Como
cada viernes, cumpliendo la rutina semanal, Carla se aferró en la
limpieza a fondo de su salón, aunque el esmero que normalmente ponía
en ello parecía que había desaparecido en este viernes negro para
ella. En esta ocasión se encontraba como ida, siendo sus movimientos
como mecánicos y articulados, no empeñándose en nada de lo que
hacía.
Cada
pelusa que sacaba con el cepillo de debajo del sofá tres por dos,
era como si perdiese una esquirla de su corazón herido; con cada
mota de polvo que sacudía de la mesa de su televisión de plasma de
cuarenta y dos pulgadas con su bayeta de microfibras rosa fucsia, se
le fragmentaba en trozos ese cielo al que en tantas ocasiones subió,
y que después del último whatsapp recibido hacía hoy dos años, al
que no tuvo la valentía suficiente para responder, sabía que nunca
más ascendería hasta esas alturas.
Porque
el amor que sintió durante tanto tiempo, fue tan real como lo eran
las campanadas anunciando las doce del medio día que estaban sonando
en el reloj de péndulo, y que al repiquetear, cayó en la cuenta que
no le había pasado la bayeta, por lo que mecánicamente se dirigió
hacia él y, también mecánicamente, lo intentó dejar sin una mota
de polvo. Pero el mismo éxito que tuvo en la conservación de su
amor, tuvo a la hora de dejar su reloj pendular impoluto. Ni
consiguió una cosa ni consiguió la otra.
Pero
a ella le dio absolutamente igual, ya que su conciencia, ahora, la
estaba ayudando a que se tranquilizase, habiendo puesto tanto ahínco
en una cosa como en la otra. Al igual que no comprendía cómo no
pudo mantener esa relación que tan feliz la hizo, y en la que puso
encima de la mesa todo lo necesario para que así fuese, tampoco
comprendía cómo, a pesar de pasar una y otra vez la bayeta por la
superficie pulimentada del reloj, aquellas malditas motas de polvo,
no desaparecían en su totalidad. Y así, comprendió que, al igual
que por mucho que hizo para conservar su amor, no consiguiera
retenerlo, ahora, con las dichosas motas, por mucho que pasase la
bayeta, conseguiría que se marchasen.
Pensaba
ella, a veces en voz alta, que pese al doble fracaso, seguiría
sintiendo locura por esa persona y continuaría deseando ver a su
reloj impoluto, y que el tiempo, por mucho que transcurriera, no iba
a ser un bálsamo para curar esas heridas que tanto, y ahora por
partida doble, la atormentaban. Así lo pensaba y así llegó incluso
a gritarlo en su amplio salón, retumbando en aquellas cuatro
paredes, unos “no hay cura para el amor”, y tras mirar de soslayo
su reloj de péndulo, unos“no hay remedio para eliminarlas”.
Pero,
¡qué coño!, se dijo. ¿Cómo voy a comparar la pérdida de la
persona que me dio durante tanto tiempo la vida, con la imposibilidad
de eliminar esas dichosas motas de polvo? Sonrió de cara a su vacío
salón, y tras conseguir aparcar en su maltrecho corazoncito los
pensamientos sobre la persona perdida, se dirigió hasta el mueble
donde guardaba entre otras cosas, bayetas y paños de limpieza,
cogiendo una gamuza de algodón de color azul, que humedeció
ligeramente, comprobando inmediatamente que fue el mejor remedio para
la eliminación de las rebeldes motas.
Las
motas habían desaparecido por fin, pero el dolor en su mente y en su
corazón seguían presente, y cada segundo que transcurría, más la
añoraba y más la necesitaba tener delante de sus humedecidos ojos.
Tras sentarse en el dos, precisó verla junto a ella; le urgió
recorrer su cuerpo desnudo y hurgar en su pensamiento; hacerla suya.
Pero nuevamente comprendió que aquello era imposible, volviendo a
gritar esa frase que tanto la estaba acompañando: “no hay cura
para el amor”.
¿Y
por qué no hay cura para el amor?, se preguntaba. ¿Por qué el
hombre ha llegado a la luna, no para de dar vuelta alrededor de la
Tierra, está preparando un viaje a Marte, y no ha podido descubrir
un elixir para los corazones destrozados? ¿Por qué la Biblia en
ninguno de sus versículos, ni el Corán en ninguna de sus aleyas o
ni siquiera en ninguno de los cuatro libros de Confucio, se recogen
una sola pócima para el mar de amores? ¿Por qué -seguía
preguntándose- no consigo vaciar mi pensamiento y comenzar
nuevamente a pensar pero ya sin ti, sin tus despertares, sin tus
manos, sin tu pelo, sin tu reloj y sin tu cepillo? ¿Por qué no
consigo dejar de verte en mi bodegón, en mi lámpara de catorce
brazos o en mi centelleante, ahora, reloj de péndulo?
¡Coño!,
¿por qué no hay cura para el amor?
https://www.youtube.com/watch?v=puzpyo_WSnk