sábado, 20 de diciembre de 2014

NO EXISTEN LÍMITES

……

Los dos, sin pretenderlo, se levantaron al mismo tiempo, quedando sus cuerpos, uno enfrente del otro, a menos de treinta centímetros. Sus miradas lo dijeron todo. No hicieron falta palabras. Jacobo extendió su mano derecha y acarició la mejilla de Laura, para, con una suavidad angelical, acercar sus labios a los de ella. Mientras que le oprimía sedosamente los labios con los suyos, le deslizó su mano izquierda por toda la espalda, hasta llegar a la zona lumbar, atrayéndola hasta que sus cuerpos se fundieron en uno solo. El beso de Jacobo, junto a las caricias por su baja espalda, hizo que Laura se sintiera inundada de placer, deseando que aquello no acabase nunca. Cuando los labios se separaron, con sus ojos brillantes y los labios rojos, ella vio en Jacobo al ser más hermoso que nunca había visto. Poniéndole su dedo índice en los labios, acallando el intento de Jacobo de decir algo, lo asió por la mano y, sin dejar de mirarlo, hizo que le siguiese hasta su dormitorio. Atrás quedaron las copas, los canapés y las conversaciones intranscendentes, siendo el desenfreno y la pasión las que inundaron aquella cama de dos por dos.  ………………………………………... El éxtasis no abandonó el dormitorio hasta bien entrada la madrugada, momento en el que aprovecharon para, antes de disponerse a dormir, darse una ducha juntos y llegar al orgasmo por enésima vez en la noche.

domingo, 14 de diciembre de 2014

SÁBADO DE FERIA.

A pesar de haber nacido el mismo día y haber compartido el mismo vientre durante algo más de nueve meses, Raquel y Cristina eran muy diferentes la una de la otra, todo motivado porque la vida, durante casi treinta y nueve años que tenían, no se habían comportado igual con ellas.

Las dos eran bellas, muy bellas, de llamar la atención, pero mientras que Raquel era altiva, engreída, soberbia y dueña y señora en todo momento de la verdad, su verdad, Cristina era tímida, humilde, sencilla y con unos ojos, que, aunque bellos como los de su hermana, más bellos aun, estaban revestidos de un halo de tristeza que, aunque la hacían una mujer enigmática y seductora sin pretenderlo, eran el producto de los incontables momentos de llantos que tuvo que sufrir desde su temprana adolescencia.

De familia adinerada, habían nacido y crecido en una de las casas más señoriales del pueblo de Bornos, no habiendo tenido que sufrir en ningún momento los calamitosos racionamientos que asolaron la España de los cuarenta y cincuenta.

Mientras Raquel se casó con un rico terrateniente de la campiña jerezana, afín al régimen de Franco, Cristina se tuvo que casar a los diecinueve años, con un humilde trabajador de su padre, que apareció muerto en extrañas circunstancias, una semana después de su boda, siendo la primera de las muertes que la infeliz Cristina sufriría en muy poco tiempo. Cinco meses después de la muerte de su marido, Cristina vio como su hija, producto de la violación de dos gitanos de Coripe, que un día también aparecieron muertos, causa por la que tuvo que casarse con Ricardo, con el fin de no mancillar el apellido familiar, nació muerta.

Nunca levantó cabeza, acentuando su pésimo estado de ánimo, al borde de la depresión, el trato vejatorio que sufría por parte de todos los miembros de su familia, incluyendo a sus padres.
El final de Cristina fue entrar a trabajar como cocinera en la lujosa casa de su hermana, soportando de ella, día sí y día también, las humillaciones que no recibían ni los perros de caza que tenía su adinerado marido, Luís.

El embarazo de Cristina, aunque no le dio el fruto que ella esperaba, lo que sí le dio fue una lozanía, una madurez y unas curvas que nunca consiguió su hermana Raquel. Ésta, a pesar de lucir los trajes más caros y elegantes en todo el pueblo de Bornos, nunca pudo rivalizar en belleza con su hermana; y cada año que pasaba, la distancia en hermosura era cada vez mayor.
El no conseguir quedar embarazada, hizo que el carácter de Raquel se agriase día a día, llegando a tal estado en el que, el único momento en el que dejaba a un lado su soberbia y su acritud a todo lo que se moviese a su alrededor, era cuando llegaba su marido y lo llevaba directo al dormitorio.
- Luís, déjate de rodeos. Vamos al grano. Fornícame, fóllame y te corres dentro de mí todas las veces que puedas. No busques que yo disfrute. Eso no me importa ahora. No me hace falta. Lo único que quiero es que me dejes embarazada.
- Pero Raquel, no somos animales. Disfrutemos de nuestra unión. Gocemos de nuestras relaciones. Yo te quiero y lo único que deseo es que tú seas feliz cada vez que lo hacemos. Hazme caso, no te obsesiones con el embarazo; verás como el amor da su fruto.
- Déjate de cursiladas. Préñame como hacen los hombres, los verdaderos hombres. Entra en mí. Inunda mis entrañas con tu líquido.
- Por favor, Raquel, no digas esas cosas. Me quitas todas las ganas.
- ¿Ganas? Ni tú eres hombre ni nada que se le parezca. Hombres eran los que preñaron a la imbécil de mi hermana. Esos sí que fueron hombres. Ojalá me pasara a mí lo mismo. Ahí sí que disfrutaría yo. Te lo advierto, como no me dejes preñá antes de Semana Santa, me busco la vida.
- Estás loca, Raquel. ¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Lo sabes?
- Pues claro que lo sé. Tengo que demostrarle a mi hermana que soy superior a ella en todo. Y si ella se quedó preñá, yo también me tengo que quedar. Ya te lo he advertido, hasta Semana Santa te doy. Dos meses te quedan, dos meses, ¿te enteras?
- Estás loca, estás enferma. Y no grites más, que todo el mundo se va a enterar.
- Yo grito lo que me da la gana, y tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer, que todo se te va en decir que si la tienes muy grande, que si se te pone muy dura, pero por dentro, por dentro estás vacío. Por dentro tienes leche aguá.
- Raquel, no vuelvas a decirme eso. La próxima vez que me lo digas, te llevo a casa de tus padres y allí te quedas para el resto de tus días.
- ¿A casa de mis padres?, tú no eres lo suficiente hombre para ponerme un dedo encima.

Eran discusiones que se repetían día tras día, desde hacía ya algo más de un par de años. Luís estaba desencantado con su matrimonio, teniendo relaciones con su mujer como con un objeto inanimado se tratase. El amor y el deseo habían desaparecido en la pareja.
Por su parte, Cristina, sabedora del tipo de relación existente en el matrimonio, se perdía noche tras noche en la soledad de sus sábanas. Testigo de las escandalosas broncas, sobre todo por parte de su hermana, llegó un momento en el que se apiadaba de su cuñado Luís, y máxime cuando sólo recibía de él, atenciones y sonrisas. Tan educadamente se comportaba con ella que los únicos momentos de paz que encontraba en su vida desde que entró a trabajar como cocinera, ahora hace ya unos quince años, eran esos en los que circunstancialmente, se quedaba a solas con él.

Aprovechando la ausencia del matrimonio, debido a un largo viaje que tenían pensado hacer desde hacía ya un par de años y que habían ido aplazando por la ausencia de deseos y ganas por parte de Luís, y debido a las fuertes calores de finales de julio, Cristina se dedicó a pasear completamente desnuda por la enorme casa de su hermana. Se aficionó a tocar y oler los trajes y camisa de su cuñado, llegando a sentir sensaciones desconocidas para ella. Las calores que sentía Cristina en esos días, eran provocadas por algo más que las tórridas temperaturas del verano bornicho.


Una noche, la víspera de Santa Ana, después de cenar un vaso de gazpacho y una tortilla, se sentó en el jardín de la casa, en el balancín de su cuñado, completamente desnuda. A oscuras, con las piernas encogidas y entreabiertas, tapando sus hermosos pechos con sus manos de las miradas que pudieran proceder de alguna lechuza o mochuelo, fijó su mirada en la Osa Mayor, en el Carro, que era como se le conocía en el pueblo a la constelación, comenzando a imaginar que cabalgaba a lomos de uno de los caballos y acompañada de su cuñado Luís. Huían de su hermana. Ninguno de los dos estaban dispuestos a soportar más los modales y desprecios de Raquel. Y se alejaban cada vez más de ella, y cada vez más, hasta que la perdían de vista. Y fue entonces cuando ella, Cristina, comenzó a conocer la felicidad. Fue entonces cuando se reconoció a sí misma que se sentía atraída por Luís.
Sin darse cuenta y sin buscarlo intencionadamente, comenzó a mover lentamente sus manos y notó como sus pezones se endurecían. Al mimo tiempo que seguía cabalgando junto a Luís en los caballos de la Osa Mayor, con su melena de negro azabache al viento, sus manos aceleraban sus movimientos y oprimía con sus dedos índice y pulgar sus erectos pezones. Su acaloramiento iba subiendo por segundo. El vaivén de la mecedora, pronto se vio acompañado por un abrir y cerrar de piernas que provocó el humedecimiento del periné.
Como si tuviese un resorte, a oscuras, se levantó toda sudorosa. Cruzando el salón sin apenas ver, subió la escalera de mármol toda acelerada y entró en el dormitorio del matrimonio; prendió la luz y se dirigió sin pensarlo al armario, cogiendo una bata de Luís. La olió, la besó, la lamió y, tras quitar la colcha de la cama con mosquitera, cubrió la amplia almohada con la bata, tumbándose y restregándosela por todo su cuerpo. Nunca en su vida había experimentado aquellas sensaciones. Había descubierto el placer. Fue su primer orgasmo, jurándose que no sería el último.

El viaje no había hecho sino empeorar aun más las ya deterioradas relaciones entre Luís y Raquel. El distanciamiento entre la pareja era cada día mayor, al tiempo que el comportamiento de Raquel hacia su hermana, se hacía por momento casi insostenible para Cristina. Ésta, tan solo era feliz cuando se acostaba y daba rienda suelta a su imaginación, pensando en su cuñado y besando una y otra vez el camafeo que él le había traído de su viaje, hace ya casi dos meses, de París. Por supuesto que su hermana era desconocedora del regalo que su marido le había traído. Ella seguía cabalgando junto a él, con cabellos al viento, y creyendo cada vez más que faltaba muy poco para que sus explosiones de placer que revivía noche tras noche, a solas, tendrían a Luís como único protagonista activo. Imaginaba una y otra vez cómo entraba en ella y provocaba los mayores placeres nunca conocidos por su cuerpo.

El sábado 26 de septiembre, día de San Cosme y San Damián, día grande de la feria de Bornos, y en el que se celebraba la tradicional comida de “ricachones”, según decían en el pueblo, iba a significar un antes y un después en la vida de Cristina.

Sobre las dos de la tarde, minuto arriba minuto abajo, y tras una madrugada con llovizna, el coche de caballo de don Luís, llegaba a la puerta de la casa para recoger a doña Raquel, quien se despidió de su hermana de forma altiva con un “espero que toda la casa esté en orden cuando volvamos. Lo más seguro es que vengamos acompañados de gente muy importante. Y te tengo dicho que no te pongas más esos vestidos con el escote tan descarado”.
Raquel, tras recoger en el coche de caballo a la señora del gobernador civil y a la del gobernador militar, paseó por todo el pueblo, hasta llegar al real de la feria, su altanería y parte de la belleza que tuvo. A pesar de embadurnarse en las cremas y potingues más caros traídos de París, no conseguía mostrar aquella belleza que le distinguía no hacía muchos años, y mucho menos la que mostraba su hermana.
Una vez en la caseta, se reunieron con sus maridos que llegaron a caballo.
Entre copas, bailes y risas, Luís decidió montar, con el consentimiento de su dueño, el maravilloso ejemplar que había traído el Gobernador Militar, un semental que fue el centro de atención de todos los amantes de los caballos. Dio varias vueltas por la feria y decidió acercarse hasta su casa.
Nada más entrar, se encontró sentada en la cocina, a Cristina llorando. Se miraron, y sin mediar palabra, acercándose raudos, se abrazaron y comenzaron a besarse libidinosamente. Los gemidos de placer ahogaron las señales horarias que marcaron el reloj de pared colocado en el salón. Dieron las cinco de la tarde. El descarado escote de Cristina fue blanco del apasionado Luís. Mientras besaba y mordisqueaba los todavía turgentes senos, con sus manos iba desabotonando la espalda de Cristina, jalando hacia delante de las hombreras y dejándola en bragas. Sus redondos pechos quedaron al aire por completo, siendo oprimidos por las grandes manos de Luís. Fue entonces cuando, tendiéndola sobre la mesa, comenzó a besarle los pechos, el vientre, el bajo vientre, hasta, después de quitarle las bragas, llegar suavemente hasta su entrepiernas y saborear el rico humedal que tanto había deseado. Cuando ella estaba a punto de perderse en el mundo de los placeres, Luís se bajó los pantalones hasta los tobillos y, entre los gemidos de placer de su cuñada, la penetró salvajemente. Ella se contorsionaba una y otra vez, buscando todo lo que había imaginado noche tras noche, llegando a un explosivo orgasmo, con el que sintió que los cielos se abrían, los mares la cubrían y la tierra la engullía. Nunca pudo imaginar que la vida le deparara este momento.

Tras llenar a Cristina y descansar encima de su cuerpo un par de minutos, la cogió entre sus brazos y, escalera arriba, la llevó hasta su cama. Una vez allí, la acarició como nunca había hecho con su mujer. Besó cada milímetro de su piel, le susurró y le expresó todo lo que sentía por ella. Los pezones de Cristina volvieron a ponerse erectos y, sin esperarlo él, lo volteó y lo cabalgó como en sus pensamientos con uno de los caballos de la Osa Mayor. Sin dilación alguna, cogió sin ningún rubor el erecto pene de Luís y acertó a introducírselo dentro, acompañándolo a continuación con un rítmico movimiento que hizo que los dos llegasen al mismo tiempo al orgasmo.


Con un cariñoso beso en la mejilla y un “cuando termine la feria, todo será diferente”, Luís salió de la casa y volvió junto a sus invitados.

EL SEXISMO DE FACEBOOK.



Yo, amigo que he sido siempre del asombro y de la sorpresa, por aquello del abandono del encefalograma plano en nuestro paseo por la vida, cada día me gusta más abrir la ventana del facebook. Y me gusta más cada día porque a través del manantial de entradas que aparecen, según la cantidad de contactos y grupos a los que pertenezcas, puedes hacer un análisis exhaustivo de la personalidad de cada uno de esas decenas, centenas e incluso millares de contactos a los que están catalogados como “amigos”.
Efectivamente, a través de esas entradas vas conociendo, desde un poco de la personalidad de esos “amigos” con los que nunca en nuestras vidas hemos coincidido tomándonos una jarra de cerveza en la barra de un bar o haber compartido mesa a la hora de degustar un buen cordero, por mencionar mi plato favorito, pero que podría haber mencionado unas migas o un cocido, hasta un poco más a los “amigos” con los que has coincidido en alguna que otra ocasión en nuestro día a día, pero con los que no ha existido una comunicación lo suficientemente estrecha y “necesaria”, y apostillo lo de necesaria, para que la relación existente pueda ser catalogada como de amistad. Mención aparte se encuentran ese grupo de “amigos”, amigos o personas con las que se tiene un contacto por encima de la media. Realmente, y sin querer entrar en detalles, es este último, el grupo que más me sorprende, ya que encuentras entre sus componentes, reacciones a través de sus entradas que nunca te esperarías de ellos, siendo esas sorpresas unas veces positivas y otras no tantas.
Así, entre nuestros “amigos” nos encontramos con los que lo cuentan todo (hasta una mosca que pase por delante de sus ojos), con los más reservados, con los que tienen cierta reticencia a entrar en detalles, o aquéllos otros, por no alargar mucho el listado de comportamientos, que son amantes de publicar entradas con frases de gran contenido moral, pudiendo distar mucho esas frases de sus pautas normales de actuación.

Uffff, me vais a perdonar, pero no era mi intención el largaros este chorizo de “cositas” que pasan por mi mente, ya que lo único que iba buscando al hablar de facebook es que creo que es algo sexista, ya que a la hora de hacer mención de nuestros contactos los define con el término “amigos”, pudiéndose hacer, y esto lo digo desde mi particular punto de vista, con el binomio amigos/amigas. Así creo yo.

Bueno, lo dicho, dicho está.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

EL FÚTBOL DEL FUTURO.

Cádiz, 2.021. Estadio Ramón de Carranza.

Las más de veinticinco mil localidades del aforo del estadio Ramón de Carranza se vendieron con una semana de antelación a la fecha del partido, hecho éste a destacar al haberse establecido el encuentro como Día del Club, por lo que los socios tuvieron que pagar el precio de la entrada, aunque eso sí, teniendo derecho a adquirirla con anticipación al resto de los aficionados.
Con tres horas de antelación al comienzo del partido, fijado para las diecinueve horas, las calles colindantes con el estadio eran un hervidero. Las dos aficiones, como una sola, daban colorido a la media tarde gaditana, ondeando sus banderas y bufandas, al tiempo que alternaban sus himnos con voces casi angelicales. Todo eran risas y cantos, e incluso se llegaron a ver algunos bailes entre aficionados de ambos equipos, llamando la atención cómo los hinchas del Barcelona bailaban tanguillos y los del Cádiz hacían lo propio con la sardana.
Y llegó la hora de entrada al estadio. Atrás quedaron aquellos años en los que los petardos y bengalas campaban a sus anchas, en los que las botellas volaban de una afición a otra, en los que los insultos eran la más sutil de las armas arrojadizas entre aficiones. De hecho, ambas aficiones habían quedado ya días antes para hacer una gran fritada de pescado en la playa de la Victoria (con autorización municipal, claro está) en las horas previas al partido, evento que se había celebrado sin una gota de alcohol entre los asistentes al encuentro.

Los dos equipos, detrás del quinteto arbitral, saltan al campo. El equipo local, el Cádiz, con camiseta rosa pálido y pantalón rosa salmón; el equipo visitante, el Barcelona, con camiseta rosa magenta y pantalón rosa cereza. Atrás quedaban colores tan agresivos y dados a la violencia como el negro, el rojo o el azul oscuro.

Y comenzaba el partido. Desde el pitido inicial, las dos aficiones trasladaron los cánticos y el ambiente festivo de hacía varias horas, desde la calle al estadio. Las groserías, insultos e improperios del pasado, habían caído en el olvido, siendo sustituidos por alabanzas y ovaciones continuas entre ambas aficiones.
Si hacía unos años se podían oír cánticos de “puta Barça. Puta Cataluña”, por parte de la afición gaditana, eso sí, de los sectores más radicales del “cadismo”, en este partido se oyen frases como “Barcelona, va a perder, Barcelona va a perder” o “Barça perderá, Barça perderá”. Y entre los aficionados catalanes, si hacía unos años se oían cánticos de “Cádiz Andalucía, es la morería; Cádiz Andalucía, es la morería”, ahora se oían cánticos de “este partido, lo vamos a ganar; este partido, lo vamos a ganar”. O no digamos aquella costumbre tan gaditana cada vez que sacaba de puerta el portero del equipo contrario, que cada vez que disponía el balón en el suelo se escuchaba un susurro en todo el estadio, “eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee................” que terminaba en el mismo momento de impactarle al balón, con un “.... cabr.....”. Ahora, en el mismo acto de pegada al balón por parte del cancerbero del equipo contrario se escucha un “ eeeeeeeeeeeee ….............. campeón”.

El partido está siendo maravilloso, es un toma y daca, donde los dos equipos sólo buscan la victoria; las grandes jugadas se suceden en uno y otro equipo, y como respuestas, las dos aficiones las aplauden acaloradamente, sin importarles si las han realizado su equipo o el contrario. Aunque desean que gane su equipo, tanto una como otra afición lo que más desean es ver buen fútbol.
De diez; las aficiones, de diez. Más no se les puede pedir.
Y no digamos ya el comportamiento hacia con el árbitro. Y a los hechos me remito, o mejor dicho, a una conversación oída en la grada, escogida al azar entre otras de igual naturaleza.

  • Pues creo que estaba fuera de juego.
  • No; estaba en línea. El árbitro acierta.
  • Espera, vamos a verlo en el video marcador. ¿Lo ves?, está en fuera de juego; por poco, pero lo está.
  • Llevas razón, se ha equivocado el señor árbitro.
  • En verdad es que me entran ganas de decirle algo; nos ha costado un gol.
  • Compréndelo, es humano, y al igual que yo, se puede equivocar.
  • Llevas razón.

Hace unos años, con esa misma jugada, en las gradas del Carranza se hubiera oído, “árbitro valiente, valiente hijo de p....”. A Dios gracias, la cosa ha cambiado para bien..

Y hoy, es la hora de criticar a todos aquéllos que decían allá por finales del 2014, que las medidas contra la violencia acordadas por el Consejo Superior de Deportes y la Federación Española de Fútbol estaban fuera de lugar, que eran exageradas y que lo único que iban a provocar sería vaciar los estadios de fútbol. Los contrarios a esas medidas decían que la violencia generada por los aficionados al fútbol nada tenían que ver con el fútbol en sí, sino que era producto del descontento social existente ante la realidad que le estaba tocando vivir.
Por su parte, tanto CSD como Federación, vieron en el mismo fútbol la causa de tanta violencia y fue por eso por lo que adoptaron las medidas tomadas.

Y menos mal que la adoptaron.

martes, 9 de diciembre de 2014

ESOS POBRES PERSONAJES PÚBLICOS.


Mil ciento veinticuatro felicitaciones en el “face” en el día de ayer con motivo de mi cumpleaños, de las cuales trescientos treinta y tres correspondían a los que tengo catalogados como “amigos”, y el resto, setecientos noventa y uno, que no me pregunte nadie de dónde han salido, cómo me han localizado o por qué me han felicitado en éste mi undécimo lustro. La verdad es que lo han hecho; para bien o para mal lo han hecho. Y si digo “para bien o para mal” es porque si, de primera, me agrada ser felicitado en un día tan entrañable como es éste para mí, y más viniendo de personas que, según creo, no conozco de nada, también me queda la incertidumbre de que estos “felicitadores” desconocidos pudieran traerme malas pasadas, ya que pudiese ser negativo si se conoce que dichas personas fuesen de dudosa reputación (con pasado dudoso o presente movedizo); si así fuese, tocaría demostrar que la única relación que me ha unido a ese tipo de individuos o individuas de incierta nombradía, es la de coincidir con ellos en la red social de facebook.
Pero lo que más me ha movido de mi asiento en este día ya pasado, ha sido el tropel de sensaciones encontradas con una de las felicitaciones recibidas de autores desconocidos, y repito, con una, sólo una, de las felicitaciones recibidas de autores desconocidos. Así, y tras leerla, lo mismo me subía al más alto de los altares, que me precipitaba al más aterrador de los abismo; lo mismo me hacía disfrutar de la placidez y sosiego que sólo siente el buceador en el fondo marino, que motivaba que me sintiese abrazado por la más horrible de las zozobras; todo y nada, alegría y miedo. Sensaciones contradictorias al fin y al cabo, y así está claro que no se puede vivir, y menos pasados ya los que ayer cumplí.
Y vosotros diréis, ¿quién fue el autor de esa felicitación “cumpleañera” que tanta intranquilidad me está causando? Pues lo único que os puedo decir es su nombre, y éste es Francisco Nicolás Gómez Iglesias, nombre y apellidos que en un primer momento no me decían nada, principalmente por su cotidianidad en lo que respecta al nombre y apellidos, pero que cuando piqué sobre él con mi ratón, me llevé la más monumental de las sorpresas. Enseguida me salí de su página y comencé a respirar hondo; tan pronto me venían sofocos sudorosos semejantes a los padecidos en la etapa “pre menopáusica” femenina, como me veía aterido de frío. No podía ser. El petit Nicolás no podía felicitarme. Imposible.
Momentos en los que comprendí perfectamente a todos esos personajes públicos y políticos (me resisto a dar nombres) que niegan una y otra vez que no conocen de nada al klein Nicolás, y momentos en los que me veía subido a los estrados al verme comparado con la “categoría” de esos mismos personajes que no pretendo nombrar. Estaba claro que me tengo que sentir orgulloso de estar en la misma agenda que esos “grandes” personajes, pero como ellos, ya os adelanto que si me preguntan, yo diré que de nada conozco al little Nicolás. Y en verdad es que no paro de preguntarme si será él o será alguien que ha intentado suplantar su personalidad; cualquiera sabe. 
Ahora entiendo a esos “pobres personajes” a los que se les acusa de ser amigo de ese gran impostor; a esos “pobres personajes” que sin comerlo ni beberlo, se han visto sorprendido por la malicia y perversidad de ese personaje sibilino que, con su chabacano proceder, lo único que ha intentado es poner en el disparadero a esos “pobres personajes públicos” a los que tan solo se les puede acusar de hacer bien a nuestra sociedad.
Y ahora, con la felicitación recibida en este día tan especial, me toca a mí.

Sólo espero que nunca os veáis salpicado por un embrollo de este tipo; si así sucediese, comprenderéis la indefensión a la que están sujetos esos “pobres personajes públicos” arriba mencionados. Yo, si así sucediese, os recomiendo que neguéis en todo momento que le conocéis.
Ah, y si me habéis felicitado en el día de ayer, os doy las gracias. Incluso a ti, piccolo Nicolás; al fin y al cabo es todo un detalle.

lunes, 8 de diciembre de 2014

LA PRINGÁ.

El paso de los lustros, y uno tiene ya un montón, casi once, según me recordó esta mañana mi madre al decirme que mañana volvería a llamarme para felicitarme en mi aniversario, dejando de esa manera el casi, hacen que uno se aferre y disfrute cada vez más con los buenos momentos. Y esto es así porque, simple y sencillamente, uno se da cuenta que cada vez quedan menos. ¿O no? Yo creo que es así. ¡Y qué leches!, con el paso del tiempo, el nuestro, vamos diferenciando cada vez con más facilidad el grano de la paja, por lo que, y siempre basándonos en nuestra experiencia, en nuestro tiempo pasado, le damos más valor a ese grano, obviando y rechazando la paja, identificando el grano con esos buenos momentos de los que hablaba y la paja con los que hay que olvidar.

Y digo todo esto porque hoy he pasado con unos buenos amigos, uno de esos momentos agradables, momentos que se han ido cociendo a lo largo de la semana a través de ese monstruo social llamado guasa o Whatsapp y que hoy han tenido el momento de su eclosión alrededor de una majestuosa mesa redonda en la que, y según se dice en mi tierra, no faltó de nada (gastronómicamente hablando).
Pero lo que os quiero contar hoy es algo que ocurrió en la susodicha anular mesa. Y os cuento. Tras varios platos y bandejas de copiosos entrantes, vino el plato fuerte, consistente en una berza gitana con cardillos acompañada de su grasa. Para los que no conozcan la gastronomía del suroeste español, decirle que la berza es una especie de cocido de garbanzos, habichuelas (judias), carne, tocino y morcilla. Pues bien. El guiso en sí fue servido en platos individuales, diez en concreto, uno por cada comensal allí asistente, presentándose la grasa (carne de cerdo, tocino y morcilla) en una bandeja a compartir entre todos los comedores, porque todas y todos los allí presentes éramos unos verdaderos comedores, entendiéndose por comedora a la persona que come mucho.
Y fue con la previa de la ingesta de la grasa donde comenzaron las diferencias, por llamarlas de alguna manera. Al no tener cada uno su ración determinada, sino que había que compartir la grasa existente en la bandeja, se escucharon algunas voces que decían que fuese troceada y repartida en partes iguales, mientras que otras decían que en la misma bandeja era donde se debería de preparar la pringada (desde ahora, pringá). Tuvieron mayoría los que optaron por la segunda opción, o sea, hacer la pringá en la bandeja con la totalidad de la grasa. Y fue precisamente aquí donde comenzaron las más fuertes diferencias, ya que unos decían que la pringá se hiciese con cuchillo y tenedor, mientras que otros decían que para ser pringá debería de hacerse con los dedos y un trozo de pan, desmenuzando primero cada uno de los tres componentes grasos para a continuación removerlos, amalgamarlos y mezclarlos, resultando una mezcolanza perfecta tal que, llevada una pequeña porción a la boca, no se sabría si lo que se degusta es carne, tocino, morcilla o un sabor paradisíaco resultante del batiborrillo.
Y efectivamente, llevaban razón los que defendíamos que no sería pringá si la amalgama de los tres elementos en cuestión no se hacía con los dedos y pan, y todo ello de acuerdo a la segunda acepción que aparece de la palabra “pringar” en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, que la define como el “estrujar con pan algún alimento pringoso”. En este sentido, no se considera pringá o pringada a la mezcla de los elementos grasos de un guiso (cocido, berza, fabada...) si no se hace con los dedos y un trozo de pan, por muy en contra que esté dicha práctica con las buenas maneras en el comer.


Decir por último que la persona que se encargó en hacer la pringá en el día de hoy, y con el fin de evitar murmullos y bisbiseos, lógicos, con anterioridad a dar comienzo a su ejecución, procedió a realizarse un exhaustivo lavado de manos.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

MALTRATO.

Cariacontecido, triste y desganado, como la mayoría de los días desde hacía ya mucho tiempo, el profesor de lengua y literatura del único instituto de la villa, se arrellanó en su sillón “reclinable”, comprado en el último black friday de unos almacenes de muebles que fue inaugurado en el pueblo de al lado apenas hacía medio año.
Hoy, al comprobar que nadie más respiraba el mismo aire de su apartamento de poco más de sesenta metros, se sintió más aliviado, aunque como siempre, antes de ocupar su deseado sillón, se quitó la ropa de la calle y se plantó su uniforme casero, que era como lo había calificado su pareja, ya que siempre era el mismo, consistente en un chandal algo descolorido de color verde cacería de una marca conocida de prendas deportivas y que contaba ya con más de diez años de vida. Ella estaba de guardia en la clínica, por lo que hasta el día siguiente después de las ocho no vendría, y a esa hora, pensaba aliviado, él estaría ya delante de sus alumnos de cuarto de la eso. ¡Qué descanso!
Con unas ganas inmensas de llevarse un cigarrillo a la boca, una vez sentado en su “casi cama” y con el portátil encima de su vientre, recordó por enésima vez el día que había dejado de fumar hacía ya casi veinte semanas. Pero las ganas de llenar sus pulmones de humo iban in crescendo, maldiciendo una y otra vez, en su interior, ya que no tenía la valentía suficiente de expresarlo en casa, el momento en el que tomó la decisión de dejar de ir a ver a Paquita la estanquera. Los continuos sermones de su chica llegaron a un punto que le obligó a tomar esa decisión: “a parte de que me molesta el humo, joder, son casi cinco euros lo que cuesta una cajetilla” o “cuando salgamos, si no dejas de fumar, olvídate de pedir un cubata; te conformas con un refresco”; y esto, una y otra vez, y con las venas del cuello a punto de estallar que se le ponía a la señora.
Abrió la pantalla de su arcaico portátil e introdujo la contraseña, sabiendo de antemano que si siguiera con el tabaco, le daría tiempo a fumarse un cigarrillo antes que se pusiera operativo: igual que el Mac o el Ipad de Lupe, que así se llamaba su chica, -pensaba, mientras movía la cabeza resignándose-. Sonó el teléfono, teniéndose que levantar para cogerlo.
  • Sí, dígame.
  • Soy yo, ¿por qué has tardado tanto en cogerlo?
  • Es que estaba sentado con el ordenador y mientras lo ponía en la mesa...; y por qué me llamas al fijo?, cuesta dinero.
  • Anda, cállate ya; con mi tarifa puedo llamar a fijos y móviles. Bueno, no te llamo para hablar de las tarifas, lo hago para decirte que no vayas a comprar pan, que en la panera queda del de ayer.
  • Pero Lupe, estará algo duro; lo tendré que calentar en el horno o en el tostador.
  • Déjate de gastar electricidad; y no está tan duro. O mejor no comas pan, que estás algo barrigón.
  • Me debería de haber quedado con mis compañeros que iban a comer algo en la calle.
  • Eso no te lo crees ni tú; que yo esté aquí como una cabrona veinticuatro horas de guardia para que tú te vayas de copas con tus amiguetes y las busconas de tus compañeras. Que no me entere yo que salgas con esa gente, que si no, ya tienes las maletas en la calle.
  • Pero Lupe, cariño, ¿cuándo he salido yo de copas con mis compañeros de clase? Y te recuerdo que la semana pasada tu estuviste de cena con tu gente.
  • Pero es distinto. No vayas a comparar. Yo tengo la cabeza en lo alto de los hombros, y tú, tu tienes los gorriones volando. Y además, si yo me quedo con mi gente a cenar, es porque me da a mí la gana, y eso es lo que hay.
  • Si tú lo dices, vale; pero no creo yo que eso sea justo, cariño.
  • Mira, te voy a decir una cosa que ya estoy hasta la punta de la nariz de repetírtela: tú sin mí no eres nadie y no te puedes comparar conmigo, ¿vale? No te olvides de eso nunca.
  • Pero por qué te pones así?, he dicho algo que te moleste?, he hecho algo que te haya molestado?
  • No, no me has hecho nada, pero a veces me pones de los nervios. Y ahora te voy a dejar, que están llamando de una de las habitaciones. Adiós.
  • Adiós, mi vida. Te quiero – palabras éstas últimas que ella no llegaría a escuchar-.

Arrellanado en su poltrona, comenzó a leer la prensa en la red. Tranquilo y sosegado, mientras que navegaba de periódico en periódico, pensaba en la conversación que había mantenido con su chica, dándole la razón en todo lo que le había dicho, justificándola en todo: “la pobre mía estará estresada; veinticuatro horas de guardias son muchas horas”.

“La violencia de género machista causa una nueva víctima” fue el titular de la última noticia que leyó antes de empezar a dar cabezadas en su poltrona.

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