lunes, 18 de febrero de 2013

LA CAMARGA.

ALCIBIADES VILADECAMP I FERROGET EN "LA CAMARGA".
Quizás porque el tema le gusta tanto como a mí, es por lo que el siguiente artículo lo he escrito pensando en mi gran amigo Manolo Vega, a quien se lo dedico. Va por ti, Manolo.
LA CAMARGA
Yo de mayor me gustaría ir a comer al restaurante barcelonés de "La Camarga". Y por qué, os preguntaréis todos. Pues muy sencillo, y es que a mí siempre me "tiraron" mucho las películas de espías; es verdad que también me gustan mucho las películas del oeste, pero tengo que reconocer ante todos que, a mis años, no me apetece para nada el plantarme en la provincia de Almería y soportar el polvo del inhóspito desierto de Tabernas. Sergio Leone lo pasaría muy bien por esas áridas tierras dirigiendo al por entonces casi desconocido Clint Eastwood, pero a mí, tengo que reconocer que no me apetece en lo más mínimo. Definitivamente prefiero "La Camarga", en la Carrer d´Aribau, a un par de manzanas del Hospital Clínico Provincial de la capital Condal. Me imagino entrando en el restaurante catalán, con gabardina, gafas oscuras y sombrero a lo Bogart, después de haber hecho un doble barrido con mi vista por toda la "carrer" y cerciorarme que nadie me seguía. Tras sobrepasar la puerta de entrada, y disimuladamente, me quitaría de la boca el palillo de madera que siempre me acompaña cuando algo importante me ronda por la cabeza (dejé de fumar hace algún tiempo), y precisamente, en esa ocasión, así sucedería.

- Buenas tardes - me dirigiría al camarero que raudo se me aproximaría, mientras que con mis dedos pulgar e índice, y dentro del bolsillo de la gabardina, intentaría secar el palillo de madera que aun estaba humedecido-.
- Bona tarda, senyor, ¿tiene usted reserva?
- Sí, ayer "tarda" la hice por teléfono.
- ¿Me dice su nombre, si us plau?
- Sí, claro (y acercándome a él, le dije casi al oído el nombre que la tarde anterior había dado para la reserva, y que en nada se parecía a mi nombre verdadero). Alcibiades Viladecamp i Ferroget. Por cierto -le dije antes que comenzase a buscar el nombre que le había dado en la agenda que portaba en su mano derecha, y tras cerciorarme que nadie nos oía-, hice la reserva de una de las salas del primer piso.

Nada más hacer mención al tipo de reserva, quise apreciar que la actitud del camarero cambió como por ensalmo, dibujando en su rostro una expresión de respeto y casi de sometimiento; estaba claro que esperaba una buena propina (la pela es la pela, y el silencio hay que pagarlo). Tras echarle una visual rápida a su agenda, se dirigió a mí, en el mismo tono de voz con el que yo me había dirigido cuando le dije lo del tipo de reserva. Nadie de los comensales que estaban sentados pudo oír sus palabras.

- Segueixi´m vostè, senyor Viladecamp, si us plau (sígame usted, señor Viladecamp, por favor).
- Perdone -le increpé en cierta medida, y acercándome nuevamente a su oído-, si no le importa, hablemos en castellano, ya que hablando en "catalá" corremos el riesgo que se enteren de nuestra conversación, y quiero pasar desapercibido.
- Lo que usted diga, señor; a mí me viene mejor, ya que entre otras cosas - bajando todavía más su tono de voz, y haciéndolo casi inaudible-, soy andaluz.

Seguí sus pasos, subiendo tras de él las escaleras que daban acceso al piso superior donde se encontraban las siete salas o comedores, independientes las unas de las otras, y cuyas paredes deberían de haber sido testigos de multitud de negocios, pactos y estratagemas, unas veces legales, y otras, la mayor parte de ellas, no tantas. Tras dejar varias puertas de cristal opaco atrás, no todas del mismo tamaño, abrió la que hacía seis en el amplio pasillo y me hizo pasar al interior. Por fin me encontraba allí: uno de los comedores privados de "La Camarga".
¡Jo!, qué decepción; ¿y esto es lo que tiene tanta fama?; cuatro paredes con perlita, de color salmón suave, un par de cuadros que lo único que hacen es dar más frialdad aun a la sala, y una simple lámpara de color naranja colgando del techo de escayola. No, no se han quebrado la cabeza a la hora de decorar. Lo dicho, la pela es la pela.

- La reserva era para tres, ¿tardarán mucho sus acompañantes?
- Entiendo que estarán al llegar. Mientras tanto me podría servir un vermú, ¿no le parece?; o mejor no; tráigame un Jack Daniels sólo, sin hielo.
- Enseguida se lo traigo -dijo el camarero, cerrando la puerta de cristal tras de sí y dejándome solo en la sala-. Sólo en la sala, con mi palillo de madera nuevamente en la boca y la gafas oscuras en uno de los bolsillos, comenzaría a rebuscar por debajo de las sillas y de la mesa, por la lámpara, por el centro de mesa, por las esquinas, por los rincones, todo ello por si encontraba algún micrófono, grabadora o cámara. Ojalá tarden el camarero y mis acompañantes de comida; estoy en mi salsa; es el momento en el que me siento protagonista de una de esas películas que tanto me "tiran": ni el mismísimo Coppola hubiese dirigido tan bien un papel como el que yo estaba viviendo e interpretando al mismo tiempo. Limpio, todo está limpio; esta vez no me cogerán desprevenido, a no ser que los artilugios electrónicos los traigan encima.
La puerta de cristal se abrió, entrando mis dos compañeros de mesa y el camarero con el Jack Daniels.
Domingo
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