Me encontraba esta tarde esperando el paso de la cabalgata de carnaval en la cafetería de un conocido hotel de la capital gaditana, en la que he coincidido años atrás con algunos bornichos, cuando llamó mi atención, en el descanso del partido de fútbol que jugaban el Sporting de Gijón y el Atlético de Madrid, el resumen de la Copa del Rey de baloncesto. Y me llamó la atención porque, después de muchos años, diecinueve, según el diario Marca, el Real Madrid se proclamaba campeón después de pasar por encima del Barcelona Regal.
Después de varios años de no levantar la Copa, el Real Madrid se proclamaba campeón.
Esta victoria, unida a la gran campaña que está haciendo el equipo de fútbol del Real Madrid, llevando diez puntos de ventaja a su máximo rival, el F.C. Barcelona, hicieron hacerme unas preguntas. ¿Qué está pasando en España? ¿Qué ha ocurrido en las dos máximas competiciones españolas (fútbol y baloncesto), para que de pronto, como por arte de birlibirloque, las sonrisas y jolgorios cambien de acera? ¿Es normal que de buenas a primeras, los que hasta hace pocas fechas tenían que conformarse con ser segundos, pasen como por ensalmo a convertirse en indiscutibles líderes?
Algo ha tenido que suceder –me dije- para que esto ocurra así. ¿Los entrenadores?, ¿los jugadores?, ¿los equipos directivos?, ¿los árbitros?
Puede. Puede que todos tengan su parte de culpa en este cambio de rumbo.
¿O quizás –pensé también-, haya fuerzas ajenas al deporte que sean las verdaderas motivadoras de esta metamorfosis?
Y fue entonces, buscando esas causas ajenas, cuando caí, y no sé por qué, en la influencia que pudiera acarrear el último cambio de gobierno.
¿Tendrá algo que ver el hecho de que el señor Zapatero fuese un reconocido culé, todo lo contrario que el señor Rajoy, declarado un entusiasta merengón? ¿Podríamos estar en los comienzos de una era en la que, a semejanza de aquélla otra (que mejor no recordar para algunos) el color blanco era el predominante en la consecución de títulos, siendo tildado de favores gubernamentales? ¿Estaremos entrando en una etapa en la que la alternancia deportiva coincida con la alternancia política?
Ufff, esperemos que no; pero yo, a los hechos me remito. Vosotros opinaréis.
Domingo
lunes, 27 de febrero de 2012
BORNOS EN LA HISTORIA (VII).
Pasado ya el carnaval, aunque por estos lares todavía queda lo que llaman el carnaval chiquito o el de los “jartibles”, se nos echa encima la campaña electoral para nuestra Comunidad Autónoma, campaña electoral ésta que dicho sea de paso, y debido a la grave crisis que nos asola, y según fuentes casi oficiales que me han llegado a los oídos, van a sufragar de sus propios bolsillos los mismos candidatos. Todo un detalle por su parte.
Pero no, siguiendo con mi línea, no voy a hablar de política. Voy a cumplir con la promesa que hice en su día, de seguir con la “Otra historia de Bornos”, y cuyos primeros capítulos ya publicamos en este blog durante la pre-campaña electoral de las pasadas elecciones generales, y de las que, por abrumadora mayoría, salió victorioso el PP (más de lo mismo: como dice el dicho, “los mismos perros con distinto collar”, por mucho que se enfaden unos y otros).
Dicho esto, seguiremos con la 7ª entrega de “Bornos en la historia”, queriendo recordar que la anterior entrega discurría a finales del sigo XV y principios del XVI, concretamente con el hecho del descubrimiento de América y con la figura del monarca Carlos I, nuestro primer rey de la dinastía de los Austria o de los Habsburgo.
La expansión española tras el descubrimiento de América, abrió, por primera vez en nuestra historia, las puertas de una emigración masiva allende los mares. Hasta ahora, y como ya dejamos escrito en nuestras anteriores entregas, nuestros ancestros se habían ceñidos a hacer alguna que otra incursión por distintos puntos de nuestra península o por algún punto en concreto de países vecinos.
Fue así como, a partir de la segunda expedición española a tierras descubiertas, las naves se llenaron de tripulantes de los más recónditos rincones de la geografía española, siendo extremeños y andaluces los más asiduos en buscar nuevos horizontes (lo de la pobreza de estas dos regiones españolas no son realidades de la España actual, sino que viene de muy atrás en el tiempo).
No hay dato alguno que pruebe que entre los miembros de las tripulaciones de las distintas expediciones al nuevo mundo, se encontrase algún bornicho, y eso es extraño, ya que de todos es sabido, que allá donde haya algo novedoso para después poderlo contar, allá habrá un bornicho.
Pero si en los primeros viajes a tierras americanas no nos consta que hubiese ningún paisano, no se puede decir lo mismo de la expedición organizada por Fernando de Magallanes, que con el fin de buscar un camino alternativo al utilizado por los portugueses para llegar a las Indias Orientales (bordeando el continente africano hasta llegar al océano Índico), en busca de las tan preciadas especias, acabó por ser la primera expedición que consiguió dar la vuelta al mundo.
Pues bien, tras conseguir don Fernando de Magallanes, con la ayuda del obispo de Burgos, el consentimiento real (Carlos I) de llevar a cabo esta expedición, comenzó el alistamiento de la dotación de las cinco naves (Trinidad, Concepción, San Antonio, Victoria y Santiago) que el 20 de septiembre de 1519 partirían desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda en búsqueda de las islas de las Especias por el camino de occidente. La tripulación, en un número de 234 repartidos entre las cinco naves, era mayoritariamente de origen portugués o vasco, aunque bien es verdad que también fue considerable el número de marineros procedentes de las provincias de Sevilla y Cádiz.
Ni que decir tiene que la tradición marinera en el pueblo de Bornos, y más por aquellos años de principios del siglo XVI, era por decirlo de alguna manera, totalmente nula. Pero no toda la tripulación debería de ser marinera. Había un puesto en cada una de las naves, y así lo entendía el comandante Magallanes, que tenía una importancia mayúscula. Este puesto era el de cocinero.
Con el fin de reclutar a cinco cocineros, uno por embarcación, se llevaron a cabo en las provincias de Sevilla y Cádiz un sinfín de pruebas (lo que hoy llamamos castings), resultando elegidos dos cocineros sevillanos, un vasco, uno de la ciudad de Cádiz y un quinto de la localidad de Bornos. Concretamente, y así no lo relata el cronista de la expedición, el veneciano Antonio Pigafetta, el cocinero bornicho fue elegido gracias a los tres platos que preparó. He de decir que las pruebas de la elección de cocineros consistían en la preparación de tres diferentes platos, destinados el primero para la tripulación, el segundo para cartógrafos y personal sanitario, y el tercero para los oficiales del barco. Según nos relata Pigafetta, el cocinero bornicho, al que le conocían como Bo, preparó una sopa fresca para la tripulación, un abajao para los cartógrafos y personal sanitario, y una suculenta berza para los oficiales. Tras degustar tan ricos manjares, no hubo discusión alguna en su elección, y así nos vemos al cocinero bornicho, embarcado en la nave Victoria, partiendo del puerto de Sevilla para, tras recalar en Sanlúcar, partir con rumbo a lo desconocido.
Mil y una calamidades pasaron los tripulantes de la expedición: conspiraciones, rebeliones a bordo, deserciones, hambrunas, escorbuto, abordajes, y un sinfín de muertes.
Tras conseguir bordear todo el continente americano y pasar al océano Pacífico por el que llamaron estrecho de Todos los Santos (actualmente estrecho de Magallanes), consiguieron llegar a las islas Molucas, comprobando que habían conseguido su objetivo: llegar al Extremo Oriente. A continuación, se adentran en el archipiélago filipino y comienzan a tener contactos con los indígenas de la zona (en uno de ellos muere Fernando de Magallanes).
Con el fin de almacenar todo el material y provisiones que iban consiguiendo, buscaron una isla algo alejada de las innumerables tribus de la zona que, alentados por los portugueses, no cesaban de atacar a los miembros de la expedición española. Y es entonces cuando el cocinero bornicho, divisó en lontananza, una gran isla (mayor que el resto; de hecho es la cuarta mayor isla de todo el planeta, después de Australia, Groenlandia y Nueva Guinea), desembarcando en ella y quedándose como único representante de la expedición española, mientras que el resto de la misma se dedicaba a navegar por las innumerables islas buscando especias.
Nunca más se supo del cocinero de Bornos, ya que la nave Victoria (la única que quedaba por entonces de las cinco que salieron de Sanlúcar de Barrameda), al mando de Juan Sebastián Elcano, partió para España, llegando en septiembre de 1522 al mismo puerto del que partieron tres años antes, después de haber dado la primera vuelta al mundo.
Lo único que se sabe, y así lo dejó plasmado en sus escritos el cronista Pigafetta, es que el cocinero de Bornos, Bo, quedó abandonado en la isla que se conoce actualmente como Borneo (Indonesia). El origen del nombre de esa isla nunca se supo, pero, ¿podría deberse su nombre en honor de nuestro cocinero? Quizás algún día se sepa.
Domingo
Pero no, siguiendo con mi línea, no voy a hablar de política. Voy a cumplir con la promesa que hice en su día, de seguir con la “Otra historia de Bornos”, y cuyos primeros capítulos ya publicamos en este blog durante la pre-campaña electoral de las pasadas elecciones generales, y de las que, por abrumadora mayoría, salió victorioso el PP (más de lo mismo: como dice el dicho, “los mismos perros con distinto collar”, por mucho que se enfaden unos y otros).
Dicho esto, seguiremos con la 7ª entrega de “Bornos en la historia”, queriendo recordar que la anterior entrega discurría a finales del sigo XV y principios del XVI, concretamente con el hecho del descubrimiento de América y con la figura del monarca Carlos I, nuestro primer rey de la dinastía de los Austria o de los Habsburgo.
La expansión española tras el descubrimiento de América, abrió, por primera vez en nuestra historia, las puertas de una emigración masiva allende los mares. Hasta ahora, y como ya dejamos escrito en nuestras anteriores entregas, nuestros ancestros se habían ceñidos a hacer alguna que otra incursión por distintos puntos de nuestra península o por algún punto en concreto de países vecinos.
Fue así como, a partir de la segunda expedición española a tierras descubiertas, las naves se llenaron de tripulantes de los más recónditos rincones de la geografía española, siendo extremeños y andaluces los más asiduos en buscar nuevos horizontes (lo de la pobreza de estas dos regiones españolas no son realidades de la España actual, sino que viene de muy atrás en el tiempo).
No hay dato alguno que pruebe que entre los miembros de las tripulaciones de las distintas expediciones al nuevo mundo, se encontrase algún bornicho, y eso es extraño, ya que de todos es sabido, que allá donde haya algo novedoso para después poderlo contar, allá habrá un bornicho.
Pero si en los primeros viajes a tierras americanas no nos consta que hubiese ningún paisano, no se puede decir lo mismo de la expedición organizada por Fernando de Magallanes, que con el fin de buscar un camino alternativo al utilizado por los portugueses para llegar a las Indias Orientales (bordeando el continente africano hasta llegar al océano Índico), en busca de las tan preciadas especias, acabó por ser la primera expedición que consiguió dar la vuelta al mundo.
Pues bien, tras conseguir don Fernando de Magallanes, con la ayuda del obispo de Burgos, el consentimiento real (Carlos I) de llevar a cabo esta expedición, comenzó el alistamiento de la dotación de las cinco naves (Trinidad, Concepción, San Antonio, Victoria y Santiago) que el 20 de septiembre de 1519 partirían desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda en búsqueda de las islas de las Especias por el camino de occidente. La tripulación, en un número de 234 repartidos entre las cinco naves, era mayoritariamente de origen portugués o vasco, aunque bien es verdad que también fue considerable el número de marineros procedentes de las provincias de Sevilla y Cádiz.
Ni que decir tiene que la tradición marinera en el pueblo de Bornos, y más por aquellos años de principios del siglo XVI, era por decirlo de alguna manera, totalmente nula. Pero no toda la tripulación debería de ser marinera. Había un puesto en cada una de las naves, y así lo entendía el comandante Magallanes, que tenía una importancia mayúscula. Este puesto era el de cocinero.
Con el fin de reclutar a cinco cocineros, uno por embarcación, se llevaron a cabo en las provincias de Sevilla y Cádiz un sinfín de pruebas (lo que hoy llamamos castings), resultando elegidos dos cocineros sevillanos, un vasco, uno de la ciudad de Cádiz y un quinto de la localidad de Bornos. Concretamente, y así no lo relata el cronista de la expedición, el veneciano Antonio Pigafetta, el cocinero bornicho fue elegido gracias a los tres platos que preparó. He de decir que las pruebas de la elección de cocineros consistían en la preparación de tres diferentes platos, destinados el primero para la tripulación, el segundo para cartógrafos y personal sanitario, y el tercero para los oficiales del barco. Según nos relata Pigafetta, el cocinero bornicho, al que le conocían como Bo, preparó una sopa fresca para la tripulación, un abajao para los cartógrafos y personal sanitario, y una suculenta berza para los oficiales. Tras degustar tan ricos manjares, no hubo discusión alguna en su elección, y así nos vemos al cocinero bornicho, embarcado en la nave Victoria, partiendo del puerto de Sevilla para, tras recalar en Sanlúcar, partir con rumbo a lo desconocido.
Mil y una calamidades pasaron los tripulantes de la expedición: conspiraciones, rebeliones a bordo, deserciones, hambrunas, escorbuto, abordajes, y un sinfín de muertes.
Tras conseguir bordear todo el continente americano y pasar al océano Pacífico por el que llamaron estrecho de Todos los Santos (actualmente estrecho de Magallanes), consiguieron llegar a las islas Molucas, comprobando que habían conseguido su objetivo: llegar al Extremo Oriente. A continuación, se adentran en el archipiélago filipino y comienzan a tener contactos con los indígenas de la zona (en uno de ellos muere Fernando de Magallanes).
Con el fin de almacenar todo el material y provisiones que iban consiguiendo, buscaron una isla algo alejada de las innumerables tribus de la zona que, alentados por los portugueses, no cesaban de atacar a los miembros de la expedición española. Y es entonces cuando el cocinero bornicho, divisó en lontananza, una gran isla (mayor que el resto; de hecho es la cuarta mayor isla de todo el planeta, después de Australia, Groenlandia y Nueva Guinea), desembarcando en ella y quedándose como único representante de la expedición española, mientras que el resto de la misma se dedicaba a navegar por las innumerables islas buscando especias.
Nunca más se supo del cocinero de Bornos, ya que la nave Victoria (la única que quedaba por entonces de las cinco que salieron de Sanlúcar de Barrameda), al mando de Juan Sebastián Elcano, partió para España, llegando en septiembre de 1522 al mismo puerto del que partieron tres años antes, después de haber dado la primera vuelta al mundo.
Lo único que se sabe, y así lo dejó plasmado en sus escritos el cronista Pigafetta, es que el cocinero de Bornos, Bo, quedó abandonado en la isla que se conoce actualmente como Borneo (Indonesia). El origen del nombre de esa isla nunca se supo, pero, ¿podría deberse su nombre en honor de nuestro cocinero? Quizás algún día se sepa.
Domingo
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