sábado, 31 de marzo de 2012

LA CARPETA VERDE

No os cuento nada nuevo si os digo que me encanta leer, aunque a decir verdad, me gusta mucho más sentarme delante de mi libreta y, con mi Pilot azul, pintarrajearla con letras y palabras que me hagan encontrar momentos de paz.
Y digo esto, hablando de mi gusto por la lectura, porque precisamente ayer, a la salida de mi visita al Oratorio de San Felipe Neri, tras esperar paciente e impertérrito la larga cola de un numeroso grupo de alumnos y alumnas de un colegio de Barbate, me encontré una carpeta de color verde, con una pegatina que hacía alusión a la huelga general del pasado día veintinueve. Tras preguntar a todos los que merodeaban por allí, incluidos bedeles y limpiadoras (Pepis de Cádiz), si dicha carpeta era suya, encontrando un repetido “no” por respuesta, decidí entregarla al primer policía local que me encontrase camino de la parada del autobús.
Paso tras paso camino del autobús, deleitándome con los balcones y fachadas de las calles gaditanas, y sin encontrarme con ningún agente de la autoridad, fue creciendo en mi interior cierto interés por el contenido de la extraviada carpeta verde, estando tentado en alguna que otra ocasión en, después de quitarle los dos elásticos a rayas azul y blanco, abrirla de par en par, y ver de una puñetera (perdón) vez el contenido de la dichosa carpetita. ¿Qué podrá haber en su interior?, me preguntaba una y otra vez.
Mi curiosidad iba en aumento, y más que curiosidad, sentía que se estaba adueñando de mí un sentimiento de intriga, o como dicen en mi pueblo, “el pazanteo no me dejaba vivir”.
Fue a la entrada de la plaza Mina cuando ya no pude resistirme más, y tras sentarme en uno de los bancos que salpican el perímetro de la mencionada plaza, de cara a la librería Manuel de Falla, en la que observaba muy orgulloso un ejemplar de mi primer libro “Tierra de deslealtades”, hice airear el interior de la carpeta tras liberarla de sus ataduras azul y blanca.
Y cuál fue mi sorpresa cuando en su interior me encontré un pequeño taco de folios en blanco que cubrían un sobre de medio tamaño, también blanco, pero que a diferencia de los folios, se encontraba escrito con letra muy pequeña tanto por delante como por detrás. No pude resistirme y, tras encender un cigarro, me enfrasqué con la lectura del contenido del tan bien custodiado sobre.
Tengo que decir que en un principio tuve la intención de desistir en mi lectura, pero, pensando en su autor y en el momento, o los momentos, tan delicados y engorrosos que le llevaron a escribir lo que poco a poco a mí me estaba cautivando, decidí devorar todo su contenido.
El contenido del sobre decía lo siguiente:
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“Después de que mi vida hubiera sido un continuo ir de aquí para allá, encontrándome en todos los fregados posibles, y rayando a veces, cuando no sobrepasando, la vida de crápula, tras encontrar la que creía, y creo, la mujer con la que deseaba pasar el resto de mi vida, todo ello después de algo más de dos años de relación, me vuelvo a encontrar nuevamente en la encrucijada, o mejor dicho, con la empanada mental que siempre ha sido mi compañera de viaje.
Mi chica, perseverando como la que más, aunque sin resultar en ningún momento empalagosa, todo hay que decirlo, porque si así lo hubiese sido os aseguro que no hubiera llegado a este momento, persiguió en todo momento el presentarme a sus padres, técnicos asesores de la Junta de Andalucía.
Tengo que admitir que esa idea suya de abrir mi círculo de amistades, no me cautivó ni me sedujo nunca lo más mínimo, aunque también he de reconocer que a nuestros treinta y tantos largos, era una posibilidad que entraba dentro de la normalidad. Aun así, le fui dando larga, sin demostrarle en ningún momento mi negativa, buscando e inventando acontecimientos varios que me impidieran su tan anhelado encuentro.
Pero va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, y aprovechando la celebración de las bodas de oro de sus padres (ufff, cincuenta años juntos), y no encontrando ya ninguna vía de escape, accedí a sus pretensiones de que nos diese a conocer; y no solo a sus padres, sino también a todo su enjambre familiar.
El evento a celebrar, además de festejar las bodas de oro del matrimonio, serviría para presentar al novio de la niña (única hija). Ufff, qué grande me suena la palabra “novio”.
He de reconocer que las dos semanas que transcurrieron entre el sábado (ya de madrugada, después de fumarnos un cigarro) en el que accedí a su petición y el sábado en el que se celebró el acontecimiento familiar, se me hicieron eternas, ocurriéndoseme durante ese tiempo, mil y un achaque para justificar mi ausencia sin ser tachado de “malage”. Pero no, no lo hice, y principalmente no lo hice porque ella, mi chica, no se lo merece. Ella es un sol.
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El evento se celebró, después de pasar por el altar, siendo mi chica la madrina, en el chalet que tiene el matrimonio a unos kilómetros de la ciudad donde residimos.
Yo, aunque no accedí a emperejilarme con corbata o palomita, como quizás hubiese merecido la ocasión, me compré un equipito, todo de primeras marcas, con el que pensé que no desentonaría. Y no lo hice, os lo aseguro. Además, como no sabía que regalarles, opté por llevar un par de botellas de vino, concretamente un Matarromera reserva del 96, siendo desde el preciso momento en el que el padre de mi chica me vio aparecer con ellas, el centro de las atenciones del septuagésimo señor. He de reconocer, aunque en la celebración no llegué en ningún momento a reconocerlo, que sabía de los finos y sibaritas gustos del caballero, dando en la tecla al traer un Ribera del Duero.
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Aunque durante la estancia en la iglesia me pude escapar de las presentaciones, principalmente por encontrarse mi chica en el altar junto a sus padres, una vez en el chalet, todo fueron apretones de manos y besos en las mejillas. Te presento a mi tía Conchi y a su marido Fausto; mi tío Jacinto y su esposa Esperanza; mi prima Julia y su marido Juanjo. Así unos tras otros de sus familiares. Yo pensé que el capítulo de las presentaciones nunca terminaría, planeando en más de una ocasión el salir por piernas, abandonando aquel aluvión de saludos hipócritas y sonrisas forzadas. Y fue entonces cuando le tocó el turno a ella. El animal más salvaje nunca contemplado por mis ojos se encontraba a menos de un metro de mí, acercándose a mi cara para estamparm un par de besos.

- Mira, cariño –dijo mi chica-, te presento a la más “guay” de mis tías; mi tía Lupe.
- Encantado, señora; es un placer el conocerla. Entiendo que es usted la tía más joven de todas –osé agasajarla de esa manera-.

No me lo podía creer; tenía delante de mis ojos al estilo hecho persona, a la sensualidad personificada, a la belleza hecha carne; tenía delante de mis ojos a la mujer perfecta. Ojos grandes rasgados, pómulos pronunciados, labios carnosos, boca grande y perfecta que encerraba una dentadura que ni esculpida por el mismísimo Miguel Angel Buonarotti, sonrisa seductora, cuello estilizado, senos impresionantes que se hacían más llamativos al lucir un atrevido escote, cintura y caderas según los cánones establecidos para obtener la máxima puntuación en cualquier concurso de belleza femenina. ¿Y las piernas? Mejor me callo. Solo decir que, a mí, que me falta un solo centímetro para alcanzar el uno ochenta, me subía casi cinco dedos, si bien es verdad que su altura se veía reforzada por un pronunciado tacón.

- Pues te equivocas en todo, guapo. Primero decirte que si no te importa, no me ustees, ya que haces que me sienta mayor de lo que soy; con mis cuarenta y cinco ya tengo bastante. Segundo, no soy señora, soy señorita; estuve casada durante catorce años, pero bendito sea el momento que decidí rencontrarme con la libertad. Y tercero, no soy la menor de las tías de tu chica, todo lo contrario; de las tías maternas, soy la mayor.
- Pues bien hemos empezado –dije yo todo acalorado, mientras que los ojos de la tía de mi chica lograban hacer dos muecas en los míos-.
- Me vais a perdonar, pero voy a echarle un cable a mis padres; los veo atareados. Ahora vengo cariño –me dijo, dándome un piquito-.
Nunca debió dejarnos solos. Tras invitarme a alejarnos un poco del griterío de los niños, comenzó a hablarme de su vida, del calvario de su matrimonio, de lo sola que se encontraba en aquella casa de tres plantas, y de la situación económica tan desahogada en la que la había dejado su ex. Todo lo hablaba ella. Yo, por mi parte, solo alcanzaba a pensar que lo que estaba viviendo no podía ser cierto. Solo eso.

- Igual te estoy dando la tabarra. Perdona si es así.
- Para nada, para nada Lupe; todo lo contrario; eres muy agradable.
- Comprendo que no te sientas cómodo y relajado en este momento, pero, si lo deseas, te invito a tomar café un día en mi casa, y así nos conocemos mejor.
- Me encantaría.
- Pues toma –sacando de su bolso, a juego con su top, una tarjeta-, aquí tienes mi dirección y mi teléfono. Cuando quieras me llamas y hablamos más relajados, pero mejor que no le comentes nada a mi sobrina, ¿Ok?
- Ok –le dije todo nervioso, quedándome petrificado mientras la observaba como se alejaba de mí, exhibiendo su modelado trasero, súper entallado en una minúscula falda sin marca alguna que delatara la existencia de braguitas.

¿Por qué a mí? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué en el momento en el que pensaba que mi vida estaba estabilizada tiene que aparecer en mi vida esta mujer, haciendo renacer mi yo más depravado?
Está claro que no cambiaré nunca, porque lo que tengo claro es que pase lo que pase, haré todo posible para que la tía de mi chica, se sienta dichosa con mi visita”,
Anónimo
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Y éste fue el relato que encontré escrito en el sobre blanco, en el interior de la carpeta verde. Os digo que no llegué a entregarla a ningún policía local, pero lo que sí he hecho, es imaginarme, no por nada, sino por saber como pudiera ser, a la tía Lupe de la chica del autor del relato que habéis leído.
Domingo
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