martes, 10 de abril de 2018

LA CARPETA VERDE

No os cuento nada nuevo si os digo que me encanta leer, aunque a decir verdad, me gusta mucho más sentarme delante de mi libreta y, con mi Pilot azul, pintarrajearla con letras y palabras que me hagan encontrar momentos de paz.
Y digo esto, hablando de mi gusto por la lectura, porque precisamente ayer, a la salida de mi visita al Oratorio de San Felipe Neri, tras esperar paciente e impertérrito la larga cola de un numeroso grupo de alumnos y alumnas de un colegio de Barbate, me encontré una carpeta de color verde, con una pegatina que hacía alusión a la manifestación de pensionistas. Tras preguntar a todos los que merodeaban por allí, incluidos bedeles y limpiadoras, si dicha carpeta era suya, encontrando un repetido “no” por respuesta, decidí entregarla al primer policía local que me encontrase camino de la parada del autobús.
Paso tras paso camino del autobús, deleitándome con los balcones y fachadas de las calles gaditanas, y sin encontrarme con ningún agente de la autoridad, fue creciendo en mi interior cierto interés por el contenido de la extraviada carpeta verde, estando tentado en alguna que otra ocasión en, después de quitarle los dos elásticos a rayas azul y blanco, abrirla de par en par, y ver de una puñetera (perdón) vez el contenido de la dichosa carpetita. ¿Qué podrá haber en su interior?, me preguntaba una y otra vez.
Mi curiosidad iba en aumento, y más que curiosidad, sentía que se estaba adueñando de mí un sentimiento de intriga, o como dicen en mi pueblo, “el pazanteo no me dejaba vivir”.
Fue a la entrada de la plaza Mina cuando ya no pude resistirme más, y tras sentarme en uno de los bancos que salpican el perímetro de la mencionada plaza, de cara a la librería Manuel de Falla, en la que observaba muy orgulloso un ejemplar de mi primer libro “Tierra de deslealtades”, hice airear el interior de la carpeta tras liberarla de sus ataduras azul y blanca.
Y cuál fue mi sorpresa cuando en su interior me encontré un pequeño taco de folios en blanco que cubrían un sobre de medio tamaño, también blanco, pero que a diferencia de los folios, se encontraba escrito con letra muy pequeña tanto por delante como por detrás. No pude resistirme y, tras encender un Ducado, me enfrasqué con la lectura del contenido del tan bien custodiado sobre.
Tengo que decir que en un principio tuve la intención de desistir en mi lectura, pero, pensando en su autor y en el momento, o los momentos, tan delicados y engorrosos que le llevaron a escribir lo que poco a poco a mí me estaba cautivando, decidí devorar todo su contenido.
El contenido del sobre decía lo siguiente:
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“Después de que mi vida hubiera sido un continuo ir de aquí para allá, encontrándome en todos los fregados posibles, y rayando a veces, cuando no sobrepasando, la vida de crápula, tras encontrar la que creía, y creo, la mujer con la que deseaba pasar el resto de mi vida, todo ello después de algo más de dos años de relación, me vuelvo a encontrar nuevamente en la encrucijada, o mejor dicho, con la empanada mental que siempre ha sido mi compañera de viaje.
Mi chica, perseverando como la que más, aunque sin resultar en ningún momento empalagosa, todo hay que decirlo, porque si así lo hubiese sido os aseguro que no hubiera llegado a esta situación, persiguió en todo momento el presentarme a sus padres, técnicos asesores de la Junta de Andalucía.
Tengo que admitir que esa idea suya de abrir mi círculo de amistades, no me cautivó ni me sedujo nunca lo más mínimo, aunque también he de reconocer que a nuestros treinta y tantos largos, era una posibilidad que entraba dentro de la normalidad. Aun así, le fui dando larga, sin demostrarle en ningún momento mi negativa, buscando e inventando acontecimientos varios que me impidieran su tan anhelado encuentro.
Pero tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, y aprovechando la celebración de las bodas de oro de sus padres (ufff, cincuenta años juntos), y no encontrando ya ninguna vía de escape, accedí a sus pretensiones que nos diese a conocer; y no solo a sus padres, sino también a todo su enjambre familiar.
El evento a celebrar, además de festejar las bodas de oro del matrimonio, serviría para presentar al novio de la niña (única hija). Ufff, qué grande me suena la palabra “novio”.
He de reconocer que las dos semanas que transcurrieron entre el sábado (ya de madrugada, después de fumarnos un cigarro) en el que accedí a su petición y el sábado en el que se celebró el acontecimiento familiar, se me hicieron eternas, ocurriéndoseme durante ese tiempo, mil y un achaques para justificar mi ausencia sin ser tachado de “malage”. Pero no, no lo hice, y principalmente no lo hice porque ella, mi chica, no se lo merece. Ella es un sol.
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El evento se celebró, después de pasar por el altar, siendo mi chica la madrina, en el chalet que tiene el matrimonio a unos kilómetros de la ciudad donde residimos.
Yo, aunque no accedí a emperejilarme con corbata o palomita, como quizás hubiese merecido la ocasión, me compré un equipito, todo de primeras marcas, con el que pensé que no desentonaría. Y no lo hice, os lo aseguro. Además, como no sabía que regalarles, opté por llevar un par de botellas de vino, concretamente un Matarromera gran reserva del 2011, siendo desde el preciso momento en el que el padre de mi chica me vio aparecer con ellas, el centro de las atenciones del septuagenario señor. He de reconocer, aunque en la celebración no llegué en ningún momento a reconocerlo, que sabía de los finos y sibaritas gustos del caballero, dando en la tecla al traer un Ribera del Duero.
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Aunque durante la estancia en la iglesia me pude escapar de las presentaciones, principalmente por encontrarse mi chica en el altar junto a sus padres, una vez en el chalet, todo fueron apretones de manos y besos en las mejillas. Te presento a mi tía Conchi y a su marido Fausto; mi tío Jacinto y su esposa Esperanza; mi prima Julita y su marido Juanjo. Así unos tras otros de sus familiares. Yo pensé que el capítulo de las presentaciones nunca terminaría, planeando en más de una ocasión el salir por piernas, abandonando aquel aluvión de saludos hipócritas y sonrisas forzadas. Y fue entonces cuando le tocó el turno a ella. El animal más salvaje nunca contemplado por mis ojos se encontraba a menos de un metro de mí, acercándose a mi cara para estamparme un par de besos, besos que capté que tenían poco de histriónicos.

- Mira, cariño –dijo mi chica-, te presento a la más “guay” de mis tías; mi tía Lupe.
- Encantado, señora; es un placer el conocerla. Entiendo que es usted la tía más joven de todas –osé agasajarla de esa manera-.

No me lo podía creer; tenía delante de mis ojos al estilo hecho persona, a la sensualidad personificada, a la belleza hecha carne; tenía delante de mis ojos a la mujer perfecta. Ojos grandes rasgados, pómulos pronunciados, labios carnosos, boca grande y perfecta que encerraba una dentadura que ni esculpida por el mismísimo Miguel Angel Buonarotti, sonrisa seductora, cuello estilizado, senos impresionantes que se hacían más llamativos al lucir un atrevido escote, cintura y caderas según los cánones establecidos para obtener la máxima puntuación en cualquier concurso de belleza femenina. ¿Y las piernas? Mejor me callo. Solo decir que, a mí, que me falta un solo centímetro para alcanzar el uno ochenta, me subía casi cinco dedos, si bien es verdad que su altura se veía reforzada por un pronunciado tacón.

- Pues te equivocas en todo, guapo. Primero decirte que si no te importa, no me ustees, ya que haces que me sienta mayor de lo que soy; con mis cuarenta y cinco ya tengo bastante. Segundo, no soy señora, soy señorita; estuve casada durante catorce años, pero bendito sea el momento que decidí rencontrarme con la libertad. Y tercero, no soy la menor de las tías de tu chica, todo lo contrario; de las tías maternas, soy la mayor.
- Pues bien hemos empezado –dije yo todo acalorado, mientras que los ojos de la tía de mi chica lograban hacer dos muecas en los míos-.
- Me vais a perdonar, pero voy a echarle un cable a mis padres; los veo atareados. Ahora vengo cariño –me dijo, dándome un piquito-.

Nunca debió dejarnos solos. Tras invitarme a alejarnos un poco del griterío de los niños, comenzó a hablarme de su vida, del calvario de su matrimonio, de lo sola que se encontraba en aquella casa de tres plantas, y de la situación económica tan desahogada en la que la había dejado su ex. Todo lo hablaba ella. Yo, por mi parte, solo alcanzaba a pensar que lo que estaba viviendo no podía ser cierto. Solo eso.

- Igual te estoy dando la tabarra. Perdona si es así.
- Para nada, para nada Lupe; todo lo contrario; eres muy agradable.
- Comprendo que no te sientas cómodo y relajado en este momento, pero, si lo deseas, te invito a tomar café un día en mi casa, y así nos conocemos mejor.
- Me encantaría.
- Pues toma –sacando de su bolso, a juego con su top, una tarjeta-, aquí tienes mi dirección y mi teléfono. Cuando quieras me llamas y hablamos más relajados, pero mejor que no le comentes nada a mi sobrina, ¿Ok?
- Ok –le dije todo nervioso, quedándome petrificado mientras la observaba como se alejaba de mí, exhibiendo su modelado trasero, súper entallado en una minúscula falda sin marca alguna que delatara la existencia de ...... nada.

¿Por qué a mí? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué en el momento en el que pensaba que mi vida estaba estabilizada tiene que aparecer esta mujer, haciendo renacer mi yo más depravado?
Está claro que no cambiaré nunca, porque lo que tengo claro es que pase lo que pase, haré todo posible para que la tía de mi chica, se sienta dichosa con mi visita”,
Anónimo
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Y éste fue el relato que encontré escrito en el sobre blanco, en el interior de la carpeta verde. Os digo que no llegué a entregarla a ningún policía local, pero lo que sí he hecho, es imaginarme, no por nada, sino por saber como pudiera ser, a la tía Lupe de la chica del autor del relato que habéis leído.
Domingo

viernes, 9 de marzo de 2018

DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER.

SÁBADO, 9 DE MARZO DE 2013


Tengo que reconocer que me levanté ayer de mañana con ganas de despotricar de algo o de alguien; me molestaba todo, incluso el paso de una mosca me hubiese molestado. Pero como estaba solo en casa, y entre otras cosas, no es época todavía de moscas, mosquitos y moscones, me dije: “lee la prensa digital y verás como te calmas un poco y consigues escribir algo”. ¿Calmarme? Todo lo contrario. Para echarme a llorar. ¡Vaya tela, vaya tela! 

Entre Bárcenas, Blancos (por Pepiño Blanco), Urdangarines, Corinnas (por cierto, la princesa Corinna está de mejor ver que nuestra princesa) o el mejor fichaje que ha hecho el Madrid (según los periodistas merengones) en los últimos meses, refiriéndose a un tal Modric, me quitaron las ganas de escribir.

Pensé por un momento, con ocasión del día tan “señalado” (8 de marzo), escribir un artículo sobre la mujer trabajadora, pero me dije, ¿y por qué?.
No es que yo esté en contra de la mujer trabajadora; todo lo contrario. Y es más, esto es un tema que ya no se debería ni de tocar, ya que se debe de dar por hecho: igualdad de todos y para todos. Porque según creo, y por muchas noticias que aparezcan en la prensa (por cierto, en este artículo voy a hablar de la prensa, de la prensa española), en el mundo laboral hay igualdad entre hombres y mujeres: como debe de ser. ¿O no?. Yo creo que sí. Ya que yo entro en un banco donde trabajan hombres y mujeres, y todos hacen lo mismo, echan las mismas horas y, según tengo entendido, tienen el mismo sueldo. Yo voy al Mercadona (por decir uno; y no creáis que el señor Roig me dé comisión por hablar de su cadena de supermercados), y veo que hombres y mujeres se reparten el trabajo por igual, tienen el mismo horario y, según creo, ganan lo mismo al final de mes.
Que haya casos en los que las diferencias de sueldos y horarios (la retahíla de que la mujer debe de trabajar más horas para ganar lo mismo que el hombre.........., bla, bla, bla), yo los desconozco. Y si así es, habrá que combatir esas prácticas.
Y es por esa igualdad que hay, por lo que, y siempre a mi modesto entender, creo que si hay un día de la mujer trabajadora (y no digo que no se lo merezca), también debería de haber un día del “hombre trabajador” o del “hombre” a secas. ¿O no? Yo creo que sí. No por nada, sino por la igualdad de todos y para todos. Porque, aunque iba a ser tarea ardua y difícil encontrar un día en el calendario donde ubicar esa “nueva festividad”, la del “hombre trabajador”, principalmente porque entre fines de semanas, navidades, semana santa y las tropecientas celebraciones ya con día fijo en el anuario, está ya ocupado casi la totalidad de los días del calendario, creo que podríamos encontrar algún huequecito, aunque se tuviese que compartir con un “santo de segunda”.
Y yo iría más lejos. Además de ubicar la celebración en el calendario, yo estaría de acuerdo con diseñar un “logo” que representara al colectivo y a sus seguidores y partidarios. Un logotipo que todos los hombres trabajadores llevarían prendido a la altura del corazón, haciendo gala de su condición, la de trabajador.
Incluso iría más lejos. Para hacernos ver, los hombres trabajadores, y sus partidarios y seguidores, desfilarían en cortejos o cabalgatas por las principales calles y avenidas de sus pueblos y ciudades.
Yo no lo vería mal.

Uffff, sin quererlo me he metido en un fregado que …....., cuando yo lo que quería era hablar de la prensa española. Bueno, mañana hablaré de ella; a ver si tengo ganas y tiempo.

Por cierto, y aunque resulte cursi para algunos, para mí, todos los días son los días de la mujer.

Domingo

jueves, 22 de febrero de 2018

8 DE MARZO.


Llevo toda la noche casi sin dormir, porque la verdad es que alguna que otra cabezadita he dado, después que tras la ensalada de aguacate que junto a un yogourth desnatado sin azúcar me sirvió de cena, mi mujer me dejó caer que el próximo día ocho de marzo, día de la mujer, me las tenía que apañar solo y hacer todas las faenas de la casa, ya que ella iba a secundar la huelga general de veinticuatro horas en favor de la igualdad de la mujer, convocada por Podemos, Izquierda Unida, el sindicato ceenete, entre otros. 
Yo en un primer momento, como buen marido compartiendo su iniciativa huelguista, no rechisté y me dirigí, como casi todas las noches después de cenar, a mi sofá con el fin de emborronar un poco mi libreta y tratar de crear alguna historia o historieta. Pero he de reconocer que ya desde que recogí los platos, los cubiertos, los vasos y el mantel para llevarlo todo a la cocina, e incluso en los minutos que tardé en meter la vajilla en el lavavajillas, mi cabeza no paró de darle vuelta a lo que me esperaba el futuro día ocho de marzo. Y por fin, tras dejar cargada una lavadora para activarla nada más levantarme al día siguiente, ya que tengo la costumbre de no ponerla por la noche y dejarla en su interior sin tender, por los posibles olores a húmeda que pueda coger, me senté en mi sillón favorito, con mi libreta de espiral favorita, y como no, con mi Pilot azul también favorito, que por cierto, está a punto de que se le acabe la tinta. Pero pronto me di cuenta que no era el momento para inventar, que no estaba centrado, que los pensamientos sobre lo que me espera el próximo día ocho de marzo no me dejaban centrarme, y por mucho que luchara por concentrarme, nada de nada. Hoy, me dije, no hay historieta que valga. Y fue por eso por lo que comencé a enumerar todas las tareas que me quedaban por hacer el futuro y fatídico día ocho de marzo. 
Y fue después de más de media hora cuando, tras muchas tareas escritas y emborronadas a posteriori, emití un casi imperceptible grito de euforia al darme cuenta que, sin ayuda de mi mujer, había podido llegar a la conclusión de poder ir al gimnasio el próximo y que yo había predicho aciago día ocho de marzo. Equivocado estaba. Sí, tendría tiempo para ir al gimnasio. Porque después de levantarme de la cama, poner la lavadora, barrer todo el piso y pasarle un agüita con un chorreoncito de lejía (ya que los jueves se le da un poco de lejía al suelo), adecentar los dos dormitorios de los niños, que aunque hacen sus camas antes de irse después que yo les prepare el desayuno, lo dejan todo que da pena, limpiar el polvo del salón, pasillo y dormitorios, hacer los dos cuartos de baño a fondo, tender la lavadora, ya que seguramente mientras hacía las faenas descritas habría terminado, y claro está, poner una nueva lavadora con la ropa de cama de mis hijos, que no sé yo sí esperar a que se sequen después de tendida o coger unas de sus armarios y que cuando se levante mi mujer estén los dos dormitorios impolutos y en perfecto estado de policía. Que tras desayunar de pie en la cocina, con el fin que no caiga ni una miga en el salón, y prepararle a mi mujer el zumo natural, que no de bote, de naranja y las pastillas (colesterol, tiroides y protector de estómago) que tiene que tomarse en un vasito de plástico, todo en su bandeja junto a un plato, la servilleta, cucharilla y cuchillo, coger la moto y solucionar las dos citas que tenía para ese día con Endesa y Gas Natural. Y esperando acabar pronto de las dos citas previstas, poder ir al gimnasio, no sin olvidar que previamente tendré que pasarme por el supermercado para comprar la leche desnatada sin lactosa para mi mujer, así como los colines de centeno, también para mi mujer, y la fruta.
Y a disfrutar del día ocho de marzo, ya que como estará la señora de huelga, esperemos que lo esté también para echar monsergas y sermones, que aunque parezca que no, ya eso es todo un adelanto.

¡Cuánto daría yo porque todos los días del año fueran ocho de marzo!

sábado, 13 de enero de 2018

SEMEJANZA


Sentada a la sombra de aquel enjambre de eucaliptos de los que, sin saber porqué, desde hacía algo más de cinco años, concretamente desde que llegara de la capital, se consideraba una más entre ellos, se agigantaba mientras perdía su mirada sin ver nada. Y si no veía nada no era porque no hubiese nada que ver. Todo lo contrario. El espectáculo que se divisaba desde el pedrusco de más de una tonelada de peso en el que tomaba asiento después de llegar exhausta tras la pronunciada pendiente, era para tomar varias instantáneas. Quizás más de varias; cientos, miles, varios miles; y cada una de ellas distintas al resto, y rivalizando entre ellas para ser la más bella. Y no sólo instantáneas; también desde aquel pedrusco se podían escribir infinidad de poesías, tener una inmensidad de sueños, o incluso, por muy de loca que pareciese, oír su propio eco después de dar un sinfín de gritos. 
Pero no. Ella ni tomaba instantáneas, ni se embarcaba en la nave de los versos, ni tampoco, por mucho que lo desease a veces, gritaba para descargar su rabia reconcetrada y contenida. Ella era la más dichosa acomodándose en su pedrusco, semitendiéndose, y dejando pasar los minutos, incluso en ocasiones, las horas, oyendo el gorjeo de algunos pajarillos, oliendo el dulce y a veces mareante aroma a eucalipto, saboreando el jugo de algún brote de hinojo que recogía casi siempre por el camino, y sintiendo el cosquilleo de las pequeñas hormigas subiéndole por los tobillos o por sus muñecas hasta sus antebrazos. Porque la paz y la armonía que le abandonaron hacía ya mucho tiempo y que fue la causa de su huida, sólo le volvían a visitar con esas vistas, con esas audiencias, con esos olores, con esos sabores, y porqué no admitirlo también, aunque a veces eran irritantes, con esos pruritos que sentía al paso de las diminutas hormigas ascendiendo desde las comisuras de sus largos y enjoyados dedos hasta el codo.
Ella, que siempre fue ella para ella, aunque sabedora que para el resto no lo era, por muy dichosa que fuese entre sus esbeltos eucaliptos, no conseguía olvidar su ayer. Quizás, pensaba una y otra vez, el salto debería de haber sido mucho mayor que el que dio, no limitándose a distar de su origen poco más de setenta kilómetros. Pero como también pensaba y se decía en multitud de ocasiones, “hay quien se queda prendada de otra persona, o de un animal, o de una catedral, o de una pintura; yo me quedé cautivada y seducida la primera vez que topé con mis eucaliptos; porque son míos; y da igual que estén a setenta que a setecientos kilómetros”. ”Y sí -proseguía pensando en multitud de ocasiones-, las vistas son únicas, al igual que sus trinos o sus olores, pero yo no estoy aquí precisamente por eso. Yo estoy aquí por ellos, por mis eucaliptos, por su vitalidad, por su comprensión, por su valentía, por la semejanza que nos une. 


Porque lo mismo que yo vi en sus estilizadas y elegantes figuras, cierta pelusa y resquemor hacia el pequeño bosque de hayas que se encontraba en una vaguada a vista de pájaro y también a tiro de piedra, debido al reconocimiento tan extendido entre los humanos por la nobleza de sus maderas, ellos, nada más verme, y eso lo percibí que no se les fue por alto, apreciaron en mi mirada cierto desasosiego, cierta sensación de cansancio, de huir de un pasado que me machacaba continuamente. Y fue en ese cruce de sensaciones y percepciones por ambas partes cuando, sin pretenderlo ni buscarlo, nos abrazamos y decidimos, sin emitir palabra alguna, viajar en el mismo barco. Porque ellos, empachados de tantos desaires y de tanto ser considerados los patitos feos del bosque, leyeron en mí ese reconocimiento que nunca antes habían experimentado, y yo, hastiada de tantos dimes y diretes, y porqué no decirlo también, henchida y harta de tantos vacíos y tantas afrentas de los que se llamaban mis amigos, percibí como me aceptaban sin ningún tipo de condiciones y me consideraron como uno más entre ellos. 

Quizás esa aceptación y esa consideración se deba a lo semejante que somos, si bien yo, no sé si acertadamente o no, decidí lo que ellos no pueden hacer, teniendo que convivir al mismo tiempo con su masculinidad y su feminidad, con sus estambres y con sus pistilos”. 

Ella, a pesar de sus dubitaciones, de las críticas de su círculo de allegados, familiares y amigos, y sobre todo de las duras amenazas que recibió de sus padres desde el momento que decidió comunicarles sus intenciones de cambio, se atrevió a decir adiós a sus estambres.






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