Me
decía un buen amigo mío que “se
puede tergiversar la historia, pero no la Historia”. Y vaya verdad
que me dijo; para mí, tan verdad como la misma Historia. Pero no esa
historia que a lo largo de nuestra Historia nos han querido, y nos
siguen queriendo hacer ver como única y verdadera.
La
Historia no tiene color, ni tendencias, ni intereses, ni pertenecen a
éste o aquél partido o régimen; para nada, porque si así fuera,
el hombre, que en muchas ocasiones, más de lo que debiese, es
imbécil y olvidadizo, se vería abocado a ser un ínfimo miembro más
de la “manada” deseada por aquéllos que nos hacen llegar su
versión histórica de la auténtica Historia, vendiéndola como tal.
Y
yo que pensaba, ciñéndome exclusivamente a nuestra “inquebrantable”
España, que esas prácticas amantes de versionar la Historia eran
monopolio de nuestra etapa pre democrática, estaba pero que muy
equivocado. Y yo que en mi etapa pre universitaria abracé los libros
en los que El Cid Campeador era el máximo exponente de la lucha
contra las hordas mahometanas, o en los que nuestro gran monarca
Fernando VII fue el artífice de la expulsión de los gabachos. Y yo
podría seguir enumerando un hecho histórico tras otro que en su
tiempo nos presentaron como la verdadera Historia; pero nada más
lejos.
¡Vaya
historia que abrazamos por entonces!
Porque
está claro que la Historia es, y no se hace. Aunque somos herederos
de nuestra Historia, nadie tiene el derecho de interpretarla, y mucho
menos hacer una interpretación en pos de unos intereses partidistas.
Interpretar la Historia es presentar una historia que no coincide con
la Historia.
Y
es precisamente eso lo que se han encargado de hacer los gerifaltes
catalanes al señalar, en su día, a la DIADA, como base de partida
de la independencia de Cataluña, estableciéndolo como fiesta
nacional de Cataluña. Ellos, interpretaron y siguen interpretando
que el asalto de la ciudad de Barcelona el 11 de septiembre de 1714
por parte del duque de Berwick, supuso el fin de Estado catalán. En
efecto, así fue, pero olvidan que la Historia nos muestra y
demuestra otras realidades que ellos olvidaron y siguen olvidando, y
que al olvidarlas, quitan legitimidad a su historia particular, y lo que es más importante, deslegitiman el objetivo que buscan con su interpretación particular de la verdadera Historia.
Olvidan
que la toma de Barcelona por parte del Duque de Berwick en 1714 hay
que entenderlo como un suceso más de la guerra civil que vivió
España, y así lo dice la Historia, en los primeros lustros del
siglo XVIII.
Olvidan
que en la Barcelona que fue tomada por el duque de Berwick el 11 de
septiembre de 1714, había partidarios, y no pocos, de la figura del
rey Borbón.
Olvidan
que fueron muchas las ciudades y regiones españolas que, al igual
que Barcelona, eran partidarias del archiduque Carlos de Austria como
rey de España, oponiéndose a Felipe de Anjou. En este sentido,
serían muchas las ciudades y regiones españolas las que podrían
hacer su historia particular de la Historia. O lo que es lo mismo,
podría haber una diada en Valencia, o en Gandía, o en Játiva, o
incluso en Mallorca, por no extendernos mucho a la hora de enumerar
las regiones y ciudades afines a la causa austracista.
Señores
“Diaderos”, hagámosle un favor a la Historia aceptándola tal y
como fue, no interpretándola a nuestro antojo. Porque como vosotros,
son muchas las regiones y ciudades de esta España inquebrantable las
que podrían hacer su interpretación particular de nuestra Historia
y poner en jaque la españolidad de España.
Así,
qué pasaría si algún iluminado gerifalte del Principado exigiese
la asturianización de España. ¿Por qué? Simplemente por
considerarse el germen y principal baluarte del futuro estado
español, al frenar la expansión musulmana, comenzando así la
reconquista.
O
qué pasaría si en la Tacita de Plata tomase notoriedad la idea de
pedir la gaditanización, también de España. ¿Y por qué? Pues muy
sencillo, exigiendo, y en este caso por partida doble (al ser el
único reducto español que resistió el ataque de las tropas
napoleónicas, y ser en sus calles donde se firmó nuestro primer
texto constitucional), ser el germen del nuevo estado español.
Pero
no, mejor que no.
Se
demuestra que, tanto en la tierra de Don Pelayo, Jovellanos,
Arguelles, Clarín, Carrillo o Victor Manuel, como en la de los
hermanos Isturiz, Castelar, Moret, Falla o Paz Padilla, no abandonan
a la Historia, a nuestra Historia, al albur de la interpretación
histórica de los gerifaltes.
Dedicado
a todos los amantes de la Historia, y a mi amigo Paco, el malagueño
que busca el sosiego en las profundidades canarias.