jueves, 21 de febrero de 2013
EL PENALTI DE EVO.
Tengo que admitir que el chocolate con churros a altas horas de la madrugada, engullidos inmediatamente después de haber ingerido un par de gin lemon, no me sientan nada bien. Y eso fue lo que me ocurrió el fin de semana pasado. Bueno, en verdad, fueron más de dos los gin lemon que me tome después de una copiosa cena. Un completo diría yo. Está bien, me sinceraré: fueron más de tres.
Pues bien, el hecho de acostarme con el estómago "full", fue motivo para que el tiempo que estuve acostado no fuese todo lo placentero que mi cuerpo necesitara. Y mi cabeza comenzó a dar vueltas y vueltas, sin conseguir dormirme placenteramente; todo lo contrario, una pesadilla tras otra, pesadillas que fueron como una premonición del despertar que tuvimos el lunes en España. Efectivamente, el lunes nos despertamos con la noticia de que el presidente boliviano Evo Morales, primer presidente de origen indígena en Bolivia, ordenó la nacionalización de la filial de AENA que gestiona los aeropuertos bolivianos; y ese fue el tema principal de mis pesadillas.
En ellas, soñé con las causas de la nacionalización de la filial de AENA, con las consecuencias económicas, con las consecuencias políticas, con las relaciones bilaterales entre los dos países, incluso soñé con el gol que Evo Morales, durante la última Cumbre Iberoamericana celebrada en Cádiz, marcara de penalti en partido que jugó en el Estadio Ramón de Carranza, horas antes de darle el plantón a nuestro presidente Mariano Rajoy.
Pues entre las causas que soñé sobre la nacionalización de SABSA (Servicios de Aeropuertos de Bolivia Sociedad Anónima), se encontraba, y me da hasta miedo el decirlo, por lo atroz e irreal que me parece, decía, se encontraba el que el presidente indígena tomaba esa decisión "nacionalizadora" por consejos expresos de algunos sectores políticos y sindicales españoles opuestos al actual gobierno español, los cuales, con el fin de desestabilizar a nuestro gobierno, habían visto que abrir un nuevo frente sería positivo para sus siglas. ¡Qué fuerte! Tan fuerte como irreal.
En qué cabeza cabe que un español, por muchas ansias de poder que tenga, va a cometer ese tipo de animalada. Imposible. Por muy baja que esté la imagen de los políticos españoles, no creo yo que cometiesen ese tipo de idioteces y burradas. No creo yo que los políticos españoles de hoy en día, piensen eso de que "el fin justifica los medios". Hasta ese punto no creo que lleguen. Esta claro que la única animalada que hay en todo este tema es, exclusivamente, el sueño que tuve tras la ingesta de churros aceitosos.
No obstante, y ya apartándome de mi dichoso e irreal sueño, lo que me han llamado la atención han sido las palabras del presidente Evo Morales, en respuesta a las manifestaciones de nuestro gobierno, en el sentido de romper relaciones con Bolivia. El señor Evo Morales ha venido a decir más o menos lo siguiente: "si el gobierno español decide romper las relaciones con Bolivia, acataré su decisión, aunque yo seguiría teniendo contactos y relaciones con las fuerzas sociales españolas".
Y me prometo que cuando vuelva a comer churros, lo haré con moderación, por aquello de las pesadillas.
Domingo
miércoles, 20 de febrero de 2013
PEINETAS.
El pasado domingo, anteayer, en los prolegómenos del partido que jugó el Betis en el campo del Español de Barcelona, me enteré que el día anterior había muerto la gran Marifé de Triana. Qué puedo decir yo, un analfabeto de la copla, un palurdo de la canción española, de esa gran artista. Qué puedo decir yo de unos de los pilares fundamentales de la copla que no hayan dicho ya los entendidos del tema o los que se suben al carro del momento y se la dan de más entendidos que quienes lo son. Yo lo único que puedo decir es que, a mi modesto entender, llevó la peineta como nadie. Con qué finura y elegancia supo llevar este complemento flamenco por todo el mundo.
Ahora bien, qué me podéis decir de cómo llevaba la peineta nuestra Lola Flores, de cómo la movía por los escenarios. Nunca una peineta sintió que la moviesen con tanta gracia y con tanto salero como lo hizo doña Lola Flores. Aunque a decir verdad, doña Lola, se pusiese lo que se pusiese en la cabeza, bien una peineta, un clavel o una rosa, hacía del complemento que llevase en la cabeza, un apéndice suyo: puro arte.
No ha habido flamenca ni tonadillera que no haya subido a las tablas sin una peineta, aunque quien ha sabido sacar más partido de ella, caracterizándose por los múltiples modelos utilizados, ha sido la onubense Martirio, antigua componente del grupo Jarcha y de Veneno (junto a Kiko Veneno y Raimundo Amador). Martirio, una vez en solitario, por los años 80, no subió nunca a un escenario sin ir acompañada de unas gafas oscuras y de una peineta.
Pero me vais a perdonar los seguidores de Marifé, de Lola o de Martirio, pero para mí, mujer guapa y sabiendo llevar una peineta, la madrina que lleva al altar a su hijo. Eso sí que es arte y elegancia.
No obstante, y a pesar que en casi todas las madrinas y en casi todas las ferias, son las peinetas el complemento que más acompañan a la mujer española, últimamente están tomando mucha importancia y renombre otro tipo de peinetas. Son peinetas de mal gusto, desprovistas de estilismo y cargadas de odio y de impotencia, siendo lo peor de todo, y siempre a mi modesto entender, que no se critican ni se cargan contra ellas como se debiera; todo lo contrario, cuando la utilizan algún que otro personaje (para mí, personajillo, por haberla utilizado), y por los medios de comunicación, lo que hacen es analizar más el hecho que motivó que la utilizaran, que el haberla utilizado.
Mientras que las que llevan nuestras mujeres lo que persiguen es enaltecer su figura, intentando que resalte su estilismo y elegancia, las que dibujan en el aire esos "personajillos" y "personajillas" lo que consiguen es caer en manifestaciones obscenas, creyendo sus hacedores que el corte de mangas que dedican, lo hacen con estilo, clase y elegancia; muy equivocados que están.
Enumerar los personajes públicos que engrosan el largo listado de "peineteros" sería tarea extensa. Pero a "bote pronto", recuerdo aquella que hizo Luis Aragonés en el 92 cuando era entrenador del Atlético de Madrid, o aquella otra que hizo José María Aznar en 2010 y dirigida a estudiantes de la Universidad de Oviedo, o aquélla otra, y con ésta termino, que "parece" que hizo S.M. el Rey cuando en una visita al País Vasco le increpaban algunos grupos radicales.
Perdonen, perdonen, no se me podía olvidar. Me refiero a la peineta que está "rulando" en la actualidad por todos los medios de comunicación y a la que hacen mención todos los periodistas: me refiero a la que hizo a su llegada de Canadá el "presunto" donador de sobres, el tal señor Bárcenas. Presuntamente, y repito, presuntamente, lo de este dadivoso señor no tiene nombre.
Resumiendo, podemos decir que eso de llevar y hacer peinetas es una costumbre muy, muy celtibérica.
Domingo
lunes, 18 de febrero de 2013
LA CAMARGA.
ALCIBIADES VILADECAMP I FERROGET EN "LA CAMARGA".
Quizás porque el tema le gusta tanto como a mí, es por lo que el siguiente artículo lo he escrito pensando en mi gran amigo Manolo Vega, a quien se lo dedico. Va por ti, Manolo.
LA CAMARGA
Yo de mayor me gustaría ir a comer al restaurante barcelonés de "La Camarga". Y por qué, os preguntaréis todos. Pues muy sencillo, y es que a mí siempre me "tiraron" mucho las películas de espías; es verdad que también me gustan mucho las películas del oeste, pero tengo que reconocer ante todos que, a mis años, no me apetece para nada el plantarme en la provincia de Almería y soportar el polvo del inhóspito desierto de Tabernas. Sergio Leone lo pasaría muy bien por esas áridas tierras dirigiendo al por entonces casi desconocido Clint Eastwood, pero a mí, tengo que reconocer que no me apetece en lo más mínimo. Definitivamente prefiero "La Camarga", en la Carrer d´Aribau, a un par de manzanas del Hospital Clínico Provincial de la capital Condal. Me imagino entrando en el restaurante catalán, con gabardina, gafas oscuras y sombrero a lo Bogart, después de haber hecho un doble barrido con mi vista por toda la "carrer" y cerciorarme que nadie me seguía. Tras sobrepasar la puerta de entrada, y disimuladamente, me quitaría de la boca el palillo de madera que siempre me acompaña cuando algo importante me ronda por la cabeza (dejé de fumar hace algún tiempo), y precisamente, en esa ocasión, así sucedería.
- Buenas tardes - me dirigiría al camarero que raudo se me aproximaría, mientras que con mis dedos pulgar e índice, y dentro del bolsillo de la gabardina, intentaría secar el palillo de madera que aun estaba humedecido-.
- Bona tarda, senyor, ¿tiene usted reserva?
- Sí, ayer "tarda" la hice por teléfono.
- ¿Me dice su nombre, si us plau?
- Sí, claro (y acercándome a él, le dije casi al oído el nombre que la tarde anterior había dado para la reserva, y que en nada se parecía a mi nombre verdadero). Alcibiades Viladecamp i Ferroget. Por cierto -le dije antes que comenzase a buscar el nombre que le había dado en la agenda que portaba en su mano derecha, y tras cerciorarme que nadie nos oía-, hice la reserva de una de las salas del primer piso.
Nada más hacer mención al tipo de reserva, quise apreciar que la actitud del camarero cambió como por ensalmo, dibujando en su rostro una expresión de respeto y casi de sometimiento; estaba claro que esperaba una buena propina (la pela es la pela, y el silencio hay que pagarlo). Tras echarle una visual rápida a su agenda, se dirigió a mí, en el mismo tono de voz con el que yo me había dirigido cuando le dije lo del tipo de reserva. Nadie de los comensales que estaban sentados pudo oír sus palabras.
- Segueixi´m vostè, senyor Viladecamp, si us plau (sígame usted, señor Viladecamp, por favor).
- Perdone -le increpé en cierta medida, y acercándome nuevamente a su oído-, si no le importa, hablemos en castellano, ya que hablando en "catalá" corremos el riesgo que se enteren de nuestra conversación, y quiero pasar desapercibido.
- Lo que usted diga, señor; a mí me viene mejor, ya que entre otras cosas - bajando todavía más su tono de voz, y haciéndolo casi inaudible-, soy andaluz.
Seguí sus pasos, subiendo tras de él las escaleras que daban acceso al piso superior donde se encontraban las siete salas o comedores, independientes las unas de las otras, y cuyas paredes deberían de haber sido testigos de multitud de negocios, pactos y estratagemas, unas veces legales, y otras, la mayor parte de ellas, no tantas. Tras dejar varias puertas de cristal opaco atrás, no todas del mismo tamaño, abrió la que hacía seis en el amplio pasillo y me hizo pasar al interior. Por fin me encontraba allí: uno de los comedores privados de "La Camarga".
¡Jo!, qué decepción; ¿y esto es lo que tiene tanta fama?; cuatro paredes con perlita, de color salmón suave, un par de cuadros que lo único que hacen es dar más frialdad aun a la sala, y una simple lámpara de color naranja colgando del techo de escayola. No, no se han quebrado la cabeza a la hora de decorar. Lo dicho, la pela es la pela.
- La reserva era para tres, ¿tardarán mucho sus acompañantes?
- Entiendo que estarán al llegar. Mientras tanto me podría servir un vermú, ¿no le parece?; o mejor no; tráigame un Jack Daniels sólo, sin hielo.
- Enseguida se lo traigo -dijo el camarero, cerrando la puerta de cristal tras de sí y dejándome solo en la sala-. Sólo en la sala, con mi palillo de madera nuevamente en la boca y la gafas oscuras en uno de los bolsillos, comenzaría a rebuscar por debajo de las sillas y de la mesa, por la lámpara, por el centro de mesa, por las esquinas, por los rincones, todo ello por si encontraba algún micrófono, grabadora o cámara. Ojalá tarden el camarero y mis acompañantes de comida; estoy en mi salsa; es el momento en el que me siento protagonista de una de esas películas que tanto me "tiran": ni el mismísimo Coppola hubiese dirigido tan bien un papel como el que yo estaba viviendo e interpretando al mismo tiempo. Limpio, todo está limpio; esta vez no me cogerán desprevenido, a no ser que los artilugios electrónicos los traigan encima.
La puerta de cristal se abrió, entrando mis dos compañeros de mesa y el camarero con el Jack Daniels.
Domingo
Quizás porque el tema le gusta tanto como a mí, es por lo que el siguiente artículo lo he escrito pensando en mi gran amigo Manolo Vega, a quien se lo dedico. Va por ti, Manolo.
LA CAMARGA
Yo de mayor me gustaría ir a comer al restaurante barcelonés de "La Camarga". Y por qué, os preguntaréis todos. Pues muy sencillo, y es que a mí siempre me "tiraron" mucho las películas de espías; es verdad que también me gustan mucho las películas del oeste, pero tengo que reconocer ante todos que, a mis años, no me apetece para nada el plantarme en la provincia de Almería y soportar el polvo del inhóspito desierto de Tabernas. Sergio Leone lo pasaría muy bien por esas áridas tierras dirigiendo al por entonces casi desconocido Clint Eastwood, pero a mí, tengo que reconocer que no me apetece en lo más mínimo. Definitivamente prefiero "La Camarga", en la Carrer d´Aribau, a un par de manzanas del Hospital Clínico Provincial de la capital Condal. Me imagino entrando en el restaurante catalán, con gabardina, gafas oscuras y sombrero a lo Bogart, después de haber hecho un doble barrido con mi vista por toda la "carrer" y cerciorarme que nadie me seguía. Tras sobrepasar la puerta de entrada, y disimuladamente, me quitaría de la boca el palillo de madera que siempre me acompaña cuando algo importante me ronda por la cabeza (dejé de fumar hace algún tiempo), y precisamente, en esa ocasión, así sucedería.
- Buenas tardes - me dirigiría al camarero que raudo se me aproximaría, mientras que con mis dedos pulgar e índice, y dentro del bolsillo de la gabardina, intentaría secar el palillo de madera que aun estaba humedecido-.
- Bona tarda, senyor, ¿tiene usted reserva?
- Sí, ayer "tarda" la hice por teléfono.
- ¿Me dice su nombre, si us plau?
- Sí, claro (y acercándome a él, le dije casi al oído el nombre que la tarde anterior había dado para la reserva, y que en nada se parecía a mi nombre verdadero). Alcibiades Viladecamp i Ferroget. Por cierto -le dije antes que comenzase a buscar el nombre que le había dado en la agenda que portaba en su mano derecha, y tras cerciorarme que nadie nos oía-, hice la reserva de una de las salas del primer piso.
Nada más hacer mención al tipo de reserva, quise apreciar que la actitud del camarero cambió como por ensalmo, dibujando en su rostro una expresión de respeto y casi de sometimiento; estaba claro que esperaba una buena propina (la pela es la pela, y el silencio hay que pagarlo). Tras echarle una visual rápida a su agenda, se dirigió a mí, en el mismo tono de voz con el que yo me había dirigido cuando le dije lo del tipo de reserva. Nadie de los comensales que estaban sentados pudo oír sus palabras.
- Segueixi´m vostè, senyor Viladecamp, si us plau (sígame usted, señor Viladecamp, por favor).
- Perdone -le increpé en cierta medida, y acercándome nuevamente a su oído-, si no le importa, hablemos en castellano, ya que hablando en "catalá" corremos el riesgo que se enteren de nuestra conversación, y quiero pasar desapercibido.
- Lo que usted diga, señor; a mí me viene mejor, ya que entre otras cosas - bajando todavía más su tono de voz, y haciéndolo casi inaudible-, soy andaluz.
Seguí sus pasos, subiendo tras de él las escaleras que daban acceso al piso superior donde se encontraban las siete salas o comedores, independientes las unas de las otras, y cuyas paredes deberían de haber sido testigos de multitud de negocios, pactos y estratagemas, unas veces legales, y otras, la mayor parte de ellas, no tantas. Tras dejar varias puertas de cristal opaco atrás, no todas del mismo tamaño, abrió la que hacía seis en el amplio pasillo y me hizo pasar al interior. Por fin me encontraba allí: uno de los comedores privados de "La Camarga".
¡Jo!, qué decepción; ¿y esto es lo que tiene tanta fama?; cuatro paredes con perlita, de color salmón suave, un par de cuadros que lo único que hacen es dar más frialdad aun a la sala, y una simple lámpara de color naranja colgando del techo de escayola. No, no se han quebrado la cabeza a la hora de decorar. Lo dicho, la pela es la pela.
- La reserva era para tres, ¿tardarán mucho sus acompañantes?
- Entiendo que estarán al llegar. Mientras tanto me podría servir un vermú, ¿no le parece?; o mejor no; tráigame un Jack Daniels sólo, sin hielo.
- Enseguida se lo traigo -dijo el camarero, cerrando la puerta de cristal tras de sí y dejándome solo en la sala-. Sólo en la sala, con mi palillo de madera nuevamente en la boca y la gafas oscuras en uno de los bolsillos, comenzaría a rebuscar por debajo de las sillas y de la mesa, por la lámpara, por el centro de mesa, por las esquinas, por los rincones, todo ello por si encontraba algún micrófono, grabadora o cámara. Ojalá tarden el camarero y mis acompañantes de comida; estoy en mi salsa; es el momento en el que me siento protagonista de una de esas películas que tanto me "tiran": ni el mismísimo Coppola hubiese dirigido tan bien un papel como el que yo estaba viviendo e interpretando al mismo tiempo. Limpio, todo está limpio; esta vez no me cogerán desprevenido, a no ser que los artilugios electrónicos los traigan encima.
La puerta de cristal se abrió, entrando mis dos compañeros de mesa y el camarero con el Jack Daniels.
Domingo
sábado, 2 de febrero de 2013
ENTREVISTA
http://bornichosporelmundo.blogspot.com.es/2012/02/entrevista-domingo-blanco-en-onda-cadiz.html
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