jueves, 22 de febrero de 2018

8 DE MARZO.


Llevo toda la noche casi sin dormir, porque la verdad es que alguna que otra cabezadita he dado, después que tras la ensalada de aguacate que junto a un yogourth desnatado sin azúcar me sirvió de cena, mi mujer me dejó caer que el próximo día ocho de marzo, día de la mujer, me las tenía que apañar solo y hacer todas las faenas de la casa, ya que ella iba a secundar la huelga general de veinticuatro horas en favor de la igualdad de la mujer, convocada por Podemos, Izquierda Unida, el sindicato ceenete, entre otros. 
Yo en un primer momento, como buen marido compartiendo su iniciativa huelguista, no rechisté y me dirigí, como casi todas las noches después de cenar, a mi sofá con el fin de emborronar un poco mi libreta y tratar de crear alguna historia o historieta. Pero he de reconocer que ya desde que recogí los platos, los cubiertos, los vasos y el mantel para llevarlo todo a la cocina, e incluso en los minutos que tardé en meter la vajilla en el lavavajillas, mi cabeza no paró de darle vuelta a lo que me esperaba el futuro día ocho de marzo. Y por fin, tras dejar cargada una lavadora para activarla nada más levantarme al día siguiente, ya que tengo la costumbre de no ponerla por la noche y dejarla en su interior sin tender, por los posibles olores a húmeda que pueda coger, me senté en mi sillón favorito, con mi libreta de espiral favorita, y como no, con mi Pilot azul también favorito, que por cierto, está a punto de que se le acabe la tinta. Pero pronto me di cuenta que no era el momento para inventar, que no estaba centrado, que los pensamientos sobre lo que me espera el próximo día ocho de marzo no me dejaban centrarme, y por mucho que luchara por concentrarme, nada de nada. Hoy, me dije, no hay historieta que valga. Y fue por eso por lo que comencé a enumerar todas las tareas que me quedaban por hacer el futuro y fatídico día ocho de marzo. 
Y fue después de más de media hora cuando, tras muchas tareas escritas y emborronadas a posteriori, emití un casi imperceptible grito de euforia al darme cuenta que, sin ayuda de mi mujer, había podido llegar a la conclusión de poder ir al gimnasio el próximo y que yo había predicho aciago día ocho de marzo. Equivocado estaba. Sí, tendría tiempo para ir al gimnasio. Porque después de levantarme de la cama, poner la lavadora, barrer todo el piso y pasarle un agüita con un chorreoncito de lejía (ya que los jueves se le da un poco de lejía al suelo), adecentar los dos dormitorios de los niños, que aunque hacen sus camas antes de irse después que yo les prepare el desayuno, lo dejan todo que da pena, limpiar el polvo del salón, pasillo y dormitorios, hacer los dos cuartos de baño a fondo, tender la lavadora, ya que seguramente mientras hacía las faenas descritas habría terminado, y claro está, poner una nueva lavadora con la ropa de cama de mis hijos, que no sé yo sí esperar a que se sequen después de tendida o coger unas de sus armarios y que cuando se levante mi mujer estén los dos dormitorios impolutos y en perfecto estado de policía. Que tras desayunar de pie en la cocina, con el fin que no caiga ni una miga en el salón, y prepararle a mi mujer el zumo natural, que no de bote, de naranja y las pastillas (colesterol, tiroides y protector de estómago) que tiene que tomarse en un vasito de plástico, todo en su bandeja junto a un plato, la servilleta, cucharilla y cuchillo, coger la moto y solucionar las dos citas que tenía para ese día con Endesa y Gas Natural. Y esperando acabar pronto de las dos citas previstas, poder ir al gimnasio, no sin olvidar que previamente tendré que pasarme por el supermercado para comprar la leche desnatada sin lactosa para mi mujer, así como los colines de centeno, también para mi mujer, y la fruta.
Y a disfrutar del día ocho de marzo, ya que como estará la señora de huelga, esperemos que lo esté también para echar monsergas y sermones, que aunque parezca que no, ya eso es todo un adelanto.

¡Cuánto daría yo porque todos los días del año fueran ocho de marzo!
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