viernes, 16 de enero de 2015

COMO DOS GOTAS DE AGUA

¿Sería cierta aquella leyenda que da nombre a uno de los parajes más característicos de la vega antequerana? Seguro que sí, ya que de otra suerte no habría llegado a nuestros días con ese nombre tan fascinante y seductor: la Peña de los Enamorados.

De belleza paralizadora y ademanes cautivadores, Tazgona, hija del jefe moro de la plaza de Antequera, quedó prendada del prisionero cristiano, el escultural y atractivo Tello, decidiendo los dos huir del mundo hostil que les había tocado vivir. El resultado de aquel amor tan desaforado no fue otro que el de, tras arrojarse al vacío, darle nombre a ese peñón calizo con forma de cabeza de indio tumbado, desde donde se divisa el paso natural que en la actualidad une a cuatro de las ocho provincias andaluzas y que desde siempre fue centro neurálgico de caminos culturales y comerciales.
Pero si Tazgona no pudo perpetuar su belleza, fue su hermana Fadhila la que, tras la conquista de la plaza de Antequera por parte del infante Fernando de Trastámara en 1410, y tras lograr huir hasta la serranía de Ronda en compañía de un judío converso, consiguió crear una auténtica familia cristiana que perduraría a lo largo de los siglos.

Seis siglos después de la toma de Antequera por las tropas cristianas, en un pequeño pueblo de la “presierra” gaditana, a caballo entre Jerez y Ronda, corre por sus calles un chaval cuya madre recuerda a aquella Tazgona que un día se arrojó al vacío en compañía de su amante.
Y así es. Veintiocho generaciones han pasado desde que Fadhila lograse escapar del asedio cristiano y asentarse junto a su judío, Samuel, y otras cinco familias, también conversas, en la aldea de Benarrabás, actual pueblo malagueño de la serranía de Ronda. Allí en la montaña, perdidos de la mano de Dios, convirtiéndose en “cristianos nuevos”, fueron echando raíces y expandiendo su sangre por todos los pueblos de los alrededores (Genalguacil, Jubrique, Alpandeire, Villaluenga del Rosario, Benaojan, Benaocaz, Setenil, Zahara, Algodonales, Olvera, Villamartín, Bornos, Prado del Rey, Espera, y otras tantas pequeñas localidades andaluzas).

Sin ser descendiente directo de Tazgona, sino de la hermana, Fadhila, Nadia, la madre de aquel niño que corría tras el balón en el parque, era como gota de agua de aquella princesa mora que junto a su amado Tello se arrojó al vacío. Al igual que un día, aquella mazmorra en la que se encontraba el cristiano, se iluminó a la llegada de la princesa, en este inmenso parque, casi imposible de llenar por los pocos niños del pueblo, ahora se encontraba henchido de luz con la presencia de Nadia; sus andares, su ademanes, su sonrisa, su moverse de un lado hacia otro detrás del balón pateado por su hijo, convertían a aquel otoño decadente que estaban viviendo en el pueblo, en la más exuberante y fértil de las primaveras.
Pero al igual que le ocurría a Tazgona, no todo era vida y primavera en su vida; también el otoño anidaba en muchas ocasiones en su almohada. Y si el rostro de la princesa sólo se iluminaba cuando se sentía observada por Tello, el de Nadia solo rebosaba de alegría cuando veía a la sangre de su sangre, y cuando, muy de vez en cuando, yacía con el hombre del que nunca se debería de haber enamorado. Mientras que Tazgona sintió como traicionaba a su padre al enamorarse de un cristiano, Nadia sentía una y otra vez como traicionaba a su marido cada vez que estaba o pensaba en el que le daba vida; mientras que Tazgona enloquecía viendo enloquecer a su amado disfrutando de sus esculpidas y perfectas curvas, Nadia perdía el juicio viendo como lo perdía su amante mientras recorría con sus labios cada milímetro de su cuerpo; mientras que la princesa mora antequerana lamentaba una y otra vez no haber nacido en el seno de una familia cristiana, Nadia se afligía al no haber conocido con anterioridad a su marido, al hombre que la llenaba de sazón y madurez.


Eran como dos gotas de aguas. Solo en una cosa diferían la una de la otra: mientras que Tazgona fue lo suficientemente valiente como para echar un telón tras sus espaldas e intentar vivir una nueva vida con su dador de primaveras, Nadia, quizás acobardada por el qué dirán, se resignó a vivir con sus claros y nubes.
Powered By Blogger