martes, 24 de febrero de 2015

EL PUENTE OLVIDADO



Hoy lunes, tras dejar atrás a una intensa, para mí, Doña Carnal, y después de deleitarme en la plaza de San Antonio con la fragancia, porque para mí es una dulce y deleitosa fragancia, del incienso “presemanantero”, visité una terraza cubierta con vista a mi bahía gaditana, en la que, impropio de cualquier persona con cordura con más de once lustros a sus espaldas, me dejé llevar por las exquisiteces gastronómicas que me ofrecieron. Reconozco que mi actuación glotona es para no volverla a repetir, y más cuando de horario de cena se trate, pero me dejé llevar por las elegancias culinarias que me presentaban y sobre todo por la deleitosa y placentera panorámica con la que estaban disfrutando mis ojos.


Así fue.

Con las luces de obra del nuevo puente a mi izquierda, el de la Constitución o la Pepa, y con el resplandor de los focos de los vehículos que entraban o salían de la ciudad transitando el puente José León de Carranza, a mi derecha, recibí la visita de mis amigas las musas que, como fiel cumplidora de sus promesas, ya que me advirtieron que mientras no ardiesen el dios Momo y la bruja Piti no volverían a visitarme, inundaron mi mente. Y fue entonces cuando, viendo la imágenes de los dos puentes, uno en construcción y otro vetusto y plagado de remiendos, caí en la cuenta de lo injusta que es la vida. De lo injusta y de lo abusiva que es a veces. De lo abusiva, de lo irrazonable y de lo olvidadiza que es.
Pero no, ¡qué jolines! La vida no es injusta, ni abusiva, ni mucho menos es olvidadiza. Somos las personas las que provocamos que las injusticias, los abusos y los olvidos hagan que la vida que vivimos, sea, a veces, inaguantable e insoportable.
Pero mientras que para lo injusto y lo abusivo, aparentemente, la sociedad ha creado unos mecanismos y unas normas, cuyo cumplimento llevarían a que la vida se viese descargada de esos atributos y calificativos que la hacen, como ya dije antes, inaguantable, el olvido es un comportamiento humano que, cuando es voluntario, y es al que me quiero referir en esta ocasión, hacen que las personas nos convirtamos en seres viles y mezquinos, cayendo en las injusticias y en los abusos.
Ejemplos podría poner tropecientos sobre el olvido voluntario, pero, deleitándome como estoy ahora con la guitarra de Mark Knopfler y deseando que sirva como homenaje a la panorámica que me hizo deleitar mientras saboreaba, tras la copiosa cena, un auténtico veguero dominicano, deseo que como “muestra o botón” os sirva el que a continuación voy a comentar.

¿Es justo que llevemos hablando no sé cuántos años del nuevo puente de acceso a Cádiz y no nos acordemos para nada del viejo Puente Carranza? ¿No es abusivo que tras más de cuarenta y cinco años de servicio del ”primer puente”, no se le dedique ni un pequeño rinconcito en una página interior de algún rotativo, aunque sea de tirada local, y que día sí y día también las portadas y editoriales se esos rotativos de ámbito local, y algunos de ámbito nacional, se la reserven al nuevo acceso a la ciudad de Cádiz? ¿No es injusto que nadie se acuerde ya, aunque sea de pasada, del abuelo pequeño, y a altura me refiero, y todos los comentarios se centren solo y exclusivamente sobre el hijo fuerte y apolíneo?
Está claro que de esas injusticias y de esos abusos no es culpable la vida. Somos las personas las responsables de esos desmanes que se están cometiendo con el puente olvidado.


Yo, esperanzado en que mi pensamiento sirva para que el viejo puente Carranza siga queriéndose y demostrando que puede continuar ofreciendo a la ciudad de Cádiz el servicio que tantos años lleva entregándole, decirle que, por muy joven y colosal que resulte la nueva construcción, por muy pequeño que se vea ante el nuevo y monumental acceso a la ciudad, siempre, y sobre todo cuando apunte al cielo sus dos hojas movibles cuan vergas enhiestas, será envidiado por el tan traído y llevado nuevo puente de acceso a la tacita de plata.
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