El origen de la civilización asentada a principios del siglo IV (a.C,) en la zona conocida actualmente como “Bujerillo”, se desconoce completamente. Los pocos restos encontrados, y no precisamente en su zona de asentamiento, parece ser, según algunos estudiosos del tema, que tienen fuertes influencias griegas y fenicias. Otros en cambio, se han atrevido a afirmar que podían haber sido el resultado de una pequeña escisión, antes de su total desaparición, de la enigmática civilización tartésica.
Lo que con toda seguridad sí se puede establecer, es que fue de este pequeño asentamiento “Bujerilius” (entre doscientas y quinientas personas), que es como se le conocería siglos más tardes en la civilización romana, donde, tras duras y encarnizadas luchas fratricidas, surgió un pequeño grupo (compuesto por treinta o cuarenta familias), que tras sentirse perdedores, y ante la falta de suministros y materias primas en la zona, decidieron emprender un largo peregrinar hacia un “no sabe dónde”
Con rumbo norte-nordeste, cruzaron toda la península ibérica en busca de un asentamiento que le proveyesen, aunque fuesen tan solo para subsistir, de los alimentos necesarios para intentar mitigar las malas condiciones por las que pasaron en su nunca olvidado Bujerilius.
Mientras que algunas de esas familias cruzaron la cadena pirenaica por el paso de Roncesvalles, hasta asentarse en la Helvetia (actual Suiza) unos, y en la Germania (actual Alemania) otros, el grueso del grupo emigrante se asentó en una zona, a caballo entre las actuales Barcelona y Gerona, en la comarca del Vallés, a la que los romanos, siglos más tarde, y tras integrarse con el pueblo Layetano, llamaron Sancelonense.
Son muchos las pruebas y vestigios que demuestran la continua añoranza que estos pobladores de la Sancelonense, tenían de su Bujerilius, hasta el punto que, tras muchos esfuerzos, y a pesar que algunos de sus miembros mantuvieron de por vida grandes diferencias con algunos de los bujerillonenses, consiguieron, poco antes de la dominación romana, y tras un ir y venir de sus emisarios, volver a reunirse y confraternizar alrededor de una buena cazuela, en compañía de layetanos y lacetanos.
Por último, y aunque se tiene constancia de que miembros de la civilización bujeríllica se extendieron por toda la península ibérica, no con la intensidad que lo hicieron en la Sancelonense, es de destacar algún que otro asentamiento en el seno de la civilización lusitana (concretamente en su parte más oriental) y en el seno de la cultura conocida como de los Vetones, algo más al norte que la anterior, donde se especializaron en el secado y salado de las piernas de cerdos.
Domingo
jueves, 3 de noviembre de 2011
BORNOS EN LA HISTORIA (I)
Hace ya unos treinta mil años, más o menos, allá por el paleolítico superior, y huyendo de un grupo de homínidos que habían llegado procedentes del actual continente africano, en una noche cerrada con agua y un brusco ambiente que hacía que las escasas pieles que los cubrían no sirviesen para que todos estuviesen ateridos de frío, llegaron a lo que en la actualidad se conoce como “piedra rodadera”, un grupo de homínidos que la paleontología los ha clasificado como Homo Sapiens.
Pues bien, allí en la falda de la piedra rodadera, y en aquella noche cerrada, pusieron su primer asentamiento, a la espera de que las primeras luces del día les revelasen el lugar exacto donde se encontraban. Y fue la alborada, la que, viendo aquel enjambre de cuerpos humanos apiñados buscando el calor humano unos con otros, y como intencionadamente, envió un único rayo de luz a las pupilas del más fuerte y experimentado de aquellos homínidos; era el jefe del grupo. A duras penas y con la intención amable de no molestar a ningún miembro de aquel enjambre humano, el jefe se levantó desperezándose, quedando obnubilado por lo que veían sus ojos. Las nubes habían desaparecido y unas enormes montañas en lontananza veían como el sol poco a poco ascendía por sus cúspides.
El jefe, fornido, con melena y barba negra, no pudo reprimirse, y lo que hasta hoy, para dirigirse a sus acompañantes, habían sido signos y gruñidos, se convirtió en sonidos audibles y con sentido.
- Booo, quillo, boooooo –dijo el jefe, apareciendo la sonrisa y el embeleso en su rostro-.
Los más de cincuenta, entre hombres, mujeres y niños, que formaban el grupo, y que hasta ahora se encontraban profundamente dormidos, abrieron los ojos al unísono, quedando totalmente extasiados, no ya por esos sonidos que procedentes de la boca de su jefe, llegaban a sus oídos, sino por lo que estaban viendo sus ojos. Todos, espontáneamente, y también al unísono. se levantaron y comenzaron, con los rostros iluminados y señalando a las montañas, a saltar y a emitir los mismos sonidos que habían oído se su jefe.
- Boooo, quillo, booooooooooooo –repetían una y otra vez, no creyendo lo que veían sus ojos-.
Habían encontrado su paraíso, decidiendo, después de inspeccionar la zona, quedarse en esa falda de la piedra rodadera, y creando el primer asentamiento humano en la historia de la humanidad. Descubrieron el río, inundado de carpas, barbos y blas blas, árboles frutales a los que llamaron “a mas cos” (se cree que fue el primer fruto que recibió nombre por parte de los humanos) y allí, de la misma piedra rodadera, extrajeron la materia prima con las que fabricaron sus hachas y sus puntas de flechas que les servían para cazar la gran cantidad de conejos que merodeaban por los alrededores de su asentamiento.
Los paleontólogos no han podido fechar con exactitud hasta cuando perduró este asentamiento de homo sapiens en la zona; lo único que se sabe es que, “de buenas a primeras”, desaparecieron como por ensalmo. Nunca más se supo de ellos.
Domingo
Pues bien, allí en la falda de la piedra rodadera, y en aquella noche cerrada, pusieron su primer asentamiento, a la espera de que las primeras luces del día les revelasen el lugar exacto donde se encontraban. Y fue la alborada, la que, viendo aquel enjambre de cuerpos humanos apiñados buscando el calor humano unos con otros, y como intencionadamente, envió un único rayo de luz a las pupilas del más fuerte y experimentado de aquellos homínidos; era el jefe del grupo. A duras penas y con la intención amable de no molestar a ningún miembro de aquel enjambre humano, el jefe se levantó desperezándose, quedando obnubilado por lo que veían sus ojos. Las nubes habían desaparecido y unas enormes montañas en lontananza veían como el sol poco a poco ascendía por sus cúspides.
El jefe, fornido, con melena y barba negra, no pudo reprimirse, y lo que hasta hoy, para dirigirse a sus acompañantes, habían sido signos y gruñidos, se convirtió en sonidos audibles y con sentido.
- Booo, quillo, boooooo –dijo el jefe, apareciendo la sonrisa y el embeleso en su rostro-.
Los más de cincuenta, entre hombres, mujeres y niños, que formaban el grupo, y que hasta ahora se encontraban profundamente dormidos, abrieron los ojos al unísono, quedando totalmente extasiados, no ya por esos sonidos que procedentes de la boca de su jefe, llegaban a sus oídos, sino por lo que estaban viendo sus ojos. Todos, espontáneamente, y también al unísono. se levantaron y comenzaron, con los rostros iluminados y señalando a las montañas, a saltar y a emitir los mismos sonidos que habían oído se su jefe.
- Boooo, quillo, booooooooooooo –repetían una y otra vez, no creyendo lo que veían sus ojos-.
Habían encontrado su paraíso, decidiendo, después de inspeccionar la zona, quedarse en esa falda de la piedra rodadera, y creando el primer asentamiento humano en la historia de la humanidad. Descubrieron el río, inundado de carpas, barbos y blas blas, árboles frutales a los que llamaron “a mas cos” (se cree que fue el primer fruto que recibió nombre por parte de los humanos) y allí, de la misma piedra rodadera, extrajeron la materia prima con las que fabricaron sus hachas y sus puntas de flechas que les servían para cazar la gran cantidad de conejos que merodeaban por los alrededores de su asentamiento.
Los paleontólogos no han podido fechar con exactitud hasta cuando perduró este asentamiento de homo sapiens en la zona; lo único que se sabe es que, “de buenas a primeras”, desaparecieron como por ensalmo. Nunca más se supo de ellos.
Domingo
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