Día
tercero de cuatro paredes. La realidad es esta y no otra, así que,
para qué darle más vueltas: pasaremos los días que hagan falta
recluidos intentando no desfallecer. Lo que está claro es que hoy me
queda un día menos teniendo que ver sí o sí la parisina que da
majestuosidad a mi salón. Esa misma parisina que compré en la rue
du Mont Cenis, en el distrito parisino de Montmartre, por, quiero
recordar, poco menos de 700 francos franceses, y que dicho sea de
paso, me costó tener que emplearme bien a fondo para, primero, poder
pasar por la puerta de embarque sin doblarla, y después, poder
acceder al avión con ella. Menos mal que en las dos puertas se
encontraban dos bellas azafatas, una de Dijon y la segunda de
Toulouse, que aunque reticentes al principio, después, dejándose
llevar por mi chapurreado francés del Sur del sur aprendido en mis
años de pantalones cortos, zapatos gorilas y calcetines hasta las
pantorrillas, accedieron a que pudiese viajar con mi parisina
enrollada de casi metro y medio entre mis piernas, no sin antes
dedicarles a las dos, por separadas, unas sonrisas y unas miradas
cargadas de… … … .., y de las que hoy ya no se pueden utilizar
salvo que corras con el riesgo de tener problemas con la justicia,
pero que en aquel embarque consiguieron el objetivo.
Y
ustedes diréis, ¿y a mí qué me importa lo que tuvo que hacer el
pavo este para traerse sin doblar en el vuelo Paris Sevilla, con
escala en Madrid, un lienzo de uno cuarenta por uno? Pues la verdad
es que lleváis razón. Pero también tenéis que reconocer que os he
robado una par de minutos de vuestro tedioso día y que puede que
haya conseguido que en vuestro semblante se haya esbozado una leve y
necesaria sonrisa.
Sigamos
en casa. Ya queda menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario