miércoles, 17 de octubre de 2012
VUELO DE LA AIR FRANCE (EL ENCUENTRO).
A las 10:25 despegaba el vuelo AF 1149 de Air France con destino al aeropuerto Charles de Gaulle de París. La ciudad de Barcelona se le quedaba atrás después de un ajetreado día con su editor. Las cosas no le estaban saliendo como él esperaba, aunque a decir verdad, en el horizonte parecía que estaba clareando, por lo que, si no le fallaba su intuición, en un par de semanas podía recibir el primer pago de su ópera prima.
Aunque eran muchas las cosas que ocupaban su cabeza, todas giraban entorno a la misma; a esa por la que había estado luchando durante tanto tiempo; esa misma que le había hecho caer una y otra vez en el desasosiego cada vez que pensaba que no se haría realidad.
Las dos horas, desde que despegaron de El Prat, hasta que la bella azafata les indicase a los pasajeros que se pusiesen los cinturones, se le hicieron eternas. Y aunque intentó reconducir sus pensamientos hacia uno y mil temas, todos desembocaban donde mismo. Y no que le desagradara, todo lo contrario, pero necesitaba volver a la claridad de pensamientos e ideas que siempre le habían caracterizado y que ya estaba echando de menos.
Eran las doce y cuarenta y cinco cuando ya se encontraba en la terminal, a la espera que anunciasen la llamada para los pasajeros del AF 2118 con destino a Frankfurt; su vuelo tenía previsto la salida a las quince y treinta minutos. Fue por ello, por lo que, sin atreverse a abandonar la zona, vagabundeó un poco entre la muchedumbre.
Harto ya de dar vueltas, se sentó en el hueco que encontró en uno de los bancos de espera, entre una fornida mujer senegalesa y un señor de marcados rasgos arios. Mientras que la mujer portaba un pequeño hatillo de colores chillones, en el que tenía sentado a una simpática niña que apenas tenía dos años, el señor iba ataviado con un elegante traje gris marengo, hecho a medida, portando una cartera que llevaba liada en su mano derecha, como asegurándose de que no le fuese sustraída, y hablando por el celular en alemán con la mano izquierda.
Observando el reloj digital que tenía a escasos veinte metros, pensó que los números se habían aliados contra él, tardando una eternidad en alternarse; era una confabulación: el tiempo se había detenido. No llegaba el momento en que por la megafonía de la terminal 2D, que era en la que se encontraba, se anunciase su vuelo- ¿Lo habrán cancelado? –se preguntaba-. Pero no, eso no. Las condiciones meteorológicas eran las más idóneas para el vuelo. Eso no podía ser. ¡Pero qué coño!, si todavía no es la hora para que anuncien mi vuelo. ¿Lo harán en castellano, o sólo lo harán en francés, inglés y alemán? Como lo hagan así me veo aquí tirado como una colilla –se reía y movía la cabeza, negándose que eso iba a suceder-.
Acababan de anunciar un nuevo vuelo, levantándose de inmediato la mujer de color, siendo la niña, la que ya a su corta edad, se había percatado del estado de ansiedad y desasosiego que estaba viviendo su vecino de asiento, obsequiándole con una sonrisa al tiempo que se acercaba a espaldas de su madre hacia la puerta de embarque.
Inmediatamente el asiento dejado libre por la mujer senegalesa, fue ocupado por otra que ya hacía algún tiempo merodeaba por los alrededores del banco, y que era la antítesis de la madre de la sonriente y dulce niña negrita. Alta, muy alta, rubia, estilo impresionante, elegantísima con un traje pantalón en tonos claros; de piel blanca, pero como decía su amiga, fría, insípida y transparente. Seguro que es alemana, pensó él.
Muy pronto ella se le dirigió en inglés, viéndose obligado a gesticular y darle entender que no entendía absolutamente nada.
- Debería de haberle hablado en su idioma, perdone –le contestó ella en un castellano claro, pero como enlatado-.
- ¿Por qué sabe que soy español? –le respondió él. Con su típica sonrisa socarrona y seductora, la cual le había abandonado hacía ya algún tiempo-.
- Por dos razones, por el periódico que lleva entre sus manos, y porque los dos cogimos el vuelo en Barcelona
¡Hija puta!, pensó él; qué sabe la rubiancona ésta; seguro que es alemana.
- Pues no me había dado cuenta, perdone. En condiciones normales, es usted de las mujeres que no me pasaría inadvertida. Permítame decirle que es usted muy guapa y elegante.
- Muchas gracias –sonrosándose, pero sintiéndose muy halagada-. Me llamo Claudia.
- Yo, Bond, James Bond –dedicándole otra sonrisa; pero ésta más seductora aun que la anterior-.
Ella, no acostumbrada a este tipo de bromas, pero encantada de haberla recibido, rió como hacía tiempo no lo hacía, girándose hacia él, mostrando su perfecta dentadura, sus ojos azul grisáceos y sus incipientes patas de gallo, con la intención de conocerlo mejor y dejarse conocer.
- Perdone, era una broma. Me llamo Pedro. Intentaba romper el hielo; no sé si lo he conseguido. Insisto en decir lo que ya le dije, es usted bellísima.
Claudia era ingeniera química. Nacida en Coblenza hace cuarenta y cinco años y divorciada desde hacía más de diez, trabajaba desde entonces en una empresa en la ciudad de Ludwigshafen. Con anterioridad, e inmediatamente finalizar sus estudios de ingeniería, decidió salir de Alemania para ir a trabajar a España, concretamente en el Polo Químico de Huelva. Dos fueron los años que estuvo en el sur de España, periodo suficiente para dominar casi a la perfección el castellano, aunque desde entonces, y salvo esporádicos viajes por razones de trabajo a la península ibérica, no había vuelto a practicar. A pesar de lo casi veinte años desde su estancia en España, todavía añoraba aquellos largos paseos por las arenosas playas del litoral onubense y el carácter abierto y cálido de los habitantes de la zona. Aunque años tras años se había prometido volver, nunca encontró ocasión ni tiempo para hacerlo. Y fue ese carácter abierto de la gente del sur de España, y porque no decirlo también, el aspecto tan saludable y varonil de su compañero de vuelo, lo que le hizo mostrar más interés del acostumbrado por aquel hombre. Su corpulencia, su tez morena y su cara de pícaro, ya le habían llamado la atención en el aeropuerto de El Prat, y ya en París, y sin que él lo advirtiese, encontró la ocasión oportuna para entablar conversación con él.
- ¿Y a dónde viaja usted? ¿Vuelve a su país?
- Sí, espero el vuelo de Frankfurt ¿Y usted?
- Yo también, que casualidad; yo también vuelo a Frankfurt. Y me alegro por mí, porque ya sé que cuando usted se levante para ir a la puerta de embarque, yo le seguiré, ya que le voy a ser sincero, como lo anuncien en francés o en alemán, no entiendo absolutamente nada, y seguro que me quedaba en tierra. Así que me pegaré a usted como una lapa.
- ¿Cómo una lapa? –dijo ella riéndose nuevamente- . ¿Qué es una lapa?
- Pegarse como una lapa es hacer todo lo que usted haga: si usted se levanta, yo me levanto; si usted se sienta, yo me siento; si usted va a tomarse un refrigerio, yo me tomo un refrigerio; si usted va a los aseos, yo…… le acompaño hasta la puerta y espero a que salga para seguirla. Y así siempre, ¿me comprende?
Ella volvió a reírse y a sentirse como no recordaba desde hacía ya mucho tiempo. Fría y calculadora en todos sus actos, percibía que aquel caballero español la había desarmado por completo. Pero lejos de sentirse molesta y a la defensiva, sino todo lo contrario, se sentía dichosa y algo incrédula por tan feliz encuentro, se dejó llevar por el momento. Sólo lamentó que este encuentro se hubiera producido en estas circunstancias; hubiera preferido habérselo encontrado en un bar de copas.
- Perdone –dijo nuevamente riéndose-, pero tengo que ir a los aseos; si quiere me acompaña hasta la puerta, pero yo le aseguro que voy a volver.
- Ok, le espero aquí, pero con una condición; bueno, mejor con dos: que regrese usted hasta aquí, y que cuando vuelva que nos tuteemos, ¿no cree?
- Ok, trato hecho. Ahora vuelvo.
Dejándole su maletín de trabajo, Claudia se dirigió hacia los servicios, algo nerviosa y sabiendo que los ojos de su amigo la estaban persiguiendo. Entró y se fue directamente hacia el espejo; pulsó el grifo, y tras llenarse el hueco hecho con las palmas de sus manos, se refrescó la cara en dos o tres ocasiones. Tras secarse con un par de toallitas, se miró al espejo y vio lo que ya hacía mucho tiempo no veía en su rostro. Al observar sus ojos henchidos de luminosidad y su semblante denotando confort extremo, se preguntó en repetidas ocasiones: no me lo puedo creer, ¿qué me ha hecho este hombre? Es un bestia, ist ein Tier.
Tras acicalarse con las pinturetas que portaba en el interior de su bolso personal, salió de los aseos, pero algo más nerviosa que cuando entró.
Por su parte, él, Pedro, más tranquilo que antes de tan fortuito encuentro con la teutona, y deseando que volviera lo antes posible, había vuelto a pensar en el motivo de su viaje. No se lo creía. Todavía no sabía lo que se iba a encontrar a su llegada al aeropuerto alemán. No sabía si se iba a ver abandonado y solo, o por el contrario, como esperaba que sucediese, iban a hacerse realidad sus sueños. Por lo pronto, los dígitos en el reloj habían vuelto a su desfile tradicional. Ya era algo.
El caminar elegante de Claudia acercándose hacia donde él se encontraba, no pasó inadvertido para muchos de los que se encontraban en la terminal, y mucho menos para Pedro, que nada más verla, pensó en una posible alternativa a su hipotética situación de abandono y soledad en el aeropuerto de Frankfurt. Pero la rechazó de inmediato.
- Pensé que se había ido; perdón, que te habias ido.
- Pues no te creas, por un momento me pasó por la cabeza el salir de aquí en un coche alquilado. Si no lo he hecho ha sido porque me dejaste al cuidado de tu equipaje. Se lo iba a dejar al tipo éste de mi izquierda, que según creo, también es alemán. Pero me dije, qué va a pensar la señora ésta de los españoles.
- Señorita. Perdona, soy señorita. ¿Y tú, estás casado?
- No, divorciado. Pero si te soy sincero, tengo algo en mente.
- Perdona, pero te pediría que me hablases un poco más lento; hay algunas expresiones que no capto
- Jajajaja, haré lo posible por vocalizar mejor. Pero te voy a decir una cosa, si hubiese hablado en mi andaluz castizo, seguro que entonces no hubieras entendido absolutamente nada; y eso que tú estuviste en Andalucía.
Poco menos de una hora estuvieron hablando muy animosamente antes que por la megafonía se anunciase el vuelo AF 2118 con destino a Frankfurt. Para tranquilidad de Pedro, también fue anunciado en castellano. No obstante, Claudia, con el primer anuncio, en francés, ya se lo había comunicado muy a pesar suyo, ya que si por ella hubiese sido, hubiera estado departiendo en aquella terminal toda una eternidad. Todavía ella estaba sorprendida por las sensaciones tan extraordinarias que aquel hombre le estaba aportando. Nunca, nunca en su vida, su flema y su frialdad hacia con los hombres, le habían dejado de controlar la situación; ni siquiera cuando contrajo matrimonio; de hecho, cuando vio peligrar ese control del que tan orgullosa se sentía, hizo que su abogado le entregase los papeles del divorcio a su marido al poco de cumplir un año de casada. Pero en esta ocasión todo estaba siendo diferente. Ella era la primera sorprendida.
- ¿Qué asiento llevas?
- El 12 V
- ¡No¡ - exclamó Claudia sin poder controlarse-; el destino ha querido que vayamos sentados juntos en el vuelo.
- Muy bien, así se nos hace más corto el viaje.
- Y si no te importa, te voy a pedir un favor antes que embarquemos al avión.
- Pide; si está en mi mano te será concedido el favor.
- Me da que sé yo, pero con todos los vuelos que llevo, todavía paso miedo cuando despegamos. ¿Te importa si me cojo de tu brazo en ese momento?
- No te preocupes, te abrazaré fuertemente para que sientas que la fuerza de mis brazos te salvarán de cualquier contratiempo que se nos presente. Descuida que yo seré tu salvador si eso sucediese.
- Déjate de bromas, pero es verdad que siento pánico a la hora del despegue. No ves, al aterrizar no; será porque ya siento que me encuentro en mi destino.
- Pues que sepas que el aterrizaje es más peligroso que el despegue.
- No me metas más miedo en el cuerpo, jajajajaja.
Ya embarcados, comprobaron que el avión comenzaba su despegue a las quince treinta, hora prevista. Claudia, con las facciones de su cara un poco alteradas, se agarró fuertemente del brazo de Pedro, respondiéndole él con un abrazo y oprimiéndola delicadamente contra su pecho. Ella de inmediato dejó de sentir miedo, habiéndose quedado en esa posición durante todo el trayecto si hubiese podido elegir, pero ya una vez el avión cogió altura, él, no viendo normal lo que estaba sucediendo, intentó que la situación volviese a la normalidad.
- ¿Te encuentras ya mejor? –le dijo, haciendo que se incorporara-.
Claudia se incorporó con toda la parsimonia propia de no querer hacerlo, y, sin mediar palabra alguna, se le quedó mirando fijamente a los ojos. Lo vio bellísimo, deseando en aquel momento que la besase apasionadamente. Él, que leyó en sus ojos lo que ella deseaba, evitó que sucediese echando un poco de hielo al momento.
- Por cierto, no te he preguntado, ¿vives en Frankfurt?
- No, vivo y trabajo en Ludwigshafen, a unos ochenta o noventa kilómetros de Frankfurt, aunque cada vez que puedo me escapo a Coblenza a visitar a mis padres; yo soy de allí, de Coblenza.
- No te lo vas a creer, pero yo también me dirijo a Ludwigshafen. No sé dónde está, ni cómo es, ni nada de nada, pero voy allí.
- Si quieres nos vamos juntos en taxi.
- Pues no te puedo decir nada, porque igual me están esperando para recogerme.
- ¿Un amigo?
- No, una amiga.
Ella titubeó un poco en decir lo que pensó al instante, pero al final lo dijo.
- ¡Qué suerte!
- En verdad que sí, que si ha podido venir, tengo suerte, porque si no estaría totalmente perdido, sin saber a dónde ir.
- No, me refiero, a que la suerte la tiene tu amiga con poder recogerte.
- A ver si viene, a ver si viene –dijo algo nervioso Pedro, queriendo desviar el tema.
Por fin tomaron tierra, siendo trasladados en un autobús hasta la terminal para la recogida de equipajes. Claudia, sabedora de que a su acompañante lo pudiesen estar esperando, sacó de su maletín de trabajo una tarjeta personal, entregándosela a Pedro por si le hiciera falta algo durante su estancia en Ludwigshafen. Se resistía a dejar de luchar por esta oportunidad que le había concedido el destino; sabía que nunca más tendría otra igual.
- Pues si te parece bien, me llamas y quedamos un día para comer o para tomar unas copas.
- Lo veo bien. Además te lo debo; me has tranquilizado bastante en el aeropuerto de París. Hasta que llegaste, lo estaba pasando fatal; no sé cuántas cosas se me pasaron por la cabeza. Hasta pensé en regresar a Barcelona, jajajajajjaa.
- Qué exagerado eres.
Ya con sus maletas, siguieron al reguero de pasajeros que salían, con semblantes muy distintos. Él, ilusionado con ver la cara que tanto tiempo llevaba esperando ver; ella, temerosa que alguien lo estuviese esperando.
Nada más salir, él vio la cara que esperaba ver. Su semblante cambió por completo, llenándosele su cara de alegría, y con una sonrisa que era el resumen de lo que estaba sintiendo. Ella, Claudia, al ver que la sonrisa de su amigo le iluminaba la cara, notó como el cielo se abría y volcaba un manantial de agua fría sobre su cabeza. Lucharé por él, se dijo.
Dejando su maleta un par de metros atrás, salió al encuentro de la mujer que se veía que llenaba su vida. Sin pensarlo, los dos posaron las manos sobre la cara del otro, y tras unos segundos sin articular palabra pero diciéndose muchas cosas con sus miradas, se besaron apasionadamente. Nuevamente volvieron a mirarse, como si no se creyesen que aquello estaba sucediendo, para fundirse en un caluroso abrazo.
- Mira gitana, te presento a una amiga de vuelo. Salimos junto desde Barcelona, y da la coincidencia que también se dirige a Ludwigshafen. He pensado que podíamos acercarla hasta allí.
Las dos mujeres se saludaron siguiendo los deseos de Pedro, aunque sin que se viese ni una pizca de sinceridad por ambas partes. Claudia había observado con algo de envidia la cara de felicidad de la mujer que le acababan de presentar cuando recibió a Pedro, aunque también observó como ella la miraba con cara de inquisidora.
- Por mi no hay ningún inconveniente ¿A dónde te diriges? –se dirigió a Claudia con cara de pocas amigas-.
- Concretamente voy a Nietzchestrabe.
- Ok, allí te dejamos. Aunque tendremos que dar un gran rodeo, pero no hay problemas. Aber ich sagen einer sache, nicht gehen zum Aufschalten zwischen uns beiden; ich musste mich dazu zwingen kommen der wo ich heute, und nicht komme der erlauben welch niemand mich stehle.
Las dos mujeres entrecruzaron sus miradas inquisidoras, siendo Claudia la más dañada.
- Aunque me vais a perdonar, mejor tomo un taxi; quiero hacer unos recados antes de llegar a casa. Gracias por tu ofrecimiento, señora –le dijo en un tono en señal de reto-. Y a ti, Pedro, gracias por haberme dado un viaje tan agradable; no lo olvidaré nunca. Y ya sabes, si necesitas algo, haz uso de mi tarjeta, estaré encantada con pagarte con la misma moneda que me has pagado tú.
Sin pensárselo dos veces, le zampó un beso en cada mejilla a su compañero de viaje, al tiempo que con su mano izquierda le oprimía la cintura, lanzándole un claro mensaje. A su retadora ni la miró, pero mandándole en un tono muy despectivo un auf wiedersehen eifersüchtig, mientras se alejaba de la pareja.
- Déjame que te mire –dando dos pasos atrás y recreándose en ella-. Estás bellísima; me parece mentira que estemos juntos.
- A quien le parece mentira es a mí –le contestó ella, todavía nerviosa por el encontronazo con la bella ingeniera. Lo besó nuevamente y lo cogió por la cintura hasta llegar a su vehículo-.
Durante todo el trayecto hasta el hotel hablaron de trivialidades, aunque lo que más predominaron fueron las miradas y los apretones de manos cargados de deseo mutuo.
Una vez en la habitación del hotel, y como dos posesos, se desnudaron el uno al otro, e hicieron realidad lo que en mil y una ocasión habían deseado hacer y que se tuvieron que conformar con la fuerza de sus mentes.
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