Varios eran los lemas que habitaban en su mente desde que salió hace ya más de un mes de la ciudad del Betis: "jornada a jornada" y "el camino provee". Y así es, y así siguen morando en sus pensamientos.
Pero los kilómetros, ya más de seiscientos, pasan factura, comenzando a abrir pequeñas fisuras en las piernas, en los pies y en la mente, que si no se embadurnan bien de vaselina, "trombociles" y recuerdos de momentos y de personas que en algunas que otras ocasiones lo inflaron de vida, harían peligrar su ya primitiva intención de pisar el suelo de la plaza del Obradoiro. Pero sigue; el caminante, sigue; el caminante, descubre; y sobre todo, el caminante, se descubre.
Pero si los kilómetros dejan mella, con lo que no había contado y no ya por no haberlo pensado, era con el frío; ese frío que no habita por su sur del sur y al que no se acostumbra su cuerpo desprovisto de grasa. "Mañanita fresquita" le dicen los lugareños zamoranos, cuando él solo sabe acordarse de cómo pueden vivir los esquimales y los inuits, no dejando que el frío ártico lo lleve a la idea de desistir en su empeño. "No. Desistir no", se dice, "y menos ahora que ya tan solo me queda por comer una de la cuatro porciones de tortilla".
Y mira hacia atrás y se da cuenta de todo lo que ha adquirido. no quiere pensarlo, pero bien sabe que el contenido de su mochila no es el mismo que con el que salió de su sur. "El camino provee" no deja de decirse desde que comenzó. y efectivamente así es. Vas recogiendo algo de allí y algo de allá, guardándolo en su mochila y buscándole rinconcitos para que no se pierdan, ya que piensa que le será necesario en su camino. Pero también se da cuenta que si llena demasiado su mochila, llegará un momento en el que, por su peso, no podrá seguir adelante. Y es por eso por lo que a lo largo del camino andado, se desprende de alguna que otra prenda que por estar ajada, rota o simplemente por haber hallado otra igual o semejante que le hace mejor "apaño", le podían resultar perjudicial para su camino el seguir con ella. Porque lo que tiene claro, y eso lo ha aprendido en el camino, es que no se iba a poner a zurcir un calcetín, por muy encariñado que esté con él; los zurcidos no dejan de ser zurcidos.
Y sigue caminando, recordando los kilómetros y las vivencias que ha dejado tras de sí, pero sobre todo, en los que le quedan para llegar a su objetivo. Atrás, hoy que cumple sesenta y dos, ha dejado más de seiscientos veinte kilómetros, sabiendo que los pocos más de doscientos que le restan, los va a vivir intensamente, valiéndose, claro está, del poso que le han dejado los ya recorridos.
A Capi, sencillamente por ser como es.