sábado, 8 de noviembre de 2014

NO TE DESNUDES TODAVÍA

Seiscientos gramos de gambas blancas, algo más de trescientos de langostinos, medio kilo bien despachado de cañaillas y un bogavante de no sé cuanto. En la misma mesa, compartiendo espacio, una botella de Sangre de Giuda, made in Italy, y una de Ribera tinto de la última cosecha Excelente, que para gusto …., los sabores ( y ahora los entendidos dirán que al marisco le viene mejor un blanco; bueno, pues muy bien). Y de postre, una buena merenga de dos pisos y una delicatessen de chantilly, acompañadas ambas, del resto, más de media, de la copa de Pesquera.
Y ya, en mi reclinable, con los auriculares puestos, escuchando al filipino Aute, autor de una enorme y grandiosa poesía visual, a esperar la visita de las ahora añoradas musas. ¿Canallas, que me tenéis abandonado!

Muchas lunas soportando los casi cuatro minutos de brutales embestidas sin rechistar y sintiendo tan solo como se humedecían sus mejillas, muchos bruscos despertares sintiendo como su prenda más íntima era desgarrada, y muchos, por enumerar algunos tan solo, sueños en soledad preguntándose si la palabra dulzura existía en una relación.
Quizás, todos esos “muchos” fueron los que la impulsara, en sus continuas visitas a la biblioteca municipal, a entablar amistad con ese hombre, que al igual que ella, era asiduo a soñar despierto. Entre cigarrillos en el soportal de la biblioteca y asientos contiguos en el bus urbano, fue naciendo una complicidad que acabo donde tenía que acabar.
Deseándolo, pero temiéndolo, porque era así, oyó como él cerraba la puerta con llaves, viéndose enseguida envuelta en la robustez de los fornidos brazos de su deseado amigo. Los labios de aquellos dos seres insatisfechos se entrecruzaron, y ni uno ni otro esperaban que aquel primer contacto durase tanto tiempo. Ella, sobre todo ella, se dejaba llevar por aquella atmósfera tan, al mismo tiempo, deseada como desconocida. Existía -se decía-, realmente existe. Sus manos, descontroladas por su voluntad, emulando a las de su compañero de biblioteca, planchaban suavemente las arrugas que la camisa de rayas había cogido en el asiento del bus de la linea 4, todo ello sin dejar de saborear los labios de su amante. Paso a paso se fueron acercando al dormitorio, donde, nada más cruzar el marco de la puerta de acceso, sintió como su vestido se levantaba por su parte trasera y comenzaba a sentir la hercúlea mano de su acompañante por su zona lumbar; nuevamente piel con piel. Sorprendida, comenzaba a sentir sensaciones inusuales para ella.
Los minutos pasaban unos tras otros y no cejaban los besos, abrazos, mimos y miradas. Después de muchos, su vestido desabotonado se posó en el suelo de mármol avetado, por debajo de sus zapatos azules de algo más de medio tacón, dejando al descubierto su recién estrenada ropa interior, comprada el día antes en la sección de lencería de unos grandes almacenes. Con exquisitez y ternura sintió como su cuerpo era desplegado en el dos por dos de viscolastic, comenzando a vivir los mejores momentos de su existencia. ¡Dios! -pensaba ella-, hoy no hay embestidas ni brusquedades, hoy no hay arremetidas ni cuatro minutos mal contados. Hoy, con los ojos cerrados, y con miedo a abrirlos, por si ello le suponía bajar del cielo, se dejaba mecer en los brazos del deleite.
Mientras, él, ansioso por entrar en sus entrañas, se resistía y no cejaba de recorrer parsimoniosamente aquel cuerpo todavía, después de algo más de horas desde que cerrase la puerta con llaves, vestido por aquellas dos piezas de color malva.

Después de mucho más de cuatro minutos, y sin embestidas como las que tanto estaba acostumbrada a soportar, ella le pidió con su mirada que la desnudase.
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