Hoy
lunes, tras dejar atrás a una intensa, para mí, Doña Carnal, y
después de deleitarme en la plaza de San Antonio con la fragancia,
porque para mí es una dulce y deleitosa fragancia, del incienso
“presemanantero”, visité una terraza cubierta con vista a mi
bahía gaditana, en la que, impropio de cualquier persona con cordura
con más de once lustros a sus espaldas, me dejé llevar por las
exquisiteces gastronómicas que me ofrecieron. Reconozco que mi
actuación glotona es para no volverla a repetir, y más cuando de
horario de cena se trate, pero me dejé llevar por las elegancias culinarias que me presentaban y sobre todo por la deleitosa y placentera
panorámica con la que estaban disfrutando mis ojos.
Así
fue.
Con
las luces de obra del nuevo puente a mi izquierda, el de la
Constitución o la Pepa, y con el resplandor de los focos de los
vehículos que entraban o salían de la ciudad transitando el puente
José León de Carranza, a mi derecha, recibí la visita de mis
amigas las musas que, como fiel cumplidora de sus promesas, ya que me
advirtieron que mientras no ardiesen el dios Momo y la bruja Piti no
volverían a visitarme, inundaron mi mente. Y fue entonces cuando,
viendo la imágenes de los dos puentes, uno en construcción y otro
vetusto y plagado de remiendos, caí en la cuenta de lo injusta que
es la vida. De lo injusta y de lo abusiva que es a veces. De lo
abusiva, de lo irrazonable y de lo olvidadiza que es.
Pero
no, ¡qué jolines! La vida no es injusta, ni abusiva, ni mucho menos
es olvidadiza. Somos las personas las que provocamos que las
injusticias, los abusos y los olvidos hagan que la vida que vivimos,
sea, a veces, inaguantable e insoportable.
Pero
mientras que para lo injusto y lo abusivo, aparentemente, la sociedad
ha creado unos mecanismos y unas normas, cuyo cumplimento llevarían
a que la vida se viese descargada de esos atributos y calificativos
que la hacen, como ya dije antes, inaguantable, el olvido es un
comportamiento humano que, cuando es voluntario, y es al que me
quiero referir en esta ocasión, hacen que las personas nos
convirtamos en seres viles y mezquinos, cayendo en las injusticias y
en los abusos.
Ejemplos
podría poner tropecientos sobre el olvido voluntario, pero,
deleitándome como estoy ahora con la guitarra de Mark Knopfler y
deseando que sirva como homenaje a la panorámica que me hizo
deleitar mientras saboreaba, tras la copiosa cena, un auténtico
veguero dominicano, deseo que como “muestra o botón” os sirva
el que a continuación voy a comentar.
¿Es
justo que llevemos hablando no sé cuántos años del nuevo puente de
acceso a Cádiz y no nos acordemos para nada del viejo Puente
Carranza? ¿No es abusivo que tras más de cuarenta y cinco años de
servicio del ”primer puente”, no se le dedique ni un pequeño
rinconcito en una página interior de algún rotativo, aunque sea de
tirada local, y que día sí y día también las portadas y
editoriales se esos rotativos de ámbito local, y algunos de ámbito
nacional, se la reserven al nuevo acceso a la ciudad de Cádiz? ¿No
es injusto que nadie se acuerde ya, aunque sea de pasada, del abuelo
pequeño, y a altura me refiero, y todos los comentarios se centren
solo y exclusivamente sobre el hijo fuerte y apolíneo?
Está
claro que de esas injusticias y de esos abusos no es culpable la
vida. Somos las personas las responsables de esos desmanes que se
están cometiendo con el puente olvidado.
Yo,
esperanzado en que mi pensamiento sirva para que el viejo puente
Carranza siga queriéndose y demostrando que puede continuar
ofreciendo a la ciudad de Cádiz el servicio que tantos años lleva
entregándole, decirle que, por muy joven y colosal que resulte la
nueva construcción, por muy pequeño que se vea ante el nuevo y
monumental acceso a la ciudad, siempre, y sobre todo cuando apunte al
cielo sus dos hojas movibles cuan vergas enhiestas, será envidiado por el tan traído y
llevado nuevo puente de acceso a la tacita de plata.