Eran las cinco de la tarde, media hora más tarde de la programada en el cartel anunciador. Todos expectantes del resultado, y eso que los más allegados no recibieron ningún tipo de comunicación sobre la celebración del evento; el porqué solo el artista es conocedor de la verdad.
Y allí estaba él. Taciturno y
concentrado, a porta gayola, esperaba el desenlace de la faena. De reojo, pudo
divisar la sombra del morlaco; solo un pitón; pero vaya pitón, superando con
creces en extensión la que hubiera tenido en el caso que al que estaba
esperando fuese un corniabierto. Pero eso no le atemorizó, siguiendo a porta
gayola esperando el desenlace.
La espera estaba pudiendo con él,
comenzando a verlo todo negro y borroso; negro, muy negro; largo, demasiado
largo. Comenzó a no controlar sus pensamientos, pero sin que el color negro lo
abandonase. Quiero coloretes rojos —pensaba a duras penas—, rojos, muy rojos; y
en los pómulos. No me retiréis del pasacalle —alcanzaba a decir balbuceando—,
que aunque llueva no me mojo; pito de caña, bombo y papelillo; no me saquéis.
No te muevas de la posición fetal —fueron las últimas palabras que oyó sin siquiera ya pensar en el morlaco negro.
Ya en sí, a medias, con la boca seca y algo pastosa, pidió que le trajesen su cuerno. todo salió bien.