Mil
ciento veinticuatro felicitaciones en el “face” en el día de
ayer con motivo de mi cumpleaños, de las cuales trescientos treinta
y tres correspondían a los que tengo catalogados como “amigos”,
y el resto, setecientos noventa y uno, que no me pregunte nadie de
dónde han salido, cómo me han localizado o por qué me han
felicitado en éste mi undécimo lustro. La verdad es que lo han
hecho; para bien o para mal lo han hecho. Y si digo “para bien o
para mal” es porque si, de primera, me agrada ser felicitado en un
día tan entrañable como es éste para mí, y más viniendo de
personas que, según creo, no conozco de nada, también me queda la
incertidumbre de que estos “felicitadores” desconocidos pudieran
traerme malas pasadas, ya que pudiese ser negativo si se conoce que
dichas personas fuesen de dudosa reputación (con pasado dudoso o
presente movedizo); si así fuese, tocaría demostrar que la única
relación que me ha unido a ese tipo de individuos o individuas de
incierta nombradía, es la de coincidir con ellos en la red social de
facebook.
Pero
lo que más me ha movido de mi asiento en este día ya pasado, ha
sido el tropel de sensaciones encontradas con una de las
felicitaciones recibidas de autores desconocidos, y repito, con una,
sólo una, de las felicitaciones recibidas de autores desconocidos.
Así, y tras leerla, lo mismo me subía al más alto de los altares,
que me precipitaba al más aterrador de los abismo; lo mismo me hacía
disfrutar de la placidez y sosiego que sólo siente el buceador en el
fondo marino, que motivaba que me sintiese abrazado por la más
horrible de las zozobras; todo y nada, alegría y miedo. Sensaciones
contradictorias al fin y al cabo, y así está claro que no se puede
vivir, y menos pasados ya los que ayer cumplí.
Y
vosotros diréis, ¿quién fue el autor de esa felicitación
“cumpleañera” que tanta intranquilidad me está causando? Pues
lo único que os puedo decir es su nombre, y éste es Francisco
Nicolás Gómez Iglesias, nombre y apellidos que en un primer momento
no me decían nada, principalmente por su cotidianidad en lo que
respecta al nombre y apellidos, pero que cuando piqué sobre él con
mi ratón, me llevé la más monumental de las sorpresas. Enseguida
me salí de su página y comencé a respirar hondo; tan pronto me
venían sofocos sudorosos semejantes a los padecidos en la etapa “pre
menopáusica” femenina, como me veía aterido de frío. No podía
ser. El petit Nicolás no podía felicitarme. Imposible.
Momentos
en los que comprendí perfectamente a todos esos personajes públicos
y políticos (me resisto a dar nombres) que niegan una y otra vez que
no conocen de nada al klein Nicolás, y momentos en los que me veía
subido a los estrados al verme comparado con la “categoría” de
esos mismos personajes que no pretendo nombrar. Estaba claro que me
tengo que sentir orgulloso de estar en la misma agenda que esos
“grandes” personajes, pero como ellos, ya os adelanto que si me
preguntan, yo diré que de nada conozco al little Nicolás. Y en
verdad es que no paro de preguntarme si será él o será alguien que
ha intentado suplantar su personalidad; cualquiera sabe.
Ahora
entiendo a esos “pobres personajes” a los que se les acusa de ser
amigo de ese gran impostor; a esos “pobres personajes” que sin
comerlo ni beberlo, se han visto sorprendido por la malicia y
perversidad de ese personaje sibilino que, con su chabacano proceder,
lo único que ha intentado es poner en el disparadero a esos “pobres personajes públicos” a los que tan solo se les puede acusar de
hacer bien a nuestra sociedad.
Y
ahora, con la felicitación recibida en este día tan especial, me
toca a mí.
Sólo
espero que nunca os veáis salpicado por un embrollo de este tipo; si
así sucediese, comprenderéis la indefensión a la que están
sujetos esos “pobres personajes públicos” arriba mencionados.
Yo, si así sucediese, os recomiendo que neguéis en todo momento que
le conocéis.
Ah, y si me habéis felicitado en el día de ayer, os doy las gracias. Incluso a ti, piccolo Nicolás; al fin y al cabo es todo un detalle.