domingo, 22 de marzo de 2020

NOVENO

Noveno día de confinamiento coronavizante. Los números siguen siendo pésimos, y lo que es peor, desde las altas esferas nos dicen que seguirán empeorando en los próximos días. Es lo que tenemos. Aprendamos de lo que nos ha tocado vivir, saquemos conclusiones, volteemos la dinámica equivocada que llevábamos y aceptemos de una vez por toda de que estábamos viviendo al filo de la navaja, al borde del precipicio. Una minúscula mueca en el acero nos ha hecho tambalear, haciéndonos dar cuenta que ni el más duro de los metales alcanza una dureza sólida y total si los encargados en fundirlo olvidan que no puede haber abandono ni distracción a la hora de las mezclas necesarias . Esperemos que de una vez por toda, cuando salgamos de esta, porque vamos a salir, tomemos conciencia en conjugar las medidas exactas. 


Centrémonos ahora en nuestra parisina e intentemos dejarnos llevar por su intrigante deambular.

.......Honorio sonreía, me miraba, y con un leve movimiento de cabeza me decía que le entregara mi parisina. Los dos frente a frente. Miradas cargadas de palabras e intenciones. El sobre de Argentaria con los dieciocho billetes en su interior encima de la mesa, en el mismo centro, equidistante entre los dos. Mientras, mi parisina, enrollada en el interior de un canuto (hablando de canuto, ¿sabéis que a finales del siglo X y comienzos del XI hubo un monarca danés que fue rey de Dinamarca, Noruega, Suecia e Inglaterra que se llamaba Canuto II?), dormitaba extendida en el asiento de otra de las sillas, soportando nuestras miradas, bien directas bien soslayadas, esperando quizás saber en qué brazos iba a hacer el viaje hasta el aeropuerto San Pablo de Sevilla. Recuerdo que me llené de valor y extendí mi brazo izquierdo hasta tomar fuertemente el canuto, poniéndolo encima de la mesa, junto al sobre de Argentaria, pero sin soltarlo.”Aquí tienes la parisina, pero antes de que cambie de dueño me tienes que decir porqué tanto interés el tuyo en hacerte con ella; no es normal”. El argentino, poniendo una de sus manos encima del canuto, entre las dos mías que no se habían desprendido todavía de él, me sonrió diciendo, “boludo, creo que vos no entendé lo que es el arte en serie o en cadena según la luz”. “¿En cadena?; ¿el arte en cadena?;¿qué coño es eso?”, pensé contestarle; pero no lo hice. “Explícamelo tú, boludo, que yo de arte estoy pegado”, le contesté, pero utilizando el término boludo de una manera nada conciliadora, aspecto éste que no se le fue por alto a mi compañero de viaje. Te explico, me dijo.”El autor de esta parisina pintó en su día cinco imágenes de la rue du Mont Cenis, con el exterior de la Basílica del Sacré Coeur (Sagrado Corazón) al fondo, a distintas horas, con distinta luz según la estación del año y oscilando su posición a lo largo de la calle en unos cincuenta o sesenta metros”. “¡Qué bien!”, le contesté; “aburrido que estaba el tío. ¿Y qué? A mi eso no me dice nada. Esta, apretando con más fuerza el canuto, ¿a qué hora la pintó, recién levantado o ya con unas copas de coñac encima?”. “Prosigo. Pues que yo en mi casa tengo cuatro de esas pinturas y me falta precisamente esta, y es por lo que he pagado más de lo que vale realmente, para tener la serie completa. Y ahora me vas a preguntar que cómo supe que la parisina la había comprado vos, que cómo tengo los mismos vuelos que vos y todas las preguntas que queré hacerme. Pero toma el sobre y dame ya la pintura, boludo”, me dijo con aires de pocos amigos. Su respuesta me enervó en cierta medida, aunque antes de saltar como un basilisco, pude controlar mis primeras intenciones apaciguando mi respuesta. “Pues sí, parece ser que has hurgado en mi mente y has leído mis pensamientos, y te digo, mucha casualidad el que tú vayas a París en busca de un cuadro que no conoce ni su propio autor, y acabes consiguiéndolo en el vuelo que casualmente también te lleva hasta Sevilla, ciudad a la que se dirige el comprador de ese cuadro. Como también es mucha casualidad que la azafata me envíe a cola del avión y te encuentres allí como si estuvieras esperando que te llegara el maná del cielo. Tu me dirás........., boludo; y dilo pronto que ya mismo abren la puerta de embarque y mi mujer me estará esperando”.

Y ya lo vamos a dejar para mañana, esperando que las noticias sean mejores.

Y no olvidar eso de “seguir en casa”. Y recalco: seguir en casa; se está demostrando que es la mejor solución para que el puto virus no te haga compañía. Ya queda menos.
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