Sexto
día descoronavizante y no veo el final. Eso sí, no me quiero ni
imaginar aquellos humanos que tuvieron que padecer anteriores
pandemias sin televisión, sin telefonía, sin internet y sin ninguna
lluvia de “fake new”, tema este que sería motivo de un gran
debate, con sus defensores y sus detractores, y no me refiero a estos
últimos (a los fake). Ellos no tendrían la información que tenemos
nosotros, por lo que alarma social, creo, sería menor, pero no
disfrutarían de esas conversaciones por whatsapp, de esas
videconferencias grupales y de otros menesteres que te hacen más
livianos los días de confinamiento. Yo particularmente, cada día
que pasa trato de aislarme cada vez más del aluvión de noticias y
comunicados que nos llegan por diferentes vías.
Seguiremos
pues con la parisina.
“Despertá,
boludo, que estamos a punto de tomar tierra en Madrid” fueron las
primeras palabras que escuché al abrir los ojos. Era el argentino
nuevamente. Con él me dormí y con él me desperté. Enseguida caí
en la propuesta que me había hecho antes de caer en brazos de
Morfeo. “Si le pidiera mil francos por mi parisina lo mismo hasta
me los da, y así me gano algo más de seis mil pesetas” pensé
haciéndome todavía el dormido. “Boludo, tres mil francos te doy
por tu pintura; no creo yo que tu chica te dejara pagar tanto por
esta pinturita que la podías encontrar en la esquina de la tienda de
tu calle. ¿Lo tomas o lo dejas?”. Mi calculadora mental comenzó a
dar vueltas y no me creía el resultado final: unas cincuentas mil
pesetas sin partirla ni probarla, o lo que es lo mismo, seis letras
del Opel Kadett que me había comprado unos meses antes. “Ni
pensarlo”, me dije; “¡pero qué coño!, voy a ver si le saco un
par de mensualidades más; o tres o cuatro”. “Boludo......, tú”
le contesté esbozando una leve sonrisa socarrona para intentar
traérmelo a mi terreno. “Te voy a decir una cosa, yo no tengo
ninguna intención de vender esta parisina, pero como me has caído
bien, si me das cinco mil francos, lo mismo hasta te la vendo”.
“Mesdames
et messieurs, attachez vos ceintures de sécurité; dans quelques
instants, nous atterrissons à l'aéroport de Madrid Barajas”.
Recuerdo
como si lo estuviera viviendo en este momento. La voz de la azafata
indicándonos que íbamos a aterrizar me puso de los nervios,
desencajado; con ganas de cerrar los ojos y no abrirlos para nada. “A
ver para que coño me ha despertado el argentino este de los
cojones”, pensé, olvidando la oferta que me había hecho, lo que
yo le había pedido y hasta de las letras de mi Opel Kadett. ”Para,
para, para; no
guitarrees que no tenés cuerdas. Cuatro
mil te doy, y es la ultima palabra”, me dijo volviendo a sacar su
chequera. Los nervios por el aterrizaje me atenazaron; le tenía
pavor, lo que hizo que ni entrase a analizar la última oferta. La
toma del tren de aterrizaje con el asfalto de la pista fue muy suave,
abriendo los ojos y volviendo instintivamente mi vista para la
minúscula ventana y así comprobar que todo había ido bien. Respiré
hondo. “Boludo, qué, ¿lo toma o lo deja? Cuatro mil te doy”,
insistió el argentino bailando la chequera delante de mi cara. “Ni
para ti ni para mí; cuatro mil quinientos y no hablamos más”, le
dije extendiéndole la mano para cerrar el trato. El porteño,
después de entrecruzar nuestras manos, sacó su Mont Blanc para
rellenar el cheque.
Uuuuuufffffff,
ya me he extendido hoy demasiado. Mañana, esperando que las noticias
sean mejores, proseguiremos.
Y
no olvidar eso de “seguir en casa”. Ya queda menos.