Os voy a contar una historia verídica como la vida misma, aunque algunes de vosotres (mujeres y hombres), pensareis que ésta no es más que otra de las historias o historietas que acostumbro inventarme. Es verídica, de verdad que es verídica.
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Por influjo de mi hermano, quiero recordar, desde muy niño corrió por mis venas (futbolísticamente hablando), el color verde y blanco; o lo que es lo mismo, desde muy pequeño fui bético hasta la médula, gustos éstos que, a mis ….y tantos, se han ido acrecentando considerablemente, hecho éste que no ha supuesto ningún obstáculo para que en mi agenda de amigues, haya algunes que prefieran e idolatren al otro equipo de la ciudad del Guadalquivir.
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Pues bien, fui echándome años a las espaldas, y llegó un día en el que, al igual que hizo mi hermano conmigo, quise inculcar a mi hijo (nada más lejos del rollo ese del pin parental), entre otras muchas cosas, el que sus gustos balompédicos cohabitaran con los que se dan a comienzo de la avenida de Las Palmeras; es decir, que fuese bético como yo. Y lo conseguí. Hoy, en los más de veinte años de vida que tiene, casi treinta, puedo decir que lo he visto llorar en más de una ocasión, como yo lo hice también, cuando el equipo de nuestros amores sufría un descenso a segunda división. Pero ahí está, sufriendo, curtiéndose y endureciéndose ante las mil y una adversidades balompédicas, y saliendo victorioso como Ave Fénix.
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Todavía hoy, después de tantos años, me enseña orgulloso y con la carne de gallina, el álbum de equipos de fútbol de primera división, que logró rellenar al completo. Bueno, al completo no; de los veinte equipos, consiguió completar diecinueve, habiendo uno al que le faltaban todos los jugadores. Pero que conste que yo no quise influir en el hecho de que cuando le salía un jugador de ese equipo en los sobrecitos de estampas de futbolistas, abriese a continuación la ventana para arrojarlo a la calle. Yo le decía cada vez que hacía eso, “Andrés, no se tiran los papeles a la calle; para eso están las papeleras”. Cosas de niños. Bético que me salió.
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Pero el colmo de los colmos, fue el hecho que protagonizó esta mañana a la hora del desayuno.
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- Andrés –le dije-, ¿cuántas tostadas de pan de molde quieres?
- Tres, papá –me contestó-, y si no es mucha molestia, le untas la mantequilla con omega tres (tiene c......... que a los casi treinta le tenga que preparar su papá el desayuno; manda c........).
Como buen padre (de los de hoy, porque enseguida me iba a traer mi padre el desayuno a la mesa), le llevé las tres rebanadas de pan de molde con su mantequilla untada, diciéndome lo siguiente:
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- Muchas gracias papá, y ahora te voy a enseñar como se comen las tostadas de pan de molde.
Lo observé atentamente, y tras dos grandes bocados y otros dos no tan grandes, quedé totalmente absorto con el resultado obtenido.
Tan sorprendido y orgulloso me quedé, que ya a solas, me puse a practicar lo que vi anteriormente en él, plasmando para la posteridad paso tras paso. El resultado fue el siguiente:
Para mis amigos (entre otros muchos) Cemanué, Perico, Manolo Ochoa, Manuel (de Coria del Río) y Juan Luis Vega.
Domingo