miércoles, 3 de diciembre de 2014

MALTRATO.

Cariacontecido, triste y desganado, como la mayoría de los días desde hacía ya mucho tiempo, el profesor de lengua y literatura del único instituto de la villa, se arrellanó en su sillón “reclinable”, comprado en el último black friday de unos almacenes de muebles que fue inaugurado en el pueblo de al lado apenas hacía medio año.
Hoy, al comprobar que nadie más respiraba el mismo aire de su apartamento de poco más de sesenta metros, se sintió más aliviado, aunque como siempre, antes de ocupar su deseado sillón, se quitó la ropa de la calle y se plantó su uniforme casero, que era como lo había calificado su pareja, ya que siempre era el mismo, consistente en un chandal algo descolorido de color verde cacería de una marca conocida de prendas deportivas y que contaba ya con más de diez años de vida. Ella estaba de guardia en la clínica, por lo que hasta el día siguiente después de las ocho no vendría, y a esa hora, pensaba aliviado, él estaría ya delante de sus alumnos de cuarto de la eso. ¡Qué descanso!
Con unas ganas inmensas de llevarse un cigarrillo a la boca, una vez sentado en su “casi cama” y con el portátil encima de su vientre, recordó por enésima vez el día que había dejado de fumar hacía ya casi veinte semanas. Pero las ganas de llenar sus pulmones de humo iban in crescendo, maldiciendo una y otra vez, en su interior, ya que no tenía la valentía suficiente de expresarlo en casa, el momento en el que tomó la decisión de dejar de ir a ver a Paquita la estanquera. Los continuos sermones de su chica llegaron a un punto que le obligó a tomar esa decisión: “a parte de que me molesta el humo, joder, son casi cinco euros lo que cuesta una cajetilla” o “cuando salgamos, si no dejas de fumar, olvídate de pedir un cubata; te conformas con un refresco”; y esto, una y otra vez, y con las venas del cuello a punto de estallar que se le ponía a la señora.
Abrió la pantalla de su arcaico portátil e introdujo la contraseña, sabiendo de antemano que si siguiera con el tabaco, le daría tiempo a fumarse un cigarrillo antes que se pusiera operativo: igual que el Mac o el Ipad de Lupe, que así se llamaba su chica, -pensaba, mientras movía la cabeza resignándose-. Sonó el teléfono, teniéndose que levantar para cogerlo.
  • Sí, dígame.
  • Soy yo, ¿por qué has tardado tanto en cogerlo?
  • Es que estaba sentado con el ordenador y mientras lo ponía en la mesa...; y por qué me llamas al fijo?, cuesta dinero.
  • Anda, cállate ya; con mi tarifa puedo llamar a fijos y móviles. Bueno, no te llamo para hablar de las tarifas, lo hago para decirte que no vayas a comprar pan, que en la panera queda del de ayer.
  • Pero Lupe, estará algo duro; lo tendré que calentar en el horno o en el tostador.
  • Déjate de gastar electricidad; y no está tan duro. O mejor no comas pan, que estás algo barrigón.
  • Me debería de haber quedado con mis compañeros que iban a comer algo en la calle.
  • Eso no te lo crees ni tú; que yo esté aquí como una cabrona veinticuatro horas de guardia para que tú te vayas de copas con tus amiguetes y las busconas de tus compañeras. Que no me entere yo que salgas con esa gente, que si no, ya tienes las maletas en la calle.
  • Pero Lupe, cariño, ¿cuándo he salido yo de copas con mis compañeros de clase? Y te recuerdo que la semana pasada tu estuviste de cena con tu gente.
  • Pero es distinto. No vayas a comparar. Yo tengo la cabeza en lo alto de los hombros, y tú, tu tienes los gorriones volando. Y además, si yo me quedo con mi gente a cenar, es porque me da a mí la gana, y eso es lo que hay.
  • Si tú lo dices, vale; pero no creo yo que eso sea justo, cariño.
  • Mira, te voy a decir una cosa que ya estoy hasta la punta de la nariz de repetírtela: tú sin mí no eres nadie y no te puedes comparar conmigo, ¿vale? No te olvides de eso nunca.
  • Pero por qué te pones así?, he dicho algo que te moleste?, he hecho algo que te haya molestado?
  • No, no me has hecho nada, pero a veces me pones de los nervios. Y ahora te voy a dejar, que están llamando de una de las habitaciones. Adiós.
  • Adiós, mi vida. Te quiero – palabras éstas últimas que ella no llegaría a escuchar-.

Arrellanado en su poltrona, comenzó a leer la prensa en la red. Tranquilo y sosegado, mientras que navegaba de periódico en periódico, pensaba en la conversación que había mantenido con su chica, dándole la razón en todo lo que le había dicho, justificándola en todo: “la pobre mía estará estresada; veinticuatro horas de guardias son muchas horas”.

“La violencia de género machista causa una nueva víctima” fue el titular de la última noticia que leyó antes de empezar a dar cabezadas en su poltrona.

Powered By Blogger