¿A vosotros bornichos y bornichas no os ha pasado nunca que, al levantaros y, una vez que os habéis lavado la cara, o duchado –yo me ducho por la noche antes de acostarme-, o afeitado (en el caso de los hombres), se os ha metido en la cabeza una canción en concreto?
Que nos vamos a desayunar y, entre churro y churro, o entre bocado y bocado a la “tostá de manteca colorá”, seguimos cantando la misma canción.
Y que volvemos a casa después de la jornada laboral, y seguimos cantando la dichosa canción, hasta que nuestro Manolo o nuestra Manuela, según sea el caso, nos dice, “anda hijo (o hija), cállate ya; que pesaito –o pesaita- estás. Cambia ya de tercio”.
Pues precisamente hoy, durante todo el día –bueno, mejor dicho, hasta que llegué a casa y me oyó mi mujer- me ha pasado lo de la dichosa cancioncita en la cabeza.
Y la canción en cuestión no ha sido otra que esa obra de arte de los maestros Quintero, León y Quiroga, “Ay pena, penita, pena”; esa que dio la vuelta al mundo con Lola Flores y que tantos artistas han versionado. Desde Rocío Jurado a Isabel Pantoja, pasando por Falete, Serrat o Antonio Vega, entre otros muchos.
Pero entre todos ellos, y ellas, me quedo con esas dos grabaciones que, a mi modesto entender, plasman el sentimiento, la fuerza, la emoción, el desconsuelo o la pesadumbre que sus autores quisieron transmitir.
Y me quedo con dos versiones que han sabido plasmar perfectamente el mensaje que quisieron difundir sus autores.
La primera, cómo no, la realizada por la Faraona, la gran Lola Flores, que la supo interpretar magistralmente apoyándose en el lenguaje gestual y corporal, expresando toda la letra sin necesidad de ser dueña de una gran voz.
La segunda versión, a mi modesto entender y “gustos musicales”, no le hubiera hecho falta ni cantar esta canción en castellano.
A ver si me explico.
Si el artista al que me refiero hubiera cantado esa canción en ruso, chino, japonés o húngaro, hubiera dado igual. Consigue con su tono de voz, interpretar la letra con una amargura, con un sufrimiento, con una desgana, con una tristeza, que si en vez de llamarse la canción “Ay pena, penita, pena”, se hubiera llamado, por ejemplo, “Viva España”, yo, personalmente, la hubiera rebautizado con el nombre de “Pena, penita, pena”.
Y este artista, no podía ser otro que el gran Antonio Vega (no me refiero al Anthony del bigotito negro, sino al que fue componente de Nacha Pop), que con su voz parece que acaricia los sentidos.
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