Sentado
en mi sillón reclinable y garabateando con el Hugo Boss regalado por
mis amigos el día de mis cincuenta y diez cumpleaños, se me viene a
la mente un suceso acaecido ayer que si para el resto de los mortales
pueda tener una nimiedad superlativa, para mí, y para otros muchos
como yo, que también los hay, tiene una suprema importancia.
Por
cierto, cómo se desliza este Hugo Boss por el papel, que por cierto,
también viene rotulado con el nombre de Hugo Boss. Se desliza con
una suavidad tan solo comparable con.........; bueno, mejor me callo,
pero que conste que este Hugo Boss, que quiero recordar que dije
anteriormente (¿o no lo dije?) que me lo habían regalado mis amigos
en el transcurso de una fiesta/comida con la que me sorprendieron (¡Y
vaya si me sorprendieron! ¡Ya ve! ¡No ni na!), se desliza con una
suavidad parecida a la del plumón de los eideres comunes islandeses
(ese mismo que utilizan para los más caros edredones y prendas de
abrigo). ¡Casi na!
Pues a
lo que iba. Os cuento. Ayer tarde noche lo pasé mal, muy mal; yo, y
me consta, también mi nutrido grupo de amigos con los que tengo la
suerte de compartir un grupo de whatsapp y que son los mismos que
acertaron de lleno en regalarme en mi cuarenta y veinte cumpleaños,
una agenda de la marca Hugo Boss y un bolígrafo, como creo haber
dicho anteriormente, de la misma marca que se desliza con una
suavidad semejante a …......
Y lo
pasé mal porque uno de mis amigos perdió la cartera. El buen
hombre, sabiendo de antemano que la mayoría de nosotros no podíamos
hacer nada por encontrarla, ya que más de la mitad de los
componentes del grupo nos encontrábamos y residimos fuera de la
localidad que nos vio crecer y donde se cimentó nuestra amistad,
comunicó por el grupo su lamentable pérdida. Dinero, tarjetas,
décimos de lotería de Navidad y algún que otro secretillo y
recuerdo puestos a buen recaudo en el último de los rincones de la
dichosa cartera.
Enseguida,
porque se le veía muy apurado, todos nos volcamos en darle ánimos..
“El dinero, al igual que las tarjetas, se reemplazan”. “ El
DNI, en tres días lo tienes de nuevo”. “No te preocupes de los
billetes de lotería que llevas el mismo número que yo y ponemos una
denuncia ya”. Todos eran consejos. Todos a una. Todos y cada uno de
los componentes del grupo tratando de subir la moral del perdedor de
cartera. ¡Qué bonito! Esos mismos señores que el pasado día de la
Inmaculada, porque yo nací ese día de hace treinta y treinta años,
se desplazaron desde distintos puntos de España para agasajarme y
darme esa sorpresa que llevaré siempre en mi interior. Y encima me
regalaron un bolígrafo Hugo Boss que aunque resulte pesado, y
perdonadme, pero vuelvo a decir que se desliza por el papel (también
Hugo Boss) con una suavidad hasta ahora desconocida para este amante
de juntar letras (a la hora de garabatear). Una sensación al
escribir, en contacto directo con tu mente, que te invita, que te
provoca, que te incita a pensar palabras y frases y plasmarla en el
papel (en el de Hugo Boss o en cualquier otro). Y es verdad lo que
digo. ¡'Ya ve!
Y
volviendo a la pérdida de la dichosa cartera, no solo se quedaron
esos señores (y ahí me incluyo) en mandarle mensajes animosos, sino
que pronto echaron mano del acervo tradicional de sus madres y padres
para con prácticas oratorias y costumbres ancestrales, colaborar en
el hallazgo de tan lamentable pérdida.
Se
escuchaba por el grupo: “yo no creo, pero si.......”. “Se lo he
pedido a San Antonio Bendito (el de Padua) para que aparezca”.
“Pues yo a San Cucufato. Le he echado un nudo a un pañuelo y le he
rezado su letanía: San Cucufato San Cucufato, los cojones te
ato..............no te los desato”.
Todos
preocupados por la aflicción del amigo. Incluso los más agnósticos
del grupo participaban en la labor: “Esperanza, ten esperanza”.
“Vuelve por tus pasos”. “Memoriza el objeto perdido”. “Déjate
llevar por tu corazonada y aparecerá”.
Todos
preocupados por la misma causa. Todos a una. ¡Ya ve!
Y
llegó la hora de dormir y tengo que reconocer que, al igual que le
ocurrió al resto de los amigos como ya comprobé (a las cuatro y
media de la madrugada tuvimos todos una conversación por whatsapp,
hablando de nuestros insomnios), no pude coger el sueño. Aunque por
distinto motivo y con distintas sensaciones, me ocurrió lo mismo que
aquella noche tras la fiesta/comida sorpresa de mis sesenta
cumpleaños. Aquella noche tampoco pude dormir; henchido de gozo y
levitando en una nube, pasé toda la noche rememorando, desgranando,
desmenuzando cada momento que me habían hecho vivir. Y eso que aun
no había descubierto la suavidad que se experimenta al escribir con
el Hugo Boss. Todavía hoy se me ponen los vellos como escarpias cada
vez que recuerdo aquellos momentos.
Por
eso es normal que yo me aflija con las penas de mis amigos; penas y
pérdidas.
Pero
esta mañana todo cambió. No sé si por corazonadas, la esperanza,
San Antonio, el de Padua, San Cucufato, o todos y todas al mismo
tiempo, obraron el “milagro” de la aparición de la cartera. Todo
en orden. Nadie dio explicaciones ni preguntó dónde, cómo ni
porqué. Lo importante es que nuestro amigo, a pesar de su
vehemencia, dejó de estar compungido, y por extensión, el resto del
grupo de whatsapp también dejó de estarlo.
Yo,
dormiré esta tarde una buena siesta después de no haber pegado ojo
en toda la noche, aunque más feliz, ya que he descubierto el suave
escribir de mi Hugo Boss, que no sé si os he dicho quién me lo
regaló. Otro día os lo cuento.
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