martes, 12 de octubre de 2010

PASEANDO POR CÁDIZ (III).





El Gran Teatro Falla.

Para la mayoría de los gaditanos, y utilizo el término “gaditanos” queriéndome referir a todos los habitantes de la provincia de Cádiz, el Gran Teatro Falla es sinónimo de carnaval.
Sí, también podemos ver teatro, ópera, zarzuela, actuaciones musicales, pero si éstas dejaran de celebrarse en la “casa de los ladrillos coloraos”, no pasaría absolutamente nada; nadie echaría de menos esas actuaciones tan variadas.
Ahora bien, si se le negase al gaditano el poder asistir en el Gran Teatro Falla a su concurso de agrupaciones carnavalescas, con los Bienvenido, Tino, Selu, Yuyu, Love, Martín, Quiñones o Aragón, entre otros muchos, ese día, la mente mentecata que hubiera tomado esa decisión, tenía que abandonar Cádiz, y me refiero a la provincia, “por patas”.

Pero os voy a confesar que a mí personalmente, cuando se habla del Gran Teatro Falla, se me viene a la mente una historia que sucedió en el año 1977, el mismo que cuando caían los claveles y los geranios, con sus macetas incluidas, sobre las cabezas de los antidisturbios de pañolitos verdes al cuello.

Pues os cuento, en el año 1977, primer año de mi estancia en Cádiz, por razones de estudio, yo residía en una pensión en la calle Sacramento, cercana al Falla (no me había ido al piso de mis amigos en la plaza Bécquer, porque a Francisco Galán siempre le habían olido, mejor dicho, apestado, los pies, y yo no estaba dispuesto a sufrir ese calvario).

Prosigo. Por aquél entonces, en el Falla, se proyectaban películas de cine. Una tarde, mis compañeros de pensión, decidieron ir a ver una película, a la sesión de las seis de la tarde. Como me avisaron un cuarto de hora antes del comienzo de la función, y todavía no había merendado, me preparé a la ligera un bocadillo.
Llegamos al cine, ya con el NODO empezado y, como no eran numeradas, y a pesar de estar el cine casi lleno, nos situamos en la fila 9 ó 10, es decir, en el centro más o menos del patio de butacas.

Comenzó la película, que quiero recordar que era “La escopeta nacional”, de Berlanga, y cuando llevaba 15 ó 20 minutos, decidí meterme entre pecho y espalda el medio “manolete” (barra de pan de por entonces, aquí en Cádiz).
Le quité ese papel de aluminio y no vean ustedes. Había metido entre pan y pan, dos latas de atún de la marca “Isabel” que mi madre había comprado en la tienda de Lola Ceballos.

No vean ustedes la que allí se lió. Los “efluvios” del atún se irradiaron por todo el patio de butacas. Y comenzó la “guasa” gaditana. “Pisha, que te aproveche”, “pisha, pásalo”, “¿de dónde vienes, de Barbate?”, y no sé cuántas cosas más me dijeron, y eso sin saber, debido a la oscuridad de la sala, quién era el responsable de tan gastronómica acción.

Yo, recién llegado a la capital, no sabía dónde meterme; pensaban que todas las miradas iban dirigidas hacia mí.
Al final, ni me comí el bocadillo entero, ni me concentré en la película, ni na de na.

Por eso, cuando me hablan del Gran Teatro Falla, lo asocio automáticamente con aquel bocadillo de atún.

Domingo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Powered By Blogger