miércoles, 8 de abril de 2020

VIGÉSIMO SÉPTIMO DÍA

Vigésimo séptimo día de confinamiento descoronavizante, y las cifras están “amesetadas”, por lo que mejor es no hablar de ellas. De lo que sí hay que hablar es de nuestro confinamiento, de nuestro necesario confinamiento. Hay que resistir, hay que sacar fuerza de donde no las tengamos, porque si queremos salir de esta, la solución pasa por el confinamiento.   Respetarlo hasta las últimas consecuencias. Es la única manera de no darle vida al bicho. Responsabilidad y solidaridad a la hora de cumplir el confinamiento es la mejor vacuna para que no se expanda el bicho, hasta que no encuentre la que lo destruya. 



Y ahora nos enfrentamos a la historia de la parisina. Adelanté ayer que hoy sería el último capítulo con el que llegaría el final, pero no ha podido ser: resultaría demasiado largo para meterlo todo en un solo capítulo. Así que hoy os puedo decir ya con seguridad que mañana sabremos la resolución final de vuestra parisina.

Fue entonces cuando con una cara de satisfacción, no menos que la que quería esconder el argentino, hecho que no se me fue por alto, el comisario Benoît Gómez, quitó, algo nervioso, según observé soslayadamente, la tapadera del canuto, inclinándolo hacia la izquierda para que mi parisina se deslizara por su interior y cayera sobre su mano.
Recuerdo hoy aquel momento como si lo estuviera viviendo. Por mi mente pasaron un sinfín de pensamientos, pero todos desembocaban donde mismo. Después de oír el relato del comisario Benoît, me había quedado bien claro que la parisina había dejado de ser mía; ya no me pertenecía. Porque sí, yo había pagado legalmente por un lienzo, como bien justificaba el contrato de compraventa que me hizo el vendedor de la galería, que seguramente estaría compinchado con el argentino, al que yo no le quitaba ojo en la sala, pero la procedencia del óleo era totalmente ilegal. No era culpable de nada, pero pierdo todo derecho de propiedad sobre esa maravilla otoñal. Mi gozo, y sobre todo el de mi esposa, solo nos ha durado unos días, pensé. 


El intento del comisario de sacar el lienzo con la mayor delicadeza del canuto para no dañar la pintura, se vio empañado por el obstáculo que le presentaron al obstruir su paso los tres documentos que lo acompañaban en su interior. Varios fueron los intentos en el vacío para que saliese la pintura pero no consiguió su objetivo. Tan nervioso se puso que exclamó con desmedida virulencia “¡apporter des coseaux!” (¡traer unas tijeras!); “perdón, ¿tenéis unas tijeras?”. Todos nos extrañamos porque lo más lógico era que allí en aquella sala nadie tenía porqué llevar unas tijeras, pero comprendimos también que el estado de excitación del comisario Benoît por ver de una puñetera vez la pintura a la que había dedicado más de dos años de su vida para localizarla, justificaba su petición. “Tijeras no tenemos, comisario, pero le podría valer esto”, dijo el inspector Palomo sacando del bolsillo su navaja multiuso y haciéndosela llegar. Yo observaba atónito lo que estaba sucediendo, aunque recuerdo, y todavía hoy no me explico el porqué, que no le quitaba ojo al argentino, como si pensara que ante el interés de todos por ver fuera del canuto a la pintura, aprovechara para salir corriendo, estando preparado para que si así sucediese, hacerle un placaje a estilo rugby como lo hacía un amigo mío que practicaba ese deporte y que se llama Juan Antonio Caro. 

Benoît cogió la multiuso en su mano, analizándola y viendo cuál de sus hojas era la más apropiada para seccionar longitudinalmente el canuto y así sacar la que ya era su parisina; eligió la más larga y fina. Con mucha sutileza colocó la punta de la navaja en el extremo del canuto y procedió a cortar. “Pardón, mon comissaire”, intervino el capitán Gayangeau; “le carton nous servira à le transporter; mieux vaut ne pas couper; me permettrez-vous (el cartón nos servirá para transportarla; mejor no cortar; ¿me permite usted?), extendiendo la mano para coger el canuto. El comisario, comprendiendo al capitán se dejó llevar por sus indicaciones. Enseguida el capitán comenzó a manipularlo y sin saber cómo, comenzaron primero a salir los contratos de compraventas y por fin el óleo hecho un rollo. Sin dejarlo salir al completo, el comisario lo asió delicadamente y lo extendió a lo largo de la mesa. En nada de tiempo su expresión pasó de la más apasionante y gozosa al rostro más iracundo y colérico que nunca había observado yo; todo lo contrario que el cambio del rostro del argentino, que cuando vio la parisina desplegada en la mesa, se infló de vitalidad. “¡Merde, merde, merde; Qu'est-ce que c'est?” (mierda, ¿esto qué es?). La cara de Benoît se inundó de impotencia y de ira, la de Palomo de incredulidad y no entender nada. La sala entera se inundó de dudas y agotamiento mental. Cuando el comisario, que era un entendido en arte, vio la parisina extendida en la mesa, exclamó, “ni esto es un Lautrec ni esto es nada. Esta pintura no vale absolutamente nada; los cafés que me tomé esta mañana en el aeropuerto valen más que esta merde. ¿Dónde está el Toulouse-Lautrec, coño?”, yéndose para Antonio Saavedra, el argentino, y zarandeándolo hasta que su capitán se lo quitó de la vista.
Mientras todo aquello sucedía en la sala, la respiración del argentino volvió a ser más sosegada, como viendo un futuro más halagüeño, más favorable a sus intereses. Y eso lo percibí perfectamente. Los hombros habían dejado de estar caídos, los ojos se le iluminaron y el rictus de su cara que hasta ahora solo mostraba amargura, le cambió por completo. Algo sucedía en la sala que nadie lo percibió.

No quiero ser pesado en mi reiteración, pero no hay que olvidar eso de “SEGUIR EN CASA”. Y recalco: seguir en casa; se está demostrando que es la mejor solución para que el puto virus no te haga compañía. Castigo a los desaprensivos. Ya queda menos.


1 comentario:

  1. Interesantísimos los 27 relatos que llevamos de confinamiento que nos ayuda sin duda esperándolos cada día para leerlos y quitarle horas de aburrimiento al mismo.
    Y no menos interesante e intrigante el relato de la odisea de la parisina, en la que fluyen nombres conocidos y, que no dudo, irán en aumento.

    ResponderEliminar

Powered By Blogger