viernes, 21 de noviembre de 2014

DE GUSTIBUS NON EST DISPUTANDUM (sobre gusto no se disputa).

Desde que leí la prensa ayer tarde, no consigo sacar de mi pensamiento la expresión “anti esfamódica”. Y vosotros diréis, ¿qué significa esa expresión? ¿Realmente describe o narra algo en concreto? Pues no. Ni literal, ni lingüística ni metafóricamente la expresión “anti esfamódica” significa algo. Si nos remitimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua, mientras que nos encontramos que el término “anti”, utilizado bien como prefijo o bien como adjetivo, significa “opuesto” o “contrario”, el término “esfamódica” no existe, no tiene ningún significado.
Entonces, ¿a qué viene que de mi mente no desapareciera esa expresión? Pues lo explico. Aunque dicha expresión no tiene ninguna base lingüística, sí que tiene un fundamento histórico, y a los hechos, históricos, me remito. Existía una señora que, al igual que todas sus hermanas y primas hermanas, alcanzó a ser nonagenaria, teniendo como una de sus muchas virtudes, que dicho sea de paso, eran muchas, la de ser una gran amante de la lectura y sobre todo de la poesía, arte éste, el de la poesía, que en alguna que en otra ocasión flirteó con ella, o para ser más exacto, ella fue la que flirteó con los versos y la métrica. Pues bien, esta buena señora, con la que me unía lazos familiares, ya que me casé con una de sus nietas, era la que utilizaba muy a menuda, y cuando venía a cuento, la expresión “anti esfamódica”. Os puedo decir que desde que oí a la abuela nonagenaria utilizar por primera vez la expresión “anti esfamódica”, observé que, aunque sin base lingüística, sí que tenía una base lógica y sobre todo, comunicativa, ya que todos los receptores de su mensaje, la entendimos perfectamente. En este sentido, después de aquella primera ocasión, y en posteriores ocasiones, cuando ella utilizaba la tan cacareada expresión, todos los oyentes sabíamos que se refería a comidas que se salían de lo tradicional, de lo que ella, en la época de escasez y miseria en la que tocó vivir, estaba acostumbrada a comer. Por ello, toda comida que se apartase de su puchero, su berza, sus patatas con huevos, sus coliflores refritas, sus migas o su espoleá, eran “anti esfamódica”, expresión ésta que nunca olvidaré y que regresó a mi pensamiento tras leer ayer tarde la prensa en internet, y concretamente tras leer la noticia de última hora sobre la concesión de las nuevas estrellas Michelín a los restaurantes que así se lo han merecido.

Y me acordé de la expresión de la abuela nonagenaria porque yo, al igual que ella, no soy partidario de la comida “anti esfamódica”, o sea, no soy partidario de la cocina de fusión, minimalista, dinámica y en la que los sentidos juegan un papel fundamental.
Y digo todo esto porque en la concesión de las estrellas Michelín de 2014, se le otorgó una segunda estrella al restaurante “A poniente” de El Puerto de Santa María, cuyo chef, conocido como el chef del mar, es Ángel León. Pues bien, digo esto porque este pasado verano tuve la suerte de acompañar a un amigo que, agradecido por el agasajo que le brindé en mi tierra tras cinco años sin vernos, se encaprichó en invitarnos al demandado restaurante portuense. Y digo lo de demandado porque para conseguir mesa, sé que incluso tuvo que emplear sus dotes seductoras, las cuales dieron su fruto.
Y qué quiere que os diga. Cada vez que pienso en aquella comida en “A poniente”, sin quitarle méritos al buen hacer del chef del mar, con sus algas, plancton y mújeles, tengo que decir que soy más de cuchara. Yo eché en falta en aquel coqueto y reducido salón, mi cuchara repleta de garbanzos y salsa espesa, mi cuchillo resquebrajando un buen chuletón de buey, mis dedos bañándose en el néctar de las cabeza de cualquier marisco.

Dicho queda: soy de cocina tradicional y aunque respeto (de gustibus non est disputandum), huyo de la comida “anti esfamódica”.


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