Vigésimo
quinto día de confinamiento descoronavizante y estoy comenzando a
preocuparme, a preocuparme mucho, mucho, mucho. Pero, aunque el
problema lo tenemos encima y es real y de muy difícil solución,
esta preocupación no viene dada por la pandemia del COVID-19, que en
España, según los números de estos dos últimos días, parece que
la curva ha dejado de llevar tendencia ascendente. Estoy preocupado
por el clima de crispación que estamos viviendo en la prensa y en
las redes sociales.
Es inadmisible que en una sociedad que se jacta de demócrata, hayan olvidado que la solución para salir de esta pandemia no entiende de partidos políticos ni de creencias, no entiende de votos ni de poner zancadillas al que me quite la posibilidad de conseguir puestos relevantes en la administración para mí y mis amiguetes. No se dan cuenta unos y otros, otros y unos que lo único que están fomentando es la vuelta a aquella realidad social que tanto nos menguó, la de las “dos Españas”. ¿Nadie ha pensado que cuando se venza al puto bicho este, el gran problema con el que nos vamos a enfrentar va a ser el de la recuperación económica? ¿Y no se dan cuenta que lo que están haciendo ahora es calentar el ambiente para que el pueblo no esté lo suficientemente predispuesto a llevar a cabo esa recuperación? Pues a ver si se enteran de una puñetera vez unos y otros, otros y unos. Dejémonos de analizar la paja y vamos a centrarnos en el grano.
Es inadmisible que en una sociedad que se jacta de demócrata, hayan olvidado que la solución para salir de esta pandemia no entiende de partidos políticos ni de creencias, no entiende de votos ni de poner zancadillas al que me quite la posibilidad de conseguir puestos relevantes en la administración para mí y mis amiguetes. No se dan cuenta unos y otros, otros y unos que lo único que están fomentando es la vuelta a aquella realidad social que tanto nos menguó, la de las “dos Españas”. ¿Nadie ha pensado que cuando se venza al puto bicho este, el gran problema con el que nos vamos a enfrentar va a ser el de la recuperación económica? ¿Y no se dan cuenta que lo que están haciendo ahora es calentar el ambiente para que el pueblo no esté lo suficientemente predispuesto a llevar a cabo esa recuperación? Pues a ver si se enteran de una puñetera vez unos y otros, otros y unos. Dejémonos de analizar la paja y vamos a centrarnos en el grano.
Y
ahora nos vamos a enfrentar a narrar los últimos coletazos de esta
historia de la parisina, que ya no sé si es mía, del argentino o es
de vosotros.
“Entonces,
¿cuál es tu verdadero nombre?”, gritó Palomo perdiendo los
modales. “No hablaré sin la presencia de mi abogado”.
Quién
me iba a decir a mí que la compra de un óleo como otro cualquiera,
por muy bonita que fuera mi parisina, iba a traer tanta cola, que un
tío orondo con aspecto bonachón y bien vestido pudiera encerrar
tanto y ser tan hijo de puta; está claro que las apariencias
engañan, y que a mí, al no estar en guardia me cogió en total
fuera de juego. Lo que no esperaba el porteño este de los cojones es
que cuando me puse “el puñal en la boca” y la cinta en la cabeza
al estilo Rambo, le iban a llover los problemas; ni él ni los
cuatros peces gordos que con toda seguridad se encuentran detrás del
comercio ilícito de obras de arte.
El
inspector Palomo, con un poquito de ayuda mía, había solucionado la
falsa identidad del argentino, además de un posible intento de
tráfico de divisas, pero a esas alturas ya del día, sin haber
cenado siquiera, se encontraba sin aclarar la verdadera identidad del
óleo que tantos quebraderos de cabeza le estaban ocasionando, ya que
los agentes franceses no llegaban hasta la mañana del día
siguiente. Fue por lo que decidió hacer unas llamadas telefónicas
para organizar cómo íbamos a pasar la noche. De momento decidió
que el argentino pasara en calidad de detenido incomunicado en los
calabozos de la comisaría de policía de la avenida de Blas Infante,
por lo que movió los hilos para que un par de agentes lo trasladasen
hasta dicha comisaría, ordenándole al subinspector que la sala de
interrogatorios con las pertenencias del argentino, incluida mi
parisina, que cada momento que pasaba la veía más lejos de llenar
uno de los laterales de mi salón, quedaría custodiada toda la noche
por otro par de agentes, mientras ellos se retiraban a descansar a
un hostal que le había recomendado Rafael Galán, allá por la
Puerta de la Carne, y qué el mismo le gestionó por teléfono.
“¿Y
con usted que hago?, dijo dirigiéndose a mí. Sé que no es
culpable de nada, que no tiene nada, absolutamente nada que ver con
lo que haya detrás del dichoso óleo; pero como comprenderá, no
puedo dejarlo en libertad. Compréndame”. “Usted dirá, señor
inspector; yo no puedo mover ficha mientras usted no lo haga; la
pelota está en su tejado, pero solo le adelanto que lo de mi
detención está difícil. Y le comprendo. Pero solo le pido que
confíe en mí; creo que le he dado suficientes pruebas para
hacerlo”. El inspector, con una media sonrisa cargada de dudas y
pensamientos, captó perfectamente lo que quise decirle sin decirlo,
al tiempo que vaciaba en el vaso, el medio botellín de cerveza de un
tercio que le quedaba y que nos habíamos pedido, uno cada uno, en
una cafetería del aeropuerto. “¿Entiendo que me propone que no le
haga más preguntas y que esta noche le deje en libertad?”.
“Entiende bien. Y para ello le propongo que como sé que mañana a
primera hora debo de estar aquí un poco antes de que lleguen los
franchutis, y como mi destino está a cien kilómetros de ida y otros
tantos de vuelta, lo que sería un fastidio para mí, que no ponga
usted pega para que se marche mi esposa con su padre y que yo me
quede a pasar la noche en uno de los mullidos sillones de la sala
VIP; y si se quiere cubrir las espaldas, deje a un agente en la
puerta para evitar mi hipotética huída”, le dije, observando cómo
por su cabeza le pasaron intenciones de hacerme un sinfín de
preguntas; pero no hizo ninguna. “Así lo haremos. Pero cuando
termine mañana todo esto, que espero que así sea, creo que
deberíamos de hablar largo y tendido, ¿no?”. “Sin problema
alguno por mi parte; hablaré hasta donde pueda hablar. Solo le digo
que ha actuado correctamente, porque si hubiera decidido llevarme al
calabozo con el puto argentino, puede que le hubiese llamado
personalmente su Director General”, le dije sin ningún tipo de
recochineo; todo lo contrario. Confirmé con su decisión lo que ya
había pensado durante el interrogatorio, que jugábamos en la misma
liga; y cuando sucede eso, en muchas ocasiones sobran las
explicaciones y la palabras.
Nos
despedimos con un fuerte apretón de mano y yo me dirigí a la sala
VIP a pasar la noche con un sandwich y una segunda cerveza, después
de despedir a mi esposa y a mi suegro.
La
verdad fue que aquella noche, a pesar de lo cansado que me encontraba,
apenas di un par de cabezadas, principalmente porque había un par de
parejas coreanas o japonesas, no recuerdo ahora muy bien, que cogían
su vuelo a primera hora, que no dejaron de hablar en toda la noche.
Lo que sí recuerdo, porque me llamó mucho la atención, es que no
se quitaron ninguno de los cuatro la mascarilla que llevaban puesta,
hecho este al que no estábamos acostumbrado a ver aquí en España
hace unos treinta años. Sus razones tendrían.
Y
poco antes que diesen las nueve ya entraba por la puerta de la sala
el inspector con ganas de tomarse un café. A esa hora ya me había
tomado dos, pero le acompañé tomándome un tercero. “Los
franceses están a punto de tomar tierra. Pasaron la noche en Madrid
y han tomado el primer vuelo de esta mañana. Espero acabar antes de
mediodía con este asunto”, a lo que yo le contesté con un irónico
“he pasado la noche muy bien ; gracias”.
No
quiero ser pesado en mi reiteración, pero no hay que olvidar eso
de “SEGUIR EN CASA”. Y recalco: seguir en casa; se está
demostrando que es la mejor solución para que el puto virus no te
haga compañía. Castigo a los desaprensivos. Ya queda menos.
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