Noveno
día de confinamiento coronavizante. Los números siguen siendo
pésimos, y lo que es peor, desde las altas esferas nos dicen que
seguirán empeorando en los próximos días. Es lo que tenemos.
Aprendamos de lo que nos ha tocado vivir, saquemos conclusiones,
volteemos la dinámica equivocada que llevábamos y aceptemos de una
vez por toda de que estábamos viviendo al filo de la navaja, al
borde del precipicio. Una minúscula mueca en el acero nos ha hecho
tambalear, haciéndonos dar cuenta que ni el más duro de los metales
alcanza una dureza sólida y total si los encargados en fundirlo
olvidan que no puede haber abandono ni distracción a la hora de las
mezclas necesarias . Esperemos que de una vez por toda, cuando
salgamos de esta, porque vamos a salir, tomemos conciencia en
conjugar las medidas exactas.
Centrémonos
ahora en nuestra parisina e intentemos dejarnos llevar por su intrigante deambular.
….......Honorio
sonreía, me miraba, y con un leve movimiento de cabeza me decía que
le entregara mi parisina. Los dos frente a frente. Miradas cargadas
de palabras e intenciones. El sobre de Argentaria con los dieciocho
billetes en su interior encima de la mesa, en el mismo centro,
equidistante entre los dos. Mientras, mi parisina, enrollada en el
interior de un canuto (hablando de canuto, ¿sabéis que a finales
del siglo X y comienzos del XI hubo un monarca danés que fue rey de
Dinamarca, Noruega, Suecia e Inglaterra que se llamaba Canuto II?),
dormitaba extendida en el asiento de otra de las sillas, soportando
nuestras miradas, bien directas bien soslayadas, esperando quizás
saber en qué brazos iba a hacer el viaje hasta el aeropuerto San
Pablo de Sevilla. Recuerdo que me llené de valor y extendí mi brazo
izquierdo hasta tomar fuertemente el canuto, poniéndolo encima de la
mesa, junto al sobre de Argentaria, pero sin soltarlo.”Aquí tienes
la parisina, pero antes de que cambie de dueño me tienes que decir
porqué tanto interés el tuyo en hacerte con ella; no es normal”.
El argentino, poniendo una de sus manos encima del canuto, entre las
dos mías que no se habían desprendido todavía de él, me sonrió
diciendo, “boludo, creo que vos no entendé lo que es el arte en
serie o en cadena según la luz”. “¿En cadena?; ¿el arte en
cadena?;¿qué coño es eso?”, pensé contestarle; pero no lo hice.
“Explícamelo tú, boludo, que yo de arte estoy pegado”, le
contesté, pero utilizando el término boludo de una manera nada
conciliadora, aspecto éste que no se le fue por alto a mi compañero
de viaje. Te explico, me dijo.”El autor de esta parisina pintó en
su día cinco imágenes de la rue du Mont Cenis, con el exterior de
la Basílica del Sacré Coeur (Sagrado Corazón) al fondo, a
distintas horas, con distinta luz según la estación del año y
oscilando su posición a lo largo de la calle en unos cincuenta o
sesenta metros”. “¡Qué bien!”, le contesté; “aburrido que
estaba el tío. ¿Y qué? A mi eso no me dice nada. Esta, apretando
con más fuerza el canuto, ¿a qué hora la pintó, recién levantado
o ya con unas copas de coñac encima?”. “Prosigo. Pues que yo en
mi casa tengo cuatro de esas pinturas y me falta precisamente esta, y
es por lo que he pagado más de lo que vale realmente, para tener la
serie completa. Y ahora me vas a preguntar que cómo supe que la
parisina la había comprado vos, que cómo tengo los mismos vuelos
que vos y todas las preguntas que queré hacerme. Pero toma el sobre
y dame ya la pintura, boludo”, me dijo con aires de pocos amigos.
Su respuesta me enervó en cierta medida, aunque antes de saltar como
un basilisco, pude controlar mis primeras intenciones apaciguando mi
respuesta. “Pues sí, parece ser que has hurgado en mi mente y has
leído mis pensamientos, y te digo, mucha casualidad el que tú vayas
a París en busca de un cuadro que no conoce ni su propio autor, y
acabes consiguiéndolo en el vuelo que casualmente también te lleva
hasta Sevilla, ciudad a la que se dirige el comprador de ese cuadro.
Como también es mucha casualidad que la azafata me envíe a cola del
avión y te encuentres allí como si estuvieras esperando que te
llegara el maná del cielo. Tu me dirás........., boludo; y dilo
pronto que ya mismo abren la puerta de embarque y mi mujer me estará
esperando”.
Y
ya lo vamos a dejar para mañana, esperando que las noticias sean
mejores.
Y
no olvidar eso de “seguir en casa”. Y recalco: seguir en casa;
se está demostrando que es la mejor solución para que el puto virus
no te haga compañía. Ya queda menos.