Madrileño,
madridista y para mí, como buen gaditano y cadista, un
hinchapelotas. Efectivamente, señor Domingo, don Plácido, eso es
usted para mí; como dirían los uruguayyyos, es usted un
hinchapelotas, o lo que es lo mismo, una persona que me molesta y que
me fastidia.
Y
usted, que hasta ayer me era simpático y agradable, después de sus
palabritas en defensa del equipo de su alma en relación con su
eliminación de la copa del Rey, tengo que decirle que se ha
convertido en persona non grata para mí.
"No
basta que la mujer del César sea honesta; también tiene que
parecerlo"; pues eso mismo le digo yo a usted, señor Domingo.
Usted, adalid de españolidad, referente de la marca España por todo
el mundo, y sabedor de lo que significa su persona para todos los que
se prestan de ser españoles, debería de saber reprimir sus
tendencias “futboleras” cuando con ellas pueda herir los
sentimientos de muchos aficionados españoles que, aunque no
comparten el amor por ese equipo que hasta hace poco era símbolo de
señorío, se consuelan con sufrir un fin de semana sí y otro
también gritando ese grito de guerra de “ese cadi, oé”.
Usted
precisamente no; usted mismamente no. Mejor hubiera quedado
escondiendo sus sentimientos madridistas dentro de sus maravillosos
pulmones y no haber salpicado con sus palabras la ilusión de una
afición ajada ya por demasiados sufrimientos. Porque, con sus
palabras, no sólo ha embadurnado aún más la imagen del equipo de
su alma, embarrada ya los días anteriores por su presidente y el
malfacer de su incompetente cohorte (a los hechos me remito), sino
que ha querido ser cómplice de una campaña orquestada y dirigida
para el triunfo de la injusticia o de la justicia del poderoso,
abonando el terreno para perjudicar al débil, que en esta ocasión
era el Cádiz de mis amores. Usted, precisamente no, señor Plácido.
No esperaba que fuese usted el que menospreciara de esa manera al
Cádiz y a Cádiz.
Así
que, señor Plácido, sólo decirle que …..........., meviacallá.