viernes, 11 de junio de 2010

EL VUELO DEL COJINETE




Recordando algunas de las entradas que he hecho en este blog y, concretamente una en el mes de agosto de 2008, en la que hablaba de los deportes realizados en las Casitas Nuevas, se me ha venido a la mente una anécdota real como la vida misma.

En aquellos días en los que mi hermano Juan me estaba confeccionando el carro de cojinete que a la postre iba a vencer al Ferrari de Paco Gilabert, en el estanco de la calle Pastelería, hoy regentado por mi hermana Carmen, sucedió lo siguiente:

“Una tarde, previa a la entrega del carro, ya dispuesto para volar, me acerqué por el estanco a ver cómo iban los arreglos. Como los días anteriores, escuché de mi hermano otro “paciencia, Domin, paciencia”. Pero ese día en concreto, se encontraban acompañándole sus amigos Cristóbal (Catoba), Enrique, Juan Pinto (hermano de Paco Pinto, el de la pandilla de Perico Calderero y Luis Vega) y Ramón Arias (hermano de nuestro delegado en Calella).

Fue entonces cuando el amigo Ramón (adolescente algo travieso) me dice que me fuese hasta la calle San Jerónimo, que él me iba a tirar desde la puerta del estanco, en la calle Pastelería, los cojinetes rodando. Dicho y hecho. Allí se plantó el que suscribe, sin problemas de que le pillase ningún vehículo, ya que en los albores de los años setenta eran pocos los que circulaban por la mencionada calle.

Cojinete “parriba” lanzado por Ramón, cojinete “pabajo” lanzado por mí. Y así una y otra vez. Hasta ahora, velocidad de impulso moderada, pudiéndose controlar su recepción, bien con los pies bien con las manos. Pero fue a la octava, la novena o la décima subida del cojinete, no recuerdo exactamente cuál fue, cuando veo que la velocidad que le imprimió el amigo Ramón sobrepasaba muy mucho mi capacidad de recepción. El cojinete soltaba chispas. Yo asustado. ¿Y qué hago ahora?, pensaba yo. Todo ello en milésimas de segundo. Pues me quito. Y me quité.
Y es entonces cuando ese cojinete encuentra en su camino al escalón de la acera, sirviéndole éste para que el mencionado cojinete comience a elevarse y en menos de tres metros se aloje en la estantería de las galletas de la tienda de don Francisco Jurado, salvando, no sólo el escalón de entrada al popular establecimiento, sino también el mostrador de más de metro y medio de altura. Yo salí que me las pitaba calle San Jerónimo abajo y nunca más supe de ese cojinete.

DESESPERADA ESPERA

Antes de nada, pedir disculpas a los componentes de la charanga de nuestro pasado carnaval, “Los más bornichos de Bornos”, por utilizar su libreto con este impulso mío, casi incontenible, de escribir algunas letras para nuestro blog. Y expreso mis disculpas porque sé que nuestro tertuliano Cemanué, me lo entregó en su día con todo el cariño del mundo, sin esperar que el fin de este derroche de gracia y arte (me refiero al libreto), sirviera para ser garabateado en un momento de desesperada espera.
Y digo los de desesperada espera porque eso es lo que yo estoy padeciendo en estos momentos. Esto no tiene nombre, señores. Y perdónenme las señoras, pero este artículo no va dirigido a ellas.

Sí señores, desesperada e injustificada espera.

¿Qué he hecho yo para merecer esto?, ¿he matado a alguien?, ¿he insultado, he agredido, he vituperado a alguien?
Que a mi me conste, no.

Me creo buena persona, me como todo lo que me ponen por delante sin rechistar (y eso que algunas veces, pocas, pero algunas, está un poco soso), entrego todo el sueldo a final de mes, le doy un besito a mis hijos cuando me acuesto (si están en casa), y a veces, sólo algunas veces, rezo pidiendo por todos los míos.
Entonces, ¿me merezco yo esto?

Pues yo creo que merezco algo mejor; que no se valora como debiera la bondad que tanto derrocho.

Y digo yo, ¿a todos los hombres le ocurre lo mismo que a mí?. Por su bien, y siempre desde mi bondad, espero que no sea así.

Porque, vamos a ver, ¿es normal lo que me está pasando ahora? ¿Es normal que lleve, y no miento, una hora y diez minutos, en el interior de mi coche, en la explanada del parking de una gran superficie, esperando a la que tiene que venir?. Pues sí, hora y diez minutos hace que salimos de la caja del supermercado y le dije a mi señora, “si quieres entrar en Zara, yo me voy para el coche y voy descargando”. “Lo que tu quieras, cariño. Vale”, me contestó.
¿Vale?, ¿vale?... maldita sea la hora que yo (perdón) ……….. y ya llevo hora y cuarto cogiendo posturas en el asiento del coche. Y esa es otra, no puedo salirme fuera del coche porque hace un levante que te arrastra.

Y menos mal que en su día, el bueno de Cemanué me dio este libreto, porque si no, no sé lo que hubiera hecho yo en esta hora y veinte minutos de desesperada, desmesurada e injustificada espera.

Y ahora, cuando llegue, me dirá, “chiquillo, hay que ver lo que hablan Puri y el marido. Yo en Zara acabé de momento, pero me topé con ellos cuando ya venía para acá y no veas tú cómo hablan”. Y yo, como casi siempre, miro al cielo, cuento hasta veinte, y junto a las dos bolsas de Zara, veo que trae una de El Corte Inglés, una de Mary Paz, una de Caramelo , una de Mango, una de Precchio, una de ……….

Paciencia, Domingo, paciencia. ¿Realmente merezco yo pasar por esta desesperada, desmesurada, abusiva e injustificada espera?

A ESAS INSUFRIBLES DEFICIENCIAS.

Con perdón de los calvos, tengo que admitir que cada día me gusta menos mirarme al espejo. Y digo esto porque cada mañana, a la hora de afeitarme, soy testigo directo de los más que incipientes “clareones” que inundan mi cabeza. Clareones que son más pronunciados a esas horas del día, debido a que, recién levantado uno de la cama, todavía no ha dado tiempo de hacer esa obra de ingeniería para, trayéndonos unos cuantos de la derecha y otros tantos de la izquierda, camuflar las mencionadas deficiencias.

Realmente no sé que hacer para no tener que enfrentarme cada mañana a ese espejo del cuarto de baño y al que le tienen tanto amor las mujeres de mi casa.

Tomé la decisión de no afeitarme, dejándome la barba a su libre albedrío. Pero entre las protestas familiares y que yo, a estas alturas de mi vida, no me veía con barba, debido principalmente a que me nace a parches blancos y negros, como aquellos caballos de las películas de indios, tuve que enfrentarme nuevamente al espejo.

Y allí seguían ellos, incluso más consolidados, más reacios a ser camuflados.


- ¡Os odio!, y que sepáis, que nunca me acostumbraré a vosotros.

Dándole vueltas a la cabeza, tomé la decisión, creo que acertada, de ponerme una gorra de mi hijo a la hora del afeitado. Perfecto. Me puedo afeitar sin que el despiadado espejo me muestre lo que no quiero ver de mí. Os he vencido en mi rutina mañanera. Esta batalla la he ganado, veremos quien vence las siguientes.

- Niña, ¿por qué no quitamos ese espejo de la “entradita” y colocamos un buen cuadro?
- Déjate de cambios ahora. Ese espejo está bien donde está.

Y el espejo sigue en la entrada. Cada vez que entro o salgo del piso, allí estoy en el espejo delator mostrando mis carencias. Con lo bien que quedaría en ese hueco un bodegón o una marina, o incluso un autorretrato de Van Gogh. No, no, de Van Gogh no, que ese también tenía clareones y me harían recordar los míos, a no ser que ponga uno que aparece con un sombrero. Da igual, lo que sea, pero quitar ese espejo de ahí, que me hace salir de casa de mala uva todos los días y, cuando entro, venga como venga, me hace también sentir en casa de mala h…..

Ya estoy fuera de casa, en el pasillo de la casa. Pulso el botón del ascensor y, tras unos segundos, ding dong, llega a mi planta. No, no. La presidenta de la comunidad decidió ayer tarde forrarlo de espejos. Mire hacia donde mire, allí están ellos, y eso que la obra de ingeniería matutina tuvo grandes resultados. Pero nada, mis clareones siguen ahí. Si ya venía caliente con el dichoso espejito de la entrada de mi casa, ahora, la señora presidenta pone espejitos hasta en el techo del ascensor. No sé para qué; seguramente para verse sus escandalosos michelines y su trasero voluminoso.
Lo he decidido, desde hoy, subo y bajo por la escalera.

Y ya en el hall del edificio.
- Buenos días Rosi - Rosi se llama la limpiadora-.
- Buenos días Domingo.
- ¿Qué, limpiando los azulejos?
- Sí, aquí estoy con esta escalera que no me fío de ella ni un pelo. Hablando de pelos, Domingo, desde aquí arriba se te ven unos clareones…….

Me cachis en ….., lo que me faltaba; ahora la limpiadora. No tenía bastante con los espejitos que ahora también la limpiadora. Manda coj…… A partir de mañana salgo a la calle por el garaje.


- Ten cuidado al salir, Domingo – me dice Rosi-.

Me da igual lo que me encuentre en la calle, lo único que quiero es salir a la calle a que me dé el aire fresco.

¡Vaya tela!. Aire, yo quería aire, pero no éste. ¡Vaya tela!. No podía ser “viento ersur”, no, tenía que ser levante. Y vaya levante, que hasta los contenedores están corriendo por el paseo.
Diez minutos que me costó disponerlos convenientemente, ayudándome, eso sí, del patrico, y ahora, en un plis plas, todo al car….

- Hola Salvador, buenos días.
- Buenos días, malos pelos traes.
- El levante, Salvador, el levante.


¿Y qué hago yo ahora?. El problema de los espejos tiene solución, el de la limpiadora también, pero el del levante…… Dicen que limpia la atmósfera, pero a mí, en lo que se refiere a mí……, conmigo se porta malamente.
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