Undécima
jornada de confinamiento coronavizante. No soy partidario de hablar
de números mientras la curva no sea descendente, ya que el principal
motivo que me he encomendado con esta tarea diaria, es la de ayudar
a los que tengan ganas de leer un poco para desconectarse del aluvión
de noticias negativas procedentes desde la televisión y desde las
redes sociales. Pero hoy me quiero acordar, tirandoles de las orejas
y también exhortándole a que le tiren de la cartera como se
merecen, de todas esas personas insolidarias, irresponsables,
inconscientes, imprudentes y un sinfín de calificativos más que,
haciendo caso omiso de las indicaciones de no salir a la calle salvo
para los casos de extrema necesidad, no hacen sino pisotear el
trabajo y el esfuerzo de todas aquellas personas que solidariamente
con los demás y con nosotros mismos, sí llevamos a cabo el
confinamiento. Repito, y lo digo bien claro: exhorto, animo y hasta
obligo a los miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y miembros de
las Fuerzas Armadas (que en el estado de alarma son considerados
agentes de autoridad en el ejercicio de sus funciones), a que
denuncien y multen a esos desaprensivos y malvados (se me viene a la
cabeza la película protagonizada por José Coronado, “No habrá
paz para los malvados”) que impunemente se saltan las normas de
confinamiento. Porque no solo ponen jilipollezcamente en
peligro su salud e insolidariamente al del resto de personas
que sí estamos acatando el confinamiento, sino que también, injusta
y legalmente, dificultan el trabajo de todo el personal que están
en primera linea de la batalla que estamos librando.
Pero
vamos a dejarnos de hablar de esos energúmenos y energúmenas y
vamos a centrarnos un poco con el acontecer viajero de mi parisina.
….....así
que el canuto con la parisina en su interior, encontró asilo junto a
la lujosa prenda. Aunque temíamos que las azafatas, tanto la de la
puerta de embarque como la de la entrada al avión, que no eran las
mismas como todo el mundo supondrá que las del vuelo de Air France,
pudiesen poner algún tipo de objeción para la entrada de la
parisina, por aquello de su tamaño, no pusieron ningún tipo de
impedimento; todo lo contrario, la de la entrada del avión de Air
Europa le gastó una broma al orondo argentino diciéndole que “con
el canuto asemejándose a un rifle sobresaliendo de la bolsa colgada
al hombro y su pipa sin tabaco en la boca, solo le faltaba un
sombrero de safari para imaginar que iba de camino a cualquier parque
nacional africano”; y la gracia de la azafata no estuvo en lo que
le dijo, sino en cómo se lo dijo, demostrando que su gracejo era
propio de la mujer andaluza, como así comprobamos que era a lo largo
del vuelo.
Durante
todo el vuelo me tocó soportar las indirectas de mi mujer, y las
directas también, como consecuencia de la venta de la parisina. “Era
mía. No olvides que era mía”. “ Como ahora te dedicas al mundo
del arte”. “El gremio de los marchantes de arte deberán de estar
nerviosos con las nuevas incorporaciones en el oficio”; estas y
otras fueron algunas de las frases que tuve que soportar durante gran
parte del viaje. Y la verdad era que en el fondo llevaba gran parte
de razón. Pero, como le dije durante el vuelo en varias cocasiones,
“tampoco pa ponerse así; la he vendido y ya está”. Tan hasta
allí me puso que opté por levantarme del asiento y, sin necesidad
perentoria de micción o evacuación, encaminarme hasta los aseos.
Nada más levantarme y enfilar el pasillo hasta la parte posterior
del avión, observé cuan mástil sobrepasando en altura a toda la
linea que formaban los cabeceros de los asientos, el canuto guarida
de la que fue mi parisina, seguramente apoyado en las piernas del
argentino, ya que nada más entrar en el avión lo sacó de la bolsa
en la que había embarcado, para devolvérsela a mi mujer. Tengo que
admitir que cuando vi aquella verga enhiesta en la distancia, me
emocioné; pero no por su forma, sino por su añorado contenido y por
ese interior tan bucólico con el que disfrutamos nada más tenerla a
la vista, adelantándome a lo que hubiera sentido la que realmente
fue su dueña, si hubiera vuelto la vista en ese momento hacia la
parte trasera del avión. “Pero ya la recompensaré”, me dije,
sabiendo que cumpliría mi promesa.
Al
tiempo que me iba acercando al canuto, camino de los aseos, recuerdo
que el sentimiento de arrepentimiento me iba envolviendo, creando una
verdadera maraña alrededor de mi mente; hasta tal punto me envolvió
que me sentí cegado completamente y pasé de largo del argentino
como si no hubiera estado allí. “Boludo, me dijo con mucho
retintín, tomaste la pasta y pasaste de mí; no conocés a nadie,
carajo, ¿Conseguiste ya chamugar con tu chica?, porque tenía cara
de pocos amigos”. Si ya iba ciego y envuelto en remordimientos, con
las palabras del Honorio de los cojones, porque así lo pensé en
aquel momento, me entraron ganas de arrebatarle el canuto y tirarle a
la cara el sobre de Argentaria, aunque no pudiese pagar los cargos de
las prendas que se había agenciado mi esposa; ya escarbaría por
otro lado. No tuve c…...... No lo hice, remitiéndome a responder
con un “no te había visto” y prosiguiendo hasta los aseos.
Y
no olvidar eso de “seguir en casa”. Y recalco: seguir en casa;
se está demostrando que es la mejor solución para que el puto virus
no te haga compañía. Castigo a los desaprensivos. Ya queda menos.