martes, 24 de marzo de 2020

UNDÉCIMO

Undécima jornada de confinamiento coronavizante. No soy partidario de hablar de números mientras la curva no sea descendente, ya que el principal motivo que me he encomendado con esta tarea diaria, es la de ayudar a los que tengan ganas de leer un poco para desconectarse del aluvión de noticias negativas procedentes desde la televisión y desde las redes sociales. Pero hoy me quiero acordar, tirandoles de las orejas y también exhortándole a que le tiren de la cartera como se merecen, de todas esas personas insolidarias, irresponsables, inconscientes, imprudentes y un sinfín de calificativos más que, haciendo caso omiso de las indicaciones de no salir a la calle salvo para los casos de extrema necesidad, no hacen sino pisotear el trabajo y el esfuerzo de todas aquellas personas que solidariamente con los demás y con nosotros mismos, sí llevamos a cabo el confinamiento. Repito, y lo digo bien claro: exhorto, animo y hasta obligo a los miembros de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y miembros de las Fuerzas Armadas (que en el estado de alarma son considerados agentes de autoridad en el ejercicio de sus funciones), a que denuncien y multen a esos desaprensivos y malvados (se me viene a la cabeza la película protagonizada por José Coronado, “No habrá paz para los malvados”) que impunemente se saltan las normas de confinamiento. Porque no solo ponen jilipollezcamente en peligro su salud e insolidariamente al del resto de personas que sí estamos acatando el confinamiento, sino que también, injusta y legalmente, dificultan el trabajo de todo el personal que están en primera linea de la batalla que estamos librando. 


Pero vamos a dejarnos de hablar de esos energúmenos y energúmenas y vamos a centrarnos un poco con el acontecer viajero de mi parisina.

.....así que el canuto con la parisina en su interior, encontró asilo junto a la lujosa prenda. Aunque temíamos que las azafatas, tanto la de la puerta de embarque como la de la entrada al avión, que no eran las mismas como todo el mundo supondrá que las del vuelo de Air France, pudiesen poner algún tipo de objeción para la entrada de la parisina, por aquello de su tamaño, no pusieron ningún tipo de impedimento; todo lo contrario, la de la entrada del avión de Air Europa le gastó una broma al orondo argentino diciéndole que “con el canuto asemejándose a un rifle sobresaliendo de la bolsa colgada al hombro y su pipa sin tabaco en la boca, solo le faltaba un sombrero de safari para imaginar que iba de camino a cualquier parque nacional africano”; y la gracia de la azafata no estuvo en lo que le dijo, sino en cómo se lo dijo, demostrando que su gracejo era propio de la mujer andaluza, como así comprobamos que era a lo largo del vuelo.
Durante todo el vuelo me tocó soportar las indirectas de mi mujer, y las directas también, como consecuencia de la venta de la parisina. “Era mía. No olvides que era mía”. “ Como ahora te dedicas al mundo del arte”. “El gremio de los marchantes de arte deberán de estar nerviosos con las nuevas incorporaciones en el oficio”; estas y otras fueron algunas de las frases que tuve que soportar durante gran parte del viaje. Y la verdad era que en el fondo llevaba gran parte de razón. Pero, como le dije durante el vuelo en varias cocasiones, “tampoco pa ponerse así; la he vendido y ya está”. Tan hasta allí me puso que opté por levantarme del asiento y, sin necesidad perentoria de micción o evacuación, encaminarme hasta los aseos. Nada más levantarme y enfilar el pasillo hasta la parte posterior del avión, observé cuan mástil sobrepasando en altura a toda la linea que formaban los cabeceros de los asientos, el canuto guarida de la que fue mi parisina, seguramente apoyado en las piernas del argentino, ya que nada más entrar en el avión lo sacó de la bolsa en la que había embarcado, para devolvérsela a mi mujer. Tengo que admitir que cuando vi aquella verga enhiesta en la distancia, me emocioné; pero no por su forma, sino por su añorado contenido y por ese interior tan bucólico con el que disfrutamos nada más tenerla a la vista, adelantándome a lo que hubiera sentido la que realmente fue su dueña, si hubiera vuelto la vista en ese momento hacia la parte trasera del avión. “Pero ya la recompensaré”, me dije, sabiendo que cumpliría mi promesa.
Al tiempo que me iba acercando al canuto, camino de los aseos, recuerdo que el sentimiento de arrepentimiento me iba envolviendo, creando una verdadera maraña alrededor de mi mente; hasta tal punto me envolvió que me sentí cegado completamente y pasé de largo del argentino como si no hubiera estado allí. “Boludo, me dijo con mucho retintín, tomaste la pasta y pasaste de mí; no conocés a nadie, carajo, ¿Conseguiste ya chamugar con tu chica?, porque tenía cara de pocos amigos”. Si ya iba ciego y envuelto en remordimientos, con las palabras del Honorio de los cojones, porque así lo pensé en aquel momento, me entraron ganas de arrebatarle el canuto y tirarle a la cara el sobre de Argentaria, aunque no pudiese pagar los cargos de las prendas que se había agenciado mi esposa; ya escarbaría por otro lado. No tuve c…...... No lo hice, remitiéndome a responder con un “no te había visto” y prosiguiendo hasta los aseos.


Y no olvidar eso de “seguir en casa”. Y recalco: seguir en casa; se está demostrando que es la mejor solución para que el puto virus no te haga compañía. Castigo a los desaprensivos. Ya queda menos.
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