Otro de los deportes que se desarrolló en las casitas nuevas fue el del automovilismo.
¿Qué decir de aquellas bajadas por las Casitas Nuevas (también existían por otras calles de nuestro pueblo) en carros de cojinetes? Eran bajadas suicidas y de una sola trayectoria. Todo lo que fuese salirse de la trayectoria suponía grandes dosis de “crome” en piernas y rodillas, con los consiguientes postillones. Y era muy sencillo. La calle no estaba asfaltada, sino que estaba cementada con grandes juntas de dilatación cada 3 metros aproximadamente. Estas juntas de dilatación, de mayor anchura y a veces de mayor profundidad que el diámetro de los cojinetes delanteros, provocaban un sinfín de accidentes. Los ingenieros y probadores de las distintas escuderías buscaban el lugar donde las mencionadas juntas eran más estrechas y no impidiesen el paso de nuestros bólidos.
Inolvidables eran las curvas suicidas tomadas por nuestros carros cuando, dejando el Bar de Dorado a la izquierda, se cerraban hacia el kiosco de la Calvaria (por entonces del bueno de Antonio), llegando hasta el bar de Andrés Núñez.
Pues sí señoras y señores, el Flavio Briatore o el Ron Dennis tomaron buena cuenta de las trayectorias, aerodinámica y modelos de nuestros centelleantes carros, para aplicarles a sus fórmula 1 cualquier mejora con el fin de hacerse campeones del mundo.
Hablando de aerodinámica, he de destacar el “carro de los carros”. No tenía parangón con ningún otro. Su estilo, su maniobrabilidad, su línea y su facilidad de conducción hacían del carro de Paco Gilabert el campeón de los carros de las Casitas Nuevas. Todos le envidiábamos. El día que Paco nos dejaba darnos un “paseito” en su carro, nos sentíamos importantes. El hecho de que su padre tuviera una carpintería era motivo de que la línea de su carro fuese la más deseada. A la línea se le sumaba su geometría perfecta y el uso de materiales inalcanzables para el resto.
Todos en la calle teníamos un carro, pero el más veloz era el de Paco. Todos queríamos ganarle, arriesgando más en las bajadas, pero él siempre era el vencedor. Era el Ferrari de nuestros tiempos.
Pero también los Ferrari sucumben.
Cierto día, mi hermano Juan me dijo: “¿tu quieres ganarle al Paco?”, a lo que yo le contesté que sí. “Pues quítale los cojinetes a tu carro y llévamelo al estanco. Debes tener paciencia y en algo más de una semana tendrás tu nuevo carro”.
Fue una semana larguísima. Mis visitas al estanco eran continuas. Lo mismo veía los cojinetes bañados en grasa que sumergidos en mineral. Lo mismo lo estaba limpiando con una pequeña brocha que estaban siendo lijados.
Una mañana me dice mi hermano; “esta tarde, cuando salgas del colegio, pásate a recoger el carro”. Y así fue. Cuando lo vi que lo estaba probando por la calle Pastelería (con menos pendiente que las Casitas Nuevas) el inolvidable Ramón Arias, quedé sorprendidísimo.
Los cojinetes brillaban como “el chapín de las monjas”. Tenía sistema de frenos y de asiento habían utilizado la tabla de un cajón de “Celtas Cortos” (mi carro ya llevaba publicidad).
Ese día hubo carrera. Ese día le gané a Paco Gilabert. Ese día nació la alternativa a nuestro Ferrari. Y ese día, según cuenta, porque yo no lo vi, se encontraba allí el padre de Fernando Alonso.
¿Qué decir de aquellas bajadas por las Casitas Nuevas (también existían por otras calles de nuestro pueblo) en carros de cojinetes? Eran bajadas suicidas y de una sola trayectoria. Todo lo que fuese salirse de la trayectoria suponía grandes dosis de “crome” en piernas y rodillas, con los consiguientes postillones. Y era muy sencillo. La calle no estaba asfaltada, sino que estaba cementada con grandes juntas de dilatación cada 3 metros aproximadamente. Estas juntas de dilatación, de mayor anchura y a veces de mayor profundidad que el diámetro de los cojinetes delanteros, provocaban un sinfín de accidentes. Los ingenieros y probadores de las distintas escuderías buscaban el lugar donde las mencionadas juntas eran más estrechas y no impidiesen el paso de nuestros bólidos.
Inolvidables eran las curvas suicidas tomadas por nuestros carros cuando, dejando el Bar de Dorado a la izquierda, se cerraban hacia el kiosco de la Calvaria (por entonces del bueno de Antonio), llegando hasta el bar de Andrés Núñez.
Pues sí señoras y señores, el Flavio Briatore o el Ron Dennis tomaron buena cuenta de las trayectorias, aerodinámica y modelos de nuestros centelleantes carros, para aplicarles a sus fórmula 1 cualquier mejora con el fin de hacerse campeones del mundo.
Hablando de aerodinámica, he de destacar el “carro de los carros”. No tenía parangón con ningún otro. Su estilo, su maniobrabilidad, su línea y su facilidad de conducción hacían del carro de Paco Gilabert el campeón de los carros de las Casitas Nuevas. Todos le envidiábamos. El día que Paco nos dejaba darnos un “paseito” en su carro, nos sentíamos importantes. El hecho de que su padre tuviera una carpintería era motivo de que la línea de su carro fuese la más deseada. A la línea se le sumaba su geometría perfecta y el uso de materiales inalcanzables para el resto.
Todos en la calle teníamos un carro, pero el más veloz era el de Paco. Todos queríamos ganarle, arriesgando más en las bajadas, pero él siempre era el vencedor. Era el Ferrari de nuestros tiempos.
Pero también los Ferrari sucumben.
Cierto día, mi hermano Juan me dijo: “¿tu quieres ganarle al Paco?”, a lo que yo le contesté que sí. “Pues quítale los cojinetes a tu carro y llévamelo al estanco. Debes tener paciencia y en algo más de una semana tendrás tu nuevo carro”.
Fue una semana larguísima. Mis visitas al estanco eran continuas. Lo mismo veía los cojinetes bañados en grasa que sumergidos en mineral. Lo mismo lo estaba limpiando con una pequeña brocha que estaban siendo lijados.
Una mañana me dice mi hermano; “esta tarde, cuando salgas del colegio, pásate a recoger el carro”. Y así fue. Cuando lo vi que lo estaba probando por la calle Pastelería (con menos pendiente que las Casitas Nuevas) el inolvidable Ramón Arias, quedé sorprendidísimo.
Los cojinetes brillaban como “el chapín de las monjas”. Tenía sistema de frenos y de asiento habían utilizado la tabla de un cajón de “Celtas Cortos” (mi carro ya llevaba publicidad).
Ese día hubo carrera. Ese día le gané a Paco Gilabert. Ese día nació la alternativa a nuestro Ferrari. Y ese día, según cuenta, porque yo no lo vi, se encontraba allí el padre de Fernando Alonso.