Analizar los casos de corrupción en este bendito suelo patrio es
para echarse a llorar, por lo que yo, persona que no se defiende nada
bien en las aguas de las pesquisas y de la investigación, voy a
dejar este asunto en manos de los profesionales del campo, es decir,
en las manos de la judicatura y de las fuerzas y cuerpos de
seguridad. Yo a lo mío, que no es otra cosa que la búsqueda perenne
de esas musas amigas del extravío y de su paupérrimo flirteo
conmigo.
Días pasados, buscando echar la cabezada rutinaria post almuerzo,
pasadas ya cuatro horas desde el mediodía, tuve la suerte de asistir
a la proyección en tv2 de un documental que trataba sobre el parque
nacional de Yellowstone, en el estado norteamericano de Wyoming. Si
me preguntáis pormenores sobre el documental, tengo que reconocer que
no podría entrar en detalles, ya que Morfeo, no con mucha
insistencia, ya que me costó cierto trabajo llegar hasta él, no
cejaba en llamar timidamente mi atención. Lo que sí puedo decir es
que lo primero que se me vino a la mente nada más ver el nombre de
Yellowstone, fue la figura para mí inolvidable de Yogui,
aquel oso que en compañía de su amigo de correrías, Bubu, eran el
terror de los excursionistas y de sus cestas de comida. Y fue
precisamente con la imagen de Yogui, con la que quiero recordar que
llegué hasta los brazos de Morfeo, teniendo durante el corto espacio
de tiempo en el que me deleité con el mecido de sus brazos, un dulce
sueño que, sin muchos detalles, trataré de reconstruir.
“Veía como la pareja de osos, Yogui y Bubu, merodeaban por los
alrededores de una familia de nacionalidad alemana que, tras visitar
las ruinas de Machu Pichu, en el Perú, había marcado en su viaje
desde Munich, conocer el parque Yellowstone. Esta familia,
lógicamente, hablaban entre ellos el idioma alemán, razón ésta
por la que los intrépidos osos, familiarizados con la lengua
anglosajona, estaban algo descontrolados. Harto ya de tan larga
espera y cansado de lo que para él era un galimatías, Yogui ordenó
a Bubu que saliese al claro del bosque para llamar la atención de
los teutones, mientras que él, aprovechando la confusión, saldría
de entre los matorrales y las enredaderas para sisar la cesta
repleta de sandwiches y auténticas salchichas alemanas. Así fue.
Bubu comenzó a llamar la atención a cierta distancia de los
miembros de la familia germana, escuchándose como un trueno el
vozarrón de la matriarca que compelía insistentemente a su marido,
repitiendo siempre la misma frase: “schlug
ihn mit dem Gürtel,
schlug ihn mit dem Gürtel”, que traducido al español significa
“pégale con el cinturón, pégale con el cinturón”. Así,
mientras que Bubu llamaba la atención de Ralf y Ángela, que así se
llamaban el matrimonio muniqués, Yogui se llevaba la cesta de comida
con la pachorra que le caracterizaba.
Una vez dejado atrás a Ralf, y ya establecidos en su casita de
madera en el interior de un sauce llorón, los dos plantígrados
comenzaron a dar cuenta del interior de la cesta. Pero esta cesta no
era como las que ellos estaban acostumbrados a escamotear; ésta,
además de ocho sandwiches de tamaño descomunal y dos docenas de
mayúsculas salchichas, contenía una botella de tinto de la bodega
Emperador, considerada la bodega más alta del mundo (3400 m,
en los altos del Perú), dos manzanas (malus domestica) y una
granada (púnica granatum) para postre. Además de la
copiosa comida, dentro del cesto había una bolsa de plástico
transparente, en cuyo interior se encontraba una madeja de
lana de color azul con la que la matriarca alemana estaba haciendo
una bufanda a su hija adoptiva, Erika, una pequeña videoconsola con
un cartucho del juego de pokemon, además de tres libros, entre los que
destacaba por sus cubiertas de colores vivos, uno de cocina malaya).
Con el contenido de la cesta birlada a los alemanes, los buenos de
Yogui y Bubu pasaron un día completo, en el que, además de llenarse
bien sus orondas barrigas, probaron el vino peruano, jugaron con
Pikachu, Charmander, Pachi y otros pokemon, contribuyeron a que Erika
se quedara sin bufanda, ya que esparcieron por todas las ramas de su
sauce llorón toda la madeja de lana, y por último, hicieron
avioncitos de papel con las hojas del libro de cocina malaya.”
Vaya sueño que tuve, y eso que no me acordaba de él.
Y se acabaron los sueños e imaginaciones. Ahora, por desgracia, a
volver a oír caso tras caso de corrupción. Tras distintas
operaciones policiales se han destapado algunas (yogui, malaya,
emperador, gürtel, púnica, pokemon, madeja, enredadera), pero,
¿cuántas tendremos que soportar todavía?
País, país.