domingo, 9 de noviembre de 2014

SOLDADO VIEJO Y ESTROPEADO



Ayer tarde, poco antes que las bocas de alcantarillas comenzasen a recibir las primeras aguas de noviembre, mantuve una conversación telefónica con un buen amigo que días atrás estuvo algo alicaído, un amigo al que la vida le susurró al oído que estamos de paso y que ese nuestro pasar, generalmente, será más dilatado si ponemos de nuestra parte para que así sea. Entre anécdotas y chascarrillos mantuvimos esa conversación por espacio de unos ocho o diez minutos, acabándola con unas risas y un comentario suyo en el que me decía que mi última pregunta era el mejor chiste que había oído en los últimos días, y en verdad que mi pregunta, aunque algo socarrona, no iba cargada de segundas intenciones. Pero este amigo, que tiene respuestas elocuentes para todo, me contestó que ya, a estas edades, y como decía el gran Woody Allen, eso tan solo se ve en las películas, que uno, y esto lo decía de su propio peculio, ya no está para esos trotes.

Y la verdad es que aquel último comentario de mi irónico amigo me acompañó, por espacio de más de una hora, en el viaje de ida y vuelta que tuve necesidad interior de hacer con el fin de acompañar a otro gran amigo, al que la vida le había privado de su ser más querido en las últimas horas. Así que nada más llegar a casa, con mis pensamientos y conclusiones itinerantes en mi cabeza, y tras el saludo cariñoso de rigor a los que duermen bajo mi mismo techo, me dirigí al dormitorio de mi heredera en el que un par de días antes, anteayer por ayer, le habían traído desde ese monstruo llamado Ikea un tres metros de armario con tres puertas correderas, una de las cuales tiene un ubérrimo espejo, donde, como en ningún otro lugar, aparecen las verdades del paso de los muchos lustros vividos. Y allí comprendí que el pícaro de mi amigo llevaba mucha razón en su última reseña.

Yo -pensando en pasado y presente-, que en mis buenos tiempos de infante fueron muchas las ocasiones en las que me puse el casco, primero de acero y más tarde de kevlar, sobre la cabeza, siendo el contacto de éste sólo y exclusivamente con mi cuero cabelludo, ahora, si tuviera que volver a portarlo, gran parte de ese mismo yelmo se sostendría en una parte considerable de mi testa, directamente sobre la piel, sin cabellos de por medio.
Yo -seguía pensando-, que cuando portaba aquella voluminosa mochila repleta de las mil y una necesidades para ejercicios de largo duración, me aliviaba que espalda, hombros y tórax estaban revestidos de eso que llaman robustez, soportando cualquier peso que se le echase (tampoco hay que exagerar; ya me comprendéis), ahora, esa misma musculatura reseñada no soportaría ni el neceser de un bebé (qué exagerado, ¿no?).
Yo – seguía pensando en PASADO y presente-, que en posición de firme y tras un sinfín de frotamientos con betún, hasta que destellasen, observaba toda la amplitud de mis botas relucientes, sin tener que ejercer ningún tipo de inclinación hacia adelante, ahora, llevando a cabo la misma tarea de frotamiento, tendría que soportar una posición “escarpiana” o de alcayata para que mis ojos se deslumbrasen con el brillo de mi calzado.
Yo, descendiendo ordenadamente por mi físico, el que fue y el que es, voy a sortear la parte que me toca, remitiéndome al último comentario de mi amigo socarrón, quien para que lo sepáis todos, se encuentra ya perfectamente restablecido.
Yo, y con esta parte de mi cuerpo termino ya de pensar en lo que fui y en lo que soy, que hice soportar a mis pies largas marchas sin ningún tipo de dolencias ni achaques, salvo las tan temidas rozaduras, seguro que si tuviera que repetirlas en la actualidad, se me sublevarían los malditos juanetes, los dichosos dedos martillos o los “invivibles dolores plantales”.

Así que, si algún resentido me confunde con un soldado viejo y estropeado, puede que hasta le dé la razón. Sólo decirles que en aquel pasado no tan lejano en mi mente, no podría haber escrito los renglones que he plasmado en este mi presente, y que como bien le han aconsejado al oído de mi amigo, el irónico socarrón, pondremos de nuestra parte para que tengamos un futuro dilatado, aunque sólo nos quede ver películas y...., alguna que otra escaramuza.


 A mi amigo Rafael.
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