Javier
y Genoveva era un matrimonio de cierta alcurnia en la vecindad donde
vivían; podríamos decir que sus raíces genealógicas se perdían
en la historia. Con más hijos de los que quisieran haber tenido, y
trabajando todos en la empresa familiar, causa ésta que le ocasionó
un sinvivir continuo, hicieron lo habido y por haber para que todos
fuesen felices. Pero eso era tarea ardua, ya que, aunque hijos todos,
eran muy diferentes entre sí.
Y
esa diferencia entre ellos fue el principal motivo por el que
Genoveva y Javier, aunque no lo reconociesen en público, no se
sintieran realizados ni como padres ni como gestores de la empresa
familiar, destrozando casi desde siempre en su dilatada vida el
concepto de igualdad, ya que daban a esos hijos lo
que ellos pensaban que necesitaban cada uno para que no le diesen
problemas, no teniendo en cuenta las reacciones de los demás a la
hora de sus repartos y atenciones. O lo que es lo mismo, el cariño,
el amor y algún que otro bien material que repartían los cabezas de
familia, era muy distinto según se tratase de uno o de otro hijo.
Quizás
el mayor error del matrimonio fue que sus componentes, es decir,
Javier y Genoveva, nunca fueron en la misma dirección a la hora de
la educación de sus hijos. Así, si hoy era Genoveva la que hacía
el reparto de amor, cariño y algún que otro bien material entre sus
numerosos hijos, mañana llegaba su marido para, desatendiendo lo
hecho por su esposa, hacer un nuevo reparto. Claro está,
comportamientos éstos que lo único que hacían era enturbiar las
relaciones entre sus hijos y entre ellos mismos.
Era
por eso que, como en cualquier camada de lobeznos, donde siempre hay
algunos que maman más que sus hermanos, entre los hijos de Genoveva
y Javier existían unos más favorecidos que otros. Y estos favores
se veían con una claridad más que notoria en las habitaciones en
las que dormían, habitaciones que servían también de lugares de
trabajo. Así, la oficina de Berenguer era sin lugar a ninguna duda
la más confortable y la que más lujos tenía. En su mesa de
despacho se encontraban los últimos y mejores avances tecnológicos,
hecho éste por el que sus trabajos, aparentemente, eran más
fecundos y abundantes que los de sus hermanos, teniendo así más
clientes que ellos. Su maquinaria de producción era tan potente y eficaz que, con el fin de que una gran cantidad de los trabajos de sus hermanos estuviesen revestidos de una calidad especial, pasaban por su habitación para que fuesen finiquitados y presentar la máxima competitividad en el mercado internacional.
El
hecho de presentar más y aparentemente mejores trabajos que sus
hermanos, era motivo para que Berenguer se sintiera superior,
reclamando y exigiendo continuamente más cariño, más amor y algún
que otro bien material.
Continuamente transmitía a sus padres el
malestar que sentía hacia sus hermanos, con unos más que con otros,
acusándolos de hacer poco y mal el trabajo que tenían encomendados
para ayudar a que la economía familiar estuviese saneada, para a
continuación, demandarles más mejoras en su oficina, demandas que
salvo algunos, pocos, hechos aislados, siempre habían sido otorgadas
por sus padres desde sus primeros años de vida, convirtiéndolo así
en una persona caprichosa y malcriada.
Los
tiempos que se estaban viviendo no eran los mejores para la empresa,
comenzando a ponerse la cuenta en números rojos, hecho éste que
Javier y Genoveva ocultaron a sus hijos; que ocultaron hasta el
momento en que la situación se hizo insostenible y no les quedó más
remedio que ponerlos al día, menguándose desde entonces el amor, el
cariño y algún que otro regalito material (distintos a cada uno de
ellos), a los que lo tenían acostumbrados. Y es aquí donde
comenzaron los quebraderos de cabeza más graves para Genoveva y
Javier, ya que, no sólo se tuvieron que enfrentar con los problemas
de liquidez de su empresa (llegaron a estar a punto de la banca
rota), sino que tuvieron que lidiar con las múltiples quejas
procedentes de sus propios hijos, protestas que lo únicamente que
hacían eran demandar las prebendas a las que estaban acostumbrados.
Pero
de entre todas las protestas y demandas, fueron las de Berenguer, el
hijo caprichoso y malcriado, las que más preocuparon al matrimonio.
Achacando que ya estaba harto de producir más que sus hermanos,
amenazó a sus padres con marcharse de la casa y de la empresa
familiar, creando una empresa propia que desarrollaría su labor en
los mismo quehaceres que desarrollaba la de sus padres.
Genoveva
y Javier priorizaron el problema que les presentó su hijo Berenguer,
buscándole mil y una soluciones para que desistiera de su empeño.
Para ello buscaron a los mejores asesores, a los mejores mediadores,
y claro está, a los mejores intermediarios para convencer al gran
Berenguer que no se convirtiera en la competencia.
Al
tiempo que seguían las negociaciones, en las que el caprichoso y
cada vez más altivo Berenguer se alejaba por día de las súplicas
de sus padres, uno de los asesores, aconsejó al matrimonio lo
siguiente:
“Javier,
Genoveva, la situación está muy mal; Berenguer se ha empestillado
en no dar marcha atrás en sus pretensiones, así que, os aconsejo, y
priorizando, que sin abandonar el intento a que no se marche, hay que
empezar a mover los hilos necesarios para que si en un final,
abandonase la casa y la empresa, su ausencia no se eche en falta.
¿Y
qué vamos a hacer para ello? Pues muy sencillo. Y comienzo con los
detalles. El mejor equipo informático que tenéis en la empresa se
encuentra en la habitación de Berenguer, siendo a él a donde
acuden una gran parte de los clientes de la empresa. Pues bien,
montemos en las habitaciones de varios de vuestros hijos, unos
equipos informáticos mucho más potentes, siendo allí a donde irán
desviados esos clientes; y es más, serán los mismos clientes los
que, al ver que las prestaciones de los nuevos ordenadores son
mejores, acudirán sin tenerlos que presionar.
Por
otro lado, los nuevos clientes que vengan a demandar los servicios de
la empresa los reconduciremos hasta sus otros hijos, asegurándonos
que los nuevos gestores (sus otros hijos) suministran un servicio
como mínimo, y si se puede, mejor, que el que suministraba
Berenguer.
Y
por último, y aunque esperemos que al final no se vaya el díscolo
Berenguer, caso que no remita en su empeño, se les abrirán las
puertas para que se vaya, pero que deje en la empresa el gran equipo
informático que se le compró, así como la maravillosa cadena de
música (mucho mejor que la de sus hermanos), el vehículo de gama
alta (único que hay en la familia) y todos los otros regalos que
bien vosotros, bien la empresa, le regalasteis en su día. En otras
palabras, y hablando bien claro, si el díscolo, soberbio, caprichoso
y malcriado Berenguer no remite en su empeño de marcharse, que se
vaya como popularmente se dice, con una mano delante y otra detrás.
Y
ojo, esto sólo es un consejo que os doy”
Domingo