Los dos, sin pretenderlo, se
levantaron al mismo tiempo, quedando sus cuerpos, uno enfrente del
otro, a menos de treinta centímetros. Sus miradas lo dijeron todo.
No hicieron falta palabras. Jacobo extendió su mano derecha y
acarició la mejilla de Laura, para, con una suavidad angelical,
acercar sus labios a los de ella. Mientras que le oprimía
sedosamente los labios con los suyos, le deslizó su mano izquierda
por toda la espalda, hasta llegar a la zona lumbar, atrayéndola
hasta que sus cuerpos se fundieron en uno solo. El beso de Jacobo,
junto a las caricias por su baja espalda, hizo que Laura se sintiera
inundada de placer, deseando que aquello no acabase nunca. Cuando los
labios se separaron, con sus ojos brillantes y los labios rojos, ella vio en Jacobo al ser más hermoso que nunca
había visto. Poniéndole
su dedo índice en los labios, acallando el intento de Jacobo de
decir algo, lo asió por la mano y, sin dejar de mirarlo, hizo que le
siguiese hasta su dormitorio. Atrás quedaron las copas, los canapés
y las conversaciones intranscendentes, siendo el desenfreno y la
pasión las que inundaron aquella cama de dos por dos. … ………………………………………... El éxtasis no abandonó el dormitorio hasta bien
entrada la madrugada, momento en el que aprovecharon para, antes de
disponerse a dormir, darse una ducha juntos y llegar al orgasmo por
enésima vez en la noche.
sábado, 20 de diciembre de 2014
domingo, 14 de diciembre de 2014
SÁBADO DE FERIA.
A
pesar de haber nacido el mismo día y haber compartido el mismo
vientre durante algo más de nueve meses, Raquel y Cristina eran muy
diferentes la una de la otra, todo motivado porque la vida, durante
casi treinta y nueve años que tenían, no se habían comportado
igual con ellas.
Las
dos eran bellas, muy bellas, de llamar la atención, pero mientras
que Raquel era altiva, engreída, soberbia y dueña y señora en todo
momento de la verdad, su verdad, Cristina era tímida, humilde,
sencilla y con unos ojos, que, aunque bellos como los de su hermana,
más bellos aun, estaban revestidos de un halo de tristeza que,
aunque la hacían una mujer enigmática y seductora sin pretenderlo,
eran el producto de los incontables momentos de llantos que tuvo que
sufrir desde su temprana adolescencia.
De
familia adinerada, habían nacido y crecido en una de las casas más
señoriales del pueblo de Bornos, no habiendo tenido que sufrir en
ningún momento los calamitosos racionamientos que asolaron la España
de los cuarenta y cincuenta.
Mientras
Raquel se casó con un rico terrateniente de la campiña jerezana,
afín al régimen de Franco, Cristina se tuvo que casar a los
diecinueve años, con un humilde trabajador de su padre, que apareció
muerto en extrañas circunstancias, una semana después de su boda,
siendo la primera de las muertes que la infeliz Cristina sufriría en
muy poco tiempo. Cinco meses después de la muerte de su marido,
Cristina vio como su hija, producto de la violación de dos gitanos
de Coripe, que un día también aparecieron muertos, causa por la que
tuvo que casarse con Ricardo, con el fin de no mancillar el apellido
familiar, nació muerta.
Nunca
levantó cabeza, acentuando su pésimo estado de ánimo, al borde de
la depresión, el trato vejatorio que sufría por parte de todos los
miembros de su familia, incluyendo a sus padres.
El
final de Cristina fue entrar a trabajar como cocinera en la lujosa
casa de su hermana, soportando de ella, día sí y día también, las
humillaciones que no recibían ni los perros de caza que tenía su
adinerado marido, Luís.
El
embarazo de Cristina, aunque no le dio el fruto que ella esperaba, lo
que sí le dio fue una lozanía, una madurez y unas curvas que nunca
consiguió su hermana Raquel. Ésta, a pesar de lucir los trajes más
caros y elegantes en todo el pueblo de Bornos, nunca pudo rivalizar
en belleza con su hermana; y cada año que pasaba, la distancia en
hermosura era cada vez mayor.
El
no conseguir quedar embarazada, hizo que el carácter de Raquel se
agriase día a día, llegando a tal estado en el que, el único
momento en el que dejaba a un lado su soberbia y su acritud a todo lo
que se moviese a su alrededor, era cuando llegaba su marido y lo
llevaba directo al dormitorio.
-
Luís, déjate de rodeos. Vamos al grano. Fornícame, fóllame y te
corres dentro de mí todas las veces que puedas. No busques que yo
disfrute. Eso no me importa ahora. No me hace falta. Lo único que
quiero es que me dejes embarazada.
-
Pero Raquel, no somos animales. Disfrutemos de nuestra unión.
Gocemos de nuestras relaciones. Yo te quiero y lo único que deseo es
que tú seas feliz cada vez que lo hacemos. Hazme caso, no te
obsesiones con el embarazo; verás como el amor da su fruto.
-
Déjate de cursiladas. Préñame como hacen los hombres, los
verdaderos hombres. Entra en mí. Inunda mis entrañas con tu
líquido.
-
Por favor, Raquel, no digas esas cosas. Me quitas todas las ganas.
-
¿Ganas? Ni tú eres hombre ni nada que se le parezca. Hombres eran
los que preñaron a la imbécil de mi hermana. Esos sí que fueron
hombres. Ojalá me pasara a mí lo mismo. Ahí sí que disfrutaría
yo. Te lo advierto, como no me dejes preñá antes de Semana Santa,
me busco la vida.
-
Estás loca, Raquel. ¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Lo sabes?
-
Pues claro que lo sé. Tengo que demostrarle a mi hermana que soy
superior a ella en todo. Y si ella se quedó preñá, yo también me
tengo que quedar. Ya te lo he advertido, hasta Semana Santa te doy.
Dos meses te quedan, dos meses, ¿te enteras?
-
Estás loca, estás enferma. Y no grites más, que todo el mundo se
va a enterar.
-
Yo grito lo que me da la gana, y tú no eres nadie para decirme lo
que tengo que hacer, que todo se te va en decir que si la tienes muy
grande, que si se te pone muy dura, pero por dentro, por dentro estás
vacío. Por dentro tienes leche aguá.
-
Raquel, no vuelvas a decirme eso. La próxima vez que me lo digas, te
llevo a casa de tus padres y allí te quedas para el resto de tus
días.
-
¿A casa de mis padres?, tú no eres lo suficiente hombre para
ponerme un dedo encima.
Eran
discusiones que se repetían día tras día, desde hacía ya algo más
de un par de años. Luís estaba desencantado con su matrimonio,
teniendo relaciones con su mujer como con un objeto inanimado se
tratase. El amor y el deseo habían desaparecido en la pareja.
Por
su parte, Cristina, sabedora del tipo de relación existente en el
matrimonio, se perdía noche tras noche en la soledad de sus sábanas.
Testigo de las escandalosas broncas, sobre todo por parte de su
hermana, llegó un momento en el que se apiadaba de su cuñado Luís,
y máxime cuando sólo recibía de él, atenciones y sonrisas. Tan
educadamente se comportaba con ella que los únicos momentos de paz
que encontraba en su vida desde que entró a trabajar como cocinera,
ahora hace ya unos quince años, eran esos en los que
circunstancialmente, se quedaba a solas con él.
Aprovechando
la ausencia del matrimonio, debido a un largo viaje que tenían
pensado hacer desde hacía ya un par de años y que habían ido
aplazando por la ausencia de deseos y ganas por parte de Luís, y
debido a las fuertes calores de finales de julio, Cristina se dedicó
a pasear completamente desnuda por la enorme casa de su hermana. Se
aficionó a tocar y oler los trajes y camisa de su cuñado, llegando
a sentir sensaciones desconocidas para ella. Las calores que sentía
Cristina en esos días, eran provocadas por algo más que las
tórridas temperaturas del verano bornicho.
Una
noche, la víspera de Santa Ana, después de cenar un vaso de
gazpacho y una tortilla, se sentó en el jardín de la casa, en el
balancín de su cuñado, completamente desnuda. A oscuras, con las
piernas encogidas y entreabiertas, tapando sus hermosos pechos con
sus manos de las miradas que pudieran proceder de alguna lechuza o
mochuelo, fijó su mirada en la Osa Mayor, en el Carro, que era como
se le conocía en el pueblo a la constelación, comenzando a imaginar
que cabalgaba a lomos de uno de los caballos y acompañada de su
cuñado Luís. Huían de su hermana. Ninguno de los dos estaban
dispuestos a soportar más los modales y desprecios de Raquel. Y se
alejaban cada vez más de ella, y cada vez más, hasta que la perdían
de vista. Y fue entonces cuando ella, Cristina, comenzó a conocer la
felicidad. Fue entonces cuando se reconoció a sí misma que se
sentía atraída por Luís.
Sin
darse cuenta y sin buscarlo intencionadamente, comenzó a mover
lentamente sus manos y notó como sus pezones se endurecían. Al mimo
tiempo que seguía cabalgando junto a Luís en los caballos de la Osa
Mayor, con su melena de negro azabache al viento, sus manos
aceleraban sus movimientos y oprimía con sus dedos índice y pulgar
sus erectos pezones. Su acaloramiento iba subiendo por segundo. El
vaivén de la mecedora, pronto se vio acompañado por un abrir y
cerrar de piernas que provocó el humedecimiento del periné.
Como
si tuviese un resorte, a oscuras, se levantó toda sudorosa. Cruzando
el salón sin apenas ver, subió la escalera de mármol toda
acelerada y entró en el dormitorio del matrimonio; prendió la luz y
se dirigió sin pensarlo al armario, cogiendo una bata de Luís. La
olió, la besó, la lamió y, tras quitar la colcha de la cama con
mosquitera, cubrió la amplia almohada con la bata, tumbándose y
restregándosela por todo su cuerpo. Nunca en su vida había
experimentado aquellas sensaciones. Había descubierto el placer. Fue
su primer orgasmo, jurándose que no sería el último.
El
viaje no había hecho sino empeorar aun más las ya deterioradas
relaciones entre Luís y Raquel. El distanciamiento entre la pareja
era cada día mayor, al tiempo que el comportamiento de Raquel hacia
su hermana, se hacía por momento casi insostenible para Cristina.
Ésta, tan solo era feliz cuando se acostaba y daba rienda suelta a
su imaginación, pensando en su cuñado y besando una y otra vez el
camafeo que él le había traído de su viaje, hace ya casi dos
meses, de París. Por supuesto que su hermana era desconocedora del
regalo que su marido le había traído. Ella seguía cabalgando junto
a él, con cabellos al viento, y creyendo cada vez más que faltaba
muy poco para que sus explosiones de placer que revivía noche tras
noche, a solas, tendrían a Luís como único protagonista activo.
Imaginaba una y otra vez cómo entraba en ella y provocaba los
mayores placeres nunca conocidos por su cuerpo.
El
sábado 26 de septiembre, día de San Cosme y San Damián, día
grande de la feria de Bornos, y en el que se celebraba la tradicional
comida de “ricachones”, según decían en el pueblo, iba a
significar un antes y un después en la vida de Cristina.
Sobre
las dos de la tarde, minuto arriba minuto abajo, y tras una madrugada
con llovizna, el coche de caballo de don Luís, llegaba a la puerta
de la casa para recoger a doña Raquel, quien se despidió de su
hermana de forma altiva con un “espero que toda la casa esté en
orden cuando volvamos. Lo más seguro es que vengamos acompañados de
gente muy importante. Y te tengo dicho que no te pongas más esos
vestidos con el escote tan descarado”.
Raquel,
tras recoger en el coche de caballo a la señora del gobernador civil
y a la del gobernador militar, paseó por todo el pueblo, hasta
llegar al real de la feria, su altanería y parte de la belleza que
tuvo. A pesar de embadurnarse en las cremas y potingues más caros
traídos de París, no conseguía mostrar aquella belleza que le
distinguía no hacía muchos años, y mucho menos la que mostraba su
hermana.
Una
vez en la caseta, se reunieron con sus maridos que llegaron a
caballo.
Entre
copas, bailes y risas, Luís decidió montar, con el consentimiento
de su dueño, el maravilloso ejemplar que había traído el
Gobernador Militar, un semental que fue el centro de atención de
todos los amantes de los caballos. Dio varias vueltas por la feria y
decidió acercarse hasta su casa.
Nada
más entrar, se encontró sentada en la cocina, a Cristina llorando.
Se miraron, y sin mediar palabra, acercándose raudos, se abrazaron y
comenzaron a besarse libidinosamente. Los gemidos de placer ahogaron
las señales horarias que marcaron el reloj de pared colocado en el
salón. Dieron las cinco de la tarde. El descarado escote de Cristina
fue blanco del apasionado Luís. Mientras besaba y mordisqueaba los
todavía turgentes senos, con sus manos iba desabotonando la espalda
de Cristina, jalando hacia delante de las hombreras y dejándola en
bragas. Sus redondos pechos quedaron al aire por completo, siendo
oprimidos por las grandes manos de Luís. Fue entonces cuando,
tendiéndola sobre la mesa, comenzó a besarle los pechos, el
vientre, el bajo vientre, hasta, después de quitarle las bragas,
llegar suavemente hasta su entrepiernas y saborear el rico humedal
que tanto había deseado. Cuando ella estaba a punto de perderse en
el mundo de los placeres, Luís se bajó los pantalones hasta los
tobillos y, entre los gemidos de placer de su cuñada, la penetró
salvajemente. Ella se contorsionaba una y otra vez, buscando todo lo
que había imaginado noche tras noche, llegando a un explosivo
orgasmo, con el que sintió que los cielos se abrían, los mares la
cubrían y la tierra la engullía. Nunca pudo imaginar que la vida le
deparara este momento.
Tras
llenar a Cristina y descansar encima de su cuerpo un par de minutos,
la cogió entre sus brazos y, escalera arriba, la llevó hasta su
cama. Una vez allí, la acarició como nunca había hecho con su
mujer. Besó cada milímetro de su piel, le susurró y le expresó
todo lo que sentía por ella. Los pezones de Cristina volvieron a
ponerse erectos y, sin esperarlo él, lo volteó y lo cabalgó como
en sus pensamientos con uno de los caballos de la Osa Mayor. Sin
dilación alguna, cogió sin ningún rubor el erecto pene de Luís y
acertó a introducírselo dentro, acompañándolo a continuación con
un rítmico movimiento que hizo que los dos llegasen al mismo tiempo
al orgasmo.
Con
un cariñoso beso en la mejilla y un “cuando termine la feria, todo
será diferente”, Luís salió de la casa y volvió junto a sus
invitados.
EL SEXISMO DE FACEBOOK.
Yo,
amigo que he sido siempre del asombro y de la sorpresa, por aquello
del abandono del encefalograma plano en nuestro paseo por la vida,
cada día me gusta más abrir la ventana del facebook. Y me gusta más
cada día porque a través del manantial de entradas que aparecen,
según la cantidad de contactos y grupos a los que pertenezcas,
puedes hacer un análisis exhaustivo de la personalidad de cada uno
de esas decenas, centenas e incluso millares de contactos a los que
están catalogados como “amigos”.
Efectivamente,
a través de esas entradas vas conociendo, desde un poco de la
personalidad de esos “amigos” con los que nunca en nuestras vidas
hemos coincidido tomándonos una jarra de cerveza en la barra de un
bar o haber compartido mesa a la hora de degustar un buen cordero,
por mencionar mi plato favorito, pero que podría haber mencionado
unas migas o un cocido, hasta un poco más a los “amigos” con los
que has coincidido en alguna que otra ocasión en nuestro día a día,
pero con los que no ha existido una comunicación lo suficientemente
estrecha y “necesaria”, y apostillo lo de necesaria, para que la
relación existente pueda ser catalogada como de amistad. Mención
aparte se encuentran ese grupo de “amigos”, amigos o personas con
las que se tiene un contacto por encima de la media. Realmente, y sin
querer entrar en detalles, es este último, el grupo que más me
sorprende, ya que encuentras entre sus componentes, reacciones a
través de sus entradas que nunca te esperarías de ellos, siendo
esas sorpresas unas veces positivas y otras no tantas.
Así,
entre nuestros “amigos” nos encontramos con los que lo cuentan
todo (hasta una mosca que pase por delante de sus ojos), con los más
reservados, con los que tienen cierta reticencia a entrar en
detalles, o aquéllos otros, por no alargar mucho el listado de
comportamientos, que son amantes de publicar entradas con frases de
gran contenido moral, pudiendo distar mucho esas frases de sus pautas
normales de actuación.
Uffff,
me vais a perdonar, pero no era mi intención el largaros este
chorizo de “cositas” que pasan por mi mente, ya que lo único que
iba buscando al hablar de facebook es que creo que es algo sexista,
ya que a la hora de hacer mención de nuestros contactos los define
con el término “amigos”, pudiéndose hacer, y esto lo digo desde
mi particular punto de vista, con el binomio amigos/amigas. Así creo
yo.
Bueno,
lo dicho, dicho está.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
EL FÚTBOL DEL FUTURO.
Cádiz,
2.021. Estadio Ramón de Carranza.
Las
más de veinticinco mil localidades del aforo del estadio Ramón de
Carranza se vendieron con una semana de antelación a la fecha del
partido, hecho éste a destacar al haberse establecido el encuentro
como Día del Club, por lo que los socios tuvieron que pagar el
precio de la entrada, aunque eso sí, teniendo derecho a adquirirla
con anticipación al resto de los aficionados.
Con
tres horas de antelación al comienzo del partido, fijado para las
diecinueve horas, las calles colindantes con el estadio eran un
hervidero. Las dos aficiones, como una sola, daban colorido a la
media tarde gaditana, ondeando sus banderas y bufandas, al tiempo que
alternaban sus himnos con voces casi angelicales. Todo eran risas y
cantos, e incluso se llegaron a ver algunos bailes entre aficionados
de ambos equipos, llamando la atención cómo los hinchas del
Barcelona bailaban tanguillos y los del Cádiz hacían lo propio con
la sardana.
Y
llegó la hora de entrada al estadio. Atrás quedaron aquellos años
en los que los petardos y bengalas campaban a sus anchas, en los que
las botellas volaban de una afición a otra, en los que los insultos
eran la más sutil de las armas arrojadizas entre aficiones. De
hecho, ambas aficiones habían quedado ya días antes para hacer una
gran fritada de pescado en la playa de la Victoria (con autorización
municipal, claro está) en las horas previas al partido, evento que
se había celebrado sin una gota de alcohol entre los asistentes al
encuentro.
Los
dos equipos, detrás del quinteto arbitral, saltan al campo. El
equipo local, el Cádiz, con camiseta rosa pálido y pantalón rosa
salmón; el equipo visitante, el Barcelona, con camiseta rosa magenta
y pantalón rosa cereza. Atrás quedaban colores tan agresivos y dados a la violencia como
el negro, el rojo o el azul oscuro.
Y
comenzaba el partido. Desde el pitido inicial, las dos aficiones
trasladaron los cánticos y el ambiente festivo de hacía varias
horas, desde la calle al estadio. Las groserías, insultos e
improperios del pasado, habían caído en el olvido, siendo
sustituidos por alabanzas y ovaciones continuas entre ambas
aficiones.
Si
hacía unos años se podían oír cánticos de “puta Barça.
Puta Cataluña”, por parte de
la afición gaditana, eso sí, de los sectores más radicales del
“cadismo”, en este partido se oyen frases como “Barcelona,
va a perder, Barcelona va a perder” o
“Barça perderá, Barça perderá”. Y entre los aficionados
catalanes, si hacía unos años se oían cánticos de “Cádiz
Andalucía, es la morería; Cádiz Andalucía, es la morería”,
ahora se oían cánticos de “este partido, lo vamos a
ganar; este partido, lo vamos a ganar”. O
no digamos aquella costumbre tan gaditana cada vez que sacaba de
puerta el portero del equipo contrario, que cada vez que disponía el
balón en el suelo se escuchaba un susurro en todo el estadio,
“eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee................”
que terminaba en el mismo momento de impactarle al balón, con un
“.... cabr.....”.
Ahora, en el mismo acto de pegada al balón por parte del cancerbero
del equipo contrario se escucha un “ eeeeeeeeeeeee
….............. campeón”.
El
partido está siendo maravilloso, es un toma y daca, donde los dos
equipos sólo buscan la victoria; las grandes jugadas se suceden en
uno y otro equipo, y como respuestas, las dos aficiones las aplauden
acaloradamente, sin importarles si las han realizado su equipo o el
contrario. Aunque desean que gane su equipo, tanto una como otra
afición lo que más desean es ver buen fútbol.
De
diez; las aficiones, de diez. Más no se les puede pedir.
Y
no digamos ya el comportamiento hacia con el árbitro. Y a los hechos
me remito, o mejor dicho, a una conversación oída en la grada,
escogida al azar entre otras de igual naturaleza.
- Pues creo que estaba fuera de juego.
- No; estaba en línea. El árbitro acierta.
- Espera, vamos a verlo en el video marcador. ¿Lo ves?, está en fuera de juego; por poco, pero lo está.
- Llevas razón, se ha equivocado el señor árbitro.
- En verdad es que me entran ganas de decirle algo; nos ha costado un gol.
- Compréndelo, es humano, y al igual que yo, se puede equivocar.
- Llevas razón.
Hace
unos años, con esa misma jugada, en las gradas del Carranza se
hubiera oído, “árbitro valiente, valiente hijo de
p....”. A Dios gracias, la
cosa ha cambiado para bien..
Y
hoy, es la hora de criticar a todos aquéllos que decían allá por
finales del 2014, que las medidas contra la violencia acordadas por
el Consejo Superior de Deportes y la Federación Española de Fútbol
estaban fuera de lugar, que eran exageradas y que lo único que iban
a provocar sería vaciar los estadios de fútbol. Los contrarios a
esas medidas decían que la violencia generada por los aficionados al
fútbol nada tenían que ver con el fútbol en sí, sino que era
producto del descontento social existente ante la realidad que le
estaba tocando vivir.
Por
su parte, tanto CSD como Federación, vieron en el mismo fútbol la
causa de tanta violencia y fue por eso por lo que adoptaron las
medidas tomadas.
Y
menos mal que la adoptaron.
martes, 9 de diciembre de 2014
ESOS POBRES PERSONAJES PÚBLICOS.
Mil
ciento veinticuatro felicitaciones en el “face” en el día de
ayer con motivo de mi cumpleaños, de las cuales trescientos treinta
y tres correspondían a los que tengo catalogados como “amigos”,
y el resto, setecientos noventa y uno, que no me pregunte nadie de
dónde han salido, cómo me han localizado o por qué me han
felicitado en éste mi undécimo lustro. La verdad es que lo han
hecho; para bien o para mal lo han hecho. Y si digo “para bien o
para mal” es porque si, de primera, me agrada ser felicitado en un
día tan entrañable como es éste para mí, y más viniendo de
personas que, según creo, no conozco de nada, también me queda la
incertidumbre de que estos “felicitadores” desconocidos pudieran
traerme malas pasadas, ya que pudiese ser negativo si se conoce que
dichas personas fuesen de dudosa reputación (con pasado dudoso o
presente movedizo); si así fuese, tocaría demostrar que la única
relación que me ha unido a ese tipo de individuos o individuas de
incierta nombradía, es la de coincidir con ellos en la red social de
facebook.
Pero
lo que más me ha movido de mi asiento en este día ya pasado, ha
sido el tropel de sensaciones encontradas con una de las
felicitaciones recibidas de autores desconocidos, y repito, con una,
sólo una, de las felicitaciones recibidas de autores desconocidos.
Así, y tras leerla, lo mismo me subía al más alto de los altares,
que me precipitaba al más aterrador de los abismo; lo mismo me hacía
disfrutar de la placidez y sosiego que sólo siente el buceador en el
fondo marino, que motivaba que me sintiese abrazado por la más
horrible de las zozobras; todo y nada, alegría y miedo. Sensaciones
contradictorias al fin y al cabo, y así está claro que no se puede
vivir, y menos pasados ya los que ayer cumplí.
Y
vosotros diréis, ¿quién fue el autor de esa felicitación
“cumpleañera” que tanta intranquilidad me está causando? Pues
lo único que os puedo decir es su nombre, y éste es Francisco
Nicolás Gómez Iglesias, nombre y apellidos que en un primer momento
no me decían nada, principalmente por su cotidianidad en lo que
respecta al nombre y apellidos, pero que cuando piqué sobre él con
mi ratón, me llevé la más monumental de las sorpresas. Enseguida
me salí de su página y comencé a respirar hondo; tan pronto me
venían sofocos sudorosos semejantes a los padecidos en la etapa “pre
menopáusica” femenina, como me veía aterido de frío. No podía
ser. El petit Nicolás no podía felicitarme. Imposible.
Momentos
en los que comprendí perfectamente a todos esos personajes públicos
y políticos (me resisto a dar nombres) que niegan una y otra vez que
no conocen de nada al klein Nicolás, y momentos en los que me veía
subido a los estrados al verme comparado con la “categoría” de
esos mismos personajes que no pretendo nombrar. Estaba claro que me
tengo que sentir orgulloso de estar en la misma agenda que esos
“grandes” personajes, pero como ellos, ya os adelanto que si me
preguntan, yo diré que de nada conozco al little Nicolás. Y en
verdad es que no paro de preguntarme si será él o será alguien que
ha intentado suplantar su personalidad; cualquiera sabe.
Ahora
entiendo a esos “pobres personajes” a los que se les acusa de ser
amigo de ese gran impostor; a esos “pobres personajes” que sin
comerlo ni beberlo, se han visto sorprendido por la malicia y
perversidad de ese personaje sibilino que, con su chabacano proceder,
lo único que ha intentado es poner en el disparadero a esos “pobres personajes públicos” a los que tan solo se les puede acusar de
hacer bien a nuestra sociedad.
Y
ahora, con la felicitación recibida en este día tan especial, me
toca a mí.
Sólo
espero que nunca os veáis salpicado por un embrollo de este tipo; si
así sucediese, comprenderéis la indefensión a la que están
sujetos esos “pobres personajes públicos” arriba mencionados.
Yo, si así sucediese, os recomiendo que neguéis en todo momento que
le conocéis.
Ah, y si me habéis felicitado en el día de ayer, os doy las gracias. Incluso a ti, piccolo Nicolás; al fin y al cabo es todo un detalle.
lunes, 8 de diciembre de 2014
LA PRINGÁ.
El
paso de los lustros, y uno tiene ya un montón, casi once, según me
recordó esta mañana mi madre al decirme que mañana volvería a
llamarme para felicitarme en mi aniversario, dejando de esa manera el
casi, hacen que uno se aferre y disfrute cada vez más con los buenos
momentos. Y esto es así porque, simple y sencillamente, uno se da
cuenta que cada vez quedan menos. ¿O no? Yo creo que es así. ¡Y
qué leches!, con el paso del tiempo, el nuestro, vamos diferenciando
cada vez con más facilidad el grano de la paja, por lo que, y
siempre basándonos en nuestra experiencia, en nuestro tiempo pasado,
le damos más valor a ese grano, obviando y rechazando la paja,
identificando el grano con esos buenos momentos de los que hablaba y
la paja con los que hay que olvidar.
Y digo
todo esto porque hoy he pasado con unos buenos amigos, uno de esos
momentos agradables, momentos que se han ido cociendo a lo largo de
la semana a través de ese monstruo social llamado guasa o Whatsapp y
que hoy han tenido el momento de su eclosión alrededor de una
majestuosa mesa redonda en la que, y según se dice en mi tierra, no
faltó de nada (gastronómicamente hablando).
Pero
lo que os quiero contar hoy es algo que ocurrió en la susodicha
anular mesa. Y os cuento. Tras varios platos y bandejas de copiosos
entrantes, vino el plato fuerte, consistente en una berza gitana con
cardillos acompañada de su grasa. Para los que no conozcan la
gastronomía del suroeste español, decirle que la berza es una
especie de cocido de garbanzos, habichuelas (judias), carne, tocino y
morcilla. Pues bien. El guiso en sí fue servido en platos
individuales, diez en concreto, uno por cada comensal allí
asistente, presentándose la grasa (carne de cerdo, tocino y
morcilla) en una bandeja a compartir entre todos los comedores,
porque todas y todos los allí presentes éramos unos verdaderos
comedores, entendiéndose por comedora a la persona que come mucho.
Y fue
con la previa de la ingesta de la grasa donde comenzaron las
diferencias, por llamarlas de alguna manera. Al no tener cada uno su
ración determinada, sino que había que compartir la grasa existente
en la bandeja, se escucharon algunas voces que decían que fuese
troceada y repartida en partes iguales, mientras que otras decían
que en la misma bandeja era donde se debería de preparar la pringada
(desde ahora, pringá). Tuvieron mayoría los que optaron por la
segunda opción, o sea, hacer la pringá en la bandeja con la
totalidad de la grasa. Y fue precisamente aquí donde comenzaron las
más fuertes diferencias, ya que unos decían que la pringá se
hiciese con cuchillo y tenedor, mientras que otros decían que para
ser pringá debería de hacerse con los dedos y un trozo de pan,
desmenuzando primero cada uno de los tres componentes grasos para a
continuación removerlos, amalgamarlos y mezclarlos, resultando una
mezcolanza perfecta tal que, llevada una pequeña porción a la boca,
no se sabría si lo que se degusta es carne, tocino, morcilla o un
sabor paradisíaco resultante del batiborrillo.
Y
efectivamente, llevaban razón los que defendíamos que no sería
pringá si la amalgama de los tres elementos en cuestión no se hacía
con los dedos y pan, y todo ello de acuerdo a la segunda acepción
que aparece de la palabra “pringar” en el diccionario de
la Real Academia Española de la Lengua, que la define como el
“estrujar con pan algún alimento pringoso”.
En este sentido, no se considera pringá o pringada a la mezcla de
los elementos grasos de un guiso (cocido, berza, fabada...) si no se
hace con los dedos y un trozo de pan, por muy en contra que esté
dicha práctica con las buenas maneras en el comer.
Decir
por último que la persona que se encargó en hacer la pringá en el
día de hoy, y con el fin de evitar murmullos y bisbiseos, lógicos,
con anterioridad a dar comienzo a su ejecución, procedió a
realizarse un exhaustivo lavado de manos.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
MALTRATO.
Cariacontecido,
triste y desganado, como la mayoría de los días desde hacía ya
mucho tiempo, el profesor de lengua y literatura del único instituto
de la villa, se arrellanó en su sillón “reclinable”, comprado
en el último black friday de unos almacenes de muebles que fue
inaugurado en el pueblo de al lado apenas hacía medio año.
Hoy,
al comprobar que nadie más respiraba el mismo aire de su apartamento
de poco más de sesenta metros, se sintió más aliviado, aunque como
siempre, antes de ocupar su deseado sillón, se quitó la ropa de la
calle y se plantó su uniforme casero, que era como lo había
calificado su pareja, ya que siempre era el mismo, consistente en un
chandal algo descolorido de color verde cacería de una marca
conocida de prendas deportivas y que contaba ya con más de diez
años de vida. Ella estaba de guardia en la clínica, por lo que
hasta el día siguiente después de las ocho no vendría, y a esa
hora, pensaba aliviado, él estaría ya delante de sus alumnos de
cuarto de la eso. ¡Qué descanso!
Con
unas ganas inmensas de llevarse un cigarrillo a la boca, una vez
sentado en su “casi cama” y con el portátil encima de su
vientre, recordó por enésima vez el día que había dejado de fumar
hacía ya casi veinte semanas. Pero las ganas de llenar sus pulmones
de humo iban in crescendo, maldiciendo una y otra vez, en su
interior, ya que no tenía la valentía suficiente de expresarlo en
casa, el momento en el que tomó la decisión de dejar de ir a ver a
Paquita la estanquera. Los continuos sermones de su chica llegaron a
un punto que le obligó a tomar esa decisión: “a parte de que me
molesta el humo, joder, son casi cinco euros lo que cuesta una
cajetilla” o “cuando salgamos, si no dejas de fumar, olvídate de
pedir un cubata; te conformas con un refresco”; y esto, una y otra
vez, y con las venas del cuello a punto de estallar que se le ponía
a la señora.
Abrió
la pantalla de su arcaico portátil e introdujo la contraseña,
sabiendo de antemano que si siguiera con el tabaco, le daría tiempo
a fumarse un cigarrillo antes que se pusiera operativo: igual que el
Mac o el Ipad de Lupe, que así se llamaba su chica, -pensaba,
mientras movía la cabeza resignándose-. Sonó el teléfono,
teniéndose que levantar para cogerlo.
- Sí, dígame.
- Soy yo, ¿por qué has tardado tanto en cogerlo?
- Es que estaba sentado con el ordenador y mientras lo ponía en la mesa...; y por qué me llamas al fijo?, cuesta dinero.
- Anda, cállate ya; con mi tarifa puedo llamar a fijos y móviles. Bueno, no te llamo para hablar de las tarifas, lo hago para decirte que no vayas a comprar pan, que en la panera queda del de ayer.
- Pero Lupe, estará algo duro; lo tendré que calentar en el horno o en el tostador.
- Déjate de gastar electricidad; y no está tan duro. O mejor no comas pan, que estás algo barrigón.
- Me debería de haber quedado con mis compañeros que iban a comer algo en la calle.
- Eso no te lo crees ni tú; que yo esté aquí como una cabrona veinticuatro horas de guardia para que tú te vayas de copas con tus amiguetes y las busconas de tus compañeras. Que no me entere yo que salgas con esa gente, que si no, ya tienes las maletas en la calle.
- Pero Lupe, cariño, ¿cuándo he salido yo de copas con mis compañeros de clase? Y te recuerdo que la semana pasada tu estuviste de cena con tu gente.
- Pero es distinto. No vayas a comparar. Yo tengo la cabeza en lo alto de los hombros, y tú, tu tienes los gorriones volando. Y además, si yo me quedo con mi gente a cenar, es porque me da a mí la gana, y eso es lo que hay.
- Si tú lo dices, vale; pero no creo yo que eso sea justo, cariño.
- Mira, te voy a decir una cosa que ya estoy hasta la punta de la nariz de repetírtela: tú sin mí no eres nadie y no te puedes comparar conmigo, ¿vale? No te olvides de eso nunca.
- Pero por qué te pones así?, he dicho algo que te moleste?, he hecho algo que te haya molestado?
- No, no me has hecho nada, pero a veces me pones de los nervios. Y ahora te voy a dejar, que están llamando de una de las habitaciones. Adiós.
- Adiós, mi vida. Te quiero – palabras éstas últimas que ella no llegaría a escuchar-.
Arrellanado
en su poltrona, comenzó a leer la prensa en la red. Tranquilo y
sosegado, mientras que navegaba de periódico en periódico, pensaba
en la conversación que había mantenido con su chica, dándole la
razón en todo lo que le había dicho, justificándola en todo: “la
pobre mía estará estresada; veinticuatro horas de guardias son
muchas horas”.
“La
violencia de género machista causa una nueva víctima” fue el
titular de la última noticia que leyó antes de empezar a dar cabezadas en
su poltrona.
jueves, 27 de noviembre de 2014
LA MUJER QUE FUE MAS VALEROSA QUE TODOS LOS VALEROSOS HOMBRES.
Tendido
en su cama de ciento cincuenta por doscientos, y observando que la
lámpara de agua que pendía del techo tenía una más que notable
inclinación a la izquierda, le vino a la memoria la conversación
que poco antes de dejar la fiesta de la pasada madrugada, tuvo con la
anfitriona, reconociendo ahora que más que conversación, se trató
de un auténtico monólogo por parte de ella, eso sí, acompañado de
sus repetidos asensos. Y eran precisamente recordando esos
asentimientos cobardes o compasivos, más bien cobardes por su parte,
hacia la organizadora, con los que intentaba jugar en su posición
supina, equilibrar, en forma de calzo, el ladeo del embellecedor
superior de la lámpara, que era lo que realmente estaba desnivelado
con respecto al techo.
Pero
no, enseguida se dio cuenta que, por muchos recuerdos de asensos
pusilánimes pasados y muchos movimientos a izquierda y derecha de su
cabeza, le iba a ser imposible enderezar el dichoso embellecedor de
la lámpara con forma de campana invertida. Tocaba levantarse y, bien
desde lo alto del colchón viscolástico, bien desde la escalera
metálica de tres peldaños que guardaba en el trastero, manipular
con sus manos, una vez alcanzada la altura suficiente, el paupérrimo
y escorado estado en el que se encontraba el tan mencionado
embellecedor en forma de campana invertida.
Así
fue y así lo hizo. Y mientras que trataba de conseguir la
horizontalidad del embellecedor, y debido a su forma de campana
invertida, como según parece ya se apuntó anteriormente, recordó
un hecho en el que se vio envuelto en su etapa de adolescente.
Recordó
aquella reunión vespertina en la que, tras la tediosa clase de latín
de las cinco y ante la ausencia de los profesores de matemáticas y
francés, decidieron, casi la totalidad de los miembros varones de la
clase, hacer una visita al viejo convento que se encontraba en las
afueras del pueblo. Eran ocho los que decidieron hacer la prohibida
excursión, los que, según ellos mismos, eran los más “echaos pa
lante”; los ocho valientes; los más intrépidos y valerosos de la
clase de más de cuarenta, por lo menos era lo que ellos buscaban
delante de sus compañeras de aula. Con ese pensamiento fue con el
que salieron del instituto y con el que llegaron al casi derruido
convento. Una vez allí y antes de enfilar el escondido y angosto
pasadizo subterráneo para pasar al interior, decidieron hacer un
poco de tiempo para esperar a que anocheciese, con el fin de darle
más enjundia a la historia que al día siguiente pensaban relatar en
la previa de entrada a clases.
En la
casi hora de espera decidieron que, una vez en el interior del
convento, deberían de subir individualmente hasta la campana de la
ermita, la cual se encontraba en lo más alto de una torre de unos
quince metros de altura, en una de las esquinas del edificio. Echaron
a suerte el orden de subida, acordando que cada uno que subiera,
debería de dejar junto a la campana, uno de sus zapatos, por lo que
el octavo y último en subir, debería de subir con un saco donde
metería los siete zapatos de sus compañeros, entregándoselos
abajo; de este modo, nadie se iría hasta no volver a estar
perfectamente calzado.
Aunque
no eran ni las ocho, la noche estaba cerrada y un fuerte viento de
levante soplaba a espalda del grupo. El más “echao pa lante”, o
al menos era lo que aparentaba, dio la señal para comenzar a subir a
la torre. Y así fue. Pero lo que no pensaron ninguno de aquellos
valientes fue que la espera les iba a ser interminable.
Efectivamente, si largo se les hizo el primero de los viajes, el
segundo se les duplicó en el tiempo, o por lo menos eso era lo que
ellos creían. La larga espera del tercero se agrandó aun más con
los feroces ladridos del perro mastín del encargado del huerto del
convento. Los siete, en total oscuridad, intentaban encontrar la
mirada de cualquiera de sus compañeros sin encontrarla, por lo que,
intentando no levantar sospecha, trataban de tomar contacto físico
con el que tenía a su lado, a fin de ganar en seguridad. Por fin
llegó el tercero.
“Quillo,
vámonos” -dijo uno-, a lo que le contestó otro de los que ya
había subido, “¡y una mierda!; y los zapatos que hay arriba qué.
Venga, a ti te toca, que eres el cuarto”. Para arriba se fue el
cuarto.
El
paso del viento por los diez o doce álamos que se encontraban en uno
de los laterales del edificio en casi ruina, producía un silbido que
hacía que el grupo de siete, buscando protección, estuvieran ya
totalmente apiñado. Ni una sola palabra; ni respirar se oían unos a
otros; sólo buscaban el contacto físico del compañero: dos, mejor
que uno.
Por
fin llegó el cuarto. “A ver cuándo cojones me cogéis otra vez;
no me he matado en los últimos escalones de puro milagro. Venga, que
suba el quinto”. Y allí iba el quinto, con más miedo que
vergüenza, enfilando los primeros escalones de los casi cien que les
quedaba hasta llegar al campanario. Lo que no esperaba él, era que
el fuerte viento hiciese que el badajo de la campana rozase levemente
con la superficie curvada y emitiese un leve chirrido que se fue
acrecentado al tiempo que iba bajando, y al sonido me refiero, por la
angosta escalera. El quinto, que se encontraba a media escalera
cuando el chasquido metálico se cruzó con él, quedó paralizado.
No sabía si subir o bajar; no sabía si gritar o llorar; lo que sí
hizo, por tal de no manchar la ropa, fue bajarse a la carrera los
pantalones y los calzoncillos blanco de algodón, manchando tres
escalones de una tacada. Sin pensárselo dos veces, comenzó a bajar
los escalones casi a ciegas y, antes de llegar al grupo, aprovechando
la oscuridad, se quitó un zapato y lo introdujo por debajo de su
pantalón a la altura de su pubis.
El
sexto se dijo que mientras antes acabase este calvario, mejor, por lo
que sin pensárselo dos veces enfiló la estrecha escalera camino del
campanario. A ciegas iba ascendiendo escalón tras escalón y cuando
ya se encontraba más cerca del ultimo que del primero, se cruzó con
varios murciélagos que le hicieron que perdiese la respiración. Una
vez arriba, se quitó uno de los zapatos, y con el tacto, lo dejó
junto a los de los compañeros, comenzando a descender a tientas.
Ya
abajo, junto al grupo, se dirigió a ellos diciéndole, “subid los
dos juntos y vámonos ya”. “Y una mierda, de uno en uno, igual
que todos”, contestó el primero que subió.
A la
espera de que llegase el séptimo, los siete, que eran uno, pensaban
arrepentidos de su heroicidad. Se habían colocado haciendo un
pequeño círculo, hombro con hombro y con los pies hacia el
interior. No querían ni hablar, ya que al silbido del viento al
besar los álamos y al continuo ladrar del mastín, se les había
unido el reclamo agudo y fuerte de un par de mochuelos, haciendo de
la espera, el peor de los momentos vividos por cada uno de ellos. “Ya
viene ahí. Venga, vete para arriba y no te dejes ni un zapato
arriba. Toma mi mechero”.
El que
hacía ocho, quizás el que a priori era el más achantado y miedoso,
a fin de demostrar que era tan “echao pa lante” como cualquiera
de sus compañeros, infló sus pulmones tres veces y comenzó el
ascenso.
Los
siete, a medio descalzar, seguían sentados en un círculo, cada vez
más pequeño; cada vez más arrejuntados. “Quillo, “no oléis
ustedes a mierda?”. Todos olían, pero todos callaron, ya que si
tres de ellos sabían el porqué de las continuas tufaradas, los
otros tres dudaban si los hedores provenían de sus ropas
interiores”.
Mientras
tanto, el octavo, con el mechero ya sin gas, buscaba el séptimo
zapato a tientas, sin obtener resultados positivos, alargándose aun
más su estancia en el campanario. Fue entonces cuando, ya
desesperado, se vio sorprendido por un intenso haz de luz procedente
de una linterna y que le impactaba directamente en su cara. El
octavo, que era precisamente la misma persona que años más tarde
divisaría tendido en posición supina el desnivel del embellecedor
de su lámpara de agua, comenzó a correr escalera abajo, totalmente
a ciegas, dejando atrás el saco con tres pares de zapatos y saliendo
al patio del convento dando voces. “¡Que viene alguien, que viene
alguien”! Los siete, que vieron tras su amigo un haz de luz,
comenzaron a correr como alma que se la lleva el diablo y enfilaron,
casi cojeando, por falta de uno de los zapatos, el reducido pasadizo
que les llevaba al exterior del convento.
Al día
siguiente, en clase, nadie comentó nada de lo sucedido la noche
anterior. Lo que si encontraron fue una bolsa con seis zapatos
distintos, preguntándose la mayoría qué era lo que significaba
aquello. Sólo nueve personas de las más de cuarenta podían dar una
explicación sobre lo sucedido, explicación que nunca dieron.
Lo que
no supieron nunca ninguno de los ocho intrépidos, valientes y
valerosos adolescentes fue que la persona que portaba el haz de luz
aquella fatídica y ventosa noche, años más tarde organizaría una
fiesta en su casa en la que brindaría un solemne monólogo al señor
que en su día, hacía ya algunos años, bajó los más de cien
escalones, a ciegas, dejando tras de sí los zapatos de sus amigos.
Estaba
claro que aquella adolescente portadora de la linterna, era más
“echá pa lante” que todos los integrantes del grupo de ocho
valientes, intrépidos y valerosos amiguetes.
miércoles, 26 de noviembre de 2014
D+1, D+2, D+3, D+4, …........ y D+364.
Se me vienen a la memoria, ciertos hechos puntuales que
acaecieron durante los casi cinco sexenios en los que permanecí como
miembro de la fuerzas armadas de nuestra querida España, hechos
puntuales que en cierta medida, me chocaban por entonces y me siguen
chocando por ahora, aunque la diferencia entre el entonces y el
ahora, radica en que, valiéndome de un símil taurino, no es lo
mismo ver los toros con los pies en el albero que con el trasero
sentado en la grada; mientras que en el entonces tenía que guardar
la distancia del morlaco, en el ahora, me recreo con la majestuosidad
y belleza de uno de los animales más perfectos parido por la madre
naturaleza.
Y esos hechos puntuales no eran otros que las visitas al
acuartelamiento de una autoridad o mando de mayor rango que el que
ostentaba el comandante del acuartelamiento. En ese sentido, cada vez
que se anunciaba una de esas visitas, la máquina comenzaba a rodar a
más revoluciones que a las que nos tenía acostumbrada. Así, las
paredes de la fachada, olvidadas desde la última visita, volvían a
quedar impolutas; los vehículos, que hasta la noticia de la buena
nueva, casi se apilaban en los talleres, volvían a rugir por los más
de quinientos metros de avenida; los equipos personales de la tropa,
que se caracterizaban hasta la llegada del mensaje anunciador de la
visita, por estar algo menguados y deteriorados, como por arte de
magia, volvían a estar limpios e impolutos; y la instrucción, que
había caído ya en la rutina, teniendo cabida en la programación
semanal, con una o raramente dos horas, nos encontrábamos que con
motivo de la inspección a la que iba ser sometida las distintas
formaciones por parte de la autoridad visitadora, copaba la mayor
parte del horario, mañana y tarde, y a ritmo intensivo.
Mañana, una vez pasado el agasajo, todo volvía a la
normalidad: las fachadas se olvidaban, los vehículos volvían a
empolvarse en hangares y talleres, los equipos personales retornaban
a los pañoles, y la instrucción, como había salido medianamente
bien el día D, volvía a contemplarse tan solo por espacio de una
hora en las actividades semanales (y a veces, ni eso).
Ayer, veinticinco de noviembre, se celebraba el Día
Internacional contra la violencia de género. Ayer, el mundo de los
deportes alzaba la voz, a través de deportistas de élite, contra la
violencia de género. Ayer, también ayer, toda la prensa escrita se
ensalzaba con maravillosos artículos en contra de la violencia de
género. También ayer, las redes sociales casi se colapsaban con
innumerables mensajes, post y tuits en los que claramente se oponían
a la violencia de género. Y así podríamos estar enumerando
ejemplos sobre manifestaciones en contra de esa tendencia tan
abominable como es la violencia de género.
La pena es que mañana, Ruth se volverá a poner las
gafas de sol estando el día nublado, o Maite, a pesar de sus sofocos
menopáusicos, cubrirá su cuello con su bufanda de lana gris, o
Elena, con peligro de que la despidan, llamará a su trabajo diciendo
que su hijo ha enfermado, en vez de decir la verdad que no es otra
que el color añil le cubre media cara, o Isabel......, o Paula
…......., o Pepa..........., o Claudia …............ y por
desgracia, ya no habrá tantos tuits de famosos, ni tantos artículos
en prensa, ….., ni nada de nada. Todos se centraron en el día D,
cuando, precisamente, en este tema, debería de haber un día D+1,
D+2, D+3, D+4 …….. y D+364.
martes, 25 de noviembre de 2014
OBSEQUIUM ALTARE PUERORUM (la sumisión de los monaguillos).
Si
llenasteis vuestras mochilas con promesas y compromisos, dejaros
ahora de subterfugios paganos que lo único que hacen es minar la
voluntad de los creyentes cumplidores -se dirigía monseñor desde el
elevado presbiterio, en tono algo amenazante, al grupo de
quinceañeros acólitos que, de una manera u otra, llevaban algo más
de una semana soliviantados, como consecuencia de ciertos dimes y
diretes nada agradables-. ¿Alguna vez os hemos fallado?, ¿os hemos
ofendido?, ¿hemos incumplido quizás nuestras promesas? -proseguía
el obispo, con un tono cada vez más irritado e histriónico, al
verse engrandecido con la postura sumisa de los adolescentes
monaguillos-.
Y
yo soy el primero -insistía con una de sus mejores interpretaciones
teatrales- que os incita a que denunciéis cualquier atisbo de
propasar la linea de la fe y de la castidad por parte de algún
miembro de nuestra iglesia. ¡Noooo! -gritaba-, no lo consentiré;
vosotros sois el alma de nuestra casa, el porqué de nuestros
comportamientos y el futuro salvador de nuestra sociedad. ¿Y por qué
sois el futuro de nuestra sociedad? Pues muy sencillo; simplemente
porque con las enseñanzas que estáis recibiendo, que os estamos
dando, seréis los principales baluartes para que esta sociedad no se
convierta en una suciedad, que es en lo que se está convirtiendo en
aquellos lugares donde la fe cristiana nada en el vacío.
Así
que lo primero que vamos a hacer todos, y cuando digo todos, me
refiero a todos -prosiguió el reverendísimo y excelentísimo señor,
quien había bajado del presbiterio, y caminaba por delante de la
línea que formaban los subyugados escolanos, exponiéndole su anillo
obispal para que uno tras otro lo besasen, signo éste con el que les
demostraba a los imberbes acólitos quién estaba por encima de
quién-, sin excepción alguna, es olvidarnos de esos chismorreos,
cotilleos y habladurías paganas, que lo único que hacen es intentar
sacudir nuestras creencias ejemplarizantes y salvadoras de la
humanidad. ¿No os dais cuenta que es precisamente eso lo que van
buscando esos infieles?; y que me perdone Nuestro Señor por ensuciar
las paredes de su Casa con tantas alusiones sobre ellos -terminó
diciendo el prelado, mientras que se encastraba el solideo, camino de
la sacristía-.
Ya
en la sacristía, rodeado de la mayoría de sus subordinados
diocesanos, y con báculo en mano, como pastor de almas descarriadas,
montó en cólera. Prudencia -exclamó-, ¿cuántas veces he repetido
esta palabra?; y nada, ni caso, a disfrutar de los placeres
terrenales. Lo tenemos todo: nos aran el barbecho, nos siembran los
cultivos, nos escardan las malas hierbas y nos queman los rastrojos,
¿para qué?, pues para que nosotros nos ocupemos tan solo de ser
prudentes. Imbéciles, imbéciles, sois todos una sarta de imbéciles.
Más de dos mil años se llevan realizando estas prácticas en todos
los rincones del planeta Tierra, y nunca, en ningún sitio, han sido
pillados. Y tiene que ser ahora y aquí, en mi obispado, cuando la
palabra prudencia haya sido sustituida por la palabra temeridad y
depravación. Yo arderé en el infierno, pero todos vosotros, por
imbéciles, me acompañaréis en la pira. ¡Iros, iros, iros!
viernes, 21 de noviembre de 2014
DE GUSTIBUS NON EST DISPUTANDUM (sobre gusto no se disputa).
Desde
que leí la prensa ayer tarde, no consigo sacar de mi pensamiento la
expresión “anti esfamódica”. Y vosotros diréis, ¿qué
significa esa expresión? ¿Realmente describe o narra algo en
concreto? Pues no. Ni literal, ni lingüística ni metafóricamente
la expresión “anti esfamódica” significa algo. Si nos remitimos
al diccionario de la Real Academia de la Lengua, mientras que nos
encontramos que el término “anti”, utilizado bien como prefijo o
bien como adjetivo, significa “opuesto” o “contrario”, el
término “esfamódica” no existe, no tiene ningún significado.
Entonces,
¿a qué viene que de mi mente no desapareciera esa expresión? Pues
lo explico. Aunque dicha expresión no tiene ninguna base
lingüística, sí que tiene un fundamento histórico, y a los
hechos, históricos, me remito. Existía una señora que, al igual
que todas sus hermanas y primas hermanas, alcanzó a ser nonagenaria,
teniendo como una de sus muchas virtudes, que dicho sea de paso, eran
muchas, la de ser una gran amante de la lectura y sobre todo de la
poesía, arte éste, el de la poesía, que en alguna que en otra
ocasión flirteó con ella, o para ser más exacto, ella fue la que
flirteó con los versos y la métrica. Pues bien, esta buena señora,
con la que me unía lazos familiares, ya que me casé con una de sus
nietas, era la que utilizaba muy a menuda, y cuando venía a cuento,
la expresión “anti esfamódica”. Os puedo decir que desde que
oí a la abuela nonagenaria utilizar por primera vez la expresión
“anti esfamódica”, observé que, aunque sin base lingüística,
sí que tenía una base lógica y sobre todo, comunicativa, ya que
todos los receptores de su mensaje, la entendimos perfectamente. En
este sentido, después de aquella primera ocasión, y en posteriores
ocasiones, cuando ella utilizaba la tan cacareada expresión, todos
los oyentes sabíamos que se refería a comidas que se salían de lo
tradicional, de lo que ella, en la época de escasez y miseria en la
que tocó vivir, estaba acostumbrada a comer. Por ello, toda comida
que se apartase de su puchero, su berza, sus patatas con huevos, sus
coliflores refritas, sus migas o su espoleá, eran “anti
esfamódica”, expresión ésta que nunca olvidaré y que regresó a
mi pensamiento tras leer ayer tarde la prensa en internet, y
concretamente tras leer la noticia de última hora sobre la concesión
de las nuevas estrellas Michelín a los restaurantes que así se lo
han merecido.
Y me
acordé de la expresión de la abuela nonagenaria porque yo, al igual
que ella, no soy partidario de la comida “anti esfamódica”, o
sea, no soy partidario de la cocina de fusión, minimalista, dinámica
y en la que los sentidos juegan un papel fundamental.
Y digo
todo esto porque en la concesión de las estrellas Michelín de 2014,
se le otorgó una segunda estrella al restaurante “A poniente” de
El Puerto de Santa María, cuyo chef, conocido como el chef del mar,
es Ángel León. Pues bien, digo esto porque este pasado verano tuve
la suerte de acompañar a un amigo que, agradecido por el agasajo que
le brindé en mi tierra tras cinco años sin vernos, se encaprichó
en invitarnos al demandado restaurante portuense. Y digo lo de
demandado porque para conseguir mesa, sé que incluso tuvo que
emplear sus dotes seductoras, las cuales dieron su fruto.
Y qué
quiere que os diga. Cada vez que pienso en aquella comida en “A
poniente”, sin quitarle méritos al buen hacer del chef del mar,
con sus algas, plancton y mújeles, tengo que decir que soy más de
cuchara. Yo eché en falta en aquel coqueto y reducido salón, mi
cuchara repleta de garbanzos y salsa espesa, mi cuchillo
resquebrajando un buen chuletón de buey, mis dedos bañándose en el
néctar de las cabeza de cualquier marisco.
Dicho
queda: soy de cocina tradicional y aunque respeto (de
gustibus non est disputandum),
huyo de la comida “anti esfamódica”.
lunes, 17 de noviembre de 2014
PHILAE: ¿QUÉ ESTÁ OCURRIENDO REALMENTE?
La
Agencia Espacial Europea (ESA) está de enhorabuena al haber hecho
realidad su objetivo de ver como el robot PHILAE aterrizaba en la
superficie del cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko (CHURY).
Efectivamente, Philae, después de un par de intentos fallidos, con
los consiguientes rebotes, consiguió atornillarse en su tercera
intentona a la superficie de Chury, si bien su aterrizaje, al no
disparárseles como debiesen los arpones para que se anclase a la
superficie, no puede ser considerado como éxito total de la misión.
Aun así, y a pesar que su definitivo aterrizaje, según dicen desde
la ESA, se realizó en una zona de sombra, algo alejado de la soleada
que se pretendía, podemos considerar que una de las misiones de la
nave espacial Rosetta ha sido todo un éxito.
Hasta
ahora nada nuevo os he contado, ya que la prensa se encargó y se
está encargando de bombardear a diario, con flashes y noticias sobre
los logros obtenidos por la ESA, al igual que en su día hicieran con
la llegada del hombre a la Luna.
Pero,
¿el paso del tiempo hará que la misión de Philae se vea
ennegrecida por grandes nubarrones, dudas e incógnitas, al igual que
en su día sufrió el hecho de la llegada de Neil Armstrong, en julio
del 69, a la superficie lunar? ¿Realmente Philae llegó a aterrizar
en Chury? ¿Será verdad que el robot con forma de lavadora se ha
quedado sin batería y no puede, a través de la nave Rosetta, enviar
imágenes de la superficie del cometa, o por el contrario está
mandando imágenes y datos sobre Chury que no son convenientes, por
su crueldad o alarmismo, por ejemplo, hacer llegar a los oídos de la
población mundial?
Mil
preguntas, o más, y otras tantas hipotéticas respuestas, nos
podríamos hacer sobre todo lo que está acaeciendo a más de
quinientos diez millones de kilómetros de distancia de la Tierra, o
por si al contrario, y debido a esa gran distancia, pasar como si
nada estuviera ocurriendo y, digerir, en mayor o menor grado, las
noticias que nos quieran hacer llegar. Al fin y al cabo, ésta es una
más de las innumerables noticias que los “controladores de todo”
nos hacen llegar para que la máquina, o nave, o robot, por llamar de
alguna forma al conjunto mundial de la población, siga cumpliendo
según los dictámenes establecidos.
Yo
por si acaso, buscando sacar tajada de esta noticia, ya he patentado
la idea de construir una especie de robot de mesa, con forma de
“Philae”, con el que espero dar el “pelotazo” en estas
próximas fiestas navideñas; al fin y al cabo, y aquí en este
bendito país de esto sabemos “tela”, no hay nada como dar un
buen “pelotazo”, “pelotazo” que en este caso sería un
“Philaetazo”.
martes, 11 de noviembre de 2014
YOGUI Y BUBU
Analizar los casos de corrupción en este bendito suelo patrio es
para echarse a llorar, por lo que yo, persona que no se defiende nada
bien en las aguas de las pesquisas y de la investigación, voy a
dejar este asunto en manos de los profesionales del campo, es decir,
en las manos de la judicatura y de las fuerzas y cuerpos de
seguridad. Yo a lo mío, que no es otra cosa que la búsqueda perenne
de esas musas amigas del extravío y de su paupérrimo flirteo
conmigo.
Días pasados, buscando echar la cabezada rutinaria post almuerzo,
pasadas ya cuatro horas desde el mediodía, tuve la suerte de asistir
a la proyección en tv2 de un documental que trataba sobre el parque
nacional de Yellowstone, en el estado norteamericano de Wyoming. Si
me preguntáis pormenores sobre el documental, tengo que reconocer que
no podría entrar en detalles, ya que Morfeo, no con mucha
insistencia, ya que me costó cierto trabajo llegar hasta él, no
cejaba en llamar timidamente mi atención. Lo que sí puedo decir es
que lo primero que se me vino a la mente nada más ver el nombre de
Yellowstone, fue la figura para mí inolvidable de Yogui,
aquel oso que en compañía de su amigo de correrías, Bubu, eran el
terror de los excursionistas y de sus cestas de comida. Y fue
precisamente con la imagen de Yogui, con la que quiero recordar que
llegué hasta los brazos de Morfeo, teniendo durante el corto espacio
de tiempo en el que me deleité con el mecido de sus brazos, un dulce
sueño que, sin muchos detalles, trataré de reconstruir.
“Veía como la pareja de osos, Yogui y Bubu, merodeaban por los
alrededores de una familia de nacionalidad alemana que, tras visitar
las ruinas de Machu Pichu, en el Perú, había marcado en su viaje
desde Munich, conocer el parque Yellowstone. Esta familia,
lógicamente, hablaban entre ellos el idioma alemán, razón ésta
por la que los intrépidos osos, familiarizados con la lengua
anglosajona, estaban algo descontrolados. Harto ya de tan larga
espera y cansado de lo que para él era un galimatías, Yogui ordenó
a Bubu que saliese al claro del bosque para llamar la atención de
los teutones, mientras que él, aprovechando la confusión, saldría
de entre los matorrales y las enredaderas para sisar la cesta
repleta de sandwiches y auténticas salchichas alemanas. Así fue.
Bubu comenzó a llamar la atención a cierta distancia de los
miembros de la familia germana, escuchándose como un trueno el
vozarrón de la matriarca que compelía insistentemente a su marido,
repitiendo siempre la misma frase: “schlug
ihn mit dem Gürtel,
schlug ihn mit dem Gürtel”, que traducido al español significa
“pégale con el cinturón, pégale con el cinturón”. Así,
mientras que Bubu llamaba la atención de Ralf y Ángela, que así se
llamaban el matrimonio muniqués, Yogui se llevaba la cesta de comida
con la pachorra que le caracterizaba.
Una vez dejado atrás a Ralf, y ya establecidos en su casita de
madera en el interior de un sauce llorón, los dos plantígrados
comenzaron a dar cuenta del interior de la cesta. Pero esta cesta no
era como las que ellos estaban acostumbrados a escamotear; ésta,
además de ocho sandwiches de tamaño descomunal y dos docenas de
mayúsculas salchichas, contenía una botella de tinto de la bodega
Emperador, considerada la bodega más alta del mundo (3400 m,
en los altos del Perú), dos manzanas (malus domestica) y una
granada (púnica granatum) para postre. Además de la
copiosa comida, dentro del cesto había una bolsa de plástico
transparente, en cuyo interior se encontraba una madeja de
lana de color azul con la que la matriarca alemana estaba haciendo
una bufanda a su hija adoptiva, Erika, una pequeña videoconsola con
un cartucho del juego de pokemon, además de tres libros, entre los que
destacaba por sus cubiertas de colores vivos, uno de cocina malaya).
Con el contenido de la cesta birlada a los alemanes, los buenos de
Yogui y Bubu pasaron un día completo, en el que, además de llenarse
bien sus orondas barrigas, probaron el vino peruano, jugaron con
Pikachu, Charmander, Pachi y otros pokemon, contribuyeron a que Erika
se quedara sin bufanda, ya que esparcieron por todas las ramas de su
sauce llorón toda la madeja de lana, y por último, hicieron
avioncitos de papel con las hojas del libro de cocina malaya.”
Vaya sueño que tuve, y eso que no me acordaba de él.
Y se acabaron los sueños e imaginaciones. Ahora, por desgracia, a
volver a oír caso tras caso de corrupción. Tras distintas
operaciones policiales se han destapado algunas (yogui, malaya,
emperador, gürtel, púnica, pokemon, madeja, enredadera), pero,
¿cuántas tendremos que soportar todavía?
País, país.
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