domingo, 29 de marzo de 2020

DECIMOSEXTO

Decimosexto día y una hora menos de regalo de descoronavización. Comienza la segunda quincena, pero temiendo que no será la última. Pero no pasa nada; si hay que quedarse en casa una tercera, por el bien de todos, nos quedaremos. Hemos aguantado la primera y aquí estamos, quizás, y creo que estoy en lo cierto, más mentalizado de que el “maldito encierro” hay que llevarlo más a rajatabla, quizás más mentalizados que cuando podamos salir y las consecuencias económicas sean pésimas, meteremos el hombro para levantar esto, quizás más mentalizados que entonces comenzaremos a pedir responsabilidades, y no solo a los miembros del gobierno, y quizás que estaremos más mentalizados para que nunca más suceda lo que está sucediendo ahora, de levantar las murallas antes de que llegue el enemigo. En definitiva, quizás aprender de los fallos cometidos, porque por desgracia, la historia se repite y no aprendemos de nuestro errores; que nunca más suceda eso. 


Seguiremos pues con las peripecias entorno a nuestra parisina.

.....no sin antes hacerme una última pregunta: “cuando cobró las noventa mil pesetas en el aeropuerto de Barajas y le entregó la pintura al señor Ernesto, ¿le transmitió también el certificado de autenticidad del lienzo de la casa de pintura de París por la compra de la tela?”. La pregunta que me hizo el agente me jodió y me molestó mucho, pero no por la pregunta en sí ni porque yo tuviera que ocultar algo; me fastidió porque en el relato de los hechos que le hice cuando me lo pidieron, yo me olvidé de ese detalle, y ese olvido podía llevar a los agentes a que naciera en sus subconscientes alguna duda sobre mí y mi proceder, y nada más lejos por mi parte. “Sí, señor agente, contesté, se lo entregué; en el cilindro de cartón, y rodeando el lienzo, le dejé el certificado de autenticidad que también sirve de contrato de compraventa. También en el interior de ese canuto, dije señalando al centro de la mesa, deberá de estar una hoja de libreta en la que figuran mi nombre y apellidos con mis datos y los del señor Ernesto, aunque ya os adelanto que el nombre que él me dio y por el que yo le conocía, era el de Honorio, y de apellido quiero recordar que me dijo que era Sanjuán, y es con ese nombre y apellido con el que figura en el papel que hicimos a modo de contrato de compraventa y en el que firmamos”. “Muy interesante todo”, comentó uno de los agentes; ¿algo más que decir?”. Yo callé. “Pues salga y espere ahí afuera con el compañero que estará en la puerta”.
La espera junto al tercero de los agentes se me hizo eterna, dándome tiempo en pensar en mil cosas. Lo primero que se me vino a la mente fue en lo que habría sido de mi mujer, por dónde andaría. Habría recogido las dos maletas y se encontraría ya con el familiar que había quedado en recogernos y que nos llevaría hasta Cádiz. Desesperada tenía que estar, recuerdo que lo pensé. Y no solo eso, sino que me estaría poniendo a parir: “y eso que se lo dije mil veces; no vendas la parisina. Pero él, como siempre, seguiría diciéndole a su padre, haciendo lo que le venía en ganas”. Y la verdad es que no quise oírla, pensé mientras asistía al deambular de la gente por la terminal del aeropuerto, pero sin ver a nadie; si la hubiera hecho caso......... En verdad es que no sé lo que hubiera pasado porque, pensé ya más fríamente, el problema creo que no radica en la venta del lienzo al argentino, sino en la pintura en sí. ¿Qué tiene de especial la parisina? Algo debe de tener para que el interés por ella sobrepase por bastante el que se pueda tener por una pintura cualquiera de almacén como yo consideraba que era. No es normal primero que el Honorio ese de los cojones me pagara esa cantidad tan desorbitada en comparación con la que yo pagué a un supuesto entendido como era el dueño de la pequeña galería de arte donde la adquirí, ni tampoco que el Cuerpo Nacional de Policía haya preparado un dispositivo especial venido desde Madrid, según entendí, para investigar el caso de un óleo de como diría un buen amigo mío, de “tres al cuarto”. ¿Habría comprado un Pisarro, un Degas o un Morisot y yo no lo sabía? Imposible; eso es imposible, me decía una y otra vez. Algo hay que se me escapa; lo único que espero es no salir salpicado. Y todo fue pensar en lo de las posibles salpicaduras cuando caí que nuevamente había cometido otro grave error en mi último relato de los hechos; no mentí intencionadamente, pero no conté toda la verdad, también sin intención alguna. Está claro que no se puede ir por la vida, recuerdo que pensé en aquel momento y lo ratifico ahora, de bueno y de piadoso; hay que ponerle, seguí pensando, un poquito más de maldad a las cosas, y más cuando te juegas el que te inculpen en un asunto que parece ser que no tiene muy buena tinta; en pocas palabras, que te puedes comer un marrón sin partirlo ni probarlo y verte con los huesos en la trena. Tan nervioso me puse que me dirigí al agente que me acompañaba en la puerta de la oficina de interrogatorio. “Perdón, señor agente, le dije con la mayor ingenuidad que pude sacar de mi interior, todo con el fin de hacerme más creíble, ¿le puedo hacer una observación? El policía, que se encontraba sentado franqueando la puerta, con un auricular en la oreja, me miró de arriba abajo con cierto desdén y me contestó: “si me vas a pedir que tienes ganas de ir a los aseos te adelanto que te aguantes un poco”. “No, le contesté, es sobre un asunto que he omitido cuando sus compañeros me han preguntado; sin ninguna intención no hable de él, y me he acordado ahora; lo decía por si se lo podía trasladar a sus compañeros, ya que puede ser importante, creo, para el esclarecimiento de los hechos sobre los que se me han preguntado”. El agente volvió a mirarme, esta vez de abajo arriba, preguntándome que “si el argentino era yo o el que estaba siendo interrogado”, a lo que yo le contesté que yo no tenía nada de argentino, que yo era de Bornos, provincia de Cádiz. “Ya, es que se enrolla usted como los sudacas. Espere usted aquí y ya lo llamarán”.


No quiero ser pesado en mi reiteración, pero no hay que olvidar eso de “seguir en casa”. Y recalco: seguir en casa; se está demostrando que es la mejor solución para que el puto virus no te haga compañía. Castigo a los desaprensivos. Ya queda menos.
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