miércoles, 6 de enero de 2016

ROSCÓN DE REYES & ROSCA DE REINAS.

Tengo que decir que de todas las pastelerías que conozco en la ciudad de Cádiz, son las de la cadena “Alameda”, y creo que son tres las que abren en la capital, las que, si tuviera que puntuarla de cero a diez, pueden estar ustedes por seguro que les daría la máxima puntuación. Y son varias las razones por las que mi decisión de otorgarle la máxima valoración no me ofrece la menor de las dudas.

Por un lado la limpieza. Quizás porque crecí en una familia en la que mi “caporala” le tenía declarada la guerra a las motas de polvo, por muy ínfimas que fuesen, siendo la limpieza y el orden el denominador común de cada rincón de nuestro hogar, es por lo que cuando entro en estas pastelerías y veo esas paredes tan despercudidas, esos cristales de las vitrinas que parecen que no existen y esos delantales blancos de las vendedoras que parecen que a diario han sido pasados por continuos baños de blanqueadores y añil, me sienta como en casa.
Por otro lado el servicio que ofrecen en todo momento las expendedoras. Su amabilidad, sus atenciones, su simpatía y su gracejo dan lugar a que todo el que entre por primera vez a degustar de sus exquisiteces, se anime a repetir.
Pero lo que más me llama la atención de esta cadena pastelera es el intento de mostrar en sus expositores, intentando de este modo acercar a sus clientes la realidad que pretenden hacernos ver nuestros partidos políticos y algunas de nuestras más boyantes empresas, la paridad de género, pero en este caso entre los dulces. En este sentido, nos encontramos junto a la gran bandeja de barquitos de merengue, otra, de las mismas dimensiones, repleta de grandes barcazas del mismo dulce a la que llaman merengas. O esa otra bandeja colmada de considerables roscos rellenos de chantilly, colocada junto a otra repleta de minúsculas rosquillas también rellenas de esa crema cuyo origen se cree que procede de esa comuna francesa, en la región de Picardía, al norte de París.

Pero el colmo de los colmos en cuanto a paridad de géneros confiteros sucedió esta tarde una vez vista, por televisión, debido a las inclemencias meteorológicas que no hacían nada agradable el salir a la calle, la cabalgata de cada cinco de enero. Entré en una de las confiterías de la tan mencionada cadena pastelera con el fin de recoger el encargo que hice el día anterior, consistente en el tradicional roscón de reyes. Y cuál fue mi sorpresa cuando la dependienta, muy educadamente me dijo que la demanda de dichos roscones había sido tal que se habían quedado sin ellos. Ahora bien, prosiguió diciéndome, me ofrecía una suculenta rosca de reinas, a lo que yo le respondí diciéndole que no sabía de la existencia de esa modalidad pastelera. La dependienta, repito, muy educadamente, me contestó que dada la nueva realidad de que las tradicionales cabalgatas de cada cinco de enero, en algunas localidades españolas iban dirigidas por reinas y no por reyes magos, el jefe del obrador de la cadena pastelera había decidido hacer la misma cantidad de roscones de reyes que de roscas de reinas. Yo, aunque comprendiendo el por qué de la decisión del jefe del obrador, y pisoteando mentalmente el verdadero porqué de la nueva realidad de las tradicionales cabalgatas, me dirigí a una confitería de la competencia con el pensamiento puesto en mi tradicional roscón de reyes.
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