viernes, 4 de noviembre de 2011

BORNOS EN LA HISTORIA (III)

De todos y todas es sabido, la consideración que el enclave de Carissa Aurelia tuvo durante la ocupación romana de la Península Ibérica. Asentamiento humano mucho antes de que llegasen los romanos (se cree que desde el neolítico inferior o el calcolítico), supieron elegir para su estancia por esta zona, uno de los lugares con mejores vistas que pudiesen encontrar.
Los romanos, amén de grandes estrategas, eran amantes de la belleza, del buen vivir, del goce extremo y del buen comer, no pudiendo elegir mejor emplazamiento donde dar rienda suelta al placer de los sentidos.
Hoy, trasladándome mentalmente a aquella época, me imagino a esos señores romanos, envueltos en túnicas blancas con adornos ribeteados áureos, recostados sobre mullidos cojines en alargadas asientos, y deleitándose con las paradisiacas vistas que le ofrecía el serpenteo del río Guadalete.
Allí, en sus terrazas recubiertas por frondosas parras de donde manaban grandes racimos de uva al alcance de sus manos, y acompañados por plateados fruteros repletos de brevas, higos fafaríes, chumbos y damascos, se tramó la caída del gran Julio César.
Lo que empezó con una nimia imposición por parte de Julio César, al ordenar, en honor de su madre, el cognomen de la ciudad, Aurelia, vino a suponer el fin de su vida. Haciendo un inciso, hay que apuntar de que la decisión de César de darle el mencionado nombre a la ciudad en honor de su madre, fue debido a que con anterioridad a su orden, ya había desempeñado los cargos de cuestor, primero, y procónsul, después, en la provincia romana de Hispania, conociendo de sobra las excelencias del enclave de Carissa.
Durante varios años, antes de la imposición cesariana de llamar a la ciudad Carissa Aurelia, ésta había sido bautizada como Carissa Paradisia, por la semejanza con el paraíso que desde sus amplias terrazas se podía observar.
De nada sirvieron las prebendas que desde Roma se le concedieron a la ciudad, como el derecho a poder acuñar moneda propia, o la consideración jurídica que se le otorgó (contaba entre las veintisiete ciudades que a finales del siglo I a. de C. poseían el ius latii) y que hacían de la antigua Carissa Paradisia una de las ciudades romanas más reconocidas en la península.
Pero los días de Julio César estaban contados.
Fue en una de sus terrazas donde, después de deleitarse opíparamente con copiosas bandejas de chorizo, morcilla, tocino y aceitunas partidas, se urdió, en venganza a la decisión de cambiar el nombre de la ciudad, el asesinato del que tan exitosas campañas encabezó con las legiones romanas.
Al gobierno de la ciudad de Carissa Aurelia sólo le bastó ofrecer a los asesinos, Bruto y Casio, una casa con amplia terraza y vistas al valle del Guadalete, para que acabasen con la vida del que se había hecho nombrar, cónsul y dictador perpetuo.
Aunque consiguieron acabar con la vida de Julio César, no se tiene constancia de que los asesinos volviesen para ocupar las prometidas casas con terraza, ya que su asesinato fue la causa del comienzo de la Guerra Civil en Roma, en la que los seguidores de César vencieron a las tropas encabezadas por los asesinos Bruto y Casio.
Domingo

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