jueves, 19 de marzo de 2020

SEXTO

Sexto día descoronavizante y no veo el final. Eso sí, no me quiero ni imaginar aquellos humanos que tuvieron que padecer anteriores pandemias sin televisión, sin telefonía, sin internet y sin ninguna lluvia de “fake new”, tema este que sería motivo de un gran debate, con sus defensores y sus detractores, y no me refiero a estos últimos (a los fake). Ellos no tendrían la información que tenemos nosotros, por lo que alarma social, creo, sería menor, pero no disfrutarían de esas conversaciones por whatsapp, de esas videconferencias grupales y de otros menesteres que te hacen más livianos los días de confinamiento. Yo particularmente, cada día que pasa trato de aislarme cada vez más del aluvión de noticias y comunicados que nos llegan por diferentes vías. 

Seguiremos pues con la parisina.

Despertá, boludo, que estamos a punto de tomar tierra en Madrid” fueron las primeras palabras que escuché al abrir los ojos. Era el argentino nuevamente. Con él me dormí y con él me desperté. Enseguida caí en la propuesta que me había hecho antes de caer en brazos de Morfeo. “Si le pidiera mil francos por mi parisina lo mismo hasta me los da, y así me gano algo más de seis mil pesetas” pensé haciéndome todavía el dormido. “Boludo, tres mil francos te doy por tu pintura; no creo yo que tu chica te dejara pagar tanto por esta pinturita que la podías encontrar en la esquina de la tienda de tu calle. ¿Lo tomas o lo dejas?”. Mi calculadora mental comenzó a dar vueltas y no me creía el resultado final: unas cincuentas mil pesetas sin partirla ni probarla, o lo que es lo mismo, seis letras del Opel Kadett que me había comprado unos meses antes. “Ni pensarlo”, me dije; “¡pero qué coño!, voy a ver si le saco un par de mensualidades más; o tres o cuatro”. “Boludo......, tú” le contesté esbozando una leve sonrisa socarrona para intentar traérmelo a mi terreno. “Te voy a decir una cosa, yo no tengo ninguna intención de vender esta parisina, pero como me has caído bien, si me das cinco mil francos, lo mismo hasta te la vendo”.
Mesdames et messieurs, attachez vos ceintures de sécurité; dans quelques instants, nous atterrissons à l'aéroport de Madrid Barajas”. Recuerdo como si lo estuviera viviendo en este momento. La voz de la azafata indicándonos que íbamos a aterrizar me puso de los nervios, desencajado; con ganas de cerrar los ojos y no abrirlos para nada. “A ver para que coño me ha despertado el argentino este de los cojones”, pensé, olvidando la oferta que me había hecho, lo que yo le había pedido y hasta de las letras de mi Opel Kadett. ”Para, para, para; no guitarrees que no tenés cuerdas. Cuatro mil te doy, y es la ultima palabra”, me dijo volviendo a sacar su chequera. Los nervios por el aterrizaje me atenazaron; le tenía pavor, lo que hizo que ni entrase a analizar la última oferta. La toma del tren de aterrizaje con el asfalto de la pista fue muy suave, abriendo los ojos y volviendo instintivamente mi vista para la minúscula ventana y así comprobar que todo había ido bien. Respiré hondo. “Boludo, qué, ¿lo toma o lo deja? Cuatro mil te doy”, insistió el argentino bailando la chequera delante de mi cara. “Ni para ti ni para mí; cuatro mil quinientos y no hablamos más”, le dije extendiéndole la mano para cerrar el trato. El porteño, después de entrecruzar nuestras manos, sacó su Mont Blanc para rellenar el cheque.

Uuuuuufffffff, ya me he extendido hoy demasiado. Mañana, esperando que las noticias sean mejores, proseguiremos.

Y no olvidar eso de “seguir en casa”. Ya queda menos.
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