lunes, 3 de agosto de 2020

TOCA PORQUE TOCA


  Hoy, que toca porque toca macro centro comercial, toca porque toca, y a pesar de la resaca "decapitadora “ en la que me encuentro, echar mano del Hugo Boss y garabatear el papel. Y la verdad es que para estos menesteres y en la misma situación, mis duros glúteos se hubieran asentado en el mullido asiento de mi vehículo, lugar que sería el más idóneo para afrontar este momento pandémico que nos ha tocado vivir, pero los efectos de la canícula propios de finales de julio me han obligado a pasar por la  puerta corredera que separa el infierno del Edén. ¡Boooo, qué calor hace afuera!
¡Uauuuu, qué fresquito se está aquí!  Y como dicen algunos amigos míos que todavía utilizan antiguos dichos tildados por algunos otros como “pueblerinos “, pero que yo, como de pueblo que soy, utilizo muy a menudo, “¡qué buen paso de tórtolas hay! “. Y la verdad es que sí, que el paso de tórtolas en el puesto en el que estoy dando cuenta de una gélida Cruzcampo, te alegra la vista y el espíritu, ya que, siendo realista, y no lenguaraz ni jactancioso, que no es mi estilo, a estas alturas de nuestro periplo ya no está uno para llevar la escopeta y los cartuchos para disparar a esas tórtolas, que volviendo y reincidiendo en lo dicho anteriormente, hacen gala de un vuelo eléctrico, en el que alternan rápidos aleteos con cortos planeos..
¡Tate, Domingo!, que solo llevas veinte minutos en este puesto.
Pues la verdad que ya no sé si garabatear sobre temas tortoleros, que visto que los cotos existentes cada vez las protegen más, hecho este que apruebo, ya que su vuelo es embelesador y hay que “mimarlas” (y que nadie se tome el término “mimarlas” como que hay que protegerlas de una súper manera especial en detrimento del resto de los animales, ya que ellas por sí solas, con sus vuelos, saben esquivar las acciones de cualquier desalmado armado que intente hacerles morder el suelo), o de la resaca mental que me ha dejado el final de mi ultima historia.
Y la verdad es que los dos temas me pueden dejar señales; así que, inteligentemente creo, tomo la decisión de darle descanso a mi Hugo Boss, que para el o la que no lo sepa, es el bolígrafo que me regalaron “mes amies “ cuando me cayeron los… . y tantos.

ZORREANDO

   
   Entré en la playa indeciso, dispuesto a la lucha porque sabía que los enemigos estaban merodeando, escondidos, agazapados, invisibles, mimetizados. Y yo, creyendo que estaba preparado, inmune a cualquier ofensiva enemiga, al igual que creía el que atacaron, me encontraba equivocado, pero muy equivocado; y eso que me atavié con la del zorro. Pero como yo soy muy cumplidor de refranes, hice de mí, y allí donde fui hice lo que vi, por lo que Antonio Banderas, dejó de ser el zorro para convertirse en don Diego de Mendoza; eso sí, salvando las distancias (de Cádiz a Málaga hay doscientos treinta y tres kilómetros más o menos; digo yo).
Y la verdad era que aunque había muchos zorros a mi alrededor, más de los que debieran se convertían en “orros”, “rros” y algunos en “os”, y para eso, como le dije a alguno, porque se lo dije, que conste que se lo dije a uno, “enfréntate a pecho descubierto al enemigo, pero espero que no te hayan sorprendido ya, pues no desearía compartirlo contigo, zo mamón” (lo de “zo mamón” no se lo dije, pero lo pensé). Y encima se me enfada, lanzándome una mirada “perdona vida”, que yo, que nunca he sido amante de lides, pensé que lo único que tenía que hacer era apartarme de su radio de acción, o lo que es lo mismo, respetar lo que en estos tiempos se mal denomina “la distancia social”. Otra alternativa, como hacen otras respetuosas personas, hubiese sido marcar en mi celular el cero noventa y dos, pero “pa qué”, si no va a venir nadie, si por aquí hay otra lid encarnizada a nivel municipal que está provocando entre otras muchas cosas, que los don Diego de Mendoza campen por las playas a sus anchas. Así que lo mejor que hice es darme una vueltecita por las olas, que según han dicho desde el principio de esta realidad que nos ha tocado vivir, la sal puede con el enemigo.

Añorado verano del diecinueve, que visto lo visto, podemos decir que fue un verano azul, sin Chanquete, pero azul; azul con sardinas y caballas. Y ya que aguas pasadas no mueven molinos, digamos eso de “esperado verano del veintiuno”. Y eso es lo que hay. Hasta entonces, esperemos que Catherine Zeta Jones nos siga aceptando con la máscara; o sin ella.
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