viernes, 18 de noviembre de 2011

BORNOS EN LA HISTORIA (VI)


De todos y todas es sabido, y si no yo se lo cuento muy gustosamente, que el descubrimiento de América (buen trabajo las tres entradas que hizo don Antonio Rodríguez sobre el tema) marcó un hito en la historia de la humanidad. Hubo un antes y un después de los viajes de Colón.
Para la recién creada España (unificación de los reinos de Castilla y Aragón), supuso entre otras muchas cosas, la entrada de grandes cantidades de dinero (oro y plata) que gastarían en numerosas campañas militares; supuso el alejamiento cada vez más del resto de las potencias europeas, que recelosas del éxito español, no cejaban en sacar partido de una u otra forma de la política colonial española; y entre otras cosas, supuso, debido a la política matrimonial llevada a cabo por los Reyes Católicos, la llegada a nuestra corona de una familia real ajena a la nobleza española y a todo lo que oliese a España, y que condicionó nuestra política exterior durante los siguientes siglos. Esta familia fue la familia de los Austria o Habsburgo.
Y entonces, vosotros diréis, ¿qué tiene que ver el descubrimiento de América o la llegada de los Austria con la historia de Bornos? Pues os tengo que contestar que nada, absolutamente nada. O es que pensáis que Bornos va a estar en los entremeses, el primer y segundo plato, y en los postres. Pues estáis equivocados; y lo que es peor, estáis mal acostumbrados.
Sé que no me creéis, pero es así. Bornos no tiene absolutamente nada que ver con el descubrimiento de América. Que probablemente, que no es seguro, los hermanos Pinzón estuvieran casados con dos bornichas. Puede. Y que sus hijos, mientras ellos estuvieron de crucero por las Américas pasaran largas temporadas en casas de sus abuelos en Bornos, también puede.
Pero de ahí a que se pueda relacionar tan magnánimo hito histórico con la historia de nuestro pueblo, va un auténtico abismo.

Y con respecto a la llegada de los Austria a nuestra corona, menos todavía. Este hecho histórico sí que hay que desligarlo categóricamente de la historia de Bornos. A no ser que, y de esto no existe ninguna prueba (pero nunca se sabe), los hijos de los emigrantes españoles de la época, durante las excursiones que hacían sus padres los fines de semana desde Suiza, Alemania o Francia, a la ciudad de Gante (Bélgica), que era donde vivía de niño el futuro rey Carlos I (casa de los Austria), jugasen con él, al contra, a la múa o al chindi. Pero así y todo, aunque esos niños bornichos jugasen con Carlitos (futuro rey de España), no podemos ligar nuestra historia con la del rey español y futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Así que, sintiéndolo mucho, tengo que decir que durante finales del siglo XV y principios del XVI, nuestro querido pueblo no estuvo presente en hecho histórico relevante. Es extraño, pero lo que es, es; y así lo cuento.
Domingo

martes, 15 de noviembre de 2011

BORNOS EN LA HISTORIA (V)



Hablar de Abbasíes es hablar de esplendor musulmán. Hablar de Omeyas es hablar de esplendor musulmán. Hablar de Abbasíes y de Omeyas, es hablar de luchas de poder y de guerras entre familias con el único fin de conseguir el califato.
Y Bornos, Al-Bornuz, no podía escapar a esas luchas entre familias, que al fin y a la postre, supusieron la decadencia, o mejor dicho, el fin de la política expansionista del gran imperio musulmán. Perdurarían las dos familias durante varios siglos en el poder, una en Bagdad y la otra en Córdoba, pero sus luchas internas serían el germen de su destrucción. Después, los historiadores se encargarían de decir que su decadencia fue motivada por el auge del cristianismo en occidente y de los Otomanos en Oriente, pero el ocaso del vasto imperio musulmán fue motivado por ellos mismos.

Y es ésta la historia que todavía hoy, en el seno de la cultura Tuareg (que nada tiene que ver con el antiguo imperio musulmán), se transmite de padres a hijos, y que por cosas del azar, ha llegado hasta mis oídos.
Me contaban, que muchos años antes de comenzar las intrigas entre Abbasíes y Omeyas, ambas familias, emparentadas, disfrutaban de placenteros baños en las extraordinarias aguas medicinales que manaban en las cercanías de lo que hoy constituyen el pueblo de Bornos. Allí, las grandes familias musulmanas, entre las que destacaban la de los Abbasíes (en el poder) y la de los Omeyas, pasaban los días totalmente desnudos, mientras sus cuerpos se rejuvenecían con el fluir de las aguas sulfurosas. Ya hastiados de tantas aguas, subían al pueblo envueltos en largas túnicas de lana o algodón, algunas con capuchas, a las que llamaban al-bornuz, nombre éste por el que se conoció en todo el Islam, desde los Pirineos hasta la India, al pueblo de Bornos.


Digo lo de al-bornuz con capucha, porque fue ésta, según cuenta la leyenda Tuareg, la razón por la que se enemistaron las dos familias musulmanas más poderosas.
Según cuentan, los primeros al-bornuz(es) utilizados por la familia de los Abbasíes, y que irradiaron al resto de los usuarios de las aguas que manaban a orillas del Guadaletho (río del olvido), eran sin capuchas. Los Omeyas, que según cuentan también, eran por lo general algo presumidos, añadieron a los albornoz(es) una capucha, para evitar los constipados que pudieran coger en su vuelta al pueblo con la cabezas mojadas.
Muy pronto, muchas de las otras familias, nunca la de los Abbasíes, fue copiando el modelo de al-bornuz de los Omeyas.
Así, lo que en un primer momento formaban una piña de familias, eso sí, bajo el poder de los Abbasíes, se transformó en una carrera de poner complementos distintivos a los dichosos al-bornuz(es) con el fin de destacar de los demás. El resultado final fue la formación de dos clanes de familias: el encabezado por la de los abbasíes, que se distinguían por el uso de al-bornuz(es) de colores oscuros y negros, sin capuchas, y el encabezado por la familia de los Omeyas, que se distinguían por el uso de los al-bornuz(es) blancos con capuchas.
Lo que vino después ya está perfectamente recogido en la historia: levantamientos, confabulaciones, conspiraciones y asesinatos que dieron lugar a la victoria de los partidarios de los al-bornuz(es) con capucha, y como consecuencia, la separación de Al-Andalus del resto del imperio musulman, formando en un primer momento un emirato, para convertirse más tarde en el Califato independiente de Córdoba.
Y todo ello, según cuenta la leyenda Tuareg transmitida de padres a hijos, se coció entre las aguas sulfurosas de Al-Bornuz.

viernes, 4 de noviembre de 2011

BORNOS EN LA HISTORIA (IV)



¿Existió en realidad el rey Arturo? Aunque no haya en la actualidad datos los suficientemente fehacientes que nos aseguren la existencia del mítico rey britano, los diversos estudios que hablan sobre él lo sitúan a principios del siglo VI.
Alrededor de él emergen historias como la de los Caballeros de la Tabla Redonda, la de su joven y bella esposa Ginebra, la de su fiel caballero Lancelot (que según las malas lenguas le regaló en compañía de la bella Ginebra un hermoso gorro de vikingo), la del mago Merlín y la de su hermana Morgana (hechicera adiestrada por el mismísimo mago), o la de la espada Excalibur.
Centrándonos en la famosa Tabla, a día de hoy, ningún historiador o estudioso del tema, ha sabido explicar el porqué de la decisión real de reunir a todos sus caballeros alrededor de una mesa redonda.
Según la leyenda, y antes que el mítico rey tomara la decisión de reunir a todos sus caballeros entorno a una mesa, los mandó a que visitasen todas las cortes europeas, por muy pequeñas que éstas fuesen, y anotasen cualquier detalle que viesen, para que una vez informado, fuese el mismo rey el que tomase la decisión de aplicarlo en sus dominios, y siempre en busca de un mejor gobierno de sus posesiones.
Pues bien, uno de sus caballeros, después de entrar por los Pirineos en la Península Ibérica, atravesándola de norte a sur, vino a caer precisamente en la falda del monte Calvario, lugar éste que por entonces, estaba ocupado por una amalgama de pueblos que estaban condenados a entenderse si querían pervivir en la zona.
Allí convivían los descendientes de la civilización que allá por el siglo IV a.C. formaban la cultura del “Bujerilius”, y que tras nueve siglos habían sabido aislarse lo suficiente para no ser engullidos por el expansivo imperio romano; junto a ellos, y con su carácter altanero y soberbio, propio de todo pueblo que durante siglos se considera como de una raza superior, convivían los romanos que pudieron escapar de la masacre que llevaron a cabo en Carissa Aurelia los vándalos del norte. Con bujerilianos y romanos, habitaban la zona, unos pocos vándalos que tras su paso fulgurante y devastador por las tierras de Carija y Borniche, decidieron quedarse con el fin de disfrutar de la belleza y riqueza de estas tierras, no siguiendo el camino hacia el norte de África como lo hicieron el grueso de sus hermanos de cultura. Por último, habitaban la zona, un grupo que formaban las primeras avanzadillas del pueblo visigodo.
Esta era la realidad que a principio del siglo VI se vivía, no ya en la zona del Bujerillo ni en la de Carissa, sino en la que a día de hoy está levantado nuestro pueblo.
Tanta diversidad de culturas y costumbres estaban condenados al entendimiento si querían subsistir. Y fue entonces cuando, tras muchas conversaciones y discusiones, decidieron formar un gobierno común, el cual estaría formado por cuatro miembros de cada pueblo, y que se reunirían todas las tardes tras la primera comida en un lugar que construyeron para ello en el centro del asentamiento, exactamente en lo que hoy día está localizado el Palacio de los Ribera.
Para esas reuniones diarias, construyeron un pequeño estanque circular de unos tres metros de diámetro, en torno al cual dispusieron varios asientos de mampostería con respaldar, todo ello cubierto por un entramado de enredaderas y hojas de palmeras, y donde los dieciséis representantes, en posición semi tendido (o semi sentado, según se quiera ver), discutían las acciones a tomar para el buen gobierno de la población.
Guillermo de Essex, que así se llamaba el caballero enviado por el rey Arturo, quedó prendado, no sólo con la forma tan peculiar que constituía el lugar de reunión, sino con los resultados tan positivos que salían de esas reuniones para el gobierno del pueblo. Fue por ello por lo que, tras despedirse como buen caballero, partió de vuelta para su corte, donde informó a su rey de todo lo visto. El rey Arturo, emulando al Merenderibus, que así llamaban al lugar de reunión de nuestros antecesores, ideó entonces la famosa Tabla Redonda.
Contaba el tal Guillermo de Essex, que le llamó mucho la atención el hecho de que, las mujeres, cuando tenían que trasladarse de un extremo a otro del asentamiento, le hacían un amplio rodeo al Merenderibus, con el fin de no ser objeto de las miradas y comentarios de los representantes populares allí reunidos.
Domingo

BORNOS EN LA HISTORIA (III)

De todos y todas es sabido, la consideración que el enclave de Carissa Aurelia tuvo durante la ocupación romana de la Península Ibérica. Asentamiento humano mucho antes de que llegasen los romanos (se cree que desde el neolítico inferior o el calcolítico), supieron elegir para su estancia por esta zona, uno de los lugares con mejores vistas que pudiesen encontrar.
Los romanos, amén de grandes estrategas, eran amantes de la belleza, del buen vivir, del goce extremo y del buen comer, no pudiendo elegir mejor emplazamiento donde dar rienda suelta al placer de los sentidos.
Hoy, trasladándome mentalmente a aquella época, me imagino a esos señores romanos, envueltos en túnicas blancas con adornos ribeteados áureos, recostados sobre mullidos cojines en alargadas asientos, y deleitándose con las paradisiacas vistas que le ofrecía el serpenteo del río Guadalete.
Allí, en sus terrazas recubiertas por frondosas parras de donde manaban grandes racimos de uva al alcance de sus manos, y acompañados por plateados fruteros repletos de brevas, higos fafaríes, chumbos y damascos, se tramó la caída del gran Julio César.
Lo que empezó con una nimia imposición por parte de Julio César, al ordenar, en honor de su madre, el cognomen de la ciudad, Aurelia, vino a suponer el fin de su vida. Haciendo un inciso, hay que apuntar de que la decisión de César de darle el mencionado nombre a la ciudad en honor de su madre, fue debido a que con anterioridad a su orden, ya había desempeñado los cargos de cuestor, primero, y procónsul, después, en la provincia romana de Hispania, conociendo de sobra las excelencias del enclave de Carissa.
Durante varios años, antes de la imposición cesariana de llamar a la ciudad Carissa Aurelia, ésta había sido bautizada como Carissa Paradisia, por la semejanza con el paraíso que desde sus amplias terrazas se podía observar.
De nada sirvieron las prebendas que desde Roma se le concedieron a la ciudad, como el derecho a poder acuñar moneda propia, o la consideración jurídica que se le otorgó (contaba entre las veintisiete ciudades que a finales del siglo I a. de C. poseían el ius latii) y que hacían de la antigua Carissa Paradisia una de las ciudades romanas más reconocidas en la península.
Pero los días de Julio César estaban contados.
Fue en una de sus terrazas donde, después de deleitarse opíparamente con copiosas bandejas de chorizo, morcilla, tocino y aceitunas partidas, se urdió, en venganza a la decisión de cambiar el nombre de la ciudad, el asesinato del que tan exitosas campañas encabezó con las legiones romanas.
Al gobierno de la ciudad de Carissa Aurelia sólo le bastó ofrecer a los asesinos, Bruto y Casio, una casa con amplia terraza y vistas al valle del Guadalete, para que acabasen con la vida del que se había hecho nombrar, cónsul y dictador perpetuo.
Aunque consiguieron acabar con la vida de Julio César, no se tiene constancia de que los asesinos volviesen para ocupar las prometidas casas con terraza, ya que su asesinato fue la causa del comienzo de la Guerra Civil en Roma, en la que los seguidores de César vencieron a las tropas encabezadas por los asesinos Bruto y Casio.
Domingo

jueves, 3 de noviembre de 2011

BORNOS EN LA HISTORIA (II)

El origen de la civilización asentada a principios del siglo IV (a.C,) en la zona conocida actualmente como “Bujerillo”, se desconoce completamente. Los pocos restos encontrados, y no precisamente en su zona de asentamiento, parece ser, según algunos estudiosos del tema, que tienen fuertes influencias griegas y fenicias. Otros en cambio, se han atrevido a afirmar que podían haber sido el resultado de una pequeña escisión, antes de su total desaparición, de la enigmática civilización tartésica.
Lo que con toda seguridad sí se puede establecer, es que fue de este pequeño asentamiento “Bujerilius” (entre doscientas y quinientas personas), que es como se le conocería siglos más tardes en la civilización romana, donde, tras duras y encarnizadas luchas fratricidas, surgió un pequeño grupo (compuesto por treinta o cuarenta familias), que tras sentirse perdedores, y ante la falta de suministros y materias primas en la zona, decidieron emprender un largo peregrinar hacia un “no sabe dónde”
Con rumbo norte-nordeste, cruzaron toda la península ibérica en busca de un asentamiento que le proveyesen, aunque fuesen tan solo para subsistir, de los alimentos necesarios para intentar mitigar las malas condiciones por las que pasaron en su nunca olvidado Bujerilius.
Mientras que algunas de esas familias cruzaron la cadena pirenaica por el paso de Roncesvalles, hasta asentarse en la Helvetia (actual Suiza) unos, y en la Germania (actual Alemania) otros, el grueso del grupo emigrante se asentó en una zona, a caballo entre las actuales Barcelona y Gerona, en la comarca del Vallés, a la que los romanos, siglos más tarde, y tras integrarse con el pueblo Layetano, llamaron Sancelonense.
Son muchos las pruebas y vestigios que demuestran la continua añoranza que estos pobladores de la Sancelonense, tenían de su Bujerilius, hasta el punto que, tras muchos esfuerzos, y a pesar que algunos de sus miembros mantuvieron de por vida grandes diferencias con algunos de los bujerillonenses, consiguieron, poco antes de la dominación romana, y tras un ir y venir de sus emisarios, volver a reunirse y confraternizar alrededor de una buena cazuela, en compañía de layetanos y lacetanos.
Por último, y aunque se tiene constancia de que miembros de la civilización bujeríllica se extendieron por toda la península ibérica, no con la intensidad que lo hicieron en la Sancelonense, es de destacar algún que otro asentamiento en el seno de la civilización lusitana (concretamente en su parte más oriental) y en el seno de la cultura conocida como de los Vetones, algo más al norte que la anterior, donde se especializaron en el secado y salado de las piernas de cerdos.

Domingo

BORNOS EN LA HISTORIA (I)

Hace ya unos treinta mil años, más o menos, allá por el paleolítico superior, y huyendo de un grupo de homínidos que habían llegado procedentes del actual continente africano, en una noche cerrada con agua y un brusco ambiente que hacía que las escasas pieles que los cubrían no sirviesen para que todos estuviesen ateridos de frío, llegaron a lo que en la actualidad se conoce como “piedra rodadera”, un grupo de homínidos que la paleontología los ha clasificado como Homo Sapiens.
Pues bien, allí en la falda de la piedra rodadera, y en aquella noche cerrada, pusieron su primer asentamiento, a la espera de que las primeras luces del día les revelasen el lugar exacto donde se encontraban. Y fue la alborada, la que, viendo aquel enjambre de cuerpos humanos apiñados buscando el calor humano unos con otros, y como intencionadamente, envió un único rayo de luz a las pupilas del más fuerte y experimentado de aquellos homínidos; era el jefe del grupo. A duras penas y con la intención amable de no molestar a ningún miembro de aquel enjambre humano, el jefe se levantó desperezándose, quedando obnubilado por lo que veían sus ojos. Las nubes habían desaparecido y unas enormes montañas en lontananza veían como el sol poco a poco ascendía por sus cúspides.
El jefe, fornido, con melena y barba negra, no pudo reprimirse, y lo que hasta hoy, para dirigirse a sus acompañantes, habían sido signos y gruñidos, se convirtió en sonidos audibles y con sentido.
- Booo, quillo, boooooo –dijo el jefe, apareciendo la sonrisa y el embeleso en su rostro-.
Los más de cincuenta, entre hombres, mujeres y niños, que formaban el grupo, y que hasta ahora se encontraban profundamente dormidos, abrieron los ojos al unísono, quedando totalmente extasiados, no ya por esos sonidos que procedentes de la boca de su jefe, llegaban a sus oídos, sino por lo que estaban viendo sus ojos. Todos, espontáneamente, y también al unísono. se levantaron y comenzaron, con los rostros iluminados y señalando a las montañas, a saltar y a emitir los mismos sonidos que habían oído se su jefe.
- Boooo, quillo, booooooooooooo –repetían una y otra vez, no creyendo lo que veían sus ojos-.
Habían encontrado su paraíso, decidiendo, después de inspeccionar la zona, quedarse en esa falda de la piedra rodadera, y creando el primer asentamiento humano en la historia de la humanidad. Descubrieron el río, inundado de carpas, barbos y blas blas, árboles frutales a los que llamaron “a mas cos” (se cree que fue el primer fruto que recibió nombre por parte de los humanos) y allí, de la misma piedra rodadera, extrajeron la materia prima con las que fabricaron sus hachas y sus puntas de flechas que les servían para cazar la gran cantidad de conejos que merodeaban por los alrededores de su asentamiento.
Los paleontólogos no han podido fechar con exactitud hasta cuando perduró este asentamiento de homo sapiens en la zona; lo único que se sabe es que, “de buenas a primeras”, desaparecieron como por ensalmo. Nunca más se supo de ellos.
Domingo
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