miércoles, 26 de noviembre de 2014

D+1, D+2, D+3, D+4, …........ y D+364.



Se me vienen a la memoria, ciertos hechos puntuales que acaecieron durante los casi cinco sexenios en los que permanecí como miembro de la fuerzas armadas de nuestra querida España, hechos puntuales que en cierta medida, me chocaban por entonces y me siguen chocando por ahora, aunque la diferencia entre el entonces y el ahora, radica en que, valiéndome de un símil taurino, no es lo mismo ver los toros con los pies en el albero que con el trasero sentado en la grada; mientras que en el entonces tenía que guardar la distancia del morlaco, en el ahora, me recreo con la majestuosidad y belleza de uno de los animales más perfectos parido por la madre naturaleza.
Y esos hechos puntuales no eran otros que las visitas al acuartelamiento de una autoridad o mando de mayor rango que el que ostentaba el comandante del acuartelamiento. En ese sentido, cada vez que se anunciaba una de esas visitas, la máquina comenzaba a rodar a más revoluciones que a las que nos tenía acostumbrada. Así, las paredes de la fachada, olvidadas desde la última visita, volvían a quedar impolutas; los vehículos, que hasta la noticia de la buena nueva, casi se apilaban en los talleres, volvían a rugir por los más de quinientos metros de avenida; los equipos personales de la tropa, que se caracterizaban hasta la llegada del mensaje anunciador de la visita, por estar algo menguados y deteriorados, como por arte de magia, volvían a estar limpios e impolutos; y la instrucción, que había caído ya en la rutina, teniendo cabida en la programación semanal, con una o raramente dos horas, nos encontrábamos que con motivo de la inspección a la que iba ser sometida las distintas formaciones por parte de la autoridad visitadora, copaba la mayor parte del horario, mañana y tarde, y a ritmo intensivo.
Mañana, una vez pasado el agasajo, todo volvía a la normalidad: las fachadas se olvidaban, los vehículos volvían a empolvarse en hangares y talleres, los equipos personales retornaban a los pañoles, y la instrucción, como había salido medianamente bien el día D, volvía a contemplarse tan solo por espacio de una hora en las actividades semanales (y a veces, ni eso).

Ayer, veinticinco de noviembre, se celebraba el Día Internacional contra la violencia de género. Ayer, el mundo de los deportes alzaba la voz, a través de deportistas de élite, contra la violencia de género. Ayer, también ayer, toda la prensa escrita se ensalzaba con maravillosos artículos en contra de la violencia de género. También ayer, las redes sociales casi se colapsaban con innumerables mensajes, post y tuits en los que claramente se oponían a la violencia de género. Y así podríamos estar enumerando ejemplos sobre manifestaciones en contra de esa tendencia tan abominable como es la violencia de género.

La pena es que mañana, Ruth se volverá a poner las gafas de sol estando el día nublado, o Maite, a pesar de sus sofocos menopáusicos, cubrirá su cuello con su bufanda de lana gris, o Elena, con peligro de que la despidan, llamará a su trabajo diciendo que su hijo ha enfermado, en vez de decir la verdad que no es otra que el color añil le cubre media cara, o Isabel......, o Paula …......., o Pepa..........., o Claudia …............ y por desgracia, ya no habrá tantos tuits de famosos, ni tantos artículos en prensa, ….., ni nada de nada. Todos se centraron en el día D, cuando, precisamente, en este tema, debería de haber un día D+1, D+2, D+3, D+4 ….. y D+364.
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