el mismo Tenzing, en compañía de Edmundo, el que encontró a mi amigo suizo, totalmente inmovilizado, en posición fetal y apoyando su espalda en un quejigo.
Domingo
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