miércoles, 20 de octubre de 2010
EL PENSADOR.
Como lo prometido es deuda, y todo sea dicho de paso, he recibido en mi correo personal algunas quejas que previamente habían sido enviadas a los comentarios del blog, según me dicen, y que muy acertadamente no han sido publicadas por los administradores, os envío algunas instantáneas de la escultura de Auguste Rodín, “El Pensador”, su obra culmen.
En esta escultura, Rodín, bebiendo de las fuentes de Miguel Ángel y Donatello, no sólo supo abrir una nueva forma de esculpir y de mostrar todo el realismo y el sentimiento de la persona, sino que también, y adelantándose en el tiempo, supo adivinar, profetizar, vaticinar, o como quieran llamarlo ustedes, el comportamiento y la actitud (que no aptitud) de la mayoría de los políticos españoles.
Porque, ¿cuántas veces se habrán puesto en la postura que nos muestra la escultura de Rodín, estos políticos nuestros, bien sean presidentes de Gobierno, de Comunidad Autónoma, de Diputación o de Municipio, con el fin de que cuadren las cuentas y el personal que gobiernan no se le eche encima?
¿Cuántas veces el Zapatero, el Camps o el Revilla de turno, en la soledad que acompaña a todo el que manda, habrán tomado la postura que tan inteligentemente esculpió Rodín, quemándose la sesera para encontrar soluciones a la problemática que estamos viviendo? Y que asín sea, porque si no fuese, esa Teófila, ese Monteseirín, ese Jordi o ese Gorka de turno, habría que defenestrarlo.
Por todo esto y por el bien que nos puede hacer a la vista, y me refiero a la expresión, a la facciones, a los rasgos que se pueden percibir en el rostro de “El Pensador” de Rodín, es por lo que os invito a todos a que visitéis este museo móvil callejero.
sábado, 16 de octubre de 2010
PASEANDO POR CÁDIZ (V)
El arco del pópulo.
Si le preguntáramos a la escalera de Correos, en la plaza de las Flores, los tinglados que se han “liao” en sus escalones, nos harían falta más de una luna llena para ponernos al día.
Si le preguntáramos a la plaza del Tío la Tiza, todo lo que han visto sus paredes y esquinas, estaríamos toda una vida escuchando historias.
Si nos contara sus historias, el drago del Mora, nos haría falta más de una vida el poder escuchar todas sus vivencias.
Ahora bien, para historias, para infinidad de historias, para empezar y no acabar, habría que preguntarle a uno de los arcos que limita al barrio más antiguo de occidente. Me refiero, cómo no, al arco del Pópulo.
Muchas son las historias que me han contado sobre este arco, pero fue una, sucedida en 1649, la que más me ha llamado la atención.
Según me contaron, llegaron en enero de 1649, procedentes desde Sevilla y huyendo de la epidemia de peste que asolaba la ciudad del Guadalquivir, que dicho sea de paso, sesgó la vida a más de 60.000 sevillanos, un noble segundón sevillano, en compañía de cuatro adláteres y compañeros de juergas. El objetivo de estos cinco visitantes era, después de intentar “desplumar” a todo gaditano que se sentase con ellos en una mesa de cartas, embarcar rumbo a las Américas.
Cierto día, después de un par de semanas haciendo estragos en los distintos “baches” (tasca/taberna), actuando como los más malvados tahúres, y cuando ya tenían apalabrado su embarque en una goleta con rumbo al Nuevo Mundo, increparon a una bella gaditana, obligándola a caer en los brazos del segundón, ante la mofa de los otros cuatro esbirros.
Enterado el padre de la gaditana de la deshonra de su hija, y sintiéndose ofendido, hizo frente a los cinco bellacos, cuyo jefe lo emplazó al amanecer del día siguiente a batirse en duelo en el arco del Pópulo.
Durante todo el día y buena parte de la noche, el grupo de sevillanos se encargó de difundir por todo el barrio, desde el arco de la Rosa a San Juan de Dios y desde el arco de los Blancos hasta el arco del Pópulo, la suerte que iba a correr el agraviado padre, suerte que no era otra que la muerte en el acto.
Muy pronto, y de espaldas a los bravucones tahúres, los vecinos del barrio comenzaron a lamentarse sobre el destino que le deparaba al que en los últimos meses había sido su gran benefactor, el padre deshonrado, quien, en no pocas ocasiones, había ayudado a gran cantidad de familias de morir por inanición.
Con las primeras luces del día, el agraviado gaditano se presentó con su espada de taza y puño de marfil, la misma con la que luchó durante su estancia en los Tercios de Flandes, bajo el arco del Pópulo. Allí, el silencio era sepulcral, oyéndose tan solo, de vez en cuando, el croar de algunas de las ranas que poblaban las charcas circundantes.
Sin saber cómo, y sin poder hacer uso de su arma, el benefactor del Pópulo, ante su arco, se vio reducido y maniatado por parte de los esbirros del noble sin hacienda.
Se mofaron, se rieron, lo escupieron.
Impedido por la fuerza de los cuatro secuaces, vio impotente como el jefe de la banda, lo desvestía con la punta de su espada.
Hartos ya de tanto escarnios, y cuando ya iba a ser atravesado por la hoja de la espada del valiente noble, una turba de vecinos del barrio, armados con palos, cuchillos y piedras, flanquearon las dos salidas del arco, dejando claras sus intenciones.
La palidez invadió el rostro de los cinco agresores, que, tras titubear por unos escasos momentos, soltaron al sufrido gaditano. Éste, tras verse arropado por sus vecinos, no tuvo siquiera que articular palabras, siendo ellos los que, a la orden de una voz femenina, arremetieron contra los sevillanos, acabando con sus vidas antes que aparecieran, alarmados por el griterío existente, la soldadesca encargada de la seguridad en la ciudad.
Y de esto sólo fueron testigos las paredes del arco Pópulo.
martes, 12 de octubre de 2010
PASEANDO POR CÁDIZ (IV)
El Teatro Romano de Cádiz.
El primer sábado de carnaval, del año no recuerdo ahora, fue de tanta algarabía que, a pesar de no estar entre mis intenciones el ser envuelto por el manto de Baco, amanecí, sin saber cómo, en la cavea del Teatro Romano de Cádiz. Recuerdo que, con las primeras luces, aterido de frío, abrí los ojos como pude, y después de observar que me encontraba en las inmediaciones de la orchestra, volví a caer en los brazos de Morfeo.
Después de ser despertado por el molesto contacto de los neumáticos con el pavés del Campo del Sur, volví a mi casa y, tras darme una ducha de agua fría, me tendí en la cama, tratando de recordar el sueño que había tenido en la “ima cavea”.
Recuerdo que la función que se iba a representar en el “Teatrum Romanum de Gades”, siendo anunciada a bombo y platillo en las últimas semanas, al tener previsto su asistencia el procónsul, estaba protagonizada por tres actores, dos de la Baetica, y uno de la Tarraconensis, siendo éste último el actor principal.
Pude observar en el sueño, que días antes de la función, había llegado a la ciudad, el mencionado actor tarraconense, acompañado de su joven y bella esposa.
Tan bella era Julia –asín se llamaba la mujer del actor-, que, tras quedarse prendado de ella e invitarla, junto a su marido, a la fiesta que se celebró en su casa dos días antes de la representación teatral, el procónsul buscó uno de los momentos en que ella se quedó a solas, para decirle que nunca Gades había sido pisada por una mujer tan hermosa, ofreciéndole todas las comodidades que le proporcionaba su posición hegemónica en la ciudad, encontrando la negativa de ella.
Y llegó el día de la representación de la obra teatral.
Los tres actores llegaron al proscenio, antes de su actuación, saludando al público en general, viéndose increpados por casi la totalidad de los ocupantes de la media cavea. Las protestas se extendieron muy pronto por todo el aforo, por lo que el procónsul tuvo que intervenir y, alzando su brazo en señal de silencio, se dirigió al gentío.
- ¿Por qué protesta el pueblo de Gades?
- No podemos permitir esta humillación –contestó un comerciante-.
- ¿Humillación al pueblo de Gades?, ¿quién se atreve a humillarlo?
- No podemos permitir –prosiguió el comerciante- que un actor tan feo ocupe un puesto en el escenario –refiriéndose al actor tarraconense-.
Tras estas palabras, todo el público asistente comenzó nuevamente a gritar, ahora con más fuerza y virulencia, pidiendo la muerte del actor tarraconense.
Nunca se había visto cosa igual en la ciudad de Cádiz, pero el procónsul sabía que no había cosa más fácil que manipular a las masas, viéndose ya rodeando con sus brazos el cuerpo desnudo de Julia.
- Muerte, muerte, muerte –gritaba la masa-.
El procónsul, sabedor que no se encontraba en un anfiteatro, se hacía de rogar.
- Muerte, muerte, muerte –proseguía la masa-.
Muy gustosamente, aunque representando, como un buen actor, el no querer hacerlo, el procónsul extendió su brazo con el puño cerrado y el pulgar hacia abajo.
- Muerte al actor feo.
PASEANDO POR CÁDIZ (III).
El Gran Teatro Falla.
Para la mayoría de los gaditanos, y utilizo el término “gaditanos” queriéndome referir a todos los habitantes de la provincia de Cádiz, el Gran Teatro Falla es sinónimo de carnaval.
Sí, también podemos ver teatro, ópera, zarzuela, actuaciones musicales, pero si éstas dejaran de celebrarse en la “casa de los ladrillos coloraos”, no pasaría absolutamente nada; nadie echaría de menos esas actuaciones tan variadas.
Ahora bien, si se le negase al gaditano el poder asistir en el Gran Teatro Falla a su concurso de agrupaciones carnavalescas, con los Bienvenido, Tino, Selu, Yuyu, Love, Martín, Quiñones o Aragón, entre otros muchos, ese día, la mente mentecata que hubiera tomado esa decisión, tenía que abandonar Cádiz, y me refiero a la provincia, “por patas”.
Pero os voy a confesar que a mí personalmente, cuando se habla del Gran Teatro Falla, se me viene a la mente una historia que sucedió en el año 1977, el mismo que cuando caían los claveles y los geranios, con sus macetas incluidas, sobre las cabezas de los antidisturbios de pañolitos verdes al cuello.
Pues os cuento, en el año 1977, primer año de mi estancia en Cádiz, por razones de estudio, yo residía en una pensión en la calle Sacramento, cercana al Falla (no me había ido al piso de mis amigos en la plaza Bécquer, porque a Francisco Galán siempre le habían olido, mejor dicho, apestado, los pies, y yo no estaba dispuesto a sufrir ese calvario).
Prosigo. Por aquél entonces, en el Falla, se proyectaban películas de cine. Una tarde, mis compañeros de pensión, decidieron ir a ver una película, a la sesión de las seis de la tarde. Como me avisaron un cuarto de hora antes del comienzo de la función, y todavía no había merendado, me preparé a la ligera un bocadillo.
Llegamos al cine, ya con el NODO empezado y, como no eran numeradas, y a pesar de estar el cine casi lleno, nos situamos en la fila 9 ó 10, es decir, en el centro más o menos del patio de butacas.
Comenzó la película, que quiero recordar que era “La escopeta nacional”, de Berlanga, y cuando llevaba 15 ó 20 minutos, decidí meterme entre pecho y espalda el medio “manolete” (barra de pan de por entonces, aquí en Cádiz).
Le quité ese papel de aluminio y no vean ustedes. Había metido entre pan y pan, dos latas de atún de la marca “Isabel” que mi madre había comprado en la tienda de Lola Ceballos.
No vean ustedes la que allí se lió. Los “efluvios” del atún se irradiaron por todo el patio de butacas. Y comenzó la “guasa” gaditana. “Pisha, que te aproveche”, “pisha, pásalo”, “¿de dónde vienes, de Barbate?”, y no sé cuántas cosas más me dijeron, y eso sin saber, debido a la oscuridad de la sala, quién era el responsable de tan gastronómica acción.
Yo, recién llegado a la capital, no sabía dónde meterme; pensaban que todas las miradas iban dirigidas hacia mí.
Al final, ni me comí el bocadillo entero, ni me concentré en la película, ni na de na.
Por eso, cuando me hablan del Gran Teatro Falla, lo asocio automáticamente con aquel bocadillo de atún.
Domingo
domingo, 10 de octubre de 2010
¡SI LO SÉ NO VENGO!
No vean ustedes la vergüenza que he pasado esta mañana, pensando en más de una ocasión ese dicho que dice,”tierra trágame”.
Desde hace ya algunos meses, mi cuñado Paco, conocido entre todos los que le queremos como “el Núñez”, no dejaba de insistirme de que fuésemos a pasar un fin de semana a su casa, en San Pedro de Alcántara, de donde es delegado de “bornichos por el mundo”.
Pues bien, después de cumplir a duras penas con la agenda familiar, decidimos que este fin de semana fuese el elegido para tan prometedora visita.
Y todo muy bien. Ayer viernes, turismo marbellí, cena, copas, charlas, jijijaja, y a la cama.
Hoy sábado, como las condiciones climatológicas no permitían grandes alardes turísticos, decidimos matar la mañana en el Centro Comercial “Las Cañadas”.
Y mientras las mujeres se iban de visita “cultural”, mi buen cuñado y yo, en compañía de mi otro buen cuñado, Paco, decidimos entrar en FNAC (Venta en línea de libros, DVD, CD, imagen y sonido, telefonía e informática).
Después de ojear algunos libros y discos, nos dirigimos al departamento de informática. Allí nos encontramos con que la mayoría de los ordenadores se encontraban encendidos y con conexión a Internet, cosa ésta de lo más normal del mundo.
Como en casa de mi cuñado trabajan con el sistema operativo MACINTOSH, y yo lo desconocía, nos dirigimos a la subsección donde estaba instalado el mencionado sistema operativo. Una vez allí, comenzó mi cuñado Paco a explicarme algunas interioridades de ese sistema operativo y, una vez terminado, me propuso hacer “una” de cuando nuestros “trece o catorce”.
Que conste que me negué a compartir sus inquietudes pueriles, ya que creo que a mis “y tantos”, no estoy ya para llamar la atención. También he de admitir que pensé que mis dotes “embaucadoras” le iba hacer desistir de sus traviesas intenciones. Pero nada, no pude.
Pues a mi querido cuñado lo que se le ocurrió fue conectarse a Internet en todos los ordenadores de la subsección que tenían instalados el MACINTOSH, y conectarse a la página de “bornichos por el mundo”, y concretamente a la entrada del 19 de diciembre de 2007 de octubre, HISTORIA VERIDICA DE UN PAR DE BORNICHOS”, y aparecida nuevamente el pasado 2 de octubre.
En menos de dos minutos, los 15 ó 20 ordenadores con MACINTOSH estaban conectados a la mencionada página.
Todas las personas que pasaban por allí, al ver que todas las pantallas tenían el mismo contenido, no se atrevían a manipular el teclado, llegando un momento en que se formó un corrillo de gente leyendo la página de “bornichos por el mundo”.
Los rostros y semblantes de todos los “ojeadores” eran tan rebosantes de alegría y bienestar, que el personal técnico de la sección de informática, mirándose entre ellos, y tras consultar a su jefe, no se atrevían a manipular los ordenadores.
La muchedumbre de gente fue en aumento, viéndose obligado a presentarse en la mencionada subsección, el personal de seguridad del Centro Comercial, con el fin de darle oportunidad a todos los allí presentes a poder deleitarse con el idéntico contenido de las distintas pantallas de los ordenadores.
Muy pronto, y sin saber cómo –seguramente serían avisadas por encargados de relaciones con la prensa de FNAC-, se presentaron, ávidas de noticias, debido al paréntesis informativo sobre el juicio del “Caso Malaya”, las cámaras de Radio Televisión de Marbella.
Yo, detrás de una de las estantería de libros, no me podía creer lo que estaba sucediendo. Gente salía y gente entraba en el corrillo, todas, las salientes, con la sonrisa en la boca.
No sé cómo terminó la cosa, ya que yo, sin buscar al travieso de mi cuñado Paco Núñez, salí en compañía de mi otro cuñado Paco, a la zona de aparcamiento, con el fin de que no se me relacionasen con lo sucedido, y diciendo entre dientes que, ¡si lo sé no vengo!
Desde hace ya algunos meses, mi cuñado Paco, conocido entre todos los que le queremos como “el Núñez”, no dejaba de insistirme de que fuésemos a pasar un fin de semana a su casa, en San Pedro de Alcántara, de donde es delegado de “bornichos por el mundo”.
Pues bien, después de cumplir a duras penas con la agenda familiar, decidimos que este fin de semana fuese el elegido para tan prometedora visita.
Y todo muy bien. Ayer viernes, turismo marbellí, cena, copas, charlas, jijijaja, y a la cama.
Hoy sábado, como las condiciones climatológicas no permitían grandes alardes turísticos, decidimos matar la mañana en el Centro Comercial “Las Cañadas”.
Y mientras las mujeres se iban de visita “cultural”, mi buen cuñado y yo, en compañía de mi otro buen cuñado, Paco, decidimos entrar en FNAC (Venta en línea de libros, DVD, CD, imagen y sonido, telefonía e informática).
Después de ojear algunos libros y discos, nos dirigimos al departamento de informática. Allí nos encontramos con que la mayoría de los ordenadores se encontraban encendidos y con conexión a Internet, cosa ésta de lo más normal del mundo.
Como en casa de mi cuñado trabajan con el sistema operativo MACINTOSH, y yo lo desconocía, nos dirigimos a la subsección donde estaba instalado el mencionado sistema operativo. Una vez allí, comenzó mi cuñado Paco a explicarme algunas interioridades de ese sistema operativo y, una vez terminado, me propuso hacer “una” de cuando nuestros “trece o catorce”.
Que conste que me negué a compartir sus inquietudes pueriles, ya que creo que a mis “y tantos”, no estoy ya para llamar la atención. También he de admitir que pensé que mis dotes “embaucadoras” le iba hacer desistir de sus traviesas intenciones. Pero nada, no pude.
Pues a mi querido cuñado lo que se le ocurrió fue conectarse a Internet en todos los ordenadores de la subsección que tenían instalados el MACINTOSH, y conectarse a la página de “bornichos por el mundo”, y concretamente a la entrada del 19 de diciembre de 2007 de octubre, HISTORIA VERIDICA DE UN PAR DE BORNICHOS”, y aparecida nuevamente el pasado 2 de octubre.
En menos de dos minutos, los 15 ó 20 ordenadores con MACINTOSH estaban conectados a la mencionada página.
Todas las personas que pasaban por allí, al ver que todas las pantallas tenían el mismo contenido, no se atrevían a manipular el teclado, llegando un momento en que se formó un corrillo de gente leyendo la página de “bornichos por el mundo”.
Los rostros y semblantes de todos los “ojeadores” eran tan rebosantes de alegría y bienestar, que el personal técnico de la sección de informática, mirándose entre ellos, y tras consultar a su jefe, no se atrevían a manipular los ordenadores.
La muchedumbre de gente fue en aumento, viéndose obligado a presentarse en la mencionada subsección, el personal de seguridad del Centro Comercial, con el fin de darle oportunidad a todos los allí presentes a poder deleitarse con el idéntico contenido de las distintas pantallas de los ordenadores.
Muy pronto, y sin saber cómo –seguramente serían avisadas por encargados de relaciones con la prensa de FNAC-, se presentaron, ávidas de noticias, debido al paréntesis informativo sobre el juicio del “Caso Malaya”, las cámaras de Radio Televisión de Marbella.
Yo, detrás de una de las estantería de libros, no me podía creer lo que estaba sucediendo. Gente salía y gente entraba en el corrillo, todas, las salientes, con la sonrisa en la boca.
No sé cómo terminó la cosa, ya que yo, sin buscar al travieso de mi cuñado Paco Núñez, salí en compañía de mi otro cuñado Paco, a la zona de aparcamiento, con el fin de que no se me relacionasen con lo sucedido, y diciendo entre dientes que, ¡si lo sé no vengo!
jueves, 7 de octubre de 2010
PASEANDO POR CÁDIZ (II)
Balcones de Cádiz.
Hablar de balcones en Cádiz es empezar y no acabar. Esas calles estrechas en Santa María o la Viña, en el Mentidero o en el Pópulo, con sus balcones poblados de macetas.
Un sábado por la mañana, recuerdo ahora, paseando por la plaza de la Cruz Verde –lugar de reunión para adentrarse en la Viña en tiempo de Carnavales-, me adentré en los Callejones de Cardoso, camino de La Caleta, donde había dejado la moto, me percaté de la conversación que tenían un geranio, en la acera de los pares, con un helecho, en la de los impares.
- Pisha, como no te vengas a mi balcón, no te va a dar el sol en todo el día.
- ¡Qué bastinazo!, déjate de sol, que yo estoy muy bien aquí en mi sombrita; y tú, como no te pongas una sombrilla de la Cruz Blanca, te vas a secar como el ojo Benito. Fíjate cómo está ya la enredadera que tienes al lado; está to mustia.
- Pisha, la verdad es que llevas razón. Voy a poner la sombrillita, que si no me va a pasar como a uno de mis antepasados, el del 77. ¿No te lo han contado?
- Pues claro que me lo han contado; qué buen año aquél. Eso sí que fue una manifestación, y no las que hacen ahora.
- Llevas razón, aquellas sí que eran manifestaciones. Según me han contado, nunca se vio más gente en la calle que en aquel octubre del 77.
Pues como te iba contando, mi antepasado del 77, como se secó de tanto sol, no pudo asistir a la manifestación y poner un granito de arena para que no se cerraran los Astilleros. Lo metieron para el patio interior y se perdió toda la movida.
- Sí que es verdad, ¡qué bastinazo! Me contaron que mis antepasados jugaron un papel importantísimo en aquellos días de manifestaciones. Los trabajadores corriendo para un lado, y detrás los policías con los botes de humo y las pelotas de goma. Así una y otra vez, hasta que los claveles se “jartaron” de recibir pelotazos, y tras ver a los frigoríficos y a las máquinas de coser, ordenaron a todas las flores que, con macetas incluidas, se dejaran caer a la calle desde los balcones cuando pasaran los antidisturbios con pañolitos verdes. Menos los helechos, casi todas se dejaron caer.
- No ni ná, po claro que se dejaron caer; y si no lo hicimos más fue porque algunos estaban en el patio interior.
- Ya ve si estuvo bien la cosa que hasta nos sacaron coplillas de carnaval.
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